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“Hay un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre de todos, que está sobre todos, actúa por todos y está en todos.” Ef 4,5s.

Creo en la Iglesia, que es una, santa, católica y apostólica.

+Gabriel Orellana.
Obispo Misionero
¡Ay de mí si no predico el Evangelio! 1 Co 9,16b.

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martes, 29 de noviembre de 2011

MARÍA: GRACIA Y ESPERANZA EN CRISTO (Introducción)

Declaración Conjunta de la Comisión Internacional Anglicano-Católica (ARCIC)
sobre el papel de María en la vida y doctrina de la Iglesia (Seattle, 16-5-2005)

PRÓLOGO DE LOS COPRESIDENTES

En el camino permanente hacia la plena comunión, la Iglesia Católica y las Iglesias de
la Comunión Anglicana han estudiado durante muchos años en la oración varias cuestiones
concernientes a la fe que compartimos y a la forma en que estructuramos ésta en la vida
y en el culto de nuestras dos familias de fe. Hemos sometido Declaraciones Conjuntas a la
Santa Sede y a la Comunión Anglicana para recabar comentarios, aclaraciones adicionales
en su caso y su aceptación por ambas partes como congruentes con la fe de anglicanos y
católicos.

En la elaboración de la presente Declaración Conjunta nos hemos inspirado en las
Escrituras y en la tradición común anterior a la Reforma y a la Contrarreforma. Al igual que
en anteriores documentos de la Comisión Internacional Anglicano-Católica (ARCIC),
hemos intentado emplear un lenguaje capaz de reflejar lo que compartimos y de
trascender las controversias del pasado. En la presente Declaración también hemos tenido
que afrontar directamente definiciones dogmáticas esenciales para la fe católica pero que
resultan harto ajenas a la fe anglicana. Los miembros de la ARCIC, a lo largo del tiempo,
hemos procurado adoptar cada uno las formas de hacer teología del otro y hemos
estudiado conjuntamente el contexto histórico en que se desarrollaron ciertas doctrinas.
De esta forma, hemos aprendido a recibir de nuevo nuestras propias tradiciones,
iluminadas y profundizadas por la comprensión y el conocimiento de la tradición del otro.
Nuestra Declaración Conjunta sobre la Bienaventurada Virgen María como modelo de
gracia y esperanza constituye un vivo reflejo de nuestros esfuerzos por buscar lo que
compartimos, y celebra importantes aspectos de nuestro legado común.

María, madre de nuestro Señor Jesucristo, se yergue ante nosotros como ejemplo de
obediencia fiel, y su «Hágase en mí según tu palabra» es la respuesta llena de gracia que
cada uno de nosotros está llamado a dar a Dios, individual y comunitariamente, como
Iglesia, cuerpo de Cristo. Somos una cosa sola con María cuando ésta, como figura de la
Iglesia, magnifica al Señor con los brazos levantados en oración y alabanza y las manos
abiertas, receptivas y dispuestas, a la efusión del Espíritu Santo. «Por eso —declara en su
cántico conservado en el Evangelio de Lucas— desde ahora todas las generaciones me
llamarán bienaventurada».

Nuestras dos tradiciones comparten muchas fiestas relacionadas con María.
Basándonos en nuestra experiencia, hemos encontrado que es en el ámbito del culto
donde hacemos realidad nuestra convergencia cuando damos gracias a Dios por la Madre
del Señor que se une a nosotros en esa amplia comunidad de amor y oración a la que
llamamos comunión de los santos.

† Alexander J. Brunett
† Peter F. Carnley

Seattle, 2 de febrero de 2004, fiesta de la Presentación del Señor.

CARÁCTER DEL DOCUMENTO

El presente documento es obra de la Comisión Internacional Anglicano-Católica
(ARCIC). Se trata de una Declaración Conjunta de dicha Comisión. Las autoridades que
han nombrado a la Comisión han permitido la publicación de la Declaración con vistas a su
discusión a escala más amplia. No se trata de una declaración autorizada por la Iglesia
Católica o por la Comunión Anglicana, que estudiarán y valorarán el documento a su
debido tiempo.

Las citas de la Escritura están tomadas por regla general de la versión New Revised
Standard. En algunos casos, la Comisión ha aportado una traducción propia*.


MARÍA: GRACIA Y ESPERANZA EN CRISTO
Declaración de Seattle

INTRODUCCIÓN

1. Al honrar a María como Madre del Señor, todas las generaciones de anglicanos y
católicos se han hecho eco de la felicitación de Isabel: «Bendita tú entre las mujeres y
bendito el fruto de tu seno» (Lc 1, 42). La Comisión Internacional Anglicano-Católica ofrece
ahora la presente Declaración Conjunta sobre el papel de María en la vida y doctrina de la
Iglesia, en la esperanza de que exprese nuestra fe común sobre aquélla que, entre todos
los creyentes, más próxima está a nuestro Señor y Salvador Jesucristo. Y lo hacemos a
petición de nuestras dos Comuniones, en respuesta a preguntas que tenemos planteadas.
Una consulta especial entre obispos anglicanos y católicos reunidos bajo la presidencia del
arzobispo de Canterbury, Dr. George Carey, y del cardenal Edward I. Cassidy, presidente
del Pontificio Consejo para la Promoción de la Unidad de los Cristianos, en Missisauga
(Canadá) el año 2000, solicitó específicamente a la ARCIC «un estudio sobre María en la
vida y doctrina de la Iglesia». Dicha petición recuerda la observación del Informe de Malta
(1968) de que «las diferencias reales o aparentes entre nosotros afloran en cuestiones
como [...] las definiciones mariológicas» promulgadas en 1854 y 1950. Más
recientemente, en la Ut unum sint (1995), el papa Juan Pablo II identificó como uno de los
asuntos necesitados de un estudio más amplio por parte de todas las tradiciones cristianas
antes de alcanzar un verdadero consenso de fe el de «la Virgen María, Madre de Dios e
icono de la Iglesia, Madre espiritual que intercede por los discípulos de Cristo y por toda la
Humanidad» (n. 79: ECCLESIA 2.740 [1995/II], pág. 870).

2. La ARCIC ya había tratado una vez este tema. La autoridad en la Iglesia II (1981)
registra ya un nivel significativo de acuerdo: «Convenimos en que sólo puede existir un
mediador entre Dios y el hombre, Jesucristo, y rechazamos toda interpretación del papel
de María que empañe esta afirmación. Convenimos en reconocer que la concepción
cristiana de María está indisolublemente vinculada a las doctrinas de Cristo y de la Iglesia.
Convenimos en reconocer la gracia y vocación única de María, Madre del Dios encarnado
(Theotókos), en celebrar sus fiestas y en honrarla en la comunión de los santos.

Convenimos en que fue preparada por la gracia divina para ser la madre de nuestro
Redentor, por el que ella misma fue redimida y recibida en la gloria. Convenimos, además,
en reconocer en María un modelo de santidad, obediencia y fe para todos los cristianos.
Aceptamos que es posible considerarla como una figura profética de la Iglesia de Dios
tanto antes como después de la Encarnación» (n. 30).

El mismo documento, sin embargo, también señala diferencias subsistentes: «Los
dogmas de la Inmaculada Concepción y de la Asunción plantean un problema específico
para aquellos anglicanos que no consideran que las definiciones concretas proporcionadas
por dichos dogmas estén suficientemente sustentadas por la Escritura. Para muchos
anglicanos, la autoridad doctrinal del Obispo de Roma, independiente de un concilio, no se
ve recomendada por el hecho de que, a través de la misma, tales doctrinas marianas se
proclamaran como dogmas vinculantes para todos los fieles. Los anglicanos también se
preguntan si, ante cualquier unión futura entre nuestras dos Iglesias, se les exigiría que
suscribieran tales definiciones dogmáticas» (n. 30).

Estas reservas específicas fueron acogidas en la Respuesta oficial de la Santa Sede al
Informe Final (1991, n. 13). Habiendo tomado estas creencias compartidas y estos
argumentos como punto de partida de nuestra reflexión, podemos ahora afirmar un
significativo acuerdo ulterior sobre el papel de María en la vida y doctrina de la Iglesia.

3. El presente documento propone una declaración más completa de nuestra
creencia compartida referente a la Bienaventurada Virgen María, y al hacerlo proporciona
el marco para una valoración conjunta del contenido de los dogmas marianos. También nos
ocupamos de las diferencias en la práctica, con inclusión de la invocación explícita de
María. Este nuevo estudio acerca de María se ha beneficiado de nuestro anterior estudio
sobre la recepción en El don de la autoridad (1999). En él llegábamos a la conclusión de
que, cuando la Iglesia recibe y admite lo que reconoce como expresión auténtica de la
Tradición legada de una vez por todas a los Apóstoles, dicha recepción constituye a un
tiempo un acto de fidelidad y de libertad. La libertad de responder de manera siempre
nueva a los nuevos retos hace posible que la Iglesia sea fiel a la Tradición que lleva
adelante. En otras épocas, algunos elementos de la tradición apostólica pueden caer en el
olvido, verse desatendidos o malinterpretados. En semejantes situaciones, un sano
regreso a la Escritura y a la Tradición recuerda la revelación divina en Cristo:
denominamos este proceso «recuperación»** (cf. El don de la autoridad, nn. 24-25). El
avance en el diálogo y la comprensión ecuménicos sugiere que tenemos ahora la
oportunidad de recuperar juntos la tradición del papel de María en la revelación divina.

4. Desde su inicio, la ARCIC ha procurado trascender posiciones enfrentadas o
rígidas para descubrir y desarrollar nuestro común legado de fe (cf. La autoridad en la
Iglesia I, n. 25). Siguiendo la Declaración Conjunta de 1966 del papa Pablo VI y del
arzobispo de Canterbury, Dr. Michel Ramsey, hemos continuado nuestro «serio diálogo […]
basado en los Evangelio y en las antiguas tradiciones comunes. Nos hemos preguntado
hasta qué punto la doctrina o la devoción marianas forman parte de una «recepción»
legítima de la Tradición apostólica, conforme a las Escrituras. El núcleo de esta Tradición es
la proclamación de la «economía de la salvación» trinitaria, que basa la vida y fe de la
Iglesia en la comunión divina del Padre, del Hijo y del Espíritu. Hemos procurado
comprender la persona y el papel de María en la historia de la salvación y en la vida de la
Iglesia a la luz de una teología de la gracia divina y de la esperanza. Dicha teología está
hondamente enraizada en la experiencia perdurable del culto y de la devoción cristianos.

5. La gracia divina exige y posibilita la respuesta humana (cf. La salvación y la Iglesia
[1987], n. 9). Ello resulta evidente en el relato evangélico de la Anunciación, en el que el
mensaje del ángel suscita la respuesta de María. La Encarnación y todo lo que ésta trajo
consigo, con inclusión de la pasión, muerte y resurrección de Cristo y del nacimiento de la
Iglesia, ocurrió gracias al fiat -«hágase en mí según tu palabra» (Lc 1, 38)- de María,
libremente pronunciado. En el acontecimiento de la Encarnación reconocemos el «sí»
misericordioso de Dios a toda la Humanidad. Ello nos trae a la memoria una vez más las
palabras del Apóstol en 2Co 1, 18-20 (El don de la autoridad, nn. 8 y ss.): todas las
promesas hechas por Dios han tenido su «sí» en el Hijo de Dios, Jesucristo. En este
contexto, el fiat de María puede considerarse el ejemplo supremo del «amén» de un
creyente en respuesta al «sí» de Dios. Los discípulos cristianos responden a ese mismo
«sí» con su propio «amén». Haciéndolo, se reconocen todos hijos del único Padre celestial,
nacidos del Espíritu como hermanos y hermanas de Jesucristo, partícipes de la comunión
de amor de la santa Trinidad. María es la personificación de esta participación en la vida
divina. Su respuesta no estuvo exenta de un cuestionamiento profundo, y resultó en una
vida de alegría entreverada de dolor que la llevó incluso al pie de la cruz de su hijo. Cuando
los cristianos se suman al «amén» de María al «sí» de Dios en Cristo, se comprometen a
responder obedientemente a la Palabra de Dios, lo que determina una vida de oración y
servicio. Al igual que María, no sólo magnifican al Señor con sus labios, sino que se
comprometen a servir a la justicia de Dios con sus vidas (cf. Lc 1, 46-55).

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