Anglocatólico

COMUNIDAD ECUMÉNICA MISIONERA LA ANUNCIACIÓN. CEMLA
Palabra + Espíritu + Sacramento + Misión
Evangelizar + Discipular + Enviar


“Hay un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre de todos, que está sobre todos, actúa por todos y está en todos.” Ef 4,5s.

Creo en la Iglesia, que es una, santa, católica y apostólica.

+Gabriel Orellana.
Obispo Misionero
¡Ay de mí si no predico el Evangelio! 1 Co 9,16b.

whatsapp +503 7768-5447

sábado, 10 de junio de 2017

NUESTRA MISIÓN ECUMÉNICA Y KERYGMÁTICA EN LA FUERZA DEL ESPÍRITU


MISIÓN LA ANUNCIACIÓN 
IGLESIA CATÓLICA EN TRADICIÓN ANGLICANA
Escritura + Espíritu + Sacramento + Misión
Jurisdicción Nacional Autónoma

“Vayan por todo el mundo y proclamen el Evangelio a toda criatura” (Mc 16,15.)

Este mandato, que resume la misión que Cristo dio a los apóstoles, expresa también con claridad el sentido y los alcances de la misión que el Señor nos ha confiado.

“‘El Espíritu del Señor está sobre mí,
porque me ha consagrado para llevar la buena noticia a los pobres;
me ha enviado a anunciar libertad a los presos y dar vista a los ciegos; a poner en libertad a los oprimidos;
a anunciar el año favorable del Señor.’
Luego Jesús cerró el libro, lo dio al ayudante de la sinagoga y se sentó.
Todos los que estaban allí tenían la vista fija en él.
Él comenzó a hablar, diciendo:—Hoy mismo  se ha cumplido la Escritura que ustedes acaban de oír.”
 (Lc 4,18-21.)

El corazón de nuestra misión consiste en redescubrir, asumir, implementar y promover incansablemente a la iglesia que nació a partir de la proclamación del primer kerigma y de la vivencia y la confesión de la fe en Jesucristo; que se desarrolló en los primeros siglos del cristianismo y que se ha mantenido íntegra a través del tiempo, en la Tradición viva y en el genuino sentir de fe del Pueblo de Dios.

NUESTRA PROYECCIÓN MISIONERA.

Nuestra misión es la misma misión que el Padre le confió a Cristo y la capacidad que nos ha dado para cumplirla, es la misma capacidad que dio a los apóstoles. Las palabras del evangelio de Juan, tienen que resonar en nuestros oídos y en nuestros corazones con toda la fuerza e incidencia que lo hicieron sobre los primeros apóstoles: “Como el Padre me envió a mí, así yo los envío a ustedes. Y sopló sobre ellos, y les dijo:—Reciban el Espíritu Santo.”( Jn 20,20-22) Es sentir de fe de nuestras comunidades que el Señor nos ha dado el Espíritu Santo. Eso exige que asumamos como nuestra, la misión que el Padre le dio al Señor. Y, ¿en qué consiste esta misión? Recordemos la forma como el Evangelio de Marcos la formula: “Vayan por todo el mundo y anuncien a todos la buena noticia.”(Mc 16,15).

Se trata de ir a todas partes y de anunciar a todas las personas el evangelio, es decir, la llegada del Reino de Dios en medio de nosotros, por la efusión del Espíritu Santo

Indudablemente ante los alcances de esta misión pueden surgir interrogantes. ¿No será esto una forma de proselitismo? ¿No será faltar el respeto a los demás y obstaculizar el ecumenismo?

El testimonio que estamos llamados a dar es totalmente opuesto al proselitismo. El proselitismo es una actitud sectaria en donde se presentan las propias convicciones y la propia organización como lo único que vale, como el camino de la salvación; y, con cierta frecuencia, se atrae ofreciendo prebendas que nada tienen que ver con el mensaje anunciado y se promueven sentimientos de culpa, ansias y temores que limitan la capacidad de hacer una opción serena y libre.

Nuestro testimonio, en cambio, se dirige a la proclamación del kerigma, actualizado y hecho real en nuestra vida personal y eclesial. En la medida en que ese testimonio sea auténtico, es decir, que provenga de un corazón que realmente ha experimentado lo que proclama y que sea propuesto con toda la sencillez y la fuerza del Espíritu, producirá en quienes lo reciban, lo mismo que sucedió entre quienes escuchaban a los apóstoles; (Hech 2-4) es decir, se recibirá la iluminación interior y la capacidad de hacer un discernimiento libre. La meta del testimonio es que quienes nos escuchen crean que “Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, para que creyendo tengan vida por medio de él.”(Jn 20,30 )

Si eso les lleva a incorporarse a una de nuestras comunidades, porque descubren allí el espacio propicio para vivir la fe, no será fruto de una presión o de un condicionamiento sino del ejercicio de la propia libertad, guiada por la luz del Espíritu. El hecho de que en nuestro testimonio nos dirijamos a todos, no puede ir en contra de un genuino ecumenismo. Si quienes nos escuchan y reciben nuestro testimonio están viviendo en sus comunidades eclesiales la misma fe viva y transformadora que les proclamamos, lejos de separarse de ellas, se sentirán impulsados a comprometerse con mayor generosidad dentro de las mismas. Pero si al escucharnos descubren que lo que llamaban fe eran simplemente creencias que les mantenían en la esclavitud, en la oscuridad, el temor y la sumisión, no seremos nosotros, sino la fuerza del Espíritu, quien les atraiga y les dé la gracia para pasar de la esclavitud a la libertad; de la oscuridad  a la luz; del temor a la confianza y de la sumisión a la participación creativa. En este caso, lejos de obstaculizar el ecumenismo, estamos siendo instrumentos de que, por la comunión con el Espíritu Santo, se vaya manifestando y creciendo en la verdadera unidad de la iglesia, cuerpo de Cristo y templo del Espíritu.

La realización de esta tarea implica un claro desafío para cada una de nuestras comunidades y de quienes las forman. El compromiso tiene que involucrar a todos, pues el Espíritu ha sido dado a todos y, por lo mismo, cada uno ha sido elegido y capacitado para cumplir la misión.

Prepararse para la misión y preparar el terreno en el que se debe misionar ha de ser uno de los aspectos privilegiados de empeño para todos: ministros ordenados, servidores y miembros de las comunidades. Se requiere preparación. Sobre todo la que se da una fe robusta e inquebrantable, que se va fortaleciendo y madurando a través de la oración y del ayuno y, ante la cual, no hay nada ni nadie que pueda resistir.( Mt 17,14-21; Lc 9,37-43).

Es entonces  cuando nuestro miedo inicial, similar al de Jeremías: “¡Ay, Señor! ¡Yo soy muy joven y no sé hablar!”; es transformado. Pues, al igual que el profeta llegamos a escuchar en el interior del corazón la voz del Señor que nos habla: “No digas que eres muy joven. Tú irás a donde yo te mande, y dirás lo que yo te ordene. No tengas miedo de nadie, pues yo estaré contigo para protegerte. Yo, el Señor, doy mi palabra.” Entonces el Señor extendió la mano, me tocó los labios y me dijo: ‘Yo pongo mis palabras en tus labios. Hoy te doy plena autoridad sobre reinos y naciones, para arrancar y derribar, para destruir y demoler, y también para construir y plantar’.”(Jer 1,6-10).

Por lo mismo hermanos, conscientes de la misión que el Señor nos ha confiado; sabiendo que se trata de que su iglesia una, santa, católica y apostólica resplandezca en nuestra iglesia, en cada una de nuestras comunidades y en toda la creación “gloriosa, sin mancha ni arruga ni nada parecido, sino santa y perfecta”(Ef 5,27) y que “nos ha capacitado para ser servidores de una nueva alianza, basada no en una ley, sino en la acción del Espíritu”,(2Cor 3,6) tenemos que renovar nuestro compromiso y nuestra entrega, sin ahorrar esfuerzos y utilizando todos los medios que el Señor ponga a nuestro alcance.

Que Santa María, la llena de gracia;(Lc 1,28)  y a quien Cristo dejó como madre de la nueva creación,(Jn 19,26) interceda por nosotros para que, asumiendo una actitud como la suya,(Lc 1,38) respondamos a la elección que el Señor nos ha hecho y cumplamos con fidelidad la misión que nos ha confiado. En el nombre del Señor, les reitero una vez más a que, sin retrasos, sin ambigüedades, sin miedo, sabiendo que “la noche está muy avanzada, y se acerca el día; revestidos de la luz,  como un soldado se reviste de su armadura”(Rom 13,12 ) “Vayan por todo el mundo y anuncien a todos la buena noticia.” (Mc 16,15).


EL COMPROMISO POR VIVIR LA UNIDAD DE LA IGLESIA.

Padre: “Te pido que todos ellos estén unidos; que como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, también ellos estén en nosotros, para que el mundo crea que tú me enviaste. Les he dado la misma gloria que tú me diste, para que sean una sola cosa, así como tú y yo somos una sola cosa: yo en ellos y tú en mí, para que lleguen a ser perfectamente uno, y que así el mundo pueda darse cuenta de que tú me enviaste, y que los amas como me amas a mí.”( Jn 17,21-23).   

Estas palabras del evangelio de Juan, nos indican con toda claridad en donde se encuentra el fundamento de la unidad de la iglesia y el dinamismo que ésta tiene. La fe cristiana unánimemente proclama que el estar del Padre en el Hijo y del Hijo en el Padre es fruto de la acción del Espíritu Santo. Por eso, tenemos que entender que al afirmarse que a los creyentes Cristo les da “la misma gloria” que recibió del Padre, para poder llegar a ser perfectamente uno, se está refiriendo a la presencia dinámica del Espíritu Santo que ha sido derramado en sus corazones para constituirse en la base de la unidad eclesial. 
                                            
Pablo igualmente insiste en que la unidad de la iglesia se fundamenta en el Espíritu, que es el que capacita para que ésta se exprese dentro de la comunidad: “Mantengan la unidad que proviene del Espíritu Santo, por medio de la paz que une a todos. Hay un solo cuerpo y un solo Espíritu.” (Ef 4,3-4).  Tanto en Juan como en Pablo, sin embargo, la unidad implica un proceso dinámico: se trata de llegar a ser “perfectamente uno.” (Ef 2,21-22; Jn 17,23) Ese proceso de crecimiento en la unidad es fruto del crecimiento que se va dando en la “vida en el Espíritu Santo”. De allí que asumir e ir creciendo en la unidad que Cristo quiere para la iglesia implica el compromiso incansable de conversión, para que la vida de Cristo, por medio del Espíritu Santo, vaya siendo cada vez más la vida de cada miembro de nuestra iglesia y de cada comunidad, hasta que lleguemos a poder afirmar, tanto personal como comunitariamente, junto a Pablo: “Ya no soy yo quien vive, sino que es Cristo quien vive en mí. Y la vida que ahora vivo en el cuerpo, la vivo por mi fe en el Hijo de Dios, que me amó y se entregó a la muerte por mí.”(Gal 2,20) En la medida en que vamos creciendo en la vida en el Espíritu, no solo nos vamos uniendo más profundamente a Cristo, cabeza de la iglesia, sino también nos vamos identificando más profundamente con cada uno de los miembros del cuerpo; tanto de aquellos que se reconocen activamente dentro del mismo, como de quienes, por diversas razones, están alejados o incluso ignoran o rechazan su existencia.  Por lo mismo, nuestra fe en que la iglesia es una, conlleva la exigencia de que cada miembro, cada comunidad y cada instancia organizativa de la iglesia nos comprometamos a poner todos los medios a nuestro alcance para ir creciendo en la vida en el Espíritu. El resultado de ello tendrá que ser el experimentar que, efectivamente, estamos caminando para “llegar a ser perfectamente uno”. Y, este crecimiento en la unidad no se limitará al ámbito de nuestra organización eclesial sino, progresivamente, nos llevará a reconocer y a experimentar la comunión viva y la unidad con todo ser humano y con toda la creación


REDESCUBRIR E IMPLEMENTAR LA CATOLICIDAD.

“Cuando ya estaban sentados a la mesa, tomó en sus manos el pan, y habiendo dado gracias a Dios, lo partió y se lo dio. En ese momento se les abrieron los ojos y reconocieron a Jesús.”(Lc 24, 31-31)

Es en el momento de la Fracción del Pan o Eucaristía cuando la presencia del Señor glorioso y transformador de los corazones es reconocida en medio de la iglesia local. Las comunidades, diseminadas por muchas partes del orbe e iluminadas por la Palabra, encontraban en la celebración sacramentalel medio para reconocerse en comunión con el cuerpo total de Cristo, es decir, con la iglesia universal –católica– y para recibir la efusión del Espíritu Santo, capaz de disipar sus dudas y su decepción, (Lc 24,21 70) de alejar sus temores (Lc 24,29) y de convertirse en testigos intrépidos de la resurrección.(Lc 24,33-35)

Es por la celebración Eucarística como la presencia de Cristo se hace eclesialmente eficaz y como el Espíritu, también en forma comunitaria, va guiando a la iglesia y proveyéndola de abundantes carismas y como la catolicidad se convierte en una experiencia eclesial. Dentro de la Tradición cristiana primitiva se va reconociendo progresivamente que para la celebración de ciertos sacramentos –específicamente la Eucaristía, la Reconciliación, la Unción de enfermos y la Confirmación– es necesaria la presidencia de un ministro ordenado, presbítero u obispo. La razón que explica esta exigencia –que se mantiene inalterada en todas las iglesias católicas hasta nuestros tiempos–, es la convicción de que para poder celebrar dichos sacramentos es indispensable que, de alguna forma, esté presente y actuando sacramentalmente la totalidad de la iglesia, cuerpo de Cristo.

través del sacramento del orden es como se realiza esta presencia sacramental de la totalidad del cuerpoPor medio de la ordenación sacramental, el ministro ordenado –presbítero u obispo, según sea el caso–, recibe la capacidad de conectar misteriosamente a cada comunidad local que celebra los sacramentos, con la totalidad del cuerpo de Cristo, garantizando y actualizando, de tal manera, su catolicidad. Esto también explica porqué, en la tradición genuinamente católica, se reconocerá el carácter plenamente sacramental del orden sagrado y cómo, al perder este sentido del ministerio, para reconocerle simplemente como una función pastoral delegada por la comunidad local, se pierde también el sentido sacramental de la catolicidad.

Este don conferido al obispo y al presbítero, sin embargo, no es  un privilegio personal sino un carisma ministerial en y para la comunidad eclesial; por lo  que ejercido al margen de ésta, pierde su sentido sacramental y su eficacia. “Hay un solo cuerpo  y un solo Espíritu, así como Dios los ha llamado a una sola esperanza. Hay un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo; hay un solo Dios y Padre de todos, que está sobre todos, actúa por medio de todos y está en todos. Pero cada uno de nosotros ha recibido los dones que Cristo le ha querido dar. Así preparó a los del pueblo santo para un trabajo de servicio, para la edificación del cuerpo de Cristo.”(Ef 4, 4-7.12)  Este texto no lo podemos entender reducido únicamente a quienes se reconocen ya como parte activa del cuerpo de Cristo, sino abarca a la totalidad de la creaciónEl cuerpo de Cristo, de una forma misteriosa, incluye a toda la humanidad y, por medio del Espíritu Santo, actúa en todo: he aquí otra de las implicaciones que tiene la afirmación de que la iglesia es católica. Sin embargo, esa catolicidad de la iglesia, establecida por la muerte y resurrección de Cristo y por la efusión del Espíritu Santo, está orientada a expresarse en todo el mundo. Por eso, en la segunda parte del texto mencionado se afirma que el Señor prepara a los miembros de su pueblo santo –con carismas–, para el servicio de edificación del cuerpo de Cristo.  Esto tiene consecuencias prácticas de relevancia en lo que se refiere a nuestras relaciones internas y a nuestra organización eclesial. Una comunidad auténticamente católica, tiene necesariamente que constituirse como “espacio” en el que cada uno de sus miembros es reconocido con sus características e identidad específicas y en el que se abren oportunidades para que cada quien descubra, desarrolle y ejerza los dones específicos que ha recibido del Señor, para la edificación de la comunidad.

Esto exige que nos cuestionemos acerca de muchos prejuicios culturales y religiosos que tienden a marginar –o incluso a excluir– a las minorías, de cualquier tipo que estas sean. Una comunidad genuinamente católica tiene que estar abierta a acoger la participación y la expresión de cada persona y de cada categoría de personas; especialmente los que, por cualquier causa, puedan considerarse más vulnerables a la marginación y a la exclusión. Mujeres, jóvenes, niños, grupos especiales…: a todos se les debe reconocer la posibilidad de involucrarse creativamente en la edificación de la comunidad. Desde una actitud genuinamente católica, la diversidad y el pluralismo no solo no son fuente de desorden ni de división sino sirven para que se exprese y consolide la auténtica unidad. Finalmente la actitud de genuina catolicidad implica asumir la conciencia de que se es enviado como testigo del Reino a toda persona y realidad.  Yendo sin concepciones preconcebidas y sin la pretensión de tener la verdad y de llevarla a quienes aún no la han encontrado, la actitud genuinamente católica es la que es capaz de reconocer que el “Dios y Padre de todos, está sobre todos, actúa por medio de todos y está en todos”, por lo que  la misión consiste, ante todo, en reconocer y venerar con fascinación y humildad esa presencia de Dios en cada persona y realidad. Es desde esa actitud de aprecio y respeto, como se anima a que, quienes aún no han descubierto que ya tienen la presencia viva de Dios, se abran a la fe y al testimonio del Espíritu de Cristo en sus vidas. Es en esta actitud de catolicidad, la que se expresa en la bienaventuranza: “Dichosos los de corazón limpio, porque verán a Dios.” ( Mt 5,8).  

LA APOSTOLICIDAD COMO CONTINUIDAD CON LA VIDA Y TESTIMONIO DE LOS APÓSTOLES.

Todos los creyentes “eran fieles en conservar la enseñanza de los apóstoles.”( Hech 2,42 )

la enseñanza consistía fundamentalmente en la oración y el testimonio: “Nosotros seguiremos orando y proclamando el mensaje de Dios.” (Hech 6,4) Contrariamente a lo que con frecuencia se ha tendido a pensar, la apostolicidad de la iglesia no puede ser reducida a la supuesta correspondencia doctrinal y a la pretendida continuidad histórico-ritual con los apóstoles.

Sin ignorar estos elementos, la apostolicidad consiste ante todo, en la continuidad con el estilo de vida de los apóstoles, que se describe como “seguir orando” y con el testimonio que dieron, que implica la proclamación del Evangelio de que el Reino ha llegado hasta nosotros. La oración en el contexto que es referida a los apóstoles, no puede ser considerada como una actividad sino como una actitud. No se trata de los “rezos” que más o menos frecuentemente y de forma más o menos prolongada pudieran hacer. Se refiere a la “comunión” constante e ininterrumpida con el Señor resucitado, por medio del Espíritu Santo.  El testimonio es consecuencia de la experiencia de oración. El evangelio no es una doctrina y el Reino de Dios que se proclama no se refiere al anuncio de una utopía. El evangelio consiste en el testimonio de que, por la acción del Espíritu, el Señor resucitado vive realmente en medio de su pueblo, al que pastorea y sostiene en medio de las tormentas cotidianas.

El testimonio de que el Reino de Dios ha llegado se fundamenta en la experiencia compartida de que se ha “recibido el Espíritu que nos hace hijos de Dios; y por este Espíritu nos dirigimos a Dios, diciendo: “¡Abbá! ¡Padre!”; y este mismo Espíritu se une a nuestro espíritu para dar testimonio  de que ya somos hijos de Dios; y puesto que somos sus hijos, también tenemos parte en la herencia que Dios nos ha prometido.”(Rom 8,14-17) Como resultado de la experiencia de la llegada del Reino, se logra reconocer que “ninguno de nosotros vive para sí mismo ni muere para sí mismo. Si vivimos, para el Señor vivimos; y si morimos, para el Señor morimos. De manera que, tanto en la vida como en la muerte, del Señor somos.” (Rm 14,7-8 ) Si el testimonio apostólico tiene la eficacia que se nos presenta en los escritos del Nuevo Testamento es porque no consiste en la predicación de ocurrencias ni sistemas doctrinales sino en la proclamación algo que es real, accesible y experimentable por todos los que llegan a la fe.
                                             
Por eso para nosotros la conciencia de que nuestra iglesia es “apostólica nos debe llevar a asumir una actitud de vida personal y comunitaria y un estilo de ministerio misionero acorde al de los apóstoles. En medio de los avatares de la vida, se trata de mantener una constante actitud contemplativa. Como el árbol que entre más alto y vistoso es ante el mundo, más profundamente hunde sus raíces en las entrañas de la tierra; así también la fidelidad a la apostolicidad requiere que, entre mayor sea la responsabilidad que se recibe, más profundamente tengamos que arraigarnos en la comunión con el Señor resucitado y con su cuerpo, por la acción del Espíritu. Y el testimonio apostólico tiene que ser la expresión de la experiencia personal y eclesial de la realidad del Evangelio y de la presencia eficaz del Reino entre nosotros. Presupuesta la continuidad vivencial y testimonial con las enseñanzas de los apóstoles, no podemos tampoco olvidar la importancia de asumir, dinámica e integralmente, los elementos que la tradición ha considerado como identificadores comunes de la permanencia en la apostolicidad: el asumir íntegramente los Símbolos Ecuménicos de Fe como expresión común de la fe que profesamos; y el mantener nuestra conexión histórica con los orígenes, a través de cuanto comúnmente es reconocido como Sucesión Apostólica ininterrumpida, a través del ministerio del obispo y de los presbíteros.


MISIÓN ANGLOCATÓLICA LA ANUNCIACIÓN
IGLESIA CATÓLICA EN TRADICIÓN ANGLICANA
Jurisdicción Nacional Autónoma
PALABRA + ESPÍRITU + SACRAMENTO + MISIÓN 

Rvdmo. + Gabriel Orellana.
Obispo Misionero
¡Ay de mí si no predico el Evangelio! 1 Co 9,16b.
.
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jueves, 8 de junio de 2017

DESIGNIO DE SALVACIÓN +SER CRISTIANO Catecismo Básico Anglicano nn.1-18.


MISIÓN ANGLOCATÓLICA LA ANUNCIACIÓN
Iglesia Católica en tradición Anglicana de El Salvador. C. A.
PALABRA + ESPÍRITU + SACRAMENTO + MISIÓN
Jurisdicción Nacional Autónoma

DESIGNIO DE SALVACIÓN 

Oración de Arrepentimiento y Fe 

“Señor Jesucristo, confieso mis faltas, defectos, pecados, y actos de rebeldía, y te pido que me perdones. Te tomo, Señor Jesús, como mi Salvador y Señor. Gracias por tu muerte propiciatoria en la cruz en obediencia a la voluntad de tu Padre para saldar mis pecados. Te entrono, Señor Jesús, para que estés a cargo de cada parte de mi vida, y te pido que tu Santo Espíritu more en mí y me llene de poder, para que yo pueda vivir como tu fiel seguidor de ahora en adelante. Amén.”  

SER CRISTIANO Catecismo Básico Anglicano nn.1-18.

1. ¿Qué es el Evangelio?
El Evangelio es la buena nueva del amor y la salvación de Dios hacia la humanidad perdida a través del ministerio por palabra y hecho de su Hijo, Jesucristo. (1 Corintios. 15:1-4; Romanos 5:15; Juan 1:12; 1 Juan 5:11-12)

2.¿Qué es la condición humana?
La condición humana universal es que, aunque fuimos hechos para tener comunión con nuestro Creador, quedamos separados de él por nuestra rebelión egocéntrica contra él, lo que lleva a culpa, vergüenza, y temor a la muerte y al juicio. Este es el estado del pecado. (Génesis 3; Romanos 3:23)

3. ¿Cómo te afecta el pecado?
El pecado me aliena de Dios, de mi prójimo, de la creación de Dios y de mí mismo.  Me siento culpable, perdido, desvalido, desesperanzado, y recorriendo el camino de la muerte. (Isaías 59:2; Romanos 6:23)

4.¿Qué es el camino de la muerte?
El camino de la muerte es una vida vacía del amor de Dios y de su Espíritu Santo que da vida, controlada por cosas que no pueden traerme gozo eterno, pero que sólo llevan a la oscuridad, el sufrimiento y la condena eterna. (Romanos 1:25; Proverbios 14:12; Juan 8:34)

5.¿Puedes arreglar tu relación quebrada con Dios?
No. No tengo poder para salvarme a mí mismo, pues el pecado corrompió mi conciencia y capturó mi voluntad. Sólo Dios me puede salvar. (Efesios 2:1-9; Juan 14:6; Tito 3:3-7)           

6.¿Cuál es el camino de la vida?
El camino de la vida es una vida orientada a amar y responder  a Dios Padre y su Hijo, Jesucristo, en el poder del Espíritu Santo de Dios habita en nosotros, y que lleva a la vida eterna. (Juan 14:23-26; Colosenses 1:9-12; Efesios 5:1-2; Romanos 12:9-21) 

7. ¿Qué quiere darte Dios?
Dios quiere reconciliarme con Él, liberarme del cautiverio al pecado, llenarme con el conocimiento de Él, hacerme ciudadano de su Reino, y prepararme para adorarle, servirle y glorificarlo ahora y por siempre. (1 Juan 5:11-12; 1 Corintios 5:19; Efesios 2:19; 3:19; Colosenses 1:9) 

8.¿Cómo te salva Dios? 
Dios me salva por gracia, que es el amor inmerecido que Él me da en y a través de Jesús. “Porque tanto amó Dios al mundo, que dio a su Hijo unigénito, para que todo el que cree en Él tenga vida eterna.” (Juan 3:16) 

9. ¿Quién es Jesucristo?
Jesús es mi Salvador, totalmente Dios y totalmente hombre. Cargó con mis pecados, murió en mi lugar en la cruz, y luego resucitó de entre los muertos para reinar como el rey ungido sobre mí y toda la creación. (Colosenses 1:15-26)

10.  ¿Hay algún otro camino a la salvación?
No. El Apóstol Pedro dijo de Jesús, “En ningún otro hay salvación” (Hechos 4:12). Jesús es el único que puede salvarme y reconciliarme con Dios. (1 Timoteo 2:5) 

11.   ¿Cómo deberías responder al Evangelio de Jesucristo?
Debería arrepentirme de mis pecados y poner mi fe en Jesucristo como mi Salvador y mi Señor. (Romanos 10:9-10; Hechos 16:31) 

12. ¿Qué implica para ti el arrepentimiento?
El arrepentimiento implica que experimento un cambio en el corazón, dejando de servirme a mí de manera pecaminosa y comenzando a servir a Dios al seguir a Jesucristo. Necesito la ayuda de Dios para lograr este cambio. (Hechos 2:38; 3:19) 

13. ¿Qué implica para ti tener fe?
Tener fe implica que creo que el Evangelio es verdad; reconozco que Jesús murió por mis pecados y resucitó de entre los muertos para reinar sobre mí; me entrego a él como mi Salvador; y le obedezco como mi Señor. Como dijo el Apóstol Pablo, “Si confiesas con tu boca que Jesús es Señor y crees en tu corazón que Dios lo levantó de entre los muertos, serás salvo” (Romanos 10:9). 

14. ¿Cómo puede arrepentirse una persona y poner su fe en Jesucristo? 
Cualquier persona podrá arrepentirse y poner su fe en Jesucristo en cualquier momento. Una manera de hacer esto es diciendo con corazón sincero una oración similar a la Oración de Arrepentimiento y Fe que aparece más arriba. (Juan 15:16; Hechos 16:31-34; Romanos 10:9; Hebreos 12:12) 

15. ¿Qué deberías hacer después de haberte entregado a Dios en busca de salvación con arrepentimiento y en fe? 
Si aún no he sido bautizado, después de haber recibido la instrucción correspondiente, debo ser bautizado y ser parte de la muerte y resurrección de Jesucristo, para así ser miembro de su Cuerpo, la Iglesia. (Mateo 28:19-20; 1 Corintios 12:13) 

16. ¿Qué otorga Dios al salvarte?
Dios me otorga la reconciliación con él (2 Corintios 5:17-19), el perdón de los pecados (Colosenses 1:13-14), la adopción a su familia (Gálatas 4:4-7), la ciudadanía en su Reino (Efesios 2:19-21, Filipenses 3:20), la unión con él en Cristo (Romanos 6:3-5), una nueva vida en el Espíritu Santo (Tito 3:4-5), y la promesa de la vida eterna (Juan 3:16; 1 Juan 5:12).  

17. ¿Qué desea Dios lograr en tu vida en Cristo?
Dios desea transformarme a la imagen de Jesucristo mi Señor, por el poder de su Espíritu Santo. (2 Corintios 3:18) 

18. ¿Cómo te transforma Dios?

Él me irá transformando a través del tiempo a través de la adoración y alabanza, la oración y la lectura bíblica, con otros o en forma personal; la fraternidad con el pueblo de Dios; la búsqueda de la santidad de vida; el testimonio a aquellos que no conocen a Cristo; y actos de amor hacia todos. Los primeros cristianos comenzaron con esta práctica al “mantenerse firmes en la enseñanza de los apóstoles y la comunión, en el partimiento del pan y en la oración.” (Hechos 2:42; Hebreos 10:23-25)