Anglocatólico

COMUNIDAD ECUMÉNICA MISIONERA LA ANUNCIACIÓN. CEMLA
Palabra + Espíritu + Sacramento + Misión
Evangelizar + Discipular + Enviar


“Hay un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre de todos, que está sobre todos, actúa por todos y está en todos.” Ef 4,5s.

Creo en la Iglesia, que es una, santa, católica y apostólica.

+Gabriel Orellana.
Obispo Misionero
¡Ay de mí si no predico el Evangelio! 1 Co 9,16b.

whatsapp +503 7768-5447

lunes, 5 de noviembre de 2012

RITUAL ROMANO DE EXORCISMOS Y OTRAS SÚPLICAS (2005)

PROEMIO E INTRODUCCIÓN GENERAL (PRAENOTANDA)

INTRODUCCIÓN

A lo largo de la historia de la salvación, se hacen presentes las criaturas angélicas, ya sea prestando un servicio como mensajeros divinos, ya ayudando de manera misteriosa en la Iglesia; también aparecen criaturas espirituales caídas, llamadas diabólicas, que, opuestas a Dios y a su voluntad salvífica consumada en Jesucristo, se esfuerzan por asociar al hombre en su propia rebelión contra Dios.1

En las Sagradas Escrituras, el Diablo y los demonios son llamados con varias apelaciones, entre las cuales, algunas muestran del algún modo, su naturaleza y origen .2  El Diablo, llamado Satanás, “serpiente antigua” y “dragón”, seduce él mismo a todo el orbe y lucha contra quienes guardan los mandatos de Dios y también contra quienes dan testimonio de Jesús (cf. Apoc. 12, 9.17). Se lo designa “adversario de los hombres” (cf. 1 Ped. 5, 8) y “homicida desde el comienzo” (cf. Jn. 8, 44), cuando por el pecado hace al hombre sujeto a la muerte. Dado que, por sus insidias provoca al hombre para la desobediencia a Dios, a este malvado se lo llama también “tentador” (cf. Mt. 4, 3 y 26, 36-44), “mentiroso” y “padre de la mentira” (cf . Jn. 8, 44): él obra con astucia y falsedad, como lo atestiguan el relato de la seducción de los primeros padres (cf. Gen. 3,4.13), el intento de desviar a Jesús de la misión aceptada del Padre (cf. Mt. 4, 1-11; Mc. 1, 13; Lc. 4, 1-13) y su transfiguración en ángel de luz (cf. 2 Cor. 11, 14). Se lo llama, también, “príncipe de este mundo” (cf. Jn. 12, 31 y 14, 30) en referencia a aquel ámbito que en su totalidad fue puesto en el Maligno (cf. 1 Jn. 5, 19) y no conoció la verdadera luz (cf. Jn. 1, 9-10), como también a aquellos que odian la Luz, que es Cristo, y arrastran a los hombres a las tinieblas. Puede considerarse que a los demonios que, con el diablo, no acataron el principado de Dios (cf. Jud. 6), se hicieron réprobos (cf. 2 Ped. 2, 4), constituyen los espíritus del mal (cf. Ef. 6, 12) y se los llama “ángeles de Satanás” (Cf. Mt. 25, 41; 2 Cor. 12, 7; Apoc. 12, 7.9), les fue confiada cierta misión por su
príncipe mayor. 3

Las obras de todos los espíritus inmundos, seductores (cf. Mt. 10, 1; Mc. 5, 8; Lc. 6, 18; 11, 26; Hech. 8, 7; 1 Tim 4, 1; Apoc. 18, 2) fue disuelta por la obra de Cristo (cf. 1 Jn. 3, 8). Aunque “a la historia universal le invade la ardua lucha contra los poderes de las tinieblas” y “hasta el último día… persistirá”,4  Cristo, por su misterio pascual de muerte y resurrección, nos “libró de la esclavitud del diablo y del pecado”5 derribando su poder y librando todas las cosas de su influencia maligna. Con todo, dado que la dañosa y contraria acción del Diablo y de los demonios afecta a las personas, cosas y lugares y aparece de diversas maneras, la Iglesia, conocedora de que “estos tiempos son malos” (Ef. 5, 16), oró y ora para que los hombres sean librados de las insidias diabólicas.

PRENOTANDOS

I  LA VICTORIA DE CRISTO Y LA POTESTAD DE LA IGLESIA CONTRA LOS DEMONIOS

1. La Iglesia cree firmemente que uno solo es el verdadero Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, único principio de todos los seres: creador de todo lo visible e invisible.6  Más aún, todas las cosas que Dios creó (cf. Col. 1, 16), las conserva y gobierna con su Providencia7  y nada hizo que no fuera bueno8; también “el diablo (…) y los otros demonios fueron creados por Dios ciertamente buenos por naturaleza, pero ellos se hicieron malos por sí mismos”9  de donde puede pensarse que también ellos serían buenos si, de acuerdo a cómo habían sido creados, así hubiesen permanecido. Debido al mal uso que hicieron de su natural excelencia y por permanecer en la verdad (cf. Jn. 8, 44), sin transformarse en sustancialmente distintos, fueron separados del sumo Bien, a quien debieron adherirse.10

2. En realidad, el hombre ha sido creado a imagen de Dios “en la justicia y en la verdadera santidad” (Ef. 4, 24) y su dignidad requiere que obre según su conciencia y elección.11  Ahora bien, persuadido por el Maligno, el hombre abusó del don de su libertad y por esa desobediencia fue puesto bajo la potestad del diablo y de la muerte, convertido en siervo del pecado (cf. Gen. 3; Rom. 5,12).12  Por esa razón, “en la universal historia de los hombres persiste la ardua lucha contra el poder de las tinieblas que, comenzado en el origen del mundo, persistirá hasta el último día, según lo dicho por el Señor (cf. Mt. 24, 13; 13, 24-30.36-43)”.13

3. El Padre omnipotente y misericordioso envió al Hijo de su amor al mundo para que librase a los hombres de la potestad de las tinieblas y lo trasladase a su reino (cf. Gal. 4, 5; Col. 1, 13). Por lo tanto, Jesucristo, “primogénito de toda la creación” (Col. 1, 15), a fin de renovar al hombre viejo, vistió la carne del pecado, “para reducir a la impotencia, mediante su muerte, a aquel que tenía el dominio de la muerte, es decir, al demonio” (Heb. 2, 14) y, por el don del Espíritu Santo, transformase la naturaleza humana herida en una nueva criatura por medio de su Pasión, Muerte y Resurrección.14

4. En los días de su vida terrena, el Señor Jesús, vencedor de la tentación en el desierto (cf. Mt. 4, 1-11; Mc. 1, 13; Lc. 4, 1-13), expulsó por propia autoridad a Satanás y a otros demonios, imponiéndoles su divina voluntad (cf. Mt. 12, 27-29; Lc. 11, 19-20). Haciendo el bien y sanando a todo los oprimidos por el diablo (cf. Hech. 10. 38), manifestó la obra de su salvación, para librar a los hombres del pecado así como del primer autor del pecado, Satanás, que es homicida desde el comienzo y el padre de la mentira (cf. Jn. 8, 44).15

5. Al llegar la hora de las tinieblas, el Señor “obediente hasta la muerte” (Filip. 2,8), repelió el último ataque de Satanás (cf. Lc. 4, 13; 22, 53) por el poder de la Cruz16  y triunfó así sobre la soberbia del antiguo enemigo. Esta victoria de Cristo fue manifestada en su gloriosa resurrección, cuando Dios lo levantó de entre los muertos y lo colocó a su derecha en los cielos sometiendo todas las cosas bajo sus pies (cf. Ef. 1, 21-22).

6. En el ejercicio de su ministerio, Cristo entregó a sus Apóstoles y a otros discípulos el poder para expulsar los espíritus inmundos (cf. Mt. 10, 1.8; Mc. 3,14-15; 6, 7.13; Lc. 9, 1; 10, 17.18-20). A ellos mismos, el Señor prometió el Espíritu Santo Paráclito, procedente del Padre por el Hijo, el cual argüiría al mundo acerca del juicio, porque el príncipe de este mundo ya fue juzgado (cf. Jn. 16, 7-11). El Evangelio atestigua que entre los signos que caracterizarían a los creyentes, se encuentra la expulsión de los demonios (cf. Mc. 16, 17).

7. Por tanto, la Iglesia ejerció la potestad, recibida de Cristo, de expulsar a los demonios y repeler su influjo ya desde la época apostólica (cf. Hech. 5, 16; 8, 7; 16, 18; 19, 12) por lo cual, en el nombre de Jesús, ora continua y confiadamente, para ser ella misma librada del Maligno (cf. Mt. 6, 13).17  También en el mismo nombre, por virtud del Espíritu Santo, manda de diversos modos a los demonios que no impidan la tarea de la evangelización (cf. 1 Tes. 2, 18), y que restituya “al más fuerte” (cf. Lc. 11, 21-22) el dominio tanto del universo entero como de cada hombre. “Cuando la Iglesia pide públicamente y con autoridad, en nombre de Jesucristo, que una persona o un objeto sea protegido contra las asechanzas del Maligno y sustraída de su dominio, se habla de exorcismo.18


II  LOS EXORCISMOS EN EL MINISTERIO SANTIFICADOR DE LA IGLESIA

8. La antigua tradición de la Iglesia, guardada sin interrupción, atestigua que en el camino de la iniciación cristiana se anuncia con claridad y, de hecho comienza, la lucha espiritual contra la potestad del diablo (cf. Ef. 6, 12). Los exorcismos que han de ser hechos de forma simple en el tiempo del catecumenado sobre los elegidos, se llaman exorcismos menores19; son las preces de la Iglesia para que aquellos elegidos, instruidos con el misterio liberador de Cristo, se libren de las secuelas del pecado y de la influencia del diablo, se fortalezcan en su camino espiritual y abran los corazones a los dones que el Salvador les ofrece.20

Finalmente, en la celebración del bautismo, los elegidos renuncian a Satanás y a sus fuerzas y poderes, y le oponen su propia fe en Dios uno y trino. También en el bautismo de niños, se eleva la plegaria del exorcismo sobre los párvulos, “que habrán de experimentar las seducciones de este mundo y lucharán contra las insidias del demonio” para ser fortalecidos por la presencia de Cristo “en el camino de la vida”.21  Por el lavado de la regeneración bautismal, el hombre participa sobre la victoria de Cristo sobre el diablo y el pecado, cuando pasa “del estado de hijo del primer Adán al estado de gracia y “de adopción de los hijos” de Dios por obra del segundo Adán, Jesucristo,”22  y es liberado de la esclavitud del pecado, con la libertad con la que Cristo nos liberó (cf. Gal. 5, 1).

9. Los fieles, si bien han renacido en Cristo, experimentan sin embargo las tentaciones que hay en el mundo y, por lo tanto, deben vigilar en oración y sobriedad de vida, porque su enemigo “el demonio, ronda como un león rugiente, buscando a quién devorar” (1 Ped. 5, 8). A él le deben resistir firmes en la fe “fortalecidos en el Señor con la fuerza de su poder” (Ef. 6, 10) y, sostenidos por la Iglesia que ruega para que sus hijos estén protegidos de toda perturbación,23  tomar fuerzas por la gracia de los sacramentos, en especial, mediante la asidua celebración de la penitencia, para llegar así a la plena libertad de los hijos de Dios (Cf. Rom. 8, 21)24.

10. Con todo, el misterio de la divina piedad resulta para nosotros bastante difícil de comprender25  cuando, permitiéndolo Dios, algunas veces ocurren casos de peculiares asechanzas o posesiones de parte del demonio sobre algún miembro del pueblo de Dios, iluminado por Cristo y llamado a caminar como hijo de la luz hacia la vida eterna. Aun cuando el diablo no pueda traspasar los límites puestos por Dios, es entonces que se manifiesta claramente el misterio de la iniquidad que obra en el mundo (Cf. 2 Tes. 2, 7; Ef. 6, 12). Esta forma de potestad del diablo sobre el hombre difiere de aquella otra que llamamos pecado y que deriva del pecado original.26   Sucediendo estas cosas, la Iglesia implora a Cristo, Señor y Salvador, y confiando en su virtud, otorga muchas ayudas al fiel atormentado o poseído para que sea liberado de estos males.

11. Entre estas ayudas, hay una de carácter más solemne, el exorcismo mayor,27  que es una celebración litúrgica. El exorcismo, que “procura expulsar los demonios o librar del influjo demoníaco y constante con la autoridad espiritual que Cristo confió a su Iglesia”28  es una petición del género de los sacramentales, por lo tanto, es un signo sagrado con el cual “los efectos, especialmente espirituales, se significan y se obtienen por la impetración de la Iglesia”.29

12. En los exorcismos mayores, la Iglesia unida al Espíritu Santo, suplica para que Él mismo ayude nuestra debilidad (Cf. Rom. 8, 26) a fin de rechazar a los demonios para que no dañen a los fieles. Confiada en aquél soplo divino con el cual el Hijo de Dios donó el Espíritu Santo después de su resurrección, la Iglesia obra en los exorcismos no en nombre propio sino únicamente en el nombre de Dios o de Cristo el Señor a quien deben obedecer todas las cosas, incluidos el diablo y los demonios.

III  EL MINISTRO Y LAS CONDICIONES PARA EFECTUAR EL EXORCISMO MAYOR

13. El ministerio de exorcizar a los poseídos se concede por especial y expresa licencia del Ordinario, que regularmente será el mismo obispo diocesano.30  Dicha licencia debe concederse únicamente a un sacerdote dotado de piedad, ciencia, prudencia e integridad de vida.31 Además debe estar preparado específicamente para este oficio. Se exhorta al sacerdote, a quien se le encomiende el oficio de exorcista de manera estable o por un caso aislado, ejercitar esta delicada y caritativa tarea con humildad y confianza, bajo la dirección del obispo diocesano. En este Ritual cuando se indica “exorcista”, siempre debe entenderse como el “sacerdote exorcista” que aquí se ha mencionado.

14. El exorcista, en caso de alguna, así llamada, intervención diabólica, debe observar la máxima circunspección y prudencia, imprescindible en estos casos.
En primer lugar no debe creer fácilmente que alguien que padece alguna enfermedad, especialmente psicológica, esté poseído por el demonio.32  Del mismo modo, no debe creer que hay posesión por la sola afirmación de alguien que expresa estar especialmente tentado, desolado o atormentado por el diablo, pues la persona podría estar engañada por la propia imaginación. Por el contrario, es necesario advertir también, para no equivocarse, que el diablo usa artes y fraudes para engañar al hombre, para persuadir al endemoniado que no es necesario someterse a exorcismo alguno, que su padecimiento es natural y debe someterse simplemente a la ciencia médica. Por lo tanto, siempre debe indagarse y quien es tenido como endemoniado debe ser especialmente tenido en cuenta para verificar si está realmente atormentado por el diablo.

15. También deben distinguirse los ataques diabólicos de los casos de credulidad mediante la cual algunos fieles juzgan que son objeto de maleficios, de mala suerte o maldiciones, ya sea ocasionados por otras personas contra ellos mismos o bien allegados contra sus bienes. En estos casos, no debe acudirse de modo alguno al exorcismo, si bien no debe negarse la ayuda espiritual necesaria, sobre todo con oraciones aptas, de tal manera que encuentren la paz de Dios. Tampoco ha de rehusarse la ayuda espiritual a los creyentes que quieren guardar fidelidad al Señor Jesús y al Evangelio y en quienes el Maligno sin entrar (cf. 1 Jn. 5, 18) tienta fuertemente. En estos casos, pueden ser empleadas las preces y las súplicas adecuadas por un presbítero que no es exorcista e incluso por un diácono.

16. El exorcista, por lo tanto, debe proceder a celebrar el exorcismo sólo cuando tenga seguridad de la verdadera posesión demoníaca33  y, si fuera posible, con el consentimiento del mismo sujeto. Según una probada praxis se juzgan como signos de la posesión demoníaca hablar con muchas palabras en una lengua desconocida o entender al que la habla, movilizar cosas distantes u ocultas, manifestar fuerzas por encima de la naturaleza de la edad o condición del sujeto poseso. Estos signos pueden ser un indicio pero podrían no ser atribuidos necesariamente a la posesión diabólica en cuyo caso debe prestarse atención a otros posibles signos de índole espiritual o moral que pudieren manifestar, de algún modo, la intervención diabólica, como por ejemplo la aversión vehemente a Dios, al Santísimo Nombre de Jesús, a la Bienaventurada Virgen María y a los santos, a la Iglesia, a la Palabra de Dios, a los objetos sagrados, a los ritos, especialmente sacramentales y a las imágenes sagradas. Conviene, finalmente, examinar la relación que existe de todos los signos indicados con la fe y la vida espiritual teniendo en cuenta que el Maligno es enemigo de Dios y de todo aquello que los fieles tienen para experimentar la acción salvífica de Dios en ellos.

17. Corresponde al exorcista juzgar con respecto a la necesidad de apelar al rito del exorcismo, después de realizar una diligente investigación, guardando siempre el secreto de confesión, y consultados, en cuanto sea posible, los expertos de vida espiritual; también, si fuere necesario podrá consultar a expertos en la ciencia médica y psiquiátrica que tengan sentido de las cosas espirituales.

18. En los casos que afecten a personas no católicas y en todo lo que parezca más difícil de discernir, llévese el asunto al obispo diocesano, quien por razones prudenciales podrá reclamar el parecer de algunos expertos antes de tomar la decisión acerca del exorcismo.

19. El exorcismo se realiza de tal manera que manifieste la fe de la Iglesia y que por nadie pueda ser considerado como una acción mágica o supersticiosa. Debe cuidarse que el rito no se convierta en un espectáculo para los presentes. De ningún modo se dé espacio a los medios de comunicación social mientras se realiza el exorcismo; tampoco corresponde divulgar la noticia del exorcismo antes o después de realizado, pues debe guardarse la debida discreción.


IV  EL RITO QUE DEBE EMPLEARSE

20. En el rito que se propone, fuera de las fórmulas mismas del exorcismo, préstese una atención especial a aquellos gestos y aspectos rituales que tienen el primer lugar y sentido, por ejemplo aquellos que forman parte de la purificación en el camino catecumenal (el signo de la cruz, la imposición de las manos, el soplo, la aspersión con el agua bendita, etc.).

21. El rito comienza con la aspersión del agua bendita, con la cual se recuerda la purificación bautismal y el atormentado se defiende de las insidias del enemigo.
El agua puede bendecirse fuera del rito o dentro del rito antes de la aspersión y, si es oportuno, junto con una mezcla de sal.

22. Sigue la oración letánica con la cual se implora la intercesión de todos los santos sobre el atormentado.

23. Después de las preces letánicas el exorcista puede recitar uno o varios salmos que imploran la protección del Altísimo y proclaman la victoria de Cristo sobre el Maligno. Los salmos pueden decirse de modo corrido o responsorial.
Terminado cada salmo, el exorcista puede añadir una oración sálmica.

24. Luego se proclama el Evangelio, como signo de la presencia de Cristo quien, por su propia Palabra en la proclamación de la Iglesia cura las enfermedades de los hombres.

25. A continuación el exorcista impone las manos sobre el atormentado, con lo cual se invoca el poder del Espíritu Santo, para que el diablo salga de aquel que por el bautismo fue hecho templo de Dios. Al mismo tiempo puede soplar sobre el rostro del atormentado.

26. Se recita, entonces, el símbolo de la fe, o bien, se renueva la promesa de fe bautismal con la abjuración previa a Satanás. Sigue la oración dominical, con la cual se implora al Dios y Padre nuestro que nos libre de todo mal.

27. Terminados los ritos precedentes, el exorcista muestra al atormentado el crucifijo que es fuente de toda bendición y gracia, y se hace la señal de la cruz sobre él señalando así la potestad de Cristo sobre el diablo.

28. Finalmente dice la fórmula deprecativa, con la cual se ruega a Dios, así como la fórmula imperativa, con la que el diablo, en nombre de Cristo, es conjurado directamente para que salga del atormentado. No debe utilizarse la fórmula imperativa si no precedió la fórmula deprecativa, en cambio ésta puede emplearse sin aquélla.

29. Todos los pasos del rito indicados pueden repetirse cuantas veces sean necesarias tanto en la misma celebración (atendiendo a lo que se indica en el n.34) como en otro momento, hasta que el atormentado sea liberado totalmente.

30. El rito concluye con el canto de acción de gracias, con la oración y la bendición.

V   OBSERVACIONES Y ADAPTACIONES

31. Conviene recordar que la raza de los demonios no puede ser expulsada sin ayuno y oración, por lo cual se recomienda, siguiendo el ejemplo de los Santos Padres, emplear estos dos remedios para pedir la ayuda divina, tanto por el mismo exorcista como por otros en cuanto sea posible.

32. Si fuera posible, el fiel atormentado debe rogar a Dios, ejercitar la mortificación, renovar frecuentemente la fe recibida en el bautismo, acudir al sacramento de la Reconciliación frecuentemente y fortalecerse con la sagrada Eucaristía, todo esto sobre todo, antes del exorcismo. Del mismo modo pueden ayudar con la oración, los familiares, amigos, el confesor o director espiritual, sobre todo si al sujeto le facilita rezar con la ayuda y la presencia de otros fieles.

33. Si es posible, realícese el exorcismo en un oratorio o en otro lugar oportuno, apartado de la multitud, en donde esté destacada la imagen del crucifijo.
También debe tenerse en el lugar una imagen de la Bienaventurada Virgen María.

34. Teniendo en cuenta las características del atormentado, el exorcista puede usar de las varias opciones que le ofrece el rito, siempre siguiendo la estructura básica y optando por las fórmulas y oraciones que mejor se acomoden a las condiciones de la persona.
            a. En primer lugar debe tenerse en cuenta el estado físico y psicofísico de la persona como también atender las variaciones posibles dentro del día y aun dentro de una misma hora.
            b. Cuando no hay presencia ni siquiera de unos pocos fieles –que por prudencia y sabiduría podrían requerirse-, el exorcista debe recordar que la Iglesia está presente en él mismo y en el fiel atormentado y esto recuérdeselo a éste.
            c. Procúrese siempre que el fiel atormentado, mientras es exorcizado, se concentre lo mejor posible y se convierta a Dios, reclamándole con profunda humildad y con fe firme la liberación. Exhórteselo a tolerar con paciencia su situación sin desconfiar en el auxilio de Dios y en el ministerio de la Iglesia.

35. Si para la celebración del exorcismo parece oportuno que deba admitirse un grupo elegido de personas, debe indicarse a éstas que rueguen con empeño por el hermano atormentado ya sea de manera privada ya uniéndose en el rito, pero absteniéndose siempre de emitir cualquier fórmula de exorcismo tanto deprecativas como imperativas dado que éstas quedan reservadas al exorcista y solamente él puede pronunciarlas.

36. Es muy conveniente que el fiel librado del tormento exprese su acción de gracias a Dios por la paz recibida, haciéndolo solo o unido a sus familiares. Además debe inducirse al fiel recuperado para que persevere en la oración, con ayuda de la Sagrada Escritura y que frecuente la celebración de la Reconciliación y la Eucaristía; invíteselo también a llevar una vida cristiana caracterizada por las obras de caridad y de amor fraterno hacia todos.


VI  ADAPTACIONES QUE COMPETEN A LAS CONFERENCIAS EPISCOPALES

37. Pertenece a las Conferencias Episcopales:
            a. Preparar las versiones de los textos, observando su integridad y cuidando su fidelidad.
            b. Si se juzga oportuno, adaptar signos y gestos del mismo rito atendiendo a la cultura y al genio del pueblo, sometiendo las variaciones al consentimiento de la Santa Sede.

38. Además de la versión propia de los Prenotandos, que debe ser íntegra, si parece oportuno, las Conferencias Episcopales pueden añadir un “Directorio pastoral para el uso del exorcismo mayor”, con el cual los exorcistas puedan entender más profundamente la doctrina de los prenotandos, comprendan más plenamente la significación de los ritos y, con indicaciones de autores probados, conozcan el mejor modo de obrar, de hablar, de interrogar y de juzgar. Estos directorios, que pueden componerse con la colaboración de sacerdotes versados en ciencia y madura experiencia por un largo ejercicio del ministerio del exorcismo, deben ser reconocidos por la Sede Apostólica, según la norma del derecho.



1 Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 332, 391, 414, 2851.
2 Cf. Ibidem, nn. 391-395, 397.
3 Cf. Ibidem, n. 394
4 Cf. Conc. Vat. II, Const. Past. “Gaudium et spes”, n. 37.
5 Cf. Ibidem, n. 22.
6 Cf. Conc. Lateran. IV, Cap. I “De fide catholica”, DS 800; Cf. Pablo VI, “Profesión de fe”, AAS 60 (1968) 436.
7 Cf. Conc. Vat. I, Const. Dogm. “Dei Filius de fide catholica”, cap. I. “De rerum omnium creatore”, DS 3003.
8 Cf. S. León Magno, Epístola “Quam laudabiliter ad Turribium”, c. 6, “De natura diaboli”, DS 286.
9 Conc. Lateran. IV, Cap. I “De FIDE católica”, DS 800.
10 Cf. S. León Magno, Epístola “Quam laudabiliter ad Turribium”, c. 6, “De natura diaboli”, DS 286.
11 Cf. Conc. Vat. II, Const. “Gaudium et Spes”, n. 17.
12 Cf. Conc. Trid., sesión V, Decretum de peccato originali, nn. 1-2, DS 1511-1512.
13 Conc. Vat. II, Const. “Gaudium et Spes”, n. 37 ; cf. ibidem, n. 13 ; 1 Jn 5, 19 ; Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 401, 407, 409, 1717.
14 Cf. 2 Cor 5, 17.
15 Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 517, 549-550.
16 Cf. Misal Romano, Prefacio I de Pasión.
17 Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 2850-2854.
18 Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1673
19 Cf. Ritual Romano, Iniciación cristiana de adultos, n. 101; Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, n.1673.
20 Cf. Ibidem n. 156
21 Cf. Ritual Romano, Bautismo de niños, nn. 49, 86, 115, 221.
22 Conc. Trid., sesión VI, Decretum de iustificatione, Cap. IV, DS 1524.
23 Cf. Misal Romano, Embolismo que prolonga la Oración del Señor.
24 Cf. Gal. 5, 1; Ritual Romano de la Reconciliación, n.7.
25 Cf. Juan Pablo II, Exhortación apostólica “Reconciliatio et paenitentiae”, nn. 14-22; AAS 77 (1985) 206-207, y carta encíclica “Dominum et vivificantem”, n. 18; AAS 78 (1986) 826.
26 Cf. Conc. Trid. Sesión V, Decretum de peccato originali, cann. 4 y 5; DS 1514-1515.
27 Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1673.
28 Cf. Ibidem
29 Conc. Vat. II, Const. “Sacrosanctum Concilium”, n. 60.
30 Cf. C.I.C., can. 1172 § 1.
31 Cf. Ibidem § 2.
32 Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1673.
33 Cf. Benedicto XIV, Ep. “Sollicitudini”, 1 oct. 1745, n. 43; cf. C.I.C. 1917, can. 1152 §2.
 

domingo, 4 de noviembre de 2012

"DESCENDIÓ A LOS INFIERNOS" El médico debe estar junto a los enfermos


Dolores ALEIXANDRE
Religiosa de Sagrado Corazón
Profesora de Sagrada Escritura
en la Universidad Comillas
Madrid 

Si en un referendum imaginario se propusiera a los cristianos responder a esta pregunta:  «¿Estaría usted a favor de la supresión de la fórmula del Credo: 'descendió a los infiernos'?», posiblemente en la Iglesia oriental se asombrarían de que se pusiera en cuestión un artículo de fe tan central en su fe y en su liturgia. En cambio, tengo la impresión de que bastantes católicos votarían a favor de su supresión, y los más ilustrados darían como motivos: «es un lenguaje mítico», «evoca aspectos superados», «no aporta nada a nuestra vida concreta»...

La verdad es que la primera objeción acierta: estamos ante un lenguaje mítico, pero porque resulta imposible hablar de cualquier aspecto de la fe sin acudir al lenguaje analógico: «La mediación de los símbolos penetra y empapa todo el suelo de la teología (...) La teología se pone en marcha por experiencias simbólicas y no por análisis puramente racionales de datos neutros (...) Es absolutamente imposible para la teología cristiana trabajar sin conceptos analógicos: Dios, salvación, autoridad, vida eterna, resurrección, perdición... Irremediablemente, siempre nos encontramos con la necesidad de plantear analogías para exponer o interpretar lo cristiano» 1.

1. En el principio existía el mito

Uno de los primeros testimonios literarios que conserva la humanidad (2500 a 2000 a.C.) es un himno sumerio, «Descenso de Inana al infierno» en el que una divinidad femenina desciende al mundo inferior, lucha y vence al poder antidivino, que al final la deja en libertad a cambio de que ella envíe otra presa. En otro poema acádico es «Istar», la que desciende al infierno diciendo: «Quiero resucitar al que está muerto..., para que la vida supere a la muerte».

Este mito de dioses o héroes que descendían a los infiernos para liberar a los muertos impregnó muchos mitos griegos, tuvo influencia en las regiones siro-palestina y antioquena y era conocido en los medios de los que surgieron el Nuevo Testamento y los apócrifos. 
Los nombres dados al «infierno» varían: los LXX traducen el sheol del AT por hades; en otros textos aparecen el tártaro, la gehenna, el abismo...
2. El lenguaje del Antiguo Testamento

Para acercarse al
sheol del AT hay que dejar atrás el imaginario que puebla nuestra mente a propósito del infierno: el sheol es el lugar de abajo, en contraposición a los cielos, que son la morada del Altísimo. Cuando alguien muere, el «alma» que, hace viva a la persona, vaga como una sombra en el espacio subterráneo del sheol, en el que «no hay ni obra, ni pensamiento, ni saber, ni sabiduría» (Qo 9,10). Es el lugar del silencio, del olvido y de la perdición, lugar de tinieblas sin sufrimiento y sin alegría. No hay retribución fuera de esta vida. Descender a los infiernos es hacer la experiencia de la muerte, de la inexistencia y de la nada; es el corte de todas las relaciones con los otros y con Dios en un lugar de ausencia donde no se puede continuar el diálogo con Dios ni la alabanza. Es estar sujeto a las garras del sheol, un monstruo insaciable que acecha constantemente a sus presas. El movimiento de descenso aparece con frecuencia en el AT para expresar la asombrosa proximidad de YHWH, que, por su misericordia, establece vínculos con los humanos.

Más tarde aparece la idea de que YHWH puede arrancar a sus fieles fuera del dominio del sheol, y se sugiere la existencia de una victoria de YHWH, que irá más allá de sus fronteras: «Tú sacaste mi vida del sheol, me llamaste a la vida de entre los caídos en la fosa» (Sal 30,4).
El creyente se ha sentido alcanzado por las fuerzas de la muerte, que se ha introducido en su vida aproximándole a la esfera del sheol; pero la intervención de YHWH lo ha liberado de todo aquello que amenazaba su existencia.
En la teología más cercana al NT, la Sabiduría ejerce su derecho de propiedad sobre el universo entero:
«Yo salí de la boca del Altísimo... y paseé por la hondura del abismo...» (Eclo 24,3-6).

En la antigüedad, la expresión «recorrer un ámbito determinado» pertenecía al lenguaje simbólico del derecho y designaba la ratificación expresa o meramente declarativa de un acto jurídico: «Recorre el país a lo ancho y a lo largo, pues te lo voy a dar» (Gn 13, 17).

El tema del descenso a los infiernos se enraíza de alguna manera en este tipo de representaciones.

3. El sheol se volvió «infierno»

En el judaísmo intertestamentario y en los apocalipsis judíos no canónicos (Henoc, IV Esdras, Apocalipsis de Baruc...), se da un contenido nuevo al tema: los muertos ya no son sombras sin vida real, sino espíritus con existencia personal, capaces de experimentar emociones, sufrimientos, gozo..., y aparecen separados en dos categorías: buenos y malos.
Hay juicio final sin posibilidad de conversión, la resurrección queda reservada para los justos, y el sheol es entonces lugar de castigo. Aparece la gehenna, un compartimento del sheol, lugar de castigo de los pecadores para respetar el principio de la retribución de ultratumba. La visión del sheol se complejiza y se divide en compartimentos especializados: 
1) para las almas de los justos;
2) para los pecadores que no han sufrido en su vida castigo por sus pecados;
3) para los justos martirizados;
4) para los pecadores ya castigados en vida.

El lenguaje del Nuevo Testamento retomará ideas judías reinterpretadas desde la presencia salvífica de Jesucristo, juez de vivos y muertos: la resurrección está condicionada por la de Jesús, primero de los muertos (1 Cor 15,20-23), y es signo de la victoria definitiva de su victoria sobre la muerte (1 Cor 15,26).

En cuanto a la suerte de los espíritus de los difuntos entre la muerte y la resurrección, el pensamiento del NT hace una presentación diversificada y no homogénea: el Hades sigue siendo morada de los difuntos, situado en la profundidad de la tierra (Hch 2,27.31); es un lugar situado en la profundidad de la tierra (Mt 11,23; Lc 16,23), cerrado por puertas (Mt 16,18; Ap 1,8); para Rm 10,7 es morada de demonios. Aparece dividido en lugares diferentes: el Hades de los pecadores (cf. Mt 11,23) y el de Lázaro, que está «en el seno de Abraham» (Lc 16,19-31). Los justos están en el Hades, en el centro de la tierra (Ap 20,13), y algunos textos lo sitúan en el tercer cielo, en ese sector llamado paraíso (cf. Lc 23,43; 2 Cor 12,4; Ap 2,7).

Está claro que no coincide con el infierno ni con el cielo de la teología posterior.

4. «Hemos visto su descenso»

El lenguaje del NT acude a estas representaciones como «vehículo» de expresión de la experiencia pascual: lo que intenta comunicar es la convicción de que la salvación aparecida en Jesús es capaz de alcanzar a todos, incluso a los que murieron antes de su venida:
«Cristo murió una vez por vuestros pecados, el justo por los injustos, para conducirnos a Dios; sufrió muerte en el cuerpo, resucitó por el Espíritu, y así fue también a predicar a los espíritus encarcelados» (I Pe 3,19).

«Hasta a los muertos se ha anunciado la Buena Nueva, para que condenados en carne según los hombres, vivan en espíritu según Dios» (I Pe 4,6).

«Por eso dice: Subió a la altura, llevando cautiva la cautividad y dio dones a los hombres. ¿Qué quiere decir 'subió', sino que también bajó a las regiones inferiores de la tierra? Este que bajó es el mismo que subió por encima de todos los cielos, para llenarlo todo» (Ef 4,8-10).

«Cuando lo vi, caí a sus pies como muerto. Él puso su mano derecha sobre mi diciendo: 'No temas, soy yo, el Primero y el Ultimo, el que vive; estuve muerto, pero ahora estoy vivo por los siglos de los siglos, y tengo las llaves de la Muerte y del Hades» (Ap 1,17).

«A éste [Cristo], Dios le resucitó librándole de las ataduras del Hades, pues no era posible que quedase bajo su dominio» (Hch 2,24).

«La justicia que viene de la fe dice así: 'No digas en tu corazón: ¿quién subirá al cielo?, es decir: para hacer bajar a Cristo, o bien: ¿quién bajará al abismo?, es decir: para hacer subir a Cristo de entre los muertos» (Rom 10,6-7).

Frente al fatalismo de lo irreversible, los textos afirman que la historia del mundo tiene un sentido nuevo, que las puertas del infierno retroceden y la buena noticia del Resucitado alcanza a todos. Los Padres lo entendieron bien: «¿No engloba Dios con su propia e incomprensible profundidad todas las profundidades del mundo infernal El, que es más alto que todos los cielos y más profundo también que el infierno, porque en su trascendencia lo reúne todo?»2. «El Señor llegó a todas las partes de la creación..., a fin de que todos encuentren por todas partes al Logos, hasta el que se halla extraviado en el mundo de los demonios»3.

Los textos patrísticos, desde el siglo II, insisten en la solidaridad compasiva de Cristo: su descenso consumó en los últimos tiempos su encarnación y su muerte, porque la meta de la encarnación es la participación en la suerte de los humanos: sólo lo sufrido queda curado y redimido. Su estancia con los muertos significa que el Hijo debe ver de cerca lo imperfecto, informe y caótico de la creación (Ireneo). No es asombroso que Cristo descienda a los infiernos: el médico debe estar junto a los enfermos (Origenes).

Dios soporta en Cristo, con su hondura inigualable, todos los horrores del inframundo: «Antes de la redención, el fondo del mar era una cárcel y no un camino. Pero Dios convirtió el abismo en camino». El mismo descenso se repite cada vez que el Señor baja al hondón de los corazones desesperados (Gregorio Magno).

Él, por su compasión hacia nosotros, cargó con todo lo que provoca temor y horror: quiere asemejársenos habitando en las sombras de la muerte donde las almas estaban aprisionadas con cadenas insalvables (Andrés de Creta). «Puesto que él desciende al Hades, baja con él y conoce allí el misterio de Cristo»4.

5. La Escritura se hizo himno

Desde el tiempo apostólico, el domingo, día de la Resurrección de Cristo, fue día de asamblea litúrgica, y a lo largo de los primeros siglos genera una serie de himnos en los que aparecen constantes referencias al descenso de Cristo a los infiernos:

«¿Qué ha sucedido? Hoy sobre la tierra hay un gran silencio y soledad, porque el Rey duerme. La tierra ha temblado y se ha calmado, porque Dios se ha dormido en la carne y ha despertado a los que dormían desde los orígenes: Dios ha muerto en la carne, y el lugar de los muertos se ha puesto a temblar. Dios se ha dormido por un poco de tiempo y ha despertado del sueño a los que moraban en los infiernos. Va a buscar a Adán, nuestro primer padre, la oveja perdida. (...) Adán respondió como si no lo conociera: '¿Quién es este Rey de la gloria?' Los ángeles le respondieron: '¡Un Señor fuerte y poderoso, un Señor poderoso en la batalla!' A estas palabras, las puertas de bronce quedaron reducidas a pedazos, y las barras de hierro pulverizadas. Entró como un hombre el Rey de la gloria, y todas las tinieblas de Adán se iluminaron. El rey de la gloria extendió su mano y enderezó al  primer padre Adán. Después se volvió a los demás y dijo: '¡Poneos en pie delante de mí todos los que estabais muertos a causa del árbol del que comisteis! He aquí que yo os hago resurgir a todos por medio del leño de la cruz'. Entonces tomó a Adán de la mano, lo sacudió y le dijo: '¡Despierta, tú que duermes, y resurge de la muerte! Yo soy tu Dios, que a causa de ti me he hecho hijo tuyo; que por ti y por estos que de ti han recibido el origen, ahora hablo y con mi poder ordeno a aquellos que estaban en las cárceles: !Salid!; y a los que estaban en las tinieblas: !Venid a la luz!; y a los que estaban muertos: !Resucitad! A ti te ordeno: ¡Despierta, tú que duermes! No te he creado para que permanezcas prisionero en el infierno. Resurge de los muertos. Yo soy la vida de los muertos. Levántate, obra de mis manos. Levántate, imagen mía, hecha a mi imagen. Levántate y salgamos de aquí.
Por ti yo, tu Dios, me he hecho hijo tuyo. Por ti yo, el Señor, me he revestido de tu naturaleza de siervo. Por ti, yo, que estoy más allá de los cielos, he venido a la tierra y a lo más hondo de la tierra. Por ti he compartido la debilidad humana, pero ahora estoy liberado entre los muertos. Por ti, que saliste del jardín del paraíso, he sido traicionado en un jardín y entregado en manos de los judíos, en un jardín he sido puesto en la cruz. Mira en mi rostro los salivazos que he recibido por ti para poder devolverte aquel primer soplo vital. Mira sobre mis manos las heridas soportadas para rehacer a imagen mía tu belleza perdida. Mira mi espalda, que ha soportado la flagelación para liberar la tuya del peso de tus pecados. Mira mis manos clavadas al leño por ti, que un día alargaste la mano al árbol. Tiende la mano a Adán, porque a causa de él bajó a la tierra y, no habiéndolo encontrado, baja a los infiernos en su busca'»5.

«Tu camino al Hades, Salvador mío, no es conocido más que por el  Hades mismo, y por lo que ha visto y padecido experimentó tu poder. Por eso me propongo preguntarle a él qué es lo que ocurrió. Porque he sabido por tus amigos cómo resucitaste, pero el que ama tiende a embellecer al amigo, pero el que odia dice la verdad aunque no quiera, como enseña la Escritura: 'La salvación viene de nuestros enemigos y de los que nos odian' (Lc 1,71). Dime, Hades, enemigo de mi raza, ¿cómo has podido tener en la tumba al que ha amado mi raza? ¿Por quiénes lo has cambiado? Respondió el Hades: '¿Quieres saber cómo mi asesino vino contra mí? Estoy destruido y ni siquiera tengo fuerza para rugir contra ti, me siento aniquilado. Me parece que aún lo estoy viendo en el momento en el que lo comprendí, viendo que los restos del yacente se movían. Un momento después, con un movimiento vigoroso, se alzaron aquellas manos que yo había ligado, agarraron mi garganta y vomité a todos los que había tragado. Pero ¿por qué voy a llorar a los muertos que me fueron arrebatados? Sé tú mismo mi lamento, por el modo como fui engañado. Pero ¿quién no se habría dejado engañar al verlo envuelto en la sábana y puesto en el sepulcro? ¿Quién habría sido tan estúpido para no darse cuenta de que estaba muerto, cuando me lo traían embalsamado de mirra y áloe? ¿Quién habría negado su muerte al ver la piedra delante de su sepulcro? ¿Quién habría podido imaginar algo semejante?, ¿quién hubiera podido esperar que hoy se proclame: ¡Ha resucitado el Señor!?'
A voces gritaba Sofonías a Adán: '¡Aquí está aquel de quien yo esperaba el día de su resurrección, como lo había predicho!' (So 3,8). Después de él, Nahum anunciaba la buena noticia a los pobres diciendo: 'Ha salido de la tierra soplando sobre tu rostro y te rescata de la opresión' (Na 2,2) Y Zacarías exultante exclamaba: '¡Sé bien venido, Dios nuestro, con todos tus santos!' (Za 14,5). Y David cantaba el salmo: 'Se despertó como de un sueño el Señor' (Sal 78,65).
Mientras tenía el rostro cubierto de profecías, himnos y salmos, hasta las mujeres se levantaron a profetizar y danzaban insultándome. ¡Ay, de cuántos males fue madre una sola noche, de cuántos horrores fue padre un solo amanecer! Una había generado mi sufrimiento, el otro le ha dado el nombre: Resurrección, y así proclaman el día de mi caída.
Ésta fue la respuesta de Hades, y tengo una inmensa alegría porque he adivinado el enigma propuesto por Sansón hace tanto tiempo: 'Del devorador—el Hades—ha salido una sola palabra de dulzura: ¡El Señor ha resucitado!' (Jue 14,14)»6.

6. Y el himno se hizo imagen

En los evangelios se narra lo que ocurrió «de madrugada»; por eso no hay representaciones de la Resurrección hasta el siglo XI y en Occidente. La iconografía bizantina lo expresa a través de dos iconos: el descenso a los infiernos y las mujeres en la tumba; y como ésta aparición se leía en el segundo domingo pascual, el icono del descenso a los infiernos se convirtió para la Iglesia ortodoxa en el icono de la Resurrección o anástasis.

Hace de él un tratado de teología en imágenes, dando un resumen de la historia de salvación, la creación, la caída, la espera profética y la victoria de Cristo sobre la muerte, y los pintores escogen una representación dramática en vez de hierática: Cristo, revestido de un manto blanco o dorado, símbolo de la realeza, lleva en la mano el chirógrafo del pecado.

El manto, agitado por el viento, indica el movimiento de descenso; en la corona lleva escrito en griego: «El que es», y a sus pies se ven dos batientes destrozados, llaves, candados y cadenas. La mandorla representa el ingreso de Cristo en el mundo celeste, custodiado por querubines. Agarra literalmente por las muñecas a Adán y Eva y los hace salir fuera de sus sepulcros. Suelen estar también en escena David (ya que en el salmo 15, según la tradición, predijo la resurrección de Cristo: «No abandonarás mi alma al sheol»), Salomón, Juan Bautista y Daniel. A la derecha, Moisés, Abel (primer hijo de Eva que sufre una muerte injusta), Isaías y otros profetas. El Hades aparece dividido en dos puertas rotas, se abre a los pies de Cristo como una caverna negra, semejante a la gruta de la Natividad y a las aguas oscuras del icono del Bautismo. Por la liberación de Adán y Eva, rodeados por una multitud de justos y por el movimiento ascendente del Resucitado, el icono de la anástasis revela la importancia cósmica de la Resurrección. La divinidad ha vuelto a tomar todos sus derechos y muestra el esplendor eterno del Hijo.

7. Habla la teología

La reflexión de los teólogos gira fundamentalmente en torno a estos aspectos:
poner en relación «los infiernos» con los lugares infernales de hoy
acentuar la solidaridad compasiva de Cristo con los que están en ellos
subrayar cuál es la esperanza abierta por su descenso.

Cristo, al bajar al Hades, entra en la capa más profunda de la realidad del mundo, en el fondo que une radicalmente todo. Él se derramó sobre el mundo entero en el momento en que por la muerte se quebró el vaso de su cuerpo y se convirtió, aun en su humanidad, en lo que ya era realmente por su dignidad: en el corazón del mundo, en el centro íntimo de toda la realidad creada. Siempre tenemos que ver con esta profundidad última del mundo que Cristo tomó al bajar por la muerte a lo más hondo del mismo. Al morir, él ha compartido con nosotros este absurdo que llamamos muerte. El no problemático ni dividido ha compartido con nosotros el problema irresoluble de la muerte, ha participado de nuestra última suerte (K. Rahner)7.

La solidaridad de Cristo con los muertos les ahorró la experiencia de estar muertos y, al cargar vicariamente con esa experiencia, hizo que la luz de la esperanza iluminara siempre el abismo. Él es el único que sobrepasó la vivencia general de la muerte y llegó a tocar el fondo del abismo: estuvo más muerto que nadie. El poder que aprisionaba a los muertos queda convicto de que es incapaz de retener a nadie, y la derrota del enemigo coincide con una penetración en el ámbito más íntimo de su poder. Si en la tierra era solidario de los vivos, ahora en la tumba, es solidario de los muertos y reconcilia al mundo entero con Dios (H.U. von Balthasar) 8.

El descenso a los infiernos no es una fórmula dogmática acerca de un acontecimiento que no nos concierne: lo que nos dice es que lo que ha afrontado el hombre Jesús, nosotros lo afrontamos a partir de su victoria y, por tanto, desde la esperanza, y que podemos afrontar la ausencia de la que es signo la muerte. Jesús conoció más que nadie este abandono, pero puso su vida entera en las manos de Dios, esperó contra toda esperanza y venció a los infiernos como ausencia de Dios. Y eso nos permite permanecer en ese silencio sin perder la esperanza. Nuestra propia historia está convocada en el descenso a los infiernos, la muerte no es exterior a su libertad, el destino es forjado por el hombre mismo, y toda lucha contra el destino es ascenso de los infiernos. En Jesús, toda la humanidad es arrastrada en ese movimiento de liberación (C. Duquoc) 9.

Dios se expuso realmente a la agresiva lejanía de la muerte, es decir, expuso la propia  divinidad a la fuerza de la negación. Dios no cesa de relacionarse con nosotros, ni siquiera en la muerte, y se identificó él mismo con Jesús muerto, para mostrarse próximo a todos los hombres. Así, a través del Crucificado, en medio de la no-relacionalidad de la muerte, surge una relación de Dios con el hombre: donde las relaciones se rompen y los nexos acaban, precisamente allí interviene Dios. De esta manera, Dios revela su propio ser, y su victoria sobre la muerte consiste en que Dios soporta en Sl la negación de la muerte: la muerte ha dejado su aguijón, el instrumento de su dominio en la misma vida de Dios (E. Jüngel) 10.

«El oficio del sábado de Pasión canta: 'Has descendido a la tierra para salvar a Adán y, al no encontrarlo, has ido a buscarlo hasta los infiernos'. Hasta allí irá Cristo a buscarlo, cargado con el pecado y los estigmas del amor crucificado y con la preocupación sacerdotal de Cristo-Sacerdote por los que están en el infierno. Si el Reino de Dios está en medio de vosotros, el infierno está también presente: en toda una parte del mundo moderno ya está Dios excluido. El bautismo no es sólo morir y resucitar con Cristo, sino también descender a los infiernos siguiéndole. A diferencia de Dante, a quien Péguy reprochaba descender a los infiernos como un turista, los bautizados encuentran allí a Cristo; ésta es además la misión de la Iglesia» (P. Evdokimov) 11.

«Jesús en medio de los hombres es el viviente puro, total, en relación plena y constante con el Padre; es una vida en la que no hay ni sombra de muerte. Del pecado sólo conoce su reverso, el reverso de la angustia, todo su 'pasivo'. La vida de Cristo está hecha de nuestras pasiones, y en ningún momento del tiempo ni del espacio está separado de nosotros, porque su existencia es de comunión, lo que vive de nuestras pasiones es su forma de sombra, de nada, de angustia; toda su vida ha sido un descenso al infierno. 

El infierno es el lugar inventado por el hombre para que no haya Dios. Es el mundo del que Dios ha sido arrojado, donde Dios ha sido abandonado por el hombre y donde el hombre se siente misteriosamente abandonado por Dios, puesto que él es la imagen de Dios y, quiera o no, tiende hacia su modelo. Por solidaridad con nosotros, el Dios encarnado puede entrar en ese lugar que es su propia ausencia y decir: 'Dios mío, Dios mío ¿por qué me has abandonado?' En ese momento, todo se revuelve, porque no puede haber separación entre Dios y Dios, entre el Padre y su Hijo encarnado. En ese momento, todo el abismo del odio, del rechazo, de la duda, del horror, se volatiliza en el abismo del amor sin limites del Padre y del Hijo. En una historia de los Padres del desierto, un alma que está en el Hades se dirige a un santo monje y le dice: 'Ruega por nosotros porque aquí donde nos encontramos estamos atados espalda contra espalda y no podemos vernos el rostro, no podemos ver al otro como un rostro'. Ésa seria la situación infernal por antonomasia, y es a esas tinieblas de la muerte, sepultadas en nuestro fondo último, adonde Cristo desciende para abrir todo lo cerrado e iluminar las sombras. Él se hace por su Encarnación 'el Dios que desciende siempre más abajo, por su crucifixión está presente en la más honda desesperanza humana, en su opacidad más infernal'» (Olivier Clément)12.

8. «Afectados» por el descenso a los infiernos

Si ahora nos preguntamos cómo poner en relación el seguimiento de Jesús con el descenso a los infiernos, éstas podrían ser algunas de las respuestas:

* En una cultura que descarta la muerte y el sufrimiento, atrevernos a nombrar los infiernos de hoy.

Lo que no se ve o no se pronuncia es como si no existiera, y de ahí el peligro de ignorar o negar las «realidades infernales» de nuestro mundo andando al olvido o a la represión, lo que evidencia la realidad de la que somos responsables. La «honradez con la realidad» de la que habla Jon Sobrino pasa por tener una visión real, y no domesticada o engañada,
del mundo en que vivimos y de sus lugares de muerte.
Por eso se hace indispensable cultivar una actitud de oposición a las redes de la mentira y, al abrir el periódico o poner la TV, conectar con el detector de basuras de nuestro sentido crítico para cultivar la duda, no ser ingenuos, preguntarnos siempre por quién administra las noticias, darnos cuenta de qué valores, qué formas de vivir, qué imágenes de la «buena vida» se promueven, qué infiernos se soslayan.

Pero para hacer esto necesitamos buscar compañía, porque ningún individuo puede enfrentarse solo con la verdad de estos infiernos: es un tipo de «saber» que hay que soportar entre muchos. Necesitamos comunidades, redes, grupos de trabajo en los que podamos «cargar con la realidad juntos» y construir un nuevo tejido social alternativo en este tiempo de desarticulación de los movimientos y de la resistencia. «Pasar de las pintadas en las paredes a Internet», saber poner la alta tecnología de la información al servicio de los pobres, ser más astutos que los «hijos de las tinieblas» 13.

* En medio de un mundo que sólo valora a los que triunfan y ascienden, asociarnos a Jesús en su descenso hacia los «lugares de abajo».

Dios, en su Hijo, no está ausente de ningún lugar, ni siquiera de aquellos de los que la violencia, el odio o el sinsentido parecen excluirle y que se manifiestan a escala mundial. El creyente puede bajar a esos ámbitos donde la muerte ha echado su firma, sabiendo que cuenta para ello con la gracia de su bautismo. Está injertado con Cristo en su muerte y en su Resurrección, y también en su descenso a los infiernos, y en él encuentra la fuerza para resurgir de ese mundo de sombras.

La tradición cristiana habla de seguimiento de Cristo, identificación con él, imitación, compañía, conformidad, coincidencia, afinidad... Y es que el deseo de proximidad y participación en el camino de aquel a quien se ama y de aquellos con quienes él «ha echado su suerte» es inseparable de la dinámica del amor.

Así lo expresa alguien que «practica los descensos»:

«Por 'infiernos' entendemos (...) los lugares donde esta el marginado, el que no llega a constituir un 'tú' y, a veces, ni un 'yo'. En ese infierno malviven los 'otros': sin azufre, pero con bastantes pretendientes oficiales al cielo deseosos de quemarlos, ahorcarlos, desterrarlos, alejarlos o, cosa de otros más piadosos, tratarlos, pero de lejos, fuera de nuestra vista, por aquello de que lo que no se ve no existe. Conocéis bien a los indeseables moradores del Averno: ancianos demenciados, turutas sin remedio, drogadictos, alcohólicos crónicos, gitanos, extranjeros no regularizados ni regularizables, y todo un largo etcétera cada vez más completo y complejo.
El descenso no está reservado a algunos privilegiados. Es camino a recorrer por todo el que de verdad se empeñe en alcanzar las huellas del Nazareno. 'Fueron, vieron y se quedaron' (Jn 1,39)»14.

* En tiempos de individualismo e inmediatez,
apostar por una felicidad incluyente y
«demorada»
.

Asistimos hoy a una resistencia generalizada a relegar a la exclusión a quienes no siguen el ritmo de los triunfadores, a considerarlos como una rémora para los de la «primera velocidad». Cada vez hay más individuos, grupos, pueblos o países enteros que se quedan desenganchados del rápido ascenso de otros hacia las esferas del tener, el poder o el saber, y todo se justifica desde la necesidad de competitividad o desde las exigencias del mercado. A eso se une una exigencia de disfrutar de manera inmediata de aquello que se percibe como «acrecentador del yo», en la línea del placer, el confort, la seguridad o el bienestar. La inquietud o la preocupación por los demás se difumina o llega a desaparecer, relegada a la periferia de una conciencia atrofiada por la ganga del egoísmo.

Se trata de una dinámica perversa, en total contradicción con todo lo que podemos saber del Dios que «lleva a cuestas a sus hijos» (Is 63,9) y
que convoca a cada uno a ser «guardián de su hermano»:
En la misma clave del Bodishatva del budismo, que renuncia a no entrar en el nirvana mientras no haya salvado la última brizna de polvo del universo, el descenso de Cristo a los infiernos se convierte en una metáfora de incorporación, de negativa a acceder a la propia felicidad dejando atrás a otros. En expresión de Levinas, a causa de la responsabilidad infinita que hace a cada uno el «rehén» de su prójimo, «el retorno a sí se hace interminable rodeo, porque lo humano no respira más que en el inestable terreno de ese rodeo: un rodeo que no se parece a la desorientación pura del que se ha perdido, sino que tiene muchísimo, todo que ver, con un exilio traspasado por la esperanza de la tierra prometida»15.

Podríamos preguntarnos por nuestra disposición a dar ese rodeo y a demorar la obtención de la propia felicidad mientras ésta no alcance a todos. Es una actitud que desaloja de uno mismo a ese «okupa» que es la búsqueda del propio bienestar, y deja libre ese espacio para albergar la solicitud y la preocupación por los otros. «Si no respondo yo de mí, ¿quién responderá de mí? Pero si no respondo más que de mí, ¿sigo siendo yo?» 16.

* En tiempos de «sábado santo», aprender a esperar y a permanecer.

Cuando todo parece estar definitivamente bloqueado, cuando se tiene la sensación de que todo está perdido y que ya no hay salida, la afirmación del Credo, «descendió a los infiernos», encierra una energía capaz de sostener nuestra permanencia y librarnos de la tentación de desánimo y desesperanza. Nos ofrece el poder del Resucitado y su mano  tendida, para agarrarnos precisamente cuando nos parece que hemos llegado al límite de  nuestras fuerzas.

«Con su muerte y resurrección, Cristo alcanzó las profundidades de la historia: morir le abrió las puertas de la profundidad, aquel lugar recóndito donde cada cosa es lo que es. Las profundidades de lo humano han sido llenadas de luz por su muerte; el eje de la tierra, el cogollo de la historia, ha sido redimido. Los agujeros más negros del dolor humano han tenido ya la visita de su presencia. Y como lo que le sucede a él nos sucede a cada uno de nosotros, jamás nos meteremos en un agujero donde Cristo no haya estado, nunca llegaremos a un agujero desde el que no podamos volver siempre atrás y remontar la bajada con la bandera de la victoria en las manos»17.

* Amenazados por la oscuridad y el desánimo, dejarnos poseer y transformar por la radical novedad del Resucitado.

Las actas de los mártires cuentan que los cristianos llevados a la muerte, en vez de crisparse de manera estoica o de rebelarse, se dejaban sumergir en la fe, con una especie de humilde confianza en Cristo crucificado. En aquel momento quedaban transformados, precisamente allí, en aquel infierno. «El Coliseo de Roma, ese enorme cono que se hunde en la tierra, es realmente la imagen de los círculos del infierno. Cuando eran arrojados en él y se dejaban deslizar hasta el interior de Cristo crucificado, el Cristo presente en el infierno, se llenaban de la fuerza de su Resurrección, que les daba un gozo y una paz inesperadas»18.

Gracias a la absoluta «ruptura de límites» que provoca la Pascua, sabemos que la muerte y cualquier lugar infernal han perdido su calidad de encerramiento y definitivitas.
Confesar que «descendió a los infiernos» equivale a proclamar que no existe ninguna situación humana, por catastrófica que sea y por cerrada que parezca, que no haya quedado afectada por la Resurrección de Cristo.
Cualquier pretensión humana de encerrarse o de encerrar a otros en ámbitos de exclusión y «perdición», sean del tipo que sean, queda descalificada y privada de la posibilidad de tener la última palabra.
Una parábola en la que Abel retorna para perdonar a un Caín anciano y angustiado por la culpabilidad 19, puede servirnos para entender mejor la dimensión subversiva que contiene el descenso de Cristo a los infiernos: el Caín que hay en cada uno de nosotros  recibe la visita de Cristo-Abel, que representa a todas las víctimas de la historia y que  desciende hasta el ámbito infernal donde nos encierra nuestra complicidad con la violencia,  para liberarnos con su perdón. Y al sabernos perdonados y reconocer que Dios no tiene nada que ver con cualquier reciprocidad violenta, nos damos cuenta de que ni siquiera nuestros pasos falsos pueden alejarnos de él, sino que él puede servirse de ellos para atraernos a sí. Y sólo a partir de ahí podemos sentirnos implicados dentro del movimiento reconciliador y solidario de Cristo.
Dolores ALEIXANDRE
SAL-TERRAE 1998, 5 págs. 407-422
........................ 1. TORNOS, A., «Función simbólica y trabajo teológico»: Miscelánea Comillas 42 (1984) 70-72.
2. GREGORIO MAGNO, Moralia, 1.10, c.9 C: PL 928.
3. ATANASIO, De incarnatione, 45: PG 25, 177, SC 18.
4. GREGORIO NACIANCENO, Or. 45, In Sanctam Pascha, n.24: PG 36,657A.
5. EPIFANIO DE SALAMINA: PG 43,440-464.
6. ROMANO EL MELODIOSO, Oda XXXVII: SCh 128,461-483.
7. Sentido teológico de la muerte, Barcelona 1965, 72-74
8. Mysterium Salutis III, Madrid 1980, 739-761
9. «La descente du Chnst aux enfers. Problématique théologique»: Lumiere et Vie 87 (1968) 61-62.
10. Tod. Suugan 1971, 121-144 (Citado por J. NOEMI, «El descenso de Cristo a los infiernos»: Teología y Vida 35 [1994] 285).
11. El amor loco de Dios, Madrid 1972, 89-90.
12. Intervención en la TV francesa en un programa dedicado a «La Ortodoxia», 26-lV- 1 992.
13. «Propuestas para la coyuntura neoliberal», Agenda Latinoamericana 1998. Otra de ellas es ésta: «No dejar de creer que es posible organizar el mundo de otra manera. La 'imposibilidad' actual es simplemente fáctica: no hay voluntad de hacerlo, estamos
dominados por quienes no quieren hacerlo. Pensar que no hay alternativa o que es imposible, sería aceptar el 'final de la historia', el fracaso de Dios y la derrota de los humanos. No esperar a que fracase el neoliberalismo para atreverse a denunciar los estragos que provoca y su carácter antiético esencial. La lucidez profética consiste en declararlo ahora, no cuando, quizá muy pronto, sean los mismos directores del FMI o del Banco mundial quienes reconozcan su fracaso. Cuando esto ocurra, no faltarán profetas
oportunistas que corearán lo que ahora, sumidos en un mar de perplejidades, no logran ver.
Ser hoy, en ese sentido, continuadores de aquellas heroicas excepciones que se atrevieron a enfrentarse con el tráfico de esclavos de los siglos XVI-XIX cuando nadie, ni en la sociedad ni en las Iglesias, se atrevió a negar la supuesta legitimidad evidente del sistema esclavista dominante».
14. J.L. SEGOVIA, «Descenso a los infiernos o las moradas de la marginación»: Boletín CEMI 44, Octubre 1995, 10-14.
15. C. CHALIER, Levinas. La utopía de lo humano, Barcelona 1995, 76. 
16. Op. cit. 61.
17. A. OLIVER, Apuntes ciclostilados de su curso de Antropología. Fundación A. Oliver. Madrid.
18. O. CLÉMENT, op. cit., 5.
19. ALISON, J., «El retorno de Abel: la teología como elaboración de historias de vida»: Anámnesis V (1995) 2.5-19