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“Hay un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre de todos, que está sobre todos, actúa por todos y está en todos.” Ef 4,5s.

Creo en la Iglesia, que es una, santa, católica y apostólica.

+Gabriel Orellana.
Obispo Misionero
¡Ay de mí si no predico el Evangelio! 1 Co 9,16b.

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lunes, 5 de noviembre de 2012

RITUAL ROMANO DE EXORCISMOS Y OTRAS SÚPLICAS (2005)

PROEMIO E INTRODUCCIÓN GENERAL (PRAENOTANDA)

INTRODUCCIÓN

A lo largo de la historia de la salvación, se hacen presentes las criaturas angélicas, ya sea prestando un servicio como mensajeros divinos, ya ayudando de manera misteriosa en la Iglesia; también aparecen criaturas espirituales caídas, llamadas diabólicas, que, opuestas a Dios y a su voluntad salvífica consumada en Jesucristo, se esfuerzan por asociar al hombre en su propia rebelión contra Dios.1

En las Sagradas Escrituras, el Diablo y los demonios son llamados con varias apelaciones, entre las cuales, algunas muestran del algún modo, su naturaleza y origen .2  El Diablo, llamado Satanás, “serpiente antigua” y “dragón”, seduce él mismo a todo el orbe y lucha contra quienes guardan los mandatos de Dios y también contra quienes dan testimonio de Jesús (cf. Apoc. 12, 9.17). Se lo designa “adversario de los hombres” (cf. 1 Ped. 5, 8) y “homicida desde el comienzo” (cf. Jn. 8, 44), cuando por el pecado hace al hombre sujeto a la muerte. Dado que, por sus insidias provoca al hombre para la desobediencia a Dios, a este malvado se lo llama también “tentador” (cf. Mt. 4, 3 y 26, 36-44), “mentiroso” y “padre de la mentira” (cf . Jn. 8, 44): él obra con astucia y falsedad, como lo atestiguan el relato de la seducción de los primeros padres (cf. Gen. 3,4.13), el intento de desviar a Jesús de la misión aceptada del Padre (cf. Mt. 4, 1-11; Mc. 1, 13; Lc. 4, 1-13) y su transfiguración en ángel de luz (cf. 2 Cor. 11, 14). Se lo llama, también, “príncipe de este mundo” (cf. Jn. 12, 31 y 14, 30) en referencia a aquel ámbito que en su totalidad fue puesto en el Maligno (cf. 1 Jn. 5, 19) y no conoció la verdadera luz (cf. Jn. 1, 9-10), como también a aquellos que odian la Luz, que es Cristo, y arrastran a los hombres a las tinieblas. Puede considerarse que a los demonios que, con el diablo, no acataron el principado de Dios (cf. Jud. 6), se hicieron réprobos (cf. 2 Ped. 2, 4), constituyen los espíritus del mal (cf. Ef. 6, 12) y se los llama “ángeles de Satanás” (Cf. Mt. 25, 41; 2 Cor. 12, 7; Apoc. 12, 7.9), les fue confiada cierta misión por su
príncipe mayor. 3

Las obras de todos los espíritus inmundos, seductores (cf. Mt. 10, 1; Mc. 5, 8; Lc. 6, 18; 11, 26; Hech. 8, 7; 1 Tim 4, 1; Apoc. 18, 2) fue disuelta por la obra de Cristo (cf. 1 Jn. 3, 8). Aunque “a la historia universal le invade la ardua lucha contra los poderes de las tinieblas” y “hasta el último día… persistirá”,4  Cristo, por su misterio pascual de muerte y resurrección, nos “libró de la esclavitud del diablo y del pecado”5 derribando su poder y librando todas las cosas de su influencia maligna. Con todo, dado que la dañosa y contraria acción del Diablo y de los demonios afecta a las personas, cosas y lugares y aparece de diversas maneras, la Iglesia, conocedora de que “estos tiempos son malos” (Ef. 5, 16), oró y ora para que los hombres sean librados de las insidias diabólicas.

PRENOTANDOS

I  LA VICTORIA DE CRISTO Y LA POTESTAD DE LA IGLESIA CONTRA LOS DEMONIOS

1. La Iglesia cree firmemente que uno solo es el verdadero Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, único principio de todos los seres: creador de todo lo visible e invisible.6  Más aún, todas las cosas que Dios creó (cf. Col. 1, 16), las conserva y gobierna con su Providencia7  y nada hizo que no fuera bueno8; también “el diablo (…) y los otros demonios fueron creados por Dios ciertamente buenos por naturaleza, pero ellos se hicieron malos por sí mismos”9  de donde puede pensarse que también ellos serían buenos si, de acuerdo a cómo habían sido creados, así hubiesen permanecido. Debido al mal uso que hicieron de su natural excelencia y por permanecer en la verdad (cf. Jn. 8, 44), sin transformarse en sustancialmente distintos, fueron separados del sumo Bien, a quien debieron adherirse.10

2. En realidad, el hombre ha sido creado a imagen de Dios “en la justicia y en la verdadera santidad” (Ef. 4, 24) y su dignidad requiere que obre según su conciencia y elección.11  Ahora bien, persuadido por el Maligno, el hombre abusó del don de su libertad y por esa desobediencia fue puesto bajo la potestad del diablo y de la muerte, convertido en siervo del pecado (cf. Gen. 3; Rom. 5,12).12  Por esa razón, “en la universal historia de los hombres persiste la ardua lucha contra el poder de las tinieblas que, comenzado en el origen del mundo, persistirá hasta el último día, según lo dicho por el Señor (cf. Mt. 24, 13; 13, 24-30.36-43)”.13

3. El Padre omnipotente y misericordioso envió al Hijo de su amor al mundo para que librase a los hombres de la potestad de las tinieblas y lo trasladase a su reino (cf. Gal. 4, 5; Col. 1, 13). Por lo tanto, Jesucristo, “primogénito de toda la creación” (Col. 1, 15), a fin de renovar al hombre viejo, vistió la carne del pecado, “para reducir a la impotencia, mediante su muerte, a aquel que tenía el dominio de la muerte, es decir, al demonio” (Heb. 2, 14) y, por el don del Espíritu Santo, transformase la naturaleza humana herida en una nueva criatura por medio de su Pasión, Muerte y Resurrección.14

4. En los días de su vida terrena, el Señor Jesús, vencedor de la tentación en el desierto (cf. Mt. 4, 1-11; Mc. 1, 13; Lc. 4, 1-13), expulsó por propia autoridad a Satanás y a otros demonios, imponiéndoles su divina voluntad (cf. Mt. 12, 27-29; Lc. 11, 19-20). Haciendo el bien y sanando a todo los oprimidos por el diablo (cf. Hech. 10. 38), manifestó la obra de su salvación, para librar a los hombres del pecado así como del primer autor del pecado, Satanás, que es homicida desde el comienzo y el padre de la mentira (cf. Jn. 8, 44).15

5. Al llegar la hora de las tinieblas, el Señor “obediente hasta la muerte” (Filip. 2,8), repelió el último ataque de Satanás (cf. Lc. 4, 13; 22, 53) por el poder de la Cruz16  y triunfó así sobre la soberbia del antiguo enemigo. Esta victoria de Cristo fue manifestada en su gloriosa resurrección, cuando Dios lo levantó de entre los muertos y lo colocó a su derecha en los cielos sometiendo todas las cosas bajo sus pies (cf. Ef. 1, 21-22).

6. En el ejercicio de su ministerio, Cristo entregó a sus Apóstoles y a otros discípulos el poder para expulsar los espíritus inmundos (cf. Mt. 10, 1.8; Mc. 3,14-15; 6, 7.13; Lc. 9, 1; 10, 17.18-20). A ellos mismos, el Señor prometió el Espíritu Santo Paráclito, procedente del Padre por el Hijo, el cual argüiría al mundo acerca del juicio, porque el príncipe de este mundo ya fue juzgado (cf. Jn. 16, 7-11). El Evangelio atestigua que entre los signos que caracterizarían a los creyentes, se encuentra la expulsión de los demonios (cf. Mc. 16, 17).

7. Por tanto, la Iglesia ejerció la potestad, recibida de Cristo, de expulsar a los demonios y repeler su influjo ya desde la época apostólica (cf. Hech. 5, 16; 8, 7; 16, 18; 19, 12) por lo cual, en el nombre de Jesús, ora continua y confiadamente, para ser ella misma librada del Maligno (cf. Mt. 6, 13).17  También en el mismo nombre, por virtud del Espíritu Santo, manda de diversos modos a los demonios que no impidan la tarea de la evangelización (cf. 1 Tes. 2, 18), y que restituya “al más fuerte” (cf. Lc. 11, 21-22) el dominio tanto del universo entero como de cada hombre. “Cuando la Iglesia pide públicamente y con autoridad, en nombre de Jesucristo, que una persona o un objeto sea protegido contra las asechanzas del Maligno y sustraída de su dominio, se habla de exorcismo.18


II  LOS EXORCISMOS EN EL MINISTERIO SANTIFICADOR DE LA IGLESIA

8. La antigua tradición de la Iglesia, guardada sin interrupción, atestigua que en el camino de la iniciación cristiana se anuncia con claridad y, de hecho comienza, la lucha espiritual contra la potestad del diablo (cf. Ef. 6, 12). Los exorcismos que han de ser hechos de forma simple en el tiempo del catecumenado sobre los elegidos, se llaman exorcismos menores19; son las preces de la Iglesia para que aquellos elegidos, instruidos con el misterio liberador de Cristo, se libren de las secuelas del pecado y de la influencia del diablo, se fortalezcan en su camino espiritual y abran los corazones a los dones que el Salvador les ofrece.20

Finalmente, en la celebración del bautismo, los elegidos renuncian a Satanás y a sus fuerzas y poderes, y le oponen su propia fe en Dios uno y trino. También en el bautismo de niños, se eleva la plegaria del exorcismo sobre los párvulos, “que habrán de experimentar las seducciones de este mundo y lucharán contra las insidias del demonio” para ser fortalecidos por la presencia de Cristo “en el camino de la vida”.21  Por el lavado de la regeneración bautismal, el hombre participa sobre la victoria de Cristo sobre el diablo y el pecado, cuando pasa “del estado de hijo del primer Adán al estado de gracia y “de adopción de los hijos” de Dios por obra del segundo Adán, Jesucristo,”22  y es liberado de la esclavitud del pecado, con la libertad con la que Cristo nos liberó (cf. Gal. 5, 1).

9. Los fieles, si bien han renacido en Cristo, experimentan sin embargo las tentaciones que hay en el mundo y, por lo tanto, deben vigilar en oración y sobriedad de vida, porque su enemigo “el demonio, ronda como un león rugiente, buscando a quién devorar” (1 Ped. 5, 8). A él le deben resistir firmes en la fe “fortalecidos en el Señor con la fuerza de su poder” (Ef. 6, 10) y, sostenidos por la Iglesia que ruega para que sus hijos estén protegidos de toda perturbación,23  tomar fuerzas por la gracia de los sacramentos, en especial, mediante la asidua celebración de la penitencia, para llegar así a la plena libertad de los hijos de Dios (Cf. Rom. 8, 21)24.

10. Con todo, el misterio de la divina piedad resulta para nosotros bastante difícil de comprender25  cuando, permitiéndolo Dios, algunas veces ocurren casos de peculiares asechanzas o posesiones de parte del demonio sobre algún miembro del pueblo de Dios, iluminado por Cristo y llamado a caminar como hijo de la luz hacia la vida eterna. Aun cuando el diablo no pueda traspasar los límites puestos por Dios, es entonces que se manifiesta claramente el misterio de la iniquidad que obra en el mundo (Cf. 2 Tes. 2, 7; Ef. 6, 12). Esta forma de potestad del diablo sobre el hombre difiere de aquella otra que llamamos pecado y que deriva del pecado original.26   Sucediendo estas cosas, la Iglesia implora a Cristo, Señor y Salvador, y confiando en su virtud, otorga muchas ayudas al fiel atormentado o poseído para que sea liberado de estos males.

11. Entre estas ayudas, hay una de carácter más solemne, el exorcismo mayor,27  que es una celebración litúrgica. El exorcismo, que “procura expulsar los demonios o librar del influjo demoníaco y constante con la autoridad espiritual que Cristo confió a su Iglesia”28  es una petición del género de los sacramentales, por lo tanto, es un signo sagrado con el cual “los efectos, especialmente espirituales, se significan y se obtienen por la impetración de la Iglesia”.29

12. En los exorcismos mayores, la Iglesia unida al Espíritu Santo, suplica para que Él mismo ayude nuestra debilidad (Cf. Rom. 8, 26) a fin de rechazar a los demonios para que no dañen a los fieles. Confiada en aquél soplo divino con el cual el Hijo de Dios donó el Espíritu Santo después de su resurrección, la Iglesia obra en los exorcismos no en nombre propio sino únicamente en el nombre de Dios o de Cristo el Señor a quien deben obedecer todas las cosas, incluidos el diablo y los demonios.

III  EL MINISTRO Y LAS CONDICIONES PARA EFECTUAR EL EXORCISMO MAYOR

13. El ministerio de exorcizar a los poseídos se concede por especial y expresa licencia del Ordinario, que regularmente será el mismo obispo diocesano.30  Dicha licencia debe concederse únicamente a un sacerdote dotado de piedad, ciencia, prudencia e integridad de vida.31 Además debe estar preparado específicamente para este oficio. Se exhorta al sacerdote, a quien se le encomiende el oficio de exorcista de manera estable o por un caso aislado, ejercitar esta delicada y caritativa tarea con humildad y confianza, bajo la dirección del obispo diocesano. En este Ritual cuando se indica “exorcista”, siempre debe entenderse como el “sacerdote exorcista” que aquí se ha mencionado.

14. El exorcista, en caso de alguna, así llamada, intervención diabólica, debe observar la máxima circunspección y prudencia, imprescindible en estos casos.
En primer lugar no debe creer fácilmente que alguien que padece alguna enfermedad, especialmente psicológica, esté poseído por el demonio.32  Del mismo modo, no debe creer que hay posesión por la sola afirmación de alguien que expresa estar especialmente tentado, desolado o atormentado por el diablo, pues la persona podría estar engañada por la propia imaginación. Por el contrario, es necesario advertir también, para no equivocarse, que el diablo usa artes y fraudes para engañar al hombre, para persuadir al endemoniado que no es necesario someterse a exorcismo alguno, que su padecimiento es natural y debe someterse simplemente a la ciencia médica. Por lo tanto, siempre debe indagarse y quien es tenido como endemoniado debe ser especialmente tenido en cuenta para verificar si está realmente atormentado por el diablo.

15. También deben distinguirse los ataques diabólicos de los casos de credulidad mediante la cual algunos fieles juzgan que son objeto de maleficios, de mala suerte o maldiciones, ya sea ocasionados por otras personas contra ellos mismos o bien allegados contra sus bienes. En estos casos, no debe acudirse de modo alguno al exorcismo, si bien no debe negarse la ayuda espiritual necesaria, sobre todo con oraciones aptas, de tal manera que encuentren la paz de Dios. Tampoco ha de rehusarse la ayuda espiritual a los creyentes que quieren guardar fidelidad al Señor Jesús y al Evangelio y en quienes el Maligno sin entrar (cf. 1 Jn. 5, 18) tienta fuertemente. En estos casos, pueden ser empleadas las preces y las súplicas adecuadas por un presbítero que no es exorcista e incluso por un diácono.

16. El exorcista, por lo tanto, debe proceder a celebrar el exorcismo sólo cuando tenga seguridad de la verdadera posesión demoníaca33  y, si fuera posible, con el consentimiento del mismo sujeto. Según una probada praxis se juzgan como signos de la posesión demoníaca hablar con muchas palabras en una lengua desconocida o entender al que la habla, movilizar cosas distantes u ocultas, manifestar fuerzas por encima de la naturaleza de la edad o condición del sujeto poseso. Estos signos pueden ser un indicio pero podrían no ser atribuidos necesariamente a la posesión diabólica en cuyo caso debe prestarse atención a otros posibles signos de índole espiritual o moral que pudieren manifestar, de algún modo, la intervención diabólica, como por ejemplo la aversión vehemente a Dios, al Santísimo Nombre de Jesús, a la Bienaventurada Virgen María y a los santos, a la Iglesia, a la Palabra de Dios, a los objetos sagrados, a los ritos, especialmente sacramentales y a las imágenes sagradas. Conviene, finalmente, examinar la relación que existe de todos los signos indicados con la fe y la vida espiritual teniendo en cuenta que el Maligno es enemigo de Dios y de todo aquello que los fieles tienen para experimentar la acción salvífica de Dios en ellos.

17. Corresponde al exorcista juzgar con respecto a la necesidad de apelar al rito del exorcismo, después de realizar una diligente investigación, guardando siempre el secreto de confesión, y consultados, en cuanto sea posible, los expertos de vida espiritual; también, si fuere necesario podrá consultar a expertos en la ciencia médica y psiquiátrica que tengan sentido de las cosas espirituales.

18. En los casos que afecten a personas no católicas y en todo lo que parezca más difícil de discernir, llévese el asunto al obispo diocesano, quien por razones prudenciales podrá reclamar el parecer de algunos expertos antes de tomar la decisión acerca del exorcismo.

19. El exorcismo se realiza de tal manera que manifieste la fe de la Iglesia y que por nadie pueda ser considerado como una acción mágica o supersticiosa. Debe cuidarse que el rito no se convierta en un espectáculo para los presentes. De ningún modo se dé espacio a los medios de comunicación social mientras se realiza el exorcismo; tampoco corresponde divulgar la noticia del exorcismo antes o después de realizado, pues debe guardarse la debida discreción.


IV  EL RITO QUE DEBE EMPLEARSE

20. En el rito que se propone, fuera de las fórmulas mismas del exorcismo, préstese una atención especial a aquellos gestos y aspectos rituales que tienen el primer lugar y sentido, por ejemplo aquellos que forman parte de la purificación en el camino catecumenal (el signo de la cruz, la imposición de las manos, el soplo, la aspersión con el agua bendita, etc.).

21. El rito comienza con la aspersión del agua bendita, con la cual se recuerda la purificación bautismal y el atormentado se defiende de las insidias del enemigo.
El agua puede bendecirse fuera del rito o dentro del rito antes de la aspersión y, si es oportuno, junto con una mezcla de sal.

22. Sigue la oración letánica con la cual se implora la intercesión de todos los santos sobre el atormentado.

23. Después de las preces letánicas el exorcista puede recitar uno o varios salmos que imploran la protección del Altísimo y proclaman la victoria de Cristo sobre el Maligno. Los salmos pueden decirse de modo corrido o responsorial.
Terminado cada salmo, el exorcista puede añadir una oración sálmica.

24. Luego se proclama el Evangelio, como signo de la presencia de Cristo quien, por su propia Palabra en la proclamación de la Iglesia cura las enfermedades de los hombres.

25. A continuación el exorcista impone las manos sobre el atormentado, con lo cual se invoca el poder del Espíritu Santo, para que el diablo salga de aquel que por el bautismo fue hecho templo de Dios. Al mismo tiempo puede soplar sobre el rostro del atormentado.

26. Se recita, entonces, el símbolo de la fe, o bien, se renueva la promesa de fe bautismal con la abjuración previa a Satanás. Sigue la oración dominical, con la cual se implora al Dios y Padre nuestro que nos libre de todo mal.

27. Terminados los ritos precedentes, el exorcista muestra al atormentado el crucifijo que es fuente de toda bendición y gracia, y se hace la señal de la cruz sobre él señalando así la potestad de Cristo sobre el diablo.

28. Finalmente dice la fórmula deprecativa, con la cual se ruega a Dios, así como la fórmula imperativa, con la que el diablo, en nombre de Cristo, es conjurado directamente para que salga del atormentado. No debe utilizarse la fórmula imperativa si no precedió la fórmula deprecativa, en cambio ésta puede emplearse sin aquélla.

29. Todos los pasos del rito indicados pueden repetirse cuantas veces sean necesarias tanto en la misma celebración (atendiendo a lo que se indica en el n.34) como en otro momento, hasta que el atormentado sea liberado totalmente.

30. El rito concluye con el canto de acción de gracias, con la oración y la bendición.

V   OBSERVACIONES Y ADAPTACIONES

31. Conviene recordar que la raza de los demonios no puede ser expulsada sin ayuno y oración, por lo cual se recomienda, siguiendo el ejemplo de los Santos Padres, emplear estos dos remedios para pedir la ayuda divina, tanto por el mismo exorcista como por otros en cuanto sea posible.

32. Si fuera posible, el fiel atormentado debe rogar a Dios, ejercitar la mortificación, renovar frecuentemente la fe recibida en el bautismo, acudir al sacramento de la Reconciliación frecuentemente y fortalecerse con la sagrada Eucaristía, todo esto sobre todo, antes del exorcismo. Del mismo modo pueden ayudar con la oración, los familiares, amigos, el confesor o director espiritual, sobre todo si al sujeto le facilita rezar con la ayuda y la presencia de otros fieles.

33. Si es posible, realícese el exorcismo en un oratorio o en otro lugar oportuno, apartado de la multitud, en donde esté destacada la imagen del crucifijo.
También debe tenerse en el lugar una imagen de la Bienaventurada Virgen María.

34. Teniendo en cuenta las características del atormentado, el exorcista puede usar de las varias opciones que le ofrece el rito, siempre siguiendo la estructura básica y optando por las fórmulas y oraciones que mejor se acomoden a las condiciones de la persona.
            a. En primer lugar debe tenerse en cuenta el estado físico y psicofísico de la persona como también atender las variaciones posibles dentro del día y aun dentro de una misma hora.
            b. Cuando no hay presencia ni siquiera de unos pocos fieles –que por prudencia y sabiduría podrían requerirse-, el exorcista debe recordar que la Iglesia está presente en él mismo y en el fiel atormentado y esto recuérdeselo a éste.
            c. Procúrese siempre que el fiel atormentado, mientras es exorcizado, se concentre lo mejor posible y se convierta a Dios, reclamándole con profunda humildad y con fe firme la liberación. Exhórteselo a tolerar con paciencia su situación sin desconfiar en el auxilio de Dios y en el ministerio de la Iglesia.

35. Si para la celebración del exorcismo parece oportuno que deba admitirse un grupo elegido de personas, debe indicarse a éstas que rueguen con empeño por el hermano atormentado ya sea de manera privada ya uniéndose en el rito, pero absteniéndose siempre de emitir cualquier fórmula de exorcismo tanto deprecativas como imperativas dado que éstas quedan reservadas al exorcista y solamente él puede pronunciarlas.

36. Es muy conveniente que el fiel librado del tormento exprese su acción de gracias a Dios por la paz recibida, haciéndolo solo o unido a sus familiares. Además debe inducirse al fiel recuperado para que persevere en la oración, con ayuda de la Sagrada Escritura y que frecuente la celebración de la Reconciliación y la Eucaristía; invíteselo también a llevar una vida cristiana caracterizada por las obras de caridad y de amor fraterno hacia todos.


VI  ADAPTACIONES QUE COMPETEN A LAS CONFERENCIAS EPISCOPALES

37. Pertenece a las Conferencias Episcopales:
            a. Preparar las versiones de los textos, observando su integridad y cuidando su fidelidad.
            b. Si se juzga oportuno, adaptar signos y gestos del mismo rito atendiendo a la cultura y al genio del pueblo, sometiendo las variaciones al consentimiento de la Santa Sede.

38. Además de la versión propia de los Prenotandos, que debe ser íntegra, si parece oportuno, las Conferencias Episcopales pueden añadir un “Directorio pastoral para el uso del exorcismo mayor”, con el cual los exorcistas puedan entender más profundamente la doctrina de los prenotandos, comprendan más plenamente la significación de los ritos y, con indicaciones de autores probados, conozcan el mejor modo de obrar, de hablar, de interrogar y de juzgar. Estos directorios, que pueden componerse con la colaboración de sacerdotes versados en ciencia y madura experiencia por un largo ejercicio del ministerio del exorcismo, deben ser reconocidos por la Sede Apostólica, según la norma del derecho.



1 Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 332, 391, 414, 2851.
2 Cf. Ibidem, nn. 391-395, 397.
3 Cf. Ibidem, n. 394
4 Cf. Conc. Vat. II, Const. Past. “Gaudium et spes”, n. 37.
5 Cf. Ibidem, n. 22.
6 Cf. Conc. Lateran. IV, Cap. I “De fide catholica”, DS 800; Cf. Pablo VI, “Profesión de fe”, AAS 60 (1968) 436.
7 Cf. Conc. Vat. I, Const. Dogm. “Dei Filius de fide catholica”, cap. I. “De rerum omnium creatore”, DS 3003.
8 Cf. S. León Magno, Epístola “Quam laudabiliter ad Turribium”, c. 6, “De natura diaboli”, DS 286.
9 Conc. Lateran. IV, Cap. I “De FIDE católica”, DS 800.
10 Cf. S. León Magno, Epístola “Quam laudabiliter ad Turribium”, c. 6, “De natura diaboli”, DS 286.
11 Cf. Conc. Vat. II, Const. “Gaudium et Spes”, n. 17.
12 Cf. Conc. Trid., sesión V, Decretum de peccato originali, nn. 1-2, DS 1511-1512.
13 Conc. Vat. II, Const. “Gaudium et Spes”, n. 37 ; cf. ibidem, n. 13 ; 1 Jn 5, 19 ; Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 401, 407, 409, 1717.
14 Cf. 2 Cor 5, 17.
15 Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 517, 549-550.
16 Cf. Misal Romano, Prefacio I de Pasión.
17 Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 2850-2854.
18 Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1673
19 Cf. Ritual Romano, Iniciación cristiana de adultos, n. 101; Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, n.1673.
20 Cf. Ibidem n. 156
21 Cf. Ritual Romano, Bautismo de niños, nn. 49, 86, 115, 221.
22 Conc. Trid., sesión VI, Decretum de iustificatione, Cap. IV, DS 1524.
23 Cf. Misal Romano, Embolismo que prolonga la Oración del Señor.
24 Cf. Gal. 5, 1; Ritual Romano de la Reconciliación, n.7.
25 Cf. Juan Pablo II, Exhortación apostólica “Reconciliatio et paenitentiae”, nn. 14-22; AAS 77 (1985) 206-207, y carta encíclica “Dominum et vivificantem”, n. 18; AAS 78 (1986) 826.
26 Cf. Conc. Trid. Sesión V, Decretum de peccato originali, cann. 4 y 5; DS 1514-1515.
27 Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1673.
28 Cf. Ibidem
29 Conc. Vat. II, Const. “Sacrosanctum Concilium”, n. 60.
30 Cf. C.I.C., can. 1172 § 1.
31 Cf. Ibidem § 2.
32 Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1673.
33 Cf. Benedicto XIV, Ep. “Sollicitudini”, 1 oct. 1745, n. 43; cf. C.I.C. 1917, can. 1152 §2.
 

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