REFLEXIÓN
A PARTIR DE UNA EXPERIENCIA PASTORAL 1
Jorge Baletti
«El Señor mismo
me condujo en medio de los leprosos,
y practiqué
con ellos la misericordia.
Entonces,
aquello que me parecía amargo,
se me tornó
en dulzura de alma y cuerpo.»
- S. Francisco-
La
crisis del sida ha planteado al mundo cuestiones de gran complejidad. Para los
cristianos estas cuestiones no son tan complejas cuanto esenciales. Pues bien, el sida nos vuelve a proponer la crucial
pregunta de aquel doctor de la ley a Jesús: ¿quién es mi prójimo? (Lc 10, 29). Las páginas que
siguen pretenden insistir sobre la pregunta y, eventualmente, ofrecer alguna
pista para seguir buscando.
Desde
el inicio de esta reflexión vale recordar que existen distancias y cercanías en
el tratamiento que de la realidad del sida hacen un médico o psicólogo, y un
pastor o teólogo. La singularidad del acercamiento pastoral está dada por la perspectiva de la fe. Por ella
comprendemos que el misterio del
hombre no se aclara de verdad sino en el misterio del Verbo encarnado.
Y que Él, Hijo de Dios, por su
encarnación, se identificó en cierto modo con todos los hombres [pues]
amó con corazón de hombre. La existencia del Hijo de Dios, el
Dios-con-nosotros, nos permite descubrir el nuevo sentido de la vida y de la
muerte, que han quedado santificadas... En Cristo y por Cristo, se ilumina el enigma del dolor y de la muerte
que, fuera del Evangelio, nos aplasta2.
La fe en Jesús, solidarizado
en su Encarnación con todo lo humano,
no espera del hombre un salto hasta la esfera de lo divino, sino la apertura
suficiente para recibir vida allí mismo donde está. En ese sentido, aun cuando la
apuesta sea por lo bueno que poseemos, no tratamos aquí el tema desde una
visión "optimista" del hombre, incapaz de vislumbrar su costado oscuro
y hasta perverso. No. Simplemente porque desde la fe en la Encarnación no se hace necesario negarlo sino
asumirlo.
Cipriano
de Cartago, que en el año 250 escribe el De mortalitate para explicar
que la peste no es un castigo divino;
Francisco de Asís, que experimenta la
misericordia en contacto con los leprosos marginados de su tiempo; el vivo
ejemplo de Teresa de Calcuta, y de tantos otros, hombres de fe, de ayer y de
hoy, son los que ofrecen el elemento inagotable de la más genuina teología: la vida vivida, el mundo de la vida,
como le gustaba decir a Husserl. Ellos son los que testimonian de modo contundente la validez del arduo gozo de convivir
con los pequeños de la sociedad. Así pues, por su praxis y su doctrina,
la Iglesia ha puesto siempre de manifiesto que al estar ante el pobre y el
que se encuentra al margen cumple con el mandato de Cristo de verlo y servirlo
en el más pequeño (cf. Mt 25, 45;
Lc 9, 46). A su vez la Iglesia se autocomprende necesitada de un trato
verdaderamente amistoso con los hombres, porque de ese modo, sirviendo
y amando, construye el Reino de hermanos anunciado por Jesús de Nazaret,
porque en ese Reino el mejor privilegio es servir y dar la vida (cf.
Mc 10, 43).
PASTORAL DE ACOMPAÑAMIENTO
Por
"acompañamiento
pastoral" se entiende una actitud, un modo de estar ante el otro y
hasta una manera particular de leer la realidad. Acompañar es caminar junto al
otro, respetando en él un lugar sagrado que no será posible violentar jamás.
El acompañante,
por la experiencia de haber sido buscado
y encontrado por Dios (cf. Flp 3,12), se ha hecho capaz de leer en toda persona la Buena Nueva de la libertad y de la
hondura humana. "Se trata de una pastoral que parte desde el acompañamiento fraterno hasta el más
amplio cuidado médico y terapéutico, a partir de los cuales el enfermo de
sida puede ver claramente la acción
salvadora de Dios y la dimensión de esperanza que acompaña la opción de fe"3.
El que acompaña posibilita a quien tiene junto a sí un ámbito de confianza y de diálogo desde el cual seguir creciendo hacia la conquista de la propia dignidad tantas
veces mancillada.
Ese espacio se comienza a
construir desde el primer encuentro. Será preciso expresar
con gestos y palabras el sentido evangélico de cercanía y respeto que inaugura
y sostiene esta tarea pastoral. "El gesto de tocar es a la vez signo de simpatía y de desafío a los falsos
temores. Un abrazo o un apretón de manos
pueden mostrar más que las palabras el compromiso real en el
acompañamiento"4. Muchas veces nos vemos en la necesidad de acompañar en el proceso de
aceptación de la propia historia, la asunción no escandalizada de los errores
cometidos, o de las situaciones vividas. Sólo la presentación de un Dios-todo-amor, sería capaz de
reconstituir a la persona. El acompañante pastoral ante el corazón lastimado
debería tocar con aquellas manos compasivas del Jesús de los Evangelios esos espacios de dolor que expone la persona
concreta (cf. Mt 9,27).
El
agente pastoral debería estar alentado por una conciencia tendiente a la liberación de las potencialidades
personales desde la verdad, desde aquello que se tiene y como se es. No
saber trabajar el presente (por no haberse apropiado de su pasado) hace a una
persona "incapaz" de un proyecto de vida (futuro). En el trato
con enfermos de sida se constata muy a menudo esta dificultad de asumir el hoy (en el sentido de
hacerlo propio, no de resignación) precisamente porque tampoco hubo un detenimiento
en el trato con el pasado y ello contribuye a una situación de estancamiento que es preciso saber movilizar.
Pero,
¿cómo no fracturarse ante la vista de su verdad? Sostenidos en la Verdad que
hace libre al hombre (cf. Jn 8, 32). Esto significa para el cristiano moverse desde la certeza de un Dios no
escandalizado del límite humano, que conoce hasta sus más oscuros rincones.
Se trata de una apuesta por la bondad
fundamental del hombre de la cual puede sacar el caudal de riquezas que
le permita caminar a través del dolor y el tropiezo. Para el cristiano que
acompaña será preciso continuar un proceso
de conversión al Dios Amor que anuncia, y juntamente con ello una reeducación de la propia fe en ese Dios.
Modificado él mismo por el anuncio de la gratuidad de la que vive todo
hombre (cf. Ef 2, 1-10) le será posible distinguir un diagnóstico clínico (serología positiva) de un
diagnóstico moral. Una hermenéutica por el estilo resulta no sólo
insuficiente sino además inadecuada, y destinada a no ser escuchada cuando el
teólogo/pastor se encuentra en la situación de acoger fraternalmente a una persona afectada de cualquier modo por la
crisis del sida.
Pero
en todos los casos, educar (y educarse)
para una conciencia que devuelva al hombre a su dignidad debería tener como
regla de oro el atrevimiento de concebir
al hombre como una unidad, como un todo que merece todos los cuidados. Hay
que tomar seriamente en cuenta el mundo
de las relaciones humanas y de las emociones5; el conjunto social en
el que se encuentra6; las repercusiones personales y las
modificaciones operadas a partir del diagnóstico positivo y el proceso
siguiente. Por eso resulta tan tramposo (cuando no abiertamente mentiroso)
el cuidado unilateral del enfermo:
en su aspecto médico-somático, por una parte (sostenimiento de un riguroso proceso clínico) y, por otra, la
promesa de un cielo en la tierra, un falsa
terapéutica espiritual-individualista que no hace otra cosa sino evidenciar
la necesidad de negar el dolor, la
verdad de lo que se vive, la enfermedad, la muerte, el amor, en fin, la vida...
Ambas mentiras conducen a la
muerte, no
sólo la del cuerpo sino la de toda la
persona (si eso fuera posible): la muerte metafísica, moral. En ambos casos
se trata de la clausura de la propia vida, o de la ajena, negándose la posibilidad de haber vivido, de hacer historia, de tener
una biografía, de poder relatar, de tener una conciencia viva de la dignidad y
la hondura del ser carne-espíritu.
VOLVER A CREER
La
educación religiosa inadecuada y la forma de vida que desdice lo que se
predica pueden conducir a una experiencia
negativa en la vivencia de la fe, colaborando así con el sin-horizonte de
la vida.
Nuestra responsabilidad es grande. Precisamente por ello también la teología,
desde una perspectiva pastoral, enraizadas profundamente sus raíces en la
Buena Nueva del Amor-Inclusivo, debe considerar seriamente y tomar bajo
su cuidado situaciones como la crisis del sida7.
Al
considerar la vivencia de los enfermos
de sida debemos plantear la cuestión del abandono: muchos de ellos por sus historias (drogadicción,
homosexualidad, prostitución, pobreza, marginalidad, etc.) se relacionan con la iglesia como
abandonados y abandonadores; sea porque ellos dejaron la práctica religiosa comunitaria8 o
porque la iglesia los ha abandonado
dado que su praxis no ha estado
privilegiadamente dirigida a ellos9.
Uno
de los enfermos que pude acompañar en el hospital me confesó que le había
pedido a Dios lo mantuviera vivo para ver crecer a sus sobrinos. Sus sobrinos
eran los únicos seres queridos, más débiles que él, a quienes podía ofrecer
regalos y cuidados. Verlos crecer representaba para él la esperanza de que
sus cuidados, su historia, y aun sus malacrianzas, pervivirían en sus sobrinos
después de su muerte. Esto, creo yo, sostuvo la salud de Jorge C., por
mucho más tiempo del que los médicos pronosticaron... Si el acompañante no conecta con el mundo afectivo de la persona
concreta, algo por el estilo puede resultarle absurdo. Por medio de
ejemplos como este queda patente, sobre todo para quien lo experimenta, la relevancia de tener un proyecto de vida.
Es decir, lograr movilizarse hacia algo
que sea realmente significativo para la persona en su dimensión más profunda.
En este sentido podemos decir que acompañar significa saber escuchar
el proyecto de vida del que acompañamos, sin tener que medir su
profundidad o validez desde nuestros criterios.
La
escucha de un agente de pastoral debería ser lúcida y comprensiva a la vez; su
actitud, de una disponibilidad tal que favorezca la intimidad y la sinceridad. De este modo le permite al enfermo a quien acompaña
inaugurar espacios nuevos, profundidades que sólo el amor es capaz de explorar.
Volver a creer, reactivar
la esperanza, recobrar la confianza en los otros y darse la
posibilidad de vivir aquí y ahora con la decisión de tomarse en serio la
propia existencia.
SER "SACRAMENTO" DEL
AMOR DE DIOS
En el trato con enfermos
moribundos
–al igual que en otras situaciones decisivas–, se puede apreciar cómo toda la existencia parece estar concentrada y apuntando a
temas de vital importancia, los cuales son planteados con una singular agudeza.
"Estos enfermos están marcados por la
conciencia de estar abocados a la muerte. La inminencia de la muerte hace
que el enfermo se plantee las cuestiones
que le trascienden... de alguna manera, se llega a filosofar y a hacer
teología mentalmente."10 Entre estos temas que el acompañamiento pastoral adecuado invita
a verbalizar (o a gestualizar) emerge con una fuerza increíble el tema de Dios, el después de la muerte,
la culpa, la historia personal11.
Muchos
de los enfermos tienen una historia
tejida entre abandonos y desilusiones, por eso el agente pastoral ha de
ser él mismo un espacio nuevo –una novedad, una buena nueva– y,
permitiéndonos un lenguaje análogo, debería llegar a ser como sacramento12.
El acompañante, al mantenerse junto al otro, pondrá de manifiesto la
presencia eficaz del Amor que estuvo y está en el corazón de su historia.
Sabrá entonces, porque otro se lo está diciendo vitalmente, que "el Señor es bueno, su misericordia es
eterna, y que su fidelidad permanece para siempre" (Sal 99, 5).
Divisará que tiene un lugar en la redención del mundo, ese misterio
tremendo del amor en el que la creación es renovada; y comprenderá, en fin,
que Dios nos ama con un amor que no retrocede13. Al recorrer con el enfermo un tramo del
camino y recibirlo así como está, "demostrándole" la decisión de acompañarlo hasta su "final",
se lo animará a descubrir una nueva imagen de Dios y de la Iglesia: el Dios de
Jesús y la fraternidad de Jesús, cuyos miembros serán reconocidos como
discípulos por el amor (cf. Jn 13, 35).
Así
como los sacramentos otorgan efectivamente la gracia que significan, de modo
análogo, el agente pastoral permitirá,
"eficazmente", que en sus gestos quede descubierto el rostro
amoroso de Dios. Por ello le
será posible al enfermo volver a creer y, además, crecer, abrir nuevos
espacios de confianza. Pese a una historia posiblemente marcada por el
abandono, la presencia cristiana del acompañante le posibilita, quizás,
hacer un "balance", una nueva mirada sobre su historia, pero esta vez
junto a un otro que no lo juzga.
Leyendo en sus ojos el Evangelio del
Perdón, podrá curar su pasado y transitar un camino nuevo de dignidad y
esperanza14.
Es
aquí, en todo el proceso de acompañamiento y en el momento más cercano a la muerte, cuando el agente pastoral se constituye
en sacramento y "reproduce" el Amor Trinitario (de comunidad,
solidario) que Dios le ha mostrado a él. "Algunos enfermos reciben al
agente de pastoral con un prejuicio inicial: el representante de la divinidad
nos condenará, nos acusará de nuestros pecados, nos hará ver que sufrimos
porque nos lo hemos merecido. Sólo el comportamiento no condenatorio que se
interesa por la persona del enfermo permitirá al mismo cambiar de opinión"15.
En un camino recorrido de este modo ambos, acompañante y acompañado, sabrán quien
es el prójimo.
Acompañar
pastoralmente podría considerarse una
tarea de toda la vida (¡no concebida en vulgares términos cronológicos!) en orden a trabajar la completud de la persona, que puede crecer entre la autoposesión
y la donación, entre la (cruda) realidad y el proyecto de vida. Quizás
–abandonando nuestros grandes proyectos, por piadosos que sean–, se trate
simplemente de acompañar desde el
silencio, un silencio que ame el misterioso dolor que no se termina de
comprender... Ofrecer siempre una posibilidad más y juntos danzar, lo más
alegremente posible, hacia lo pequeño y en verdad significativo.
No les tengan lástima. No les ayudaría en lo más mínimo; dañaría la
causa de ustedes y con ello a muchos, muchos seres por nacer que la necesitarán
vitalmente. Se volverían más indefensos y mucho más dependientes.
Utilícenles como ayudantes en el buen sentido, y díganles que les
están utilizando para servir a una buena causa. Les estarán agradecidos si
pueden servir a una causa con sacrificio.
Quédense solos, sean ustedes mismos. Tendrán el corazón menos
oprimido. Y déjenles abandonados a ellos mismos, a que hagan lo que les venga
en gana, y a sus propios modos de vida. Al final, les estarán agradecidos. Y
unos pocos, muy pocos, encontrarán su camino hacia donde están ustedes, y
comenzarán a entender.
Al principio la soledad será insoportable, porque aman a la gente,
aman la amistad y son hombres como ellos, pese a la gran brecha. Pero deben
considerar su soledad como una condición inevitable de su modo de vida. No hay
más camino que la soledad mientras el hombre esté vacío y no sepa qué es el
amor en el cuerpo.
No salven a la gente. Sus admiradores los seducirán para que salven
gente. Dejen que la gente se salve a sí misma. Este será el único camino hacia
la salvación: hacia la salvación verdadera, real, sana. La vida es
suficientemente fuerte como para salvarse a sí misma. Simplemente vivan la
propia vida delante de ellos.
No escriban para ellos, sino sobre las cuestiones esenciales de la
Vida. No hablen de ellos para que los aclamen, pero hablen sobre los hombres
para limpiar la atmósfera del dolor de la ausencia de emoción.
Wilhelm Reich
NOTAS
1 Comunicación
presentada durante el seminario «Nuevas
estrategias de intervención en pacientes
con HIV/SIDA» para agentes de
salud en el Hospital Francisco J. Muñiz, Bs. As., agosto de 1997.
2 Concilio Vaticano
II, Constitución pastoral Gaudium et Espes, 22.
3 "A partir de esta acción de acompañamiento se descubre cómo la
acción de Dios y su obra salvadora, no está en una destrucción mágica de la
enfermedad, en un hacer desaparecer misteriosamente el dolor sino precisamente
en la compañía médica, presencia fraterna, solidaria y compasiva..."
L. E. López - P. Orozco, "Pastoral
con pacientes de sida en fase terminal", en Franciscanum,
109-110 (1995), Colombia, 160.
4 "Cuando Jesús tocaba a un leproso se hacía a los ojos de los
religiosos de aquel tiempo, ritual y socialmente impuro. Al ubicarnos al lado
de los afectados por el VIH/SIDA asumimos su estigma y lo hacemos nuestro para
transformarnos en la voz de aquellos que no pueden defenderse pos sí mismos, en
la confiada espera de que un día ellos serán protagonistas de su
historia." C. Lisandro Orlov, "... y lo hicieron conmigo". Sugerencias
prácticas y pastorales para el acompañamiento de las personas afectadas por la
epidemia del SIDA, Koinonía (Ed.), Buenos Aires, 1993, 4.
5 En torno a esto se
dijo que ‘el contagio del sida es
fundamentalmente afectivo’. Lejos de ver en esto una marca negativa sobre
los afectos y los vínculos de los seres humanos, se pretende poner de relieve
justamente lo contrario. El virus HIV
tiene su principal acceso al cuerpo humano por vía sexual, por compartir
jeringas en grupo, por el llamado "contagio vertical" (de madre a
hijo) y, finalmente, por las transfusiones no controladas. Ninguna de las
formas de contagio están fuera del mundo
de las relaciones, los afectos, los vínculos y la vida.
6 Sobre el origen y
las repercusiones de la enfermedad se han avanzado desde los inicios teorías
diversas en todos los niveles; infelizmente
algunos hombres de iglesia –y de ello debemos hacernos cargo– se han
referido a la pandemia en términos de castigo
divino. Nos corresponde el esfuerzo de reflexionar incorporando quizás
factores socio-culturales que tienen que ver con la enfermedad. Una pastoral
integral debería pronunciarse sobre el individuo y, además, dirigir su mirada
sobre lo que como comunidad humana significa el sida y cómo ésta, al igual que otras tantas
situaciones, está denunciando una situación macro de injusticia y desorden para
lo cual no es preciso poner a Dios como responsable...
7 La actitud de las iglesias ante la crisis del sida, aunque no sea
el tema de nuestra reflexión, merece que se le dedique un pequeño párrafo.
Varios años después de ser reportados los primeros casos de infección por VIH
las iglesias comenzaron a manifestarse:
- En Junio
de 1986, el Consejo Mundial de Iglesias (CMI) publica un documento muy
breve titulado "El Sida y Iglesia como comunidad de
sanación". "Sentimos –dice el documento- la
responsabilidad de pronunciar palabras
de consuelo y de esperanza", además hacen una fuerte autocrítica
al decir que se hace necesario "confesar
que las iglesias han sido lentas en hablar y actuar y rápidas en juzgar y
en condenar a mucha gente que había contraído la enfermedad; a través de
su silencio, comparten la responsabilidad del temor que se ha esparcido
por el mundo más rápidamente que el virus mismo". Se Asume en
este documento que la crisis del sida "desafía a ser Iglesia en obras y en verdad: a que seamos Iglesia
como comunidad de sanación". Pone a su vez una cuestión que
estuvo presente en el resto de los documentos de las iglesias, tiene que
ver con la concepción eclesiológica con la cual nos regimos: "la Buena Noticia de Cristo es que no
hay extraños ni marginados", por para el cristiano la exclusión deja de ser una opción posible.
- En 1987
el Comité ejecutivo del Episcopado Católico Romano de los EE. UU. emite un
documento en el que se declara que "toda discriminación o violencia contra las personas
afectadas/infectadas por el sida es injusta e inmoral",
postulando que "toda persona
es de una dignidad inestimable". Sobre la base de que es
necesario una verdadera actitud de respeto hacia las elecciones de las
personas expresa que se debe transmitir íntegramente la información sobre
todos los modos de prevenir la enfermedad, incluido el uso del profiláctico.
- En el año
1988, la Federación Luterana Mundial publica el documento "El trabajo pastoral con relación al
Sida", y retoma las ideas-fuerza de los anteriores para decir que
la Iglesia debe abrir sus puertas a
todos y que "al excluir a alguien de esta fuente de vida, la Iglesia
se hace culpable de la más grave forma de discriminación que existe."
- En
Noviembre de 1989, Juan Pablo II denuncia en su documento "La Iglesia ante el sida" que
el problema fundamental es la crisis de valores especialmente constatable
en la "inmunodeficiencia en la
solidaridad y la justicia", por lo que se hace urgente "practicar siempre nuevas formas de
solidaridad, rechazar toda forma de marginación, estar cerca de los menos
afortunados, cultivar la amistad y la comprensión y rechazar toda
violencia".
- Recién en
1991 la Comisión Permanente del Episcopado Argentino publica su palabra
acerca de la crisis del sida haciéndose eco de la enseñanza papal: "algunos esperan un descubrimiento
prodigioso, otros pretenden señalar las culpas o transgresiones que la
causan. Pero cualquiera de estas reacciones resulta incompleta,
superficial, a veces injusta". Los dos desafíos de la crisis del
sida son "asistir al afectado
y prevenir la infección". A los afectados se dirige con palabras
de consuelo: "no se sientan solos", y sobre la prevención dice
"que debe ser no sólo realmente eficaz, sino también digna de la
persona humana".
La exposición ordenada
y sintética de estos documentos puede hallarse en C. L. Orlov, Celebrar la vida. El pensamiento de las Iglesias sobre
el SIDA, Koinonía (Ed.) Bs. As. 1990; Juan Pablo II, La Iglesia ente
el sida, Paulinas, Bs. As., 1991; Comisión Permanente del Episcopado
Argentino, «Sida. Acompañar y prevenir con dignidad», en Actualidad pastoral
190 (1991) 222; Comisión Social de la Conferencia Espiscopal Francesa, Ante
el SIDA, realizar la esperanza, en Nuevo Mundo 51 (1995) 97-103.
8 Sin embargo "ello
no impide que muchos de los enfermos hayan mantenido una especie de tensión
religiosa aletargada que en ocasiones ha podido despertarse y manifestarse en
esporádicos comportamientos religiosos emparentados con la superstición."
J. C. Bermejo, Sida, vida en el camino, Paulinas, Madrid, 1990, 99.
9 Cf. D. Tiphaine,
"La integración del marginado. La
vocación cristiana como superación de toda barrera según Mateo 9,9-13"
en Nuevo Mundo 51 (1995) 12-26. Este artículo, según un profundo
análisis del texto elegido, muestra la actitud inclusiva y formadora de Jesús
ante los marginados y sugiere una praxis eclesial consecuente con la de Cristo.
10 J. C. Bemejo, Sida,
vida..., 100.
11 En este sentido no
es extraño ser testigo de la rebeldía y aun de reclamos a Dios (o a la Virgen)
y es posible, en un ámbito de mucha intimidad, que el enfermo comente haber
hecho una especie de "trato" con Dios, al estilo como lo describe la
Dra. Kübler-Ross, Sobre la muerte y
los moribundos, Grijalbo, Barcelona, 1994, 111.
12 La Iglesia se autocomprende como sacramento
de unidad entre Dios y los hombres en Cristo; cf. Concilio Vaticano II, Constitución
dogmática lumen gentium, 1.
13 Cf. Juan Pablo II, Redemptor
hominis, 9.
14 A este respecto
comenta Bermejo: "Digamos enseguida que la necesidad religiosa
fundamental del enfermo de sida no es la de un servicio religioso centrado en
los sacramentos. [...] Después de analizar su experiencia religiosa,
descubrimos claramente en ellos la
necesidad de sentir el perdón, la comunión, la esperanza y un Dios que llene el
vacío interior que pueden sentir después de toda una vida. El enfermo necesita sentir el perdón.
Necesita vivir un proceso de autoperdón, una aceptación de sí mismo con todos
sus límites, con su historia concreta. [...] El enfermo necesita sentir la
comunión y la solidaridad, en contraste con el temido rechazo y abandono. [...]
Pero en el fondo la necesidad central es la de encontrar un sentido ¿Demasiado
pretencioso encontrar un sentido a la vida en medio de tanto sufrimiento y con
una prognosis infausta? Descubrir valores nuevos, ver la vida como un misterio,
el sufrimiento como una ocasión de madurar. [...] En una palabra la
necesidad religiosa del enfermo de sida es la de recibir un mensaje con el
lenguaje que se es capaz de comprender, un mensaje de luz, un mensaje de
salvación, un mensaje de amor, de victoria de la vida sobre todos tipo de
muerte". J. C. Bermejo, Sida, vida..., 104-105. El subrayado es
nuestro.
15 J. C. Bermejo, Sida,
vida..., 101.