Anglocatólico

COMUNIDAD ECUMÉNICA MISIONERA LA ANUNCIACIÓN. CEMLA
Palabra + Espíritu + Sacramento + Misión
Evangelizar + Discipular + Enviar


“Hay un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre de todos, que está sobre todos, actúa por todos y está en todos.” Ef 4,5s.

Creo en la Iglesia, que es una, santa, católica y apostólica.

+Gabriel Orellana.
Obispo Misionero
¡Ay de mí si no predico el Evangelio! 1 Co 9,16b.

whatsapp +503 7768-5447

domingo, 30 de noviembre de 2014

LECCIONARIO ECUMÉNICO CICLO B


ADVIENTO-NAVIDAD-EPIFANÍA
AÑO B

TIEMPO DE ADVIENTO

D-30 NOVIEMBRE 2014
Primer domingo de Adviento
Isaías 64:1-9
Salmo 80:1-7, 17-19
1 Corintios 1:3-9
Marcos 13:24-37 

Lunes 1 DICIEMBRE      
Isaías 4:2–6  (Isaías 2:1–5)            
Salmo 122                          
Mateo 8:5–13

Martes   2 DICIEMBRE  
Isaías 11:1–10                                  
Salmo 72:1–8                    
Lucas 10:21–24

Miércoles 3 DICIEMBRE               
Isaías 25:6–9                                     
Salmo 23                             
Mateo 15:29–39

Jueves    4 DICIEMBRE                  
Isaías 26:1–6                                     
Salmo 118:19–24             
Mateo 7:21–27

Viernes  5 DICIEMBRE
Isaías 29:17–24                
Salmo 27:1–6,17–18        
Mateo 9:27–31

Sábado 6 DICIEMBRE   
Isaías 30:19–21,23–26    
Salmo 147:1–12                
Mateo 9:35–10:1,5–8

D-7 DICIEMBRE 2014
Segundo domingo de Adviento
Isaías 40:1-11
Salmo 85:1-2, 8-13
2 Pedro 3:8-15a
Marcos 1:1-8

Lunes 8 DICIEMBRE
Isaías 35:1–10
Salmo 85:8–13
Lucas 5:17–26
Concepción de santa María, la llena de gracia
Génesis 3, 9-15.20
Salmo 97
Efesios  1,3-6. 11-12 
Lucas 1, 26-38

Martes 9 DICIEMBRE
Isaías 40:1–11
Salmo 96
Mateo 18:12–14

Miércoles 10 DICIEMBRE
Isaías 40:25–31
Salmo 103:1–10
Mateo 11:28–30

Jueves 11 DICIEMBRE
Isaías 41:13–20
Salmo 145:1–4,8–13
Mateo 11:7–15

Viernes  12 DICIEMBRE
Isaías 48:17–19
Salmo 1
Mateo 11:16–19

Sábado  13 DICIEMBRE
Sirácida (Eclesiástico) 48:1–11
Salmo 80:1–3,14–18
Mateo 17:9–13

D-14 DICIEMBRE 2014
Tercer domingo de Adviento (Gaudete)
Isaías 61:1-4, 8-11
Salmo 126 o Lucas 1:47-55
I Tesalonicenses 5:16-24
Juan 1:6-8, 19-28

Lunes 15 DICIEMBRE
Números 24:2–7,15–17a
Salmo 25:3–8
Mateo 21:23–27

Martes 16 DICIEMBRE
Sofonías 3:1–2,9–13
Salmo 34:1–8
Mateo 21:28–32

Del 17 al 24 de diciembre

Miércoles 17
Génesis 49:2,8–10
Salmo 72:1–8
Mateo 1:1–7,17

Jueves 18
Jeremías 23:5–8
Salmo 72:11–18
Mateo 1:18–25

Viernes 19
Jueces 13:2–7,24–25
Salmo 71:1–8
Lucas 1:5–25

Sábado 20
Isaías 7:10–14
Salmo 24
Lucas 1:26–38

D-21 DICIEMBRE 2014
Cuarto domingo de Adviento
2 Samuel 7:1-11, 16
Lucas 1:47-55 o Salmo 89:1-4, 19-26
Romanos 16: 25-27
Lucas 1:26-38 

Lunes 22
1 Samuel 1:19–28
Cantico Lucas 1:68-79 o Salmo 113 o Salmo 122
Lucas 1:46–56

Martes 23
Malaquías 3:1–5
Salmo 25:1–14
Lucas 1:57–66

Miércoles 24 por la mañana
2 Samuel 7:1–16
Salmo 89:1–4,19–29
Lucas 1:67–79


TIEMPO DE NAVIDAD
Natividad del Señor

M-24 DICIEMBRE 2014
Navidad - Propio I  Nochebuena

Isaías 9:2-7
Salmo 96
Tito 2:11-14
Lucas 2:1-14, (15-20) 

D-25 DICIEMBRE 2014
Navidad - Propio II Día de Navidad

Isaías 62:6-12
Salmo 97
Tito 3:4-7
Lucas 2:(1-7), 8-20 

Navidad - Propio III  Día de Navidad

Isaías 52:7-10
Salmo 98
Hebreos 1:1-4, (5-12)
Juan 1:1-14

Del 26 al 31 de diciembre

Viernes 26 san Esteban  
(Hch 6, 8-10; 7, 54-59 / Sal 30 / Mt 10, 17-22)

Jeremías 26:1–9,12–15 o  31:1–5 
Salmo  31  
Hechos 6:8–7:2a,51c–60  
Mateo 23:34–39

Sábado 27 san Juan 
(1 Jn 1, 1-4 / Sal 96 / Jn 20, 2-8)

Éxodo 33:18–23
Salmo 92  o  92:1–4,11–14 
1 Juan 1:1–9  
Juan 21:19b–24

D-28 DICIEMBRE 2014

La Familia de Nazaret
Isaías 61:10—62:3
Salmo 148
Gálatas 4:4-7
Lucas 2:22-40 

Santos Inocentes  
(1Jn 1,5-2, 2/Sal 123 / Mt 2,13-18)

Jeremías 31:15–17  
Salmo  124 
Apocalipsis 21:1–7  
Mateo 2:13–18

Lunes 29
1 Juan 2:7–11
Salmo 96:1–91
Lucas 2:22–35

Martes 30
1 Juan 2:12–17
Salmo 96:7–10
Lucas 2:36–40

Miércoles 31
1 Juan 2:18–21
Salmo 96:1–2,11–13
Juan 1:1–18

J-1 ENERO 2015

Santo Nombre de Jesús   
Éxodo 34:1–8 
Salmo 8
Romanos 1:1–7  
Lucas 2:15–21

María, Madre de Dios 
Números 6, 22-27
Salmo 66
Gálatas 4,4-7
Lucas 2, 16-21

Día de Año Nuevo
Eclesiastés 3:1-13
Salmo 8
Apocalipsis 21:1-6a
Mateo 25:31-46  

Viernes 2 ENERO 2015
Juan 2:22–29
Salmo98:1–5 1
Juan 1:19–28

Sábado 3 ENERO 2015
1 Juan 3:1–6
Salmo 98:1–2,4–7
Juan 1:29–34


TIEMPO DE EPIFANÍA
(Tiempo durante el año)

D-4 ENERO 2015

Epifanía del Señor
Isaías 60:1-6
Salmo 72:1-7, 10-14
Efesios 3:1-12
Mateo 2:1-12

 Lunes 5
1 Juan 3:11–18
Salmo 100
Juan 1:43–51

Martes 6
1 Juan 4,7-10
Salmo 71
Marcos 6,33-44.

Miércoles 7
1 Juan 3:18–4:6
Salmo 2
Mateo 4:12–17,23–25

Jueves 8
1 Juan 4:7–12
Salmo 72:1–8
Marcos 6:30–44

Viernes 9
1 Juan 4:11–19
Salmo 72:1–2,10–13
Marcos 6:45–52

Sábado 10
1 Juan 4:19–5:4
Salmo 72:1–2,14–19
Lucas 4:14–22

viernes, 28 de noviembre de 2014

ADVIENTO SEGÚN LIBROS LITÚRGICOS

Celebración del Adviento según los libros litúrgicos actuales
Fray Sergio Uribe G., Capuchino.

La Iglesia de Roma, en la Reforma Litúrgica posterior al Concilio Vaticano II, recuerda y celebra en el Adviento estos dos aspectos que nos entrega la historia de este tiempo litúrgico:
            * el Nacimiento de Jesús en Belén, primera venida, y
            * su vuelta gloriosa al final de los tiempos, segunda venida.

Ciertamente se trata de una preparación espiritual al tiempo litúrgico de Navidad y de Epifanía, es decir, de estas dos manifestaciones del Señor como nuestro Salvador, pero sin olvidar su Parusía final. 

A partir de este contenido podremos comprender mejor la estructura actual de nuestros libros litúrgicos.

Con razón algunos hablan de dos Advientos, el Adviento escatológico y el Adviento navideño (Natalicio). Aun con una acentuación cronológica.  El primero, el que conmemora la segunda Venida del Señor se inicia el Primer Domingo de Adviento y termina el día 16 de diciembre. Los domingos y ferias entre el 17 y el 24 de diciembre son una preparación más directa e inmediata a la Solemnidad de la Navidad.

Aunque lo que acabamos de afirmar no es absoluto: en la primera parte de este tiempo encontramos, sobre todo en algunas oraciones presidenciales de la Eucaristía y de la Liturgia de las Horas, alusiones directas a la fiesta de Navidad que se avecina. Como igualmente en los textos litúrgicos de las ferias mayores del Adviento, 17 al 24 de diciembre,  también hay alusiones referentes a la escatología.

En cuanto al contenido de su celebración se nos propone que vivamos este tiempo como una expectación piadosa  y alegre  [Calendario Romano n 39]. Debemos detenernos un poco en estos dos aspectos o ideales de los que se nos proponen, la piedad  y la alegría.

A los que vivimos hoy en nuestro medio no nos resulta fácil la vivencia ideal de este tiempo litúrgico del Adviento: en estos días nos sentimos presionados por un contexto y un ambiente que no son favorables: los ajetreos previos a la Navidad, en ocasiones tan poco cristianos que nos impone el ambiente y la sociedad de consumo, distraen nuestra atención y mucho más nuestro interés ante el contenido espiritual del Adviento; los afanes propios del fin del año escolar, pastoral, laboral distraen igualmente la mente y centran las preocupaciones en otros objetivos. Una celebración piadosa y alegre del Adviento viene a resultar para nosotros un ideal lejano, pero también un real desafío cristiano.

¿Qué elementos podríamos acentuar? ¿Dónde podríamos encontrar el método de mejorar su celebración?

Señalamos algunos que la Iglesia nos propone: Partamos de que el Adviento es una manifestación de Dios y que esta manifestación es salvadora. Para aceptar esa salvación la actitud típica del creyente será asumirla en espíritu de conversión, de vigilancia y de alegría.

Uno:
A partir del contenido de los textos litúrgicos:

1.1.      Dios se nos manifestó y se nos manifiesta hoy su salvación a través de signos. Dios Padre es, en su Hijo Jesucristo, el vencedor del mal y del pecado. Vencedor no en sentido triunfalista, sino liberador.

1.2.      Frente a los hechos concretos de su manifestación, la actitud propia del creyente es la FE. Esa fe que descubre a Dios cercano en la simplicidad de su Iglesia, en su Palabra, en los Sacramentos que salvan, en la vida testimonial de los cristianos.

1.3.      Celebración de la Liturgia: La Palabra de Dios, celebrada en el contexto actual. Sabemos que la Palabra de Dios es eterna, es decir, es siempre actual. Y es el marco histórico concreto de nuestra vida donde hay que proclamarla, entenderla, acogerla y vivirla.

Dos:
A partir de un redescubrimiento de la Parusía como acontecimiento salvador por excelencia.

2.1.      Es un dato estadístico que nuestro pueblo cristiano no tiene claro el concepto de la segunda Venida del Señor.  Una catequesis demasiado parcial ha acentuado más su sentido de juicio y condenación que de término y coronación de la salvación. Es preciso tener en cuenta este dato para poder darle al Adviento el carácter de espera alegre de esa vuelta salvadora del Señor que vendrá a coronar en nosotros su salvación de amor y de benevolencia.

2.2.      Sin negar el contenido de juicio que el Señor realizará en su Segunda Venida, la revelación actúa el aspecto salvador de ese acontecimiento. Las muestras de amor con que el Señor fue jalonando la vida del creyente a través de los Sacramentos, de la vida de la Iglesia, del testimonio evangélico comprometido serán coronados en este momento de la Manifestación que culmina la salvación.
Cabe aquí repetir la oración de nuestros primeros hermanos en la fe: ¡Ven, Señor Jesús! Marana tah!: Ven a terminar la salvación aun inconclusa, a concluir la acción misericordiosa del Padre que, a través de su Hijo, nos manifiesta su amor salvador.

2.3.      En esta línea de la espera del Señor, el Adviento es una buena oportunidad de cultivar la virtud cristiana de la ESPERANZA, que no se funda en nuestros méritos, si no en la misericordiosa benignidad del amor de Dios que nos manifiesta en Jesús, su Hijo. Esperanza como virtud activa, que nos compromete a edificar activamente un futuro a través de la vivencia testimonial de la Palabra del Señor.

Tres:
Asumir las costumbres de nuestro pueblo. Son muchos los elementos que asume y utiliza nuestro pueblo cristiano en este tiempo de Adviento, particularmente en torno al contenido religioso y celebrativo de la Navidad. Sería conveniente dar a estos elementos un sentido más cristiano de vivencia de algunos valores concretos que emergen de estas celebraciones.

3.1.      Se está haciendo cada vez más frecuente en nuestras comunidades cristianas poner en los templos, capillas, comunidades religiosas la Corona de Adviento.

3.2.      Es costumbre muy frecuente en nuestros hogares hacer un pesebre con motivos de la solemnidad navideña. Tal vez podría interesarse toda la familia en su construcción, sobre todo haciendo participar a los niños en forma muy activa. Hay comunidades cristianas que van preparando poco a poco, la construcción de estos pesebres: en ocasiones haciendo que los niños siembren en un macetero o vasija un poco de trigo que, hacia el 24 de diciembre, ya estará nacido para adornar el Belén del hogar.

3.3.      Son infaltables los regalos que, con motivo de la Navidad, se hacen en nuestras  familias, especialmente a los niños. El ambiente materialista y consumista de nuestra sociedad le ha quitado a esta costumbre el sentido cristiano que tiene y la ha convertido en un compromiso social, muchas veces pesado, comprometente y oneroso. Podría resultar un buen desafío para nuestras comunidades cristianas lograr catequizar y cristianizar esta costumbre poniéndola en relación y dependencia de la bondad de Dios que, en la entrega de su Hijo, nos demuestra la abundancia de su amor y, sobre todo, de su gratuidad sin límites.


3.4.      Aunque se ha perdido mucho, sobre todo en ambientes urbanos, la costumbre de la Novena de Navidad, podías tal vez vitalizarse a partir de lo que la Liturgia nos propone para los días inmediatamente anteriores a la Navidad, las ferias entre el 17 y el 24 de diciembre (Calendario Romano, n 42). Durante esos días la Iglesia va recordando en la Liturgia de las Horas y en la proclamación del Evangelio de las Eucaristías, los títulos más importantes que la Biblia le da al Mesías Salvador: Sabiduría de Dios; Pastor de la Casa de Israel; Renuevo del tronco de Jesé; Llave de David y Cetro de la Casa de Israel; Sol que nace de lo alto; Rey de las Naciones; y Emmanuel, Dios-con-nosotros. Estos títulos bíblicos podrían ser la base de una buena catequesis que nos centre en las características del Mesías que se nos manifiesta naciendo por nosotros en Belén.

TEOLOGÍA Y ESPIRITUALIDAD DEL ADVIENTO


A la luz de la liturgia de la Iglesia y de sus contenidos podemos resumir algunas líneas del pensamiento teológico y de la vivencia existencial de este tiempo de gracia.
1. Adviento, tiempo de Cristo: la doble venida
La teología litúrgica del Adviento se mueve, en las dos líneas enunciadas por el Calendario romano: la espera de la Parusía, revivida con los textos mesiánicos escatológicos del AT y la perspectiva de Navidad que renueva la memoria de alguna de estas promesas ya cumplidas aunque si bien no definitivamente.
El tema de la espera es vivido en la Iglesia con la misma oración que resonaba en la asamblea cristiana primitiva: el Marana-tha (Ven Señor) o el Maran-athá (el Señor viene) de los textos de Pablo (1 Cor 16,22) y del Apocalipsis (Ap 22,20), que se encuentra también en la Didaché, y hoy en una de las aclamaciones de la oración eucarística. Todo el Adviento resuena como un "Marana-thá" en las diferentes modulaciones que esta oración adquiere en las preces de la Iglesia.
La palabra del Antiguo Testamento invita a repetir en la vida la espera de los justos que aguardaban al Mesías; la certeza de la venida de Cristo en la carne estimula a renovar la espera de la última aparición gloriosa en la que las promesas mesiánicas tendrán total cumplimiento ya que hasta hoy se han cumplido sólo parcialmente. El primer prefacio de Adviento canta espléndidamente esta compleja, pero verdadera realidad de la vida cristiana.
El tema de la espera del Mesías y la conmemoración de la preparación a este acontecimiento salvífico toma pronto su auge en los días feriales que preceden a la Navidad. La Iglesia se siente sumergida en la lectura profética de los oráculos mesiánicos. Hace memoria de nuestros Padres en la Fe, patrísticas y profetas, escucha a Isaías, recuerda el pequeño núcleo de los anawim de Yahvé que está allí para esperarle: Zacarías, Isabel, Juan, José, María.
El Adviento resulta así como una intensa y concreta celebración de la larga espera en la historia de la salvación, como el descubrimiento del misterio de Cristo presente en cada página del AT, del Génesis hasta los últimos libros Sapienciales. Es vivir la historia pasada vuelta y orientada hacia el Cristo escondido en el AT que sugiere la lectura de nuestra historia como una presencia y una espera de Cristo que viene.
En el hoy de la Iglesia, Adviento es como un redescubrir la centralidad de Cristo en la historia de la salvación. Se recuerdan sus títulos mesiánicos a través de las lecturas bíblicas y las antífonas: Mesías, Libertador, Salvador, Esperado de las naciones, Anunciado por los profetas... En sus títulos y funciones Cristo, revelado por el Padre, se convierte en el personaje central, la clave del arco de una historia, de la historia de la salvación.
2. Adviento, tiempo del Espíritu: el Precursor y los precursores
Adviento es tiempo del Espíritu Santo. El verdadero "Prodromos", Precursor de Cristo en su primera venida es el Espíritu Santo; él es ya el Precursor de la segunda venida. El ha hablado por medio de los profetas, ha inspirado los oráculos mesiánicos, ha anticipado con sus primicias de alegría la venida de Cristo en sus protagonistas como Zacarías, Isabel, Juan, María; el Evangelio de Lucas lo demuestra en su primer capítulo, cuando todo parece un anticipado Pentecostés para los últimos del AT, en la profecía y en la alabanza del Benedictus y del Magnificat. Y en la espera del nuevo adviento la Iglesia pronuncia su "Ven Señor", como Esposa, guiada por el Espíritu Santo (Ap 22,20).
El protagonismo del Espíritu se transmite a sus órganos vivos que son los hombres y mujeres carismáticos del AT que ya enlazan la Antigua Alianza con la Nueva.
En esta luz debemos recordar "los precursores" del Mesías, sin olvidar al "Precursor", que es el Espíritu Santo del Adviento.
3. Adviento tiempo por excelencia de María, la Virgen de la espera
Es el tiempo mariano por excelencia del Año litúrgico. Lo ha expresado con toda autoridad Pablo VI en la Marialis Cultus, nn. 3-4.
Históricamente la memoria de María en la liturgia ha surgido con la lectura del Evangelio de la Anunciación antes de Navidad en el que con razón ha sido llamado el domingo mariano prenatalicio.
Hoy el Adviento ha recuperado de lleno este sentido con una serie de elementos marianos de la liturgia, que podemos sintetizar de la siguiente manera:
- Desde los primeros días del Adviento hay elementos que recuerdan la espera y la acogida del misterio de Cristo por parte de la Virgen de Nazaret.
- La solemnidad de la “Concepción de Santa María La llena de gracia” se celebra como "preparación radical a la venida del Salvador y feliz principio de la Iglesia sin mancha ni arruga ("Marialis Cultus 3).
- En las ferias del 17 al 24 el protagonismo litúrgico de la Virgen es muy característico en las lecturas bíblicas, en el tercer prefacio de Adviento que recuerda la espera de la Madre, en algunas oraciones, como la del 20 de diciembre que nos trae un antiguo texto del Rótulo de Ravena o en la oración sobre las ofrendas del IV domingo que es una epíclesis significativa que une el misterio eucarístico con el misterio de Navidad en un paralelismo entre María y la Iglesia en la obra del único Espíritu.
En una hermosa síntesis de títulos. I. Calabuig presenta en estas pinceladas la figura de la Virgen del Adviento:
- Es la "llena de gracia", la "bendita entre las mujeres", la "Virgen", la "sierva del Señor".
- Es la mujer nueva, la nueva Eva que restablece y recapitula en el designio de Dios por la obediencia de la fe el misterio de la salvación.
- Es la Hija de Sion, la que representa el Antiguo y el Nuevo Israel.
- Es la Virgen del Fiat, la Virgen fecunda. Es la Virgen de la escucha y de la acogida.
En su ejemplaridad hacia la Iglesia, María es plenamente la Virgen del Adviento en la doble dimensión que tiene siempre en la liturgia su memoria: presencia y ejemplaridad. Presencia litúrgica en la palabra y en la oración, para una memoria grata de Aquélla que ha transformado la espera en presencia, la promesa en don. Memoria de ejemplaridad para una Iglesia que quiere vivir como María la nueva presencia de Cristo, con el Adviento y la Navidad en el mundo de hoy.
En la feliz subordinación de María a Cristo y en la necesaria unión con el misterio de la Iglesia, Adviento es el tiempo de la Hija de Sión, Virgen de la espera que en el "Fiat" anticipa el Marana thá de la Esposa; como Madre del Verbo Encarnado, humanidad cómplice de Dios, ha hecho posible su ingreso definitivo, en el mundo y en la historia del hombre.
4. Adviento, tiempo de la Iglesia misionera y peregrina
La liturgia con su realismo y sus contenidos pone a la Iglesia en un tiempo de características expresiones espirituales: la espera, la esperanza, la oración por la salvación universal.
Se corre el riesgo de percibir el Adviento como un tiempo un tanto ficticio. La tentación y la superación son propuestas así por A. Nocent: "Preparándonos a la fiesta de Navidad, nosotros pensamos en los justos del AT que han esperado la primera venida del Mesías. Leemos los oráculos de sus profetas, cantamos sus salmos y recitamos sus oraciones. Pero nosotros no hacemos esto poniéndonos en su lugar como si el Mesías no hubiese venido todavía, sino para apreciar mejor el don de la salvación que nos ha traído. El Adviento para nosotros es un tiempo real. Podemos recitar con toda verdad la oración de los justos del AT y esperar el cumplimiento de las profecías porque éstas no se han realizado todavía plenamente; se cumplirán con la segunda venida del Señor. Debemos esperar y preparar esta última venida".
En el realismo del Adviento podemos recoger algunas actualizaciones que ofrecen realismo a la oración litúrgica y a la participación de la comunidad:
- La Iglesia ora por un Adviento pleno y definitivo, por una venida de Cristo para todos los pueblos de la tierra que todavía no han conocido al Mesías o no lo reconocen aún al único Salvador.
- La Iglesia recupera en el Adviento su misión de anuncio del Mesías a todas las gentes y la conciencia de ser "reserva de esperanza" para toda la humanidad, con la afirmación de que la salvación definitiva del mundo debe venir de Cristo con su definitiva presencia escatológica.
- En un mundo marcado por guerras y contrastes, las experiencias del pueblo de Israel y las esperas mesiánicas, las imágenes utópicas de la paz y de la concordia, se convierten reales en la historia de la Iglesia de hoy que posee la actual "profecía" del Mesías Libertador.
- En la renovada conciencia de que Dios no desdice sus promesas -¡lo confirma la Navidad!- la Iglesia a través del Adviento renueva su misión escatológica para el mundo, ejercita su esperanza, proyecta a todos los hombres hacia un futuro mesiánico del cual la Navidad es primicia y confirmación preciosa.
A la luz del misterio de María, la Virgen del Adviento, la Iglesia vive en este tiempo litúrgico la experiencia de ser ahora "como una María histórica" que posee y da a los hombres la presencia y la gracia del Salvador.
La espiritualidad del Adviento resulta así una espiritualidad comprometida, un esfuerzo hecho por la comunidad para recuperar la conciencia de ser Iglesia para el mundo, reserva de esperanza y de gozo. Más aún, de ser Iglesia para Cristo, Esposa vigilante en la oración y exultante en la alabanza del Señor que viene.
J. CASTELLANO
ORACIÓN DE LAS HORAS
Noviembre 1989, 11, 325

ACOMPAÑAMIENTO DE PERSONAS AFECTADAS POR EL VIH/SIDA


REFLEXIÓN A PARTIR DE UNA EXPERIENCIA PASTORAL 1
Jorge Baletti

«El Señor mismo me condujo en medio de los leprosos,
y practiqué con ellos la misericordia.
Entonces, aquello que me parecía amargo,
se me tornó en dulzura de alma y cuerpo.»
- S. Francisco-

La crisis del sida ha planteado al mundo cuestiones de gran complejidad. Para los cristianos estas cuestiones no son tan complejas cuanto esenciales. Pues bien, el sida nos vuelve a proponer la crucial pregunta de aquel doctor de la ley a Jesús: ¿quién es mi prójimo? (Lc 10, 29). Las páginas que siguen pretenden insistir sobre la pregunta y, eventualmente, ofrecer alguna pista para seguir buscando.

Desde el inicio de esta reflexión vale recordar que existen distancias y cercanías en el tratamiento que de la realidad del sida hacen un médico o psicólogo, y un pastor o teólogo. La singularidad del acercamiento pastoral está dada por la perspectiva de la fe. Por ella comprendemos que el misterio del hombre no se aclara de verdad sino en el misterio del Verbo encarnado. Y que Él, Hijo de Dios, por su encarnación, se identificó en cierto modo con todos los hombres [pues] amó con corazón de hombre. La existencia del Hijo de Dios, el Dios-con-nosotros, nos permite descubrir el nuevo sentido de la vida y de la muerte, que han quedado santificadas... En Cristo y por Cristo, se ilumina el enigma del dolor y de la muerte que, fuera del Evangelio, nos aplasta2.

La fe en Jesús, solidarizado en su Encarnación con todo lo humano, no espera del hombre un salto hasta la esfera de lo divino, sino la apertura suficiente para recibir vida allí mismo donde está. En ese sentido, aun cuando la apuesta sea por lo bueno que poseemos, no tratamos aquí el tema desde una visión "optimista" del hombre, incapaz de vislumbrar su costado oscuro y hasta perverso. No. Simplemente porque desde la fe en la Encarnación no se hace necesario negarlo sino asumirlo.

Cipriano de Cartago, que en el año 250 escribe el De mortalitate para explicar que la peste no es un castigo divino; Francisco de Asís, que experimenta la misericordia en contacto con los leprosos marginados de su tiempo; el vivo ejemplo de Teresa de Calcuta, y de tantos otros, hombres de fe, de ayer y de hoy, son los que ofrecen el elemento inagotable de la más genuina teología: la vida vivida, el mundo de la vida, como le gustaba decir a Husserl. Ellos son los que testimonian de modo contundente la validez del arduo gozo de convivir con los pequeños de la sociedad. Así pues, por su praxis y su doctrina, la Iglesia ha puesto siempre de manifiesto que al estar ante el pobre y el que se encuentra al margen cumple con el mandato de Cristo de verlo y servirlo en el más pequeño (cf. Mt 25, 45; Lc 9, 46). A su vez la Iglesia se autocomprende necesitada de un trato verdaderamente amistoso con los hombres, porque de ese modo, sirviendo y amando, construye el Reino de hermanos anunciado por Jesús de Nazaret, porque en ese Reino el mejor privilegio es servir y dar la vida (cf. Mc 10, 43).

PASTORAL DE ACOMPAÑAMIENTO

Por "acompañamiento pastoral" se entiende una actitud, un modo de estar ante el otro y hasta una manera particular de leer la realidad. Acompañar es caminar junto al otro, respetando en él un lugar sagrado que no será posible violentar jamás. El acompañante, por la experiencia de haber sido buscado y encontrado por Dios (cf. Flp 3,12), se ha hecho capaz de leer en toda persona la Buena Nueva de la libertad y de la hondura humana. "Se trata de una pastoral que parte desde el acompañamiento fraterno hasta el más amplio cuidado médico y terapéutico, a partir de los cuales el enfermo de sida puede ver claramente la acción salvadora de Dios y la dimensión de esperanza que acompaña la opción de fe"3. El que acompaña posibilita a quien tiene junto a sí un ámbito de confianza y de diálogo desde el cual seguir creciendo hacia la conquista de la propia dignidad tantas veces mancillada.

Ese espacio se comienza a construir desde el primer encuentro. Será preciso expresar con gestos y palabras el sentido evangélico de cercanía y respeto que inaugura y sostiene esta tarea pastoral. "El gesto de tocar es a la vez signo de simpatía y de desafío a los falsos temores. Un abrazo o un apretón de manos pueden mostrar más que las palabras el compromiso real en el acompañamiento"4. Muchas veces nos vemos en la necesidad de acompañar en el proceso de aceptación de la propia historia, la asunción no escandalizada de los errores cometidos, o de las situaciones vividas. Sólo la presentación de un Dios-todo-amor, sería capaz de reconstituir a la persona. El acompañante pastoral ante el corazón lastimado debería tocar con aquellas manos compasivas del Jesús de los Evangelios esos espacios de dolor que expone la persona concreta (cf. Mt 9,27).

El agente pastoral debería estar alentado por una conciencia tendiente a la liberación de las potencialidades personales desde la verdad, desde aquello que se tiene y como se es. No saber trabajar el presente (por no haberse apropiado de su pasado) hace a una persona "incapaz" de un proyecto de vida (futuro). En el trato con enfermos de sida se constata muy a menudo esta dificultad de asumir el hoy (en el sentido de hacerlo propio, no de resignación) precisamente porque tampoco hubo un detenimiento en el trato con el pasado y ello contribuye a una situación de estancamiento que es preciso saber movilizar.

Pero, ¿cómo no fracturarse ante la vista de su verdad? Sostenidos en la Verdad que hace libre al hombre (cf. Jn 8, 32). Esto significa para el cristiano moverse desde la certeza de un Dios no escandalizado del límite humano, que conoce hasta sus más oscuros rincones. Se trata de una apuesta por la bondad fundamental del hombre de la cual puede sacar el caudal de riquezas que le permita caminar a través del dolor y el tropiezo. Para el cristiano que acompaña será preciso continuar un proceso de conversión al Dios Amor que anuncia, y juntamente con ello una reeducación de la propia fe en ese Dios. Modificado él mismo por el anuncio de la gratuidad de la que vive todo hombre (cf. Ef 2, 1-10) le será posible distinguir un diagnóstico clínico (serología positiva) de un diagnóstico moral. Una hermenéutica por el estilo resulta no sólo insuficiente sino además inadecuada, y destinada a no ser escuchada cuando el teólogo/pastor se encuentra en la situación de acoger fraternalmente a una persona afectada de cualquier modo por la crisis del sida.

Pero en todos los casos, educar (y educarse) para una conciencia que devuelva al hombre a su dignidad debería tener como regla de oro el atrevimiento de concebir al hombre como una unidad, como un todo que merece todos los cuidados. Hay que tomar seriamente en cuenta el mundo de las relaciones humanas y de las emociones5; el conjunto social en el que se encuentra6; las repercusiones personales y las modificaciones operadas a partir del diagnóstico positivo y el proceso siguiente. Por eso resulta tan tramposo (cuando no abiertamente mentiroso) el cuidado unilateral del enfermo: en su aspecto médico-somático, por una parte (sostenimiento de un riguroso proceso clínico) y, por otra, la promesa de un cielo en la tierra, un falsa terapéutica espiritual-individualista que no hace otra cosa sino evidenciar la necesidad de negar el dolor, la verdad de lo que se vive, la enfermedad, la muerte, el amor, en fin, la vida...

Ambas mentiras conducen a la muerte, no sólo la del cuerpo sino la de toda la persona (si eso fuera posible): la muerte metafísica, moral. En ambos casos se trata de la clausura de la propia vida, o de la ajena, negándose la posibilidad de haber vivido, de hacer historia, de tener una biografía, de poder relatar, de tener una conciencia viva de la dignidad y la hondura del ser carne-espíritu.

VOLVER A CREER

La educación religiosa inadecuada y la forma de vida que desdice lo que se predica pueden conducir a una experiencia negativa en la vivencia de la fe, colaborando así con el sin-horizonte de la vida. Nuestra responsabilidad es grande. Precisamente por ello también la teología, desde una perspectiva pastoral, enraizadas profundamente sus raíces en la Buena Nueva del Amor-Inclusivo, debe considerar seriamente y tomar bajo su cuidado situaciones como la crisis del sida7.

Al considerar la vivencia de los enfermos de sida debemos plantear la cuestión del abandono: muchos de ellos por sus historias (drogadicción, homosexualidad, prostitución, pobreza, marginalidad, etc.) se relacionan con la iglesia como abandonados y abandonadores; sea porque ellos dejaron la práctica religiosa comunitaria8 o porque la iglesia los ha abandonado dado que su praxis no ha estado privilegiadamente dirigida a ellos9.

Uno de los enfermos que pude acompañar en el hospital me confesó que le había pedido a Dios lo mantuviera vivo para ver crecer a sus sobrinos. Sus sobrinos eran los únicos seres queridos, más débiles que él, a quienes podía ofrecer regalos y cuidados. Verlos crecer representaba para él la esperanza de que sus cuidados, su historia, y aun sus malacrianzas, pervivirían en sus sobrinos después de su muerte. Esto, creo yo, sostuvo la salud de Jorge C., por mucho más tiempo del que los médicos pronosticaron... Si el acompañante no conecta con el mundo afectivo de la persona concreta, algo por el estilo puede resultarle absurdo. Por medio de ejemplos como este queda patente, sobre todo para quien lo experimenta, la relevancia de tener un proyecto de vida. Es decir, lograr movilizarse hacia algo que sea realmente significativo para la persona en su dimensión más profunda. En este sentido podemos decir que acompañar significa saber escuchar el proyecto de vida del que acompañamos, sin tener que medir su profundidad o validez desde nuestros criterios.

La escucha de un agente de pastoral debería ser lúcida y comprensiva a la vez; su actitud, de una disponibilidad tal que favorezca la intimidad y la sinceridad. De este modo le permite al enfermo a quien acompaña inaugurar espacios nuevos, profundidades que sólo el amor es capaz de explorar. Volver a creer, reactivar la esperanza, recobrar la confianza en los otros y darse la posibilidad de vivir aquí y ahora con la decisión de tomarse en serio la propia existencia.

SER "SACRAMENTO" DEL AMOR DE DIOS

En el trato con enfermos moribundos –al igual que en otras situaciones decisivas–, se puede apreciar cómo toda la existencia parece estar concentrada y apuntando a temas de vital importancia, los cuales son planteados con una singular agudeza. "Estos enfermos están marcados por la conciencia de estar abocados a la muerte. La inminencia de la muerte hace que el enfermo se plantee las cuestiones que le trascienden... de alguna manera, se llega a filosofar y a hacer teología mentalmente."10 Entre estos temas que el acompañamiento pastoral adecuado invita a verbalizar (o a gestualizar) emerge con una fuerza increíble el tema de Dios, el después de la muerte, la culpa, la historia personal11.

Muchos de los enfermos tienen una historia tejida entre abandonos y desilusiones, por eso el agente pastoral ha de ser él mismo un espacio nuevo –una novedad, una buena nueva– y, permitiéndonos un lenguaje análogo, debería llegar a ser como sacramento12. El acompañante, al mantenerse junto al otro, pondrá de manifiesto la presencia eficaz del Amor que estuvo y está en el corazón de su historia. Sabrá entonces, porque otro se lo está diciendo vitalmente, que "el Señor es bueno, su misericordia es eterna, y que su fidelidad permanece para siempre" (Sal 99, 5). Divisará que tiene un lugar en la redención del mundo, ese misterio tremendo del amor en el que la creación es renovada; y comprenderá, en fin, que Dios nos ama con un amor que no retrocede13. Al recorrer con el enfermo un tramo del camino y recibirlo así como está, "demostrándole" la decisión de acompañarlo hasta su "final", se lo animará a descubrir una nueva imagen de Dios y de la Iglesia: el Dios de Jesús y la fraternidad de Jesús, cuyos miembros serán reconocidos como discípulos por el amor (cf. Jn 13, 35).

Así como los sacramentos otorgan efectivamente la gracia que significan, de modo análogo, el agente pastoral permitirá, "eficazmente", que en sus gestos quede descubierto el rostro amoroso de Dios. Por ello le será posible al enfermo volver a creer y, además, crecer, abrir nuevos espacios de confianza. Pese a una historia posiblemente marcada por el abandono, la presencia cristiana del acompañante le posibilita, quizás, hacer un "balance", una nueva mirada sobre su historia, pero esta vez junto a un otro que no lo juzga. Leyendo en sus ojos el Evangelio del Perdón, podrá curar su pasado y transitar un camino nuevo de dignidad y esperanza14.

Es aquí, en todo el proceso de acompañamiento y en el momento más cercano a la muerte, cuando el agente pastoral se constituye en sacramento y "reproduce" el Amor Trinitario (de comunidad, solidario) que Dios le ha mostrado a él. "Algunos enfermos reciben al agente de pastoral con un prejuicio inicial: el representante de la divinidad nos condenará, nos acusará de nuestros pecados, nos hará ver que sufrimos porque nos lo hemos merecido. Sólo el comportamiento no condenatorio que se interesa por la persona del enfermo permitirá al mismo cambiar de opinión"15. En un camino recorrido de este modo ambos, acompañante y acompañado, sabrán quien es el prójimo.

Acompañar pastoralmente podría considerarse una tarea de toda la vida (¡no concebida en vulgares términos cronológicos!) en orden a trabajar la completud de la persona, que puede crecer entre la autoposesión y la donación, entre la (cruda) realidad y el proyecto de vida. Quizás –abandonando nuestros grandes proyectos, por piadosos que sean–, se trate simplemente de acompañar desde el silencio, un silencio que ame el misterioso dolor que no se termina de comprender... Ofrecer siempre una posibilidad más y juntos danzar, lo más alegremente posible, hacia lo pequeño y en verdad significativo.

No les tengan lástima. No les ayudaría en lo más mínimo; dañaría la causa de ustedes y con ello a muchos, muchos seres por nacer que la necesitarán vitalmente. Se volverían más indefensos y mucho más dependientes.
Utilícenles como ayudantes en el buen sentido, y díganles que les están utilizando para servir a una buena causa. Les estarán agradecidos si pueden servir a una causa con sacrificio.
Quédense solos, sean ustedes mismos. Tendrán el corazón menos oprimido. Y déjenles abandonados a ellos mismos, a que hagan lo que les venga en gana, y a sus propios modos de vida. Al final, les estarán agradecidos. Y unos pocos, muy pocos, encontrarán su camino hacia donde están ustedes, y comenzarán a entender.
Al principio la soledad será insoportable, porque aman a la gente, aman la amistad y son hombres como ellos, pese a la gran brecha. Pero deben considerar su soledad como una condición inevitable de su modo de vida. No hay más camino que la soledad mientras el hombre esté vacío y no sepa qué es el amor en el cuerpo.
No salven a la gente. Sus admiradores los seducirán para que salven gente. Dejen que la gente se salve a sí misma. Este será el único camino hacia la salvación: hacia la salvación verdadera, real, sana. La vida es suficientemente fuerte como para salvarse a sí misma. Simplemente vivan la propia vida delante de ellos.
No escriban para ellos, sino sobre las cuestiones esenciales de la Vida. No hablen de ellos para que los aclamen, pero hablen sobre los hombres para limpiar la atmósfera del dolor de la ausencia de emoción.

Wilhelm Reich
NOTAS
1 Comunicación presentada durante el seminario «Nuevas estrategias de intervención en pacientes con HIV/SIDA» para agentes de salud en el Hospital Francisco J. Muñiz, Bs. As., agosto de 1997.
2 Concilio Vaticano II, Constitución pastoral Gaudium et Espes, 22.
3 "A partir de esta acción de acompañamiento se descubre cómo la acción de Dios y su obra salvadora, no está en una destrucción mágica de la enfermedad, en un hacer desaparecer misteriosamente el dolor sino precisamente en la compañía médica, presencia fraterna, solidaria y compasiva..." L. E. López - P. Orozco, "Pastoral con pacientes de sida en fase terminal", en Franciscanum, 109-110 (1995), Colombia, 160.
4 "Cuando Jesús tocaba a un leproso se hacía a los ojos de los religiosos de aquel tiempo, ritual y socialmente impuro. Al ubicarnos al lado de los afectados por el VIH/SIDA asumimos su estigma y lo hacemos nuestro para transformarnos en la voz de aquellos que no pueden defenderse pos sí mismos, en la confiada espera de que un día ellos serán protagonistas de su historia." C. Lisandro Orlov, "... y lo hicieron conmigo". Sugerencias prácticas y pastorales para el acompañamiento de las personas afectadas por la epidemia del SIDA, Koinonía (Ed.), Buenos Aires, 1993, 4.
5 En torno a esto se dijo que ‘el contagio del sida es fundamentalmente afectivo’. Lejos de ver en esto una marca negativa sobre los afectos y los vínculos de los seres humanos, se pretende poner de relieve justamente lo contrario. El virus HIV tiene su principal acceso al cuerpo humano por vía sexual, por compartir jeringas en grupo, por el llamado "contagio vertical" (de madre a hijo) y, finalmente, por las transfusiones no controladas. Ninguna de las formas de contagio están fuera del mundo de las relaciones, los afectos, los vínculos y la vida.
6 Sobre el origen y las repercusiones de la enfermedad se han avanzado desde los inicios teorías diversas en todos los niveles; infelizmente algunos hombres de iglesia –y de ello debemos hacernos cargo– se han referido a la pandemia en términos de castigo divino. Nos corresponde el esfuerzo de reflexionar incorporando quizás factores socio-culturales que tienen que ver con la enfermedad. Una pastoral integral debería pronunciarse sobre el individuo y, además, dirigir su mirada sobre lo que como comunidad humana significa el sida y cómo ésta, al igual que otras tantas situaciones, está denunciando una situación macro de injusticia y desorden para lo cual no es preciso poner a Dios como responsable...
7 La actitud de las iglesias ante la crisis del sida, aunque no sea el tema de nuestra reflexión, merece que se le dedique un pequeño párrafo. Varios años después de ser reportados los primeros casos de infección por VIH las iglesias comenzaron a manifestarse:
  • En Junio de 1986, el Consejo Mundial de Iglesias (CMI) publica un documento muy breve titulado "El Sida y Iglesia como comunidad de sanación". "Sentimos –dice el documento- la responsabilidad de pronunciar palabras de consuelo y de esperanza", además hacen una fuerte autocrítica al decir que se hace necesario "confesar que las iglesias han sido lentas en hablar y actuar y rápidas en juzgar y en condenar a mucha gente que había contraído la enfermedad; a través de su silencio, comparten la responsabilidad del temor que se ha esparcido por el mundo más rápidamente que el virus mismo". Se Asume en este documento que la crisis del sida "desafía a ser Iglesia en obras y en verdad: a que seamos Iglesia como comunidad de sanación". Pone a su vez una cuestión que estuvo presente en el resto de los documentos de las iglesias, tiene que ver con la concepción eclesiológica con la cual nos regimos: "la Buena Noticia de Cristo es que no hay extraños ni marginados", por para el cristiano la exclusión deja de ser una opción posible.
  • En 1987 el Comité ejecutivo del Episcopado Católico Romano de los EE. UU. emite un documento en el que se declara que "toda discriminación o violencia contra las personas afectadas/infectadas por el sida es injusta e inmoral", postulando que "toda persona es de una dignidad inestimable". Sobre la base de que es necesario una verdadera actitud de respeto hacia las elecciones de las personas expresa que se debe transmitir íntegramente la información sobre todos los modos de prevenir la enfermedad, incluido el uso del profiláctico.
  • En el año 1988, la Federación Luterana Mundial publica el documento "El trabajo pastoral con relación al Sida", y retoma las ideas-fuerza de los anteriores para decir que la Iglesia debe abrir sus puertas a todos y que "al excluir a alguien de esta fuente de vida, la Iglesia se hace culpable de la más grave forma de discriminación que existe."
  • En Noviembre de 1989, Juan Pablo II denuncia en su documento "La Iglesia ante el sida" que el problema fundamental es la crisis de valores especialmente constatable en la "inmunodeficiencia en la solidaridad y la justicia", por lo que se hace urgente "practicar siempre nuevas formas de solidaridad, rechazar toda forma de marginación, estar cerca de los menos afortunados, cultivar la amistad y la comprensión y rechazar toda violencia".
  • Recién en 1991 la Comisión Permanente del Episcopado Argentino publica su palabra acerca de la crisis del sida haciéndose eco de la enseñanza papal: "algunos esperan un descubrimiento prodigioso, otros pretenden señalar las culpas o transgresiones que la causan. Pero cualquiera de estas reacciones resulta incompleta, superficial, a veces injusta". Los dos desafíos de la crisis del sida son "asistir al afectado y prevenir la infección". A los afectados se dirige con palabras de consuelo: "no se sientan solos", y sobre la prevención dice "que debe ser no sólo realmente eficaz, sino también digna de la persona humana".
La exposición ordenada y sintética de estos documentos puede hallarse en C. L. Orlov, Celebrar la vida. El pensamiento de las Iglesias sobre el SIDA, Koinonía (Ed.) Bs. As. 1990; Juan Pablo II, La Iglesia ente el sida, Paulinas, Bs. As., 1991; Comisión Permanente del Episcopado Argentino, «Sida. Acompañar y prevenir con dignidad», en Actualidad pastoral 190 (1991) 222; Comisión Social de la Conferencia Espiscopal Francesa, Ante el SIDA, realizar la esperanza, en Nuevo Mundo 51 (1995) 97-103.
8 Sin embargo "ello no impide que muchos de los enfermos hayan mantenido una especie de tensión religiosa aletargada que en ocasiones ha podido despertarse y manifestarse en esporádicos comportamientos religiosos emparentados con la superstición." J. C. Bermejo, Sida, vida en el camino, Paulinas, Madrid, 1990, 99.
9 Cf. D. Tiphaine, "La integración del marginado. La vocación cristiana como superación de toda barrera según Mateo 9,9-13" en Nuevo Mundo 51 (1995) 12-26. Este artículo, según un profundo análisis del texto elegido, muestra la actitud inclusiva y formadora de Jesús ante los marginados y sugiere una praxis eclesial consecuente con la de Cristo.
10 J. C. Bemejo, Sida, vida..., 100.
11 En este sentido no es extraño ser testigo de la rebeldía y aun de reclamos a Dios (o a la Virgen) y es posible, en un ámbito de mucha intimidad, que el enfermo comente haber hecho una especie de "trato" con Dios, al estilo como lo describe la Dra. Kübler-Ross, Sobre la muerte y los moribundos, Grijalbo, Barcelona, 1994, 111.
12 La Iglesia se autocomprende como sacramento de unidad entre Dios y los hombres en Cristo; cf. Concilio Vaticano II, Constitución dogmática lumen gentium, 1.
13 Cf. Juan Pablo II, Redemptor hominis, 9.
14 A este respecto comenta Bermejo: "Digamos enseguida que la necesidad religiosa fundamental del enfermo de sida no es la de un servicio religioso centrado en los sacramentos. [...] Después de analizar su experiencia religiosa, descubrimos claramente en ellos la necesidad de sentir el perdón, la comunión, la esperanza y un Dios que llene el vacío interior que pueden sentir después de toda una vida. El enfermo necesita sentir el perdón. Necesita vivir un proceso de autoperdón, una aceptación de sí mismo con todos sus límites, con su historia concreta. [...] El enfermo necesita sentir la comunión y la solidaridad, en contraste con el temido rechazo y abandono. [...] Pero en el fondo la necesidad central es la de encontrar un sentido ¿Demasiado pretencioso encontrar un sentido a la vida en medio de tanto sufrimiento y con una prognosis infausta? Descubrir valores nuevos, ver la vida como un misterio, el sufrimiento como una ocasión de madurar. [...] En una palabra la necesidad religiosa del enfermo de sida es la de recibir un mensaje con el lenguaje que se es capaz de comprender, un mensaje de luz, un mensaje de salvación, un mensaje de amor, de victoria de la vida sobre todos tipo de muerte". J. C. Bermejo, Sida, vida..., 104-105. El subrayado es nuestro.
15 J. C. Bermejo, Sida, vida..., 101.