Anglocatólico

COMUNIDAD ECUMÉNICA MISIONERA LA ANUNCIACIÓN. CEMLA
Palabra + Espíritu + Sacramento + Misión
Evangelizar + Discipular + Enviar


“Hay un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre de todos, que está sobre todos, actúa por todos y está en todos.” Ef 4,5s.

Creo en la Iglesia, que es una, santa, católica y apostólica.

+Gabriel Orellana.
Obispo Misionero
¡Ay de mí si no predico el Evangelio! 1 Co 9,16b.

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jueves, 31 de enero de 2013

LECCIONARIO Año C +Sábado Santo

Job 14:1–14
     o Lamentaciones 3:1–9, 19–24
Salmo 31:1–4, 15–16
1 San Pedro  4:1–8
San Mateo 27:57–66
     o San Juan 19:38–42

LECCIONARIO Año C +VIERNES SANTO

Año C
Isaías 52:13–53:12
Salmo 22
Hebreos 10:16–25 o Hebreos 4:14–16; 5:7–9
San Juan 18:1–19:42
  
La Colecta
Mira con bondad, te suplicamos, Dios omnipotente, a esta tu familia, por la cual nuestro Señor Jesucristo aceptó ser traicionado y entregado a hombres crueles, y sufrir muerte en la cruz; quien vive ahora y reina contigo y el Espíritu Santo, un solo Dios, por los siglos de los siglos.  Amén.
Primera Lectura
Isaías 52:13–53:12
Lectura del Libro de Isaías
Mi siervo tendrá éxito,
será levantado y puesto muy alto.
Así como muchos se asombraron de él,
al ver su semblante, tan desfigurado
que había perdido toda apariencia humana,
así también muchas naciones se quedarán admiradas;
los reyes, al verlo, no podrán decir palabra,
porque verán y entenderán
algo que nunca habían oído.

¿Quién va a creer lo que hemos oído?
¿A quién ha revelado el Señor su poder?
El Señor quiso que su siervo
creciera como planta tierna
que hunde sus raíces en la tierra seca.
No tenía belleza ni esplendor,
su aspecto no tenía nada atrayente;
los hombres lo despreciaban y lo rechazaban.
Era un hombre lleno de dolor,
acostumbrado al sufrimiento.
Como a alguien que no merece ser visto,
lo despreciamos, no lo tuvimos en cuenta.
Y sin embargo él estaba cargado con nuestros sufrimientos,
estaba soportando nuestros propios dolores.
Nosotros pensamos que Dios lo había herido,
que lo había castigado y humillado.
Pero fue traspasado a causa de nuestra rebeldía,
fue atormentado a causa de nuestras maldades;
el castigo que sufrió nos trajo la paz,
por sus heridas alcanzamos la salud.

Todos nosotros nos perdimos como ovejas,
siguiendo cada uno su propio camino,
pero el Señor cargó sobre él la maldad de todos nosotros.
Fue maltratado, pero se sometió humildemente,
y ni siquiera abrió la boca;
lo llevaron como cordero al matadero,
y él se quedó callado, sin abrir la boca,
como una oveja cuando la trasquilan.
Se lo llevaron injustamente,
y no hubo quien lo defendiera;
nadie se preocupó de su destino.
Lo arrancaron de esta tierra,
le dieron muerte por los pecados de mi pueblo.
Lo enterraron al lado de hombres malvados,
lo sepultaron con gente perversa,
aunque nunca cometió ningún crimen
ni hubo engaño en su boca.

El Señor quiso oprimirlo con el sufrimiento.
Y puesto que él se entregó en sacrificio por el pecado,
tendrá larga vida
y llegará a ver a sus descendientes;
por medio de él tendrán éxito los planes del Señor.
Después de tanta aflicción verá la luz,
y quedará satisfecho al saberlo;
el justo siervo del Señor liberará a muchos,
pues cargará con la maldad de ellos.
Por eso Dios le dará un lugar entre los grandes,
y con los poderosos participará del triunfo,
porque se entregó a la muerte
y fue contado entre los malvados,
cuando en realidad cargó con los pecados de muchos
e intercedió por los pecadores.
Palabra del Señor.
Demos gracias a Dios.
Salmo 22
Deus, Deus meus
1      Dios mío, Dios mío, ¿Por qué me has desamparado? *
               ¿Por qué estás lejos de mi súplica, y de las palabras de mi clamor?
2      Dios mío, clamo de día, y no respondes; *
               de noche también, y no hay para mí reposo.
3      Pero tú eres el Santo, *
               entronizado sobre las alabanzas de Israel.
4      En ti esperaron nuestros antepasados; *
               esperaron, y tú los libraste.
5      Clamaron a ti, y fueron librados; *
               confiaron en ti, y no fueron avergonzados.
6      Mas yo soy gusano, y no hombre, *
               oprobio de todos y desprecio del pueblo.
7      Todos los que me ven, escarnecen de mí; *
               estiran los labios y menean la cabeza, diciendo:
8      “Acudió al Señor, líbrele él; *
               sálvele, si tanto lo quiere”.
9      Pero tú eres el que me sacó del vientre, *
               y me tenías confiado en los pechos de mi madre.
10     A ti fui entregado antes de nacer, *
               desde el vientre de mi madre, tú eres mi Dios.
11     No te alejes de mí, porque la angustia está cerca, *
               porque no hay quien ayude.
12     Me rodean muchos novillos; *
               fuertes toros de Basán me circundan.
13     Abren sobre mí las bocas, *
               como león rapante y rugiente.
14     Soy derramado como aguas; todos mis huesos se descoyuntan; *
               mi corazón, como cera, se derrite en mis entrañas.
15     Como un tiesto está seca mi boca; mi lengua se pega al paladar; *
               y me has puesto en el polvo de la muerte;
16     Porque jaurías de perros me rodean, y pandillas de malignos me cercan; *
               horadan mis manos y mis pies; contar puedo todos mis huesos.
17     Me miran de hito en hito, y con satisfacción maligna; *
               reparten entre sí mis vestidos; sobre mi ropa echan suertes.
18     Mas tú, oh Señor, no te alejes; *
               fortaleza mía, apresúrate a socorrerme.
19     Salva de la espada mi garganta, *
               mi faz del filo del hacha.
20     Sálvame de la boca del león, *
               a este pobre, de los cuernos del búfalo.
21     Proclamaré tu Nombre a mis hermanos; *
               en medio de la congregación te alabaré.
22     Los que temen al Señor, alábenle; *
               glorifíquenle, oh vástago de Jacob;
               tengan miedo de él, oh descendencia de Israel;
23     Porque no menospreció ni abominó la aflicción de los afligidos,
         ni de ellos escondió su rostro; *
               sino que cuando clamaron a él, los oyó.
24     De ti será mi alabanza en la gran congregación; *
               mis votos pagaré delante de los que le temen.
25     Comerán los pobres, y serán saciados, alabarán al Señor los que le buscan: *
               ¡Viva su corazón para siempre!
26     Se acordarán y se volverán al Señor todos los confines de la tierra, *
               y todas las familias de las naciones delante de ti se inclinan;
27     Porque del Señor es el reino, *
               y él rige las naciones.
28     Sólo ante él se postrarán los que duermen en la tierra; *
               delante de él doblarán la rodilla todos los que bajan al polvo.
29     Me hará vivir para él; mi descendencia le servirá; *
               será contada como suya para siempre.
30     Vendrán y anunciarán al pueblo aún no nacido *
               los hechos asombrosos que hizo.
La Epístola
Hebreos 10:16–25
Lectura de la Carta a los Hebreos
«La alianza que haré con ellos
después de aquellos días,
será ésta, dice el Señor:
Pondré mis leyes en su corazón
y las escribiré en su mente.
Y no me acordaré más de sus pecados y maldades.»
Así pues, cuando los pecados han sido perdonados, ya no hay necesidad de más ofrendas por el pecado.
Hermanos, ahora podemos entrar con toda libertad en el santuario gracias a la sangre de Jesús, siguiendo el nuevo camino de vida que él nos abrió a través del velo, es decir, a través de su propio cuerpo. Tenemos un gran sacerdote al frente de la casa de Dios. Por eso, acerquémonos a Dios con corazón sincero y con una fe completamente segura, limpios nuestros corazones de mala conciencia y lavados nuestros cuerpos con agua pura. Mantengámonos firmes, sin dudar, en la esperanza de la fe que profesamos, porque Dios cumplirá la promesa que nos ha hecho. Busquemos la manera de ayudarnos unos a otros a tener más amor y a hacer el bien. No dejemos de asistir a nuestras reuniones, como hacen algunos, sino animémonos unos a otros; y tanto más cuanto que vemos que el día del Señor se acerca.
Palabra del Señor.
Demos gracias a Dios.
La Epístola
Hebreos 4:14–16; 5:7–9
Lectura de la Carta a los Hebreos
Jesús, el Hijo de Dios, es nuestro gran Sumo sacerdote que ha entrado en el cielo. Por eso debemos seguir firmes en la fe que profesamos. Pues nuestro Sumo sacerdote puede compadecerse de nuestra debilidad, porque él también estuvo sometido a las mismas pruebas que nosotros; sólo que él jamás pecó. Acerquémonos, pues, con confianza al trono de nuestro Dios amoroso, para que él tenga misericordia de nosotros y en su bondad nos ayude en la hora de necesidad. […]
Mientras Cristo estuvo viviendo aquí en el mundo, con voz fuerte y muchas lágrimas oró y suplicó a Dios, que tenía poder para librarlo de la muerte; y por su obediencia, Dios lo escuchó. Así que Cristo, a pesar de ser Hijo, sufriendo aprendió lo que es la obediencia; y al perfeccionarse de esa manera, llegó a ser fuente de salvación eterna para todos los que lo obedecen.
Palabra del Señor.
Demos gracias a Dios.
El Evangelio
San Juan 18:1–19:42
X
La Pasión de Nuestro Señor Jesucristo según San Juan


Narrador (53)
Guardia (5)
Criado 1 (1)
Jesús (16)
Soldado (4)
Criado 2 (1)
Pilato (15)
Anciano (4)
Portera (1)
Sacerdote (6)
Pedro (2)


Narrador
La Pasión de Nuestro Señor Jesucristo según San Juan.
Jesús salió con sus discípulos para ir al otro lado del arroyo Cedrón. Allí había un huerto, donde Jesús entró con sus discípulos. También Judas, el que lo estaba traicionando, conocía el lugar, porque muchas veces Jesús se había reunido allí con sus discípulos. Así que Judas llegó con una tropa de soldados y con algunos guardianes del templo enviados por los jefes de los sacerdotes y por los fariseos. Estaban armados, y llevaban lámparas y antorchas. Pero como Jesús ya sabía todo lo que le iba a pasar, salió y les preguntó:
Jesús
—¿A quién buscan?
Narrador
Ellos le contestaron:
Soldado
—A Jesús de Nazaret.
Narrador
Jesús dijo:
Jesús
—Yo soy.
Narrador
Judas, el que lo estaba traicionando, se encontraba allí con ellos. Cuando Jesús les dijo: «Yo soy», se echaron hacia atrás y cayeron al suelo. Jesús volvió a preguntarles:
Jesús
—¿A quién buscan?
Narrador
Y ellos repitieron:
Soldado
—A Jesús de Nazaret.
Narrador
Jesús les dijo otra vez:
Jesús
—Ya les he dicho que soy yo. Si me buscan a mí, dejen que estos otros se vayan.
Narrador
Esto sucedió para que se cumpliera lo que Jesús mismo había dicho:
Jesús
«Padre, de los que me diste, no se perdió ninguno.»
Narrador
Entonces Simón Pedro, que tenía una espada, la sacó y le cortó la oreja derecha a uno llamado Malco, que era criado del sumo sacerdote. Jesús le dijo a Pedro:
Jesús
—Vuelve a poner la espada en su lugar. Si el Padre me da a beber este trago amargo, ¿acaso no habré de beberlo?
Narrador
Los soldados de la tropa, con su comandante y los guardianes judíos del templo, arrestaron a Jesús y lo ataron. Lo llevaron primero a la casa de Anás, porque era suegro de Caifás, sumo sacerdote aquel año. Este Caifás era el mismo que había dicho a los judíos que era mejor para ellos que un solo hombre muriera por el pueblo.
Simón Pedro y otro discípulo seguían a Jesús. El otro discípulo era conocido del sumo sacerdote, de modo que entró con Jesús en la casa; pero Pedro se quedó fuera, a la puerta. Por esto, el discípulo conocido del sumo sacerdote salió y habló con la portera, e hizo entrar a Pedro. La portera le preguntó a Pedro:
Portera
—¿No eres tú uno de los discípulos de ese hombre?
Narrador
Pedro contestó:
Pedro
—No, no lo soy.
Narrador
Como hacía frío, los criados y los guardianes del templo habían hecho fuego, y estaban allí calentándose. Pedro también estaba con ellos, calentándose junto al fuego.
El sumo sacerdote comenzó a preguntarle a Jesús acerca de sus discípulos y de lo que él enseñaba. Jesús le dijo:
Jesús
—Yo he hablado públicamente delante de todo el mundo; siempre he enseñado en las sinagogas y en el templo, donde se reúnen todos los judíos; así que no he dicho nada en secreto. ¿Por qué me preguntas a mí? Pregúntales a los que me han escuchado, y que ellos digan de qué les he hablado. Ellos saben lo que he dicho.
Narrador
Cuando Jesús dijo esto, uno de los guardianes del templo le dio una bofetada, diciéndole:
Guardia
—¿Así contestas al sumo sacerdote?
Narrador
Jesús le respondió:
Jesús
—Si he dicho algo malo, dime en qué ha consistido; y si lo que he dicho está bien, ¿por qué me pegas?
Narrador
Entonces Anás lo envió, atado, a Caifás, el sumo sacerdote.
Entre tanto, Pedro seguía allí, calentándose junto al fuego. Le preguntaron:
Criado 1
—¿No eres tú uno de los discípulos de ese hombre?
Narrador
Pedro lo negó, diciendo:
Pedro
—No, no lo soy.
Narrador
Luego le preguntó uno de los criados del sumo sacerdote, pariente del hombre a quien Pedro le había cortado la oreja:
Criado 2
—¿No te vi con él en el huerto?
Narrador
Pedro lo negó otra vez, y en ese mismo instante cantó el gallo.
Llevaron a Jesús de la casa de Caifás al palacio del gobernador romano. Como ya comenzaba a amanecer, los judíos no entraron en el palacio, pues de lo contrario faltarían a las leyes sobre la pureza ritual y entonces no podrían comer la cena de Pascua. Por eso Pilato salió a hablarles. Les dijo:
Pilato
—¿De qué acusan a este hombre?
Anciano
—Si no fuera un criminal
Narrador
—le contestaron—,
Anciano
no te lo habríamos entregado.
Narrador
Pilato les dijo:
Pilato
—Llévenselo ustedes, y júzguenlo conforme a su propia ley.
Narrador
Pero las autoridades judías contestaron:
Anciano
—Los judíos no tenemos el derecho de dar muerte a nadie.
Narrador
Así se cumplió lo que Jesús había dicho sobre la manera en que tendría que morir. Pilato volvió a entrar en el palacio, llamó a Jesús y le preguntó:
Pilato
—¿Eres tú el Rey de los judíos?
Narrador
Jesús le dijo:
Jesús
—¿Eso lo preguntas tú por tu cuenta, o porque otros te lo han dicho de mí?
Narrador
Le contestó Pilato:
Pilato
—¿Acaso yo soy judío? Los de tu nación y los jefes de los sacerdotes son los que te han entregado a mí. ¿Qué has hecho?
Narrador
Jesús le contestó:
Jesús
—Mi reino no es de este mundo. Si lo fuera, tendría gente a mi servicio que pelearía para que yo no fuera entregado a los judíos. Pero mi reino no es de aquí.
Narrador
Le preguntó entonces Pilato:
Pilato
—¿Así que tú eres rey?
Narrador
Jesús le contestó:
Jesús
—Tú lo has dicho: soy rey. Yo nací y vine al mundo para decir lo que es la verdad. Y todos los que pertenecen a la verdad, me escuchan.
Narrador
Pilato le dijo:
Pilato
—¿Y qué es la verdad?
Narrador
Después de hacer esta pregunta, Pilato salió otra vez a hablar con los judíos, y les dijo:
Pilato
—Yo no encuentro ningún delito en este hombre. Pero ustedes tienen la costumbre de que yo les suelte un preso durante la fiesta de la Pascua: ¿quieren que les deje libre al Rey de los judíos?
Narrador
Todos volvieron a gritar:
Anciano
—¡A ése no! ¡Suelta a Barrabás!
Narrador
Y Barrabás era un bandido.
Pilato tomó entonces a Jesús y mandó azotarlo. Los soldados trenzaron una corona de espinas, la pusieron en la cabeza de Jesús y lo vistieron con una capa de color rojo oscuro. Luego se acercaron a él, diciendo:
Soldado
—¡Viva el Rey de los judíos!
Narrador
Y le pegaban en la cara.
Pilato volvió a salir, y les dijo:
Pilato
—Miren, aquí lo traigo, para que se den cuenta de que no encuentro en él ningún delito.
Narrador
Salió, pues, Jesús, con la corona de espinas en la cabeza y vestido con aquella capa de color rojo oscuro. Pilato dijo:
Pilato
—¡Ahí tienen a este hombre!
Narrador
Cuando lo vieron los jefes de los sacerdotes y los guardianes del templo, comenzaron a gritar:
Sacerdote
—¡Crucifícalo!
Guardia
¡Crucifícalo!
Narrador
Pilato les dijo:
Pilato
—Pues llévenselo y crucifíquenlo ustedes, porque yo no encuentro ningún delito en él.
Narrador
Las autoridades judías le contestaron:
Sacerdote
—Nosotros tenemos una ley, y según nuestra ley debe morir,
Guardia
porque se ha hecho pasar por Hijo de Dios.
Narrador
Al oír esto, Pilato tuvo más miedo todavía. Entró de nuevo en el palacio y le preguntó a Jesús:
Pilato
—¿De dónde eres tú?
Narrador
Pero Jesús no le contestó nada. Pilato le dijo:
Pilato
—¿Es que no me vas a contestar? ¿No sabes que tengo autoridad para crucificarte, lo mismo que para ponerte en libertad?
Narrador
Entonces Jesús le contestó:
Jesús
—No tendrías ninguna autoridad sobre mí, si Dios no te lo hubiera permitido; por eso, el que me entregó a ti es más culpable de pecado que tú.
Narrador
Desde aquel momento, Pilato buscaba la manera de dejar libre a Jesús; pero los judíos le gritaron:
Sacerdote
—¡Si lo dejas libre, no eres amigo del emperador!
Guardia
¡Cualquiera que se hace rey, es enemigo del emperador!
Narrador
Pilato, al oír esto, sacó a Jesús, y luego se sentó en el tribunal, en el lugar que en hebreo se llamaba Gabatá, que quiere decir El Empedrado. Era el día antes de la Pascua, como al mediodía. Pilato dijo a los judíos:
Pilato
—¡Ahí tienen a su rey!
Narrador
Pero ellos gritaron:
Sacerdote
—¡Fuera! ¡Fuera!
Guardia
¡Crucifícalo!
Narrador
Pilato les preguntó:
Pilato
—¿Acaso voy a crucificar a su rey?
Narrador
Y los jefes de los sacerdotes le contestaron:
Sacerdote
—¡Nosotros no tenemos más rey que el emperador!
Narrador
Entonces Pilato les entregó a Jesús para que lo crucificaran, y ellos se lo llevaron.

Todos de pie.
Narrador
Jesús salió llevando su cruz, para ir al llamado «Lugar de la Calavera» (que en hebreo se llama Gólgota). Allí lo crucificaron, y con él a otros dos, uno a cada lado, quedando Jesús en el medio. Pilato escribió un letrero que decía: «Jesús de Nazaret, Rey de los judíos», y lo mandó poner sobre la cruz. Muchos judíos leyeron aquel letrero, porque el lugar donde crucificaron a Jesús estaba cerca de la ciudad, y el letrero estaba escrito en hebreo, latín y griego. Por eso, los jefes de los sacerdotes judíos dijeron a Pilato:
Sacerdote
—No escribas: “Rey de los judíos”, sino escribe: “El que dice ser Rey de los judíos”.
Narrador
Pero Pilato les contestó:
Pilato
—Lo que he escrito, escrito lo dejo.
Narrador
Después que los soldados crucificaron a Jesús, recogieron su ropa y la repartieron en cuatro partes, una para cada soldado. Tomaron también la túnica, pero como era sin costura, tejida de arriba abajo de una sola pieza, los soldados se dijeron unos a otros:
Soldado
—No la rompamos, sino echémosla a suertes, a ver a quién le toca.
Narrador
Así se cumplió la Escritura que dice: «Se repartieron entre sí mi ropa, y echaron a suertes mi túnica.» Esto fue lo que hicieron los soldados.
Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, y la hermana de su madre, María, esposa de Cleofás, y María Magdalena. Cuando Jesús vio a su madre, y junto a ella al discípulo a quien él quería mucho, dijo a su madre:
Jesús
—Mujer, ahí tienes a tu hijo.
Narrador
Luego le dijo al discípulo:
Jesús
—Ahí tienes a tu madre.
Narrador
Desde entonces, ese discípulo la recibió en su casa.
Después de esto, como Jesús sabía que ya todo se había cumplido, y para que se cumpliera la Escritura, dijo:
Jesús
—Tengo sed.
Narrador
Había allí un jarro lleno de vino agrio. Empaparon una esponja en el vino, la ataron a una rama de hisopo y se la acercaron a la boca. Jesús bebió el vino agrio, y dijo:
Jesús
—Todo está cumplido.
Narrador
Luego inclinó la cabeza y entregó el espíritu.

Se puede guardar silencio.
Narrador
Era el día antes de la Pascua, y los judíos no querían que los cuerpos quedaran en las cruces durante el sábado, pues precisamente aquel sábado era muy solemne. Por eso le pidieron a Pilato que ordenara quebrar las piernas a los crucificados y que quitaran de allí los cuerpos. Los soldados fueron entonces y le quebraron las piernas al primero, y también al otro que estaba crucificado junto a Jesús. Pero al acercarse a Jesús, vieron que ya estaba muerto. Por eso no le quebraron las piernas.
Sin embargo, uno de los soldados le atravesó el costado con una lanza, y al momento salió sangre y agua. El que cuenta esto es uno que lo vio, y dice la verdad; él sabe que dice la verdad, para que ustedes también crean. Porque estas cosas sucedieron para que se cumpliera la Escritura que dice: «No le quebrarán ningún hueso.»  Y en otra parte, la Escritura dice: «Mirarán al que traspasaron.»
Después de esto, José, el de Arimatea, pidió permiso a Pilato para llevarse el cuerpo de Jesús. José era discípulo de Jesús, aunque en secreto por miedo a las autoridades judías. Pilato le dio permiso, y José fue y se llevó el cuerpo. También Nicodemo, el que una noche fue a hablar con Jesús, llegó con unos treinta kilos de un perfume, mezcla de mirra y áloe. Así pues, José y Nicodemo tomaron el cuerpo de Jesús y lo envolvieron con vendas empapadas en aquel perfume, según la costumbre que siguen los judíos para enterrar a los muertos. En el lugar donde crucificaron a Jesús había un huerto, y en el huerto un sepulcro nuevo donde todavía no habían puesto a nadie. Allí pusieron el cuerpo de Jesús, porque el sepulcro estaba cerca y porque ya iba a empezar el sábado de los judíos.



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