Anglocatólico

COMUNIDAD ECUMÉNICA MISIONERA LA ANUNCIACIÓN. CEMLA
Palabra + Espíritu + Sacramento + Misión
Evangelizar + Discipular + Enviar


“Hay un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre de todos, que está sobre todos, actúa por todos y está en todos.” Ef 4,5s.

Creo en la Iglesia, que es una, santa, católica y apostólica.

+Gabriel Orellana.
Obispo Misionero
¡Ay de mí si no predico el Evangelio! 1 Co 9,16b.

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martes, 29 de noviembre de 2011

CONCLUSIONES de la DECLARACIÓN DE SEATTLE

CONCLUSIONES

76. Nuestro estudio, que se abre con una atenta lectura eclesial y ecuménica de las Escrituras a la luz de las antiguas tradiciones comunes, ha arrojado nueva luz sobre el papel de María en la economía de la esperanza y de la gracia. Juntos reafirmamos los acuerdos ya alcanzados con anterioridad por ARCIC, en La autoridad en la Iglesia II, n. 30:

- Que ninguna interpretación del papel de María debe empañar la mediación única de Cristo;

- que toda consideración acerca de María debe vincularse a las doctrinas cristológica y eclesiológica;

- que reconocemos a la Bienaventurada Virgen María como la Theotókos, la Madre de Dios encarnado, por lo que celebramos sus fiestas y le rendimos honor entre los santos;

- que María fue preparada por la gracia para ser la madre de nuestro Redentor, por el que ella misma fue redimida y recibida en la gloria;

- que reconocemos a María como modelo de santidad, fe y obediencia para todos los cristianos,

- y que María puede considerarse una figura profética de la Iglesia.

Creemos que la presente Declaración ahonda y amplía significativamente estos acuerdos, situándolos en un estudio integral de la doctrina y de la devoción relacionadas con María.

77. Estamos convencidos de que cualquier intento de alcanzar un acuerdo resolutivo sobre estas cuestiones debe empezar por la escucha de la Palabra de Dios en las Escrituras. Por ello nuestra Declaración Conjunta comienza con una atenta exploración del valioso testimonio neotestamentario de María, a la luz de temas y modelos globales presentes en el conjunto de las Escrituras.

- Dicho estudio nos ha llevado a la conclusión de que resulta imposible ser fiel a las Escrituras sin prestar la debida atención a la persona de María (números 6-30).

- Al evocar juntos las antiguas tradiciones comunes, hemos discernido nuevamente la  importancia central de la Theotókos en las controversias cristológicas y el empleo de imágenes bíblicas por parte de los Padres con vistas a interpretar y celebrar el papel de
María en el designio salvífico (números 31-40).

- Hemos analizado el incremento de la devoción mariana durante la Edad Media y las controversias teológicas asociadas a la misma. Hemos visto cómo algunos excesos de la devoción tardomedieval y reacciones contra éstos por parte de los Reformadores contribuyeron a la ruptura de la comunión existente entre nosotros, de resultas de la cual nuestras actitudes para con María siguieron caminos divergentes (números 41-46).

- También hemos tomado nota fehaciente de los avances posteriores registrados en nuestras dos Comuniones, avances que han dado paso a una nueva recepción del papel de María en la fe y en la vida de la Iglesia (números 47-51).

- Esta convergencia creciente también nos ha permitido enfocar de manera nueva los interrogantes acerca de María que nuestras dos Comuniones nos han planteado. Al hacerlo, hemos enmarcado nuestra labor en el modelo de gracia y esperanza que descubrimos en la Escritura: predestinación, llamada, justificación, glorificación (cf.Rm 8, 30) (números 52-57).

Avances registrados en el consenso

78. Como resultado de nuestro estudio, esta Comisión presenta los siguientes acuerdos, que creemos incrementan significativamente nuestro consenso acerca de María.

Juntos afirmamos:

- que la doctrina según la cual Dios acogió en la gloria a la Bienaventurada Virgen María en la plenitud de su persona es conforme a la Escritura y sólo puede comprenderse a la luz de ésta (número 58);

- que con vistas a su vocación de madre del Santo, la obra redentora de Cristo se «remontó» en María a las profundidades de su ser y a sus mismos inicios (número 59);

- que la doctrina acerca de María en las dos definiciones de la Asunción y de la Inmaculada Concepción, concebida en el marco del modelo bíblico de la economía de la gracia y la esperanza, puede decirse conforme a la enseñanza de las Escrituras y a las antiguas tradiciones comunes (número 60);

- que el presente acuerdo, una vez aceptado por nuestras dos Comuniones, situaría las cuestiones acerca de la autoridad suscitadas por las dos definiciones de 1854 y 1950 en un nuevo contexto ecuménico (números 61-63);

- que María ejerce un ministerio permanente al servicio del ministerio de Cristo, nuestro único Mediador; que María y los santos oran por toda la Iglesia y que la práctica consistente en rogar a María y a los santos que oren por nosotros no constituye división en el seno de la comunión (números 64-75).

79. Convenimos en que las doctrinas y las devociones contrarias a la Escritura no pueden decirse reveladas por Dios ni constituir la enseñanza de la Iglesia. Convenimos en que la doctrina y la devoción centradas en María, con inclusión de supuestas «revelaciones privadas», deben ser moderadas por normas cuidadosamente formuladas que aseguren el papel único y central de Jesucristo en la vida de la Iglesia, y convenimos en que sólo Cristo, junto con el Padre y en el Espíritu Santo, debe ser objeto de adoración en la Iglesia.

80. Nuestra Declaración no ha pretendido eliminar todos los problemas posibles, sino ahondar en nuestra comprensión común hasta un punto en el que las diferencias subsistentes en las prácticas de devoción puedan acogerse como obra diversificada del Espíritu en todo el Pueblo de Dios. Creemos que el acuerdo que hemos esbozado es en sí mismo producto de una recuperación por parte de anglicanos y católicos de la doctrina mariana e indica la posibilidad de una reconciliación más amplia en la que las cuestiones relacionadas con la doctrina y la devoción marianas no se consideren ya como factores de división en el seno de la comunión o como obstáculo en una nueva etapa de nuestro avance en la KOINONIA  visible. La presente Declaración Conjunta queda ahora sometida a nuestras autoridades respectivas. También puede revelarse en sí misma como un valioso estudio de la enseñanza de las Escrituras y de las antiguas tradiciones comunes acerca de la Bienaventurada Virgen María, Madre del Dios encarnado. Confiamos en que, compartiendo el único Espíritu que dispuso y santificó a María con vistas a su vocación única, podamos juntos participar con ella y con todos los santos en esa alabanza a Dios que no tiene fin.

MIEMBROS DE LA COMISIÓN

Miembros anglicanos

Revmo. Frank Griswold, obispo presidente de la Iglesia Episcopal de los Estados Unidos de América (copresidente hasta 2003)

Revmo. Peter Carnley, arzobispo de Perth y primado de la Iglesia Anglicana de Australia (copresidente desde 2003)

Revmo. John Baycroft, obispo emérito de Ottawa (Canadá)

Dr. Prof. E. Rozanne Elder, catedrático de Historia de la Universidad del Michigan Occidental (EE. UU.)

Revdo. Prof. Jaci Maraschin, catedrático de Teología del Instituto Ecuménico de Sáo Paulo (Brasil)

Revdo. Dr. John Muddiman, profesor adjunto de Nuevo Testamento en el Mansfield College de la Universidad de Oxford (Reino Unido)

Revmo. Dr. Michael Nazir-Ali, obispo de Rochester (Reino Unido)

Revdo. Can. Dr. Nichola Sagovsky, canónigo teólogo de la Abadía de Westminster de Londres (Reino Unido)

Revdo. Can. Dr. Charles Sherlock, secretario general y director de Estudios Ministeriales del Melbourne College de Divinity (Australia)

Secretario
Revdo. Can. David Hamid, director de Asuntos y Estudios Ecuménicos de la Oficina de la Comunión Anglicana - Londres (Reino Unido) (hasta 2002)

Revdo. Can. Gregory K. Cameron, director de Asuntos y Estudios Ecuménicos de la Oficina de la Comunión Anglicana - Londres (Reino Unido) (desde 2002)

Observador del Arzobispo de Canterbury
Revdo. Can. Dr. Richard Marsh, secretario de Asuntos Ecuménicos del Arzobispo de Canterbury - Londres (Reino Unido) (hasta 1999)

Revdo. Dr. Herman Browne, subsecretario de Asuntos Ecuménicos y de la Comunión Anglicana del Arzobispo de Canterbury - Londres (Reino Unido) (2000-2001)

Revdo. Can. Jonathan Gough, secretario de Ecumenismo del Arzobispo de Canterbury -Londres (Reino Unido) (desde 2002)

Miembros católicos
Revmo. Cormac Murphy-O'Connor, obispo de Arundel y Brighton (Reino Unido) (copresidente hasta 2000)

Revmo. Alexander Brunett, arzobispo de Seattle (EE. UU.) (copresidente desde 2000)

Hna. Sara Butler, MSBT, catedrática de Teología Dogmática del Seminario de San José de Yonkers - Nueva York (EE. UU.)

Revdo. Dr. Peter Cross, profesor adjunto de Teología Sistemática de la Facultad de Teología Católica de Clayton (Australia)

Revdo. Dr. Adelbert Denaux, catedrático de la Facultad de Teología de la Universidad Católica de Lovaina (Bélgica)

Revmo. Brian Farrell, LC, secretario del Pontificio Consejo para la Promoción de la Unidad de los Cristianos (Ciudad del Vaticano) (desde 2003)

Revmo. Walter Kasper, secretario del Pontificio Consejo para la Promoción de la Unidad de los Cristianos (Ciudad del Vaticano) (1999-2000)

Revmo. Malcolm McMahon, OP, obispo de Nottingham (Reino Unido) (desde 2001)

Revdo. Prof. Charles Morerod, OP, decano de la Facultad de Filosofía de la Universidad Pontificia de Santo Tomás de Aquino de Roma (Italia) (desde 2002)

Revmo. Marc Ouellet, PSS, secretario del Pontificio Consejo para la Promoción de la Unidad de los Cristianos (Ciudad del Vaticano) (2001-2002)

Revdo. Jean Tillard, OP, profesor de la Facultad Dominicana de Teología de Ottawa (Canadá) (t 2000)

Revdo. Liam Walsh, OP, profesor emérito de la Facultad de Teología de la Universidad de Friburgo (Confederación Helvética)

Secretario
Revdo. Mons. Timothy Galligan, oficial del Pontificio Consejo para la Promoción de la Unidad de los Cristianos (Ciudad del Vaticano) (hasta 2001)

Revdo. Can. Donald Bolen, oficial del Pontificio Consejo para la Promoción de la Unidad de los Cristianos (Ciudad del Vaticano) (desde 2001)

Consultor
Dom Emmanuel Lanne, OSB, Monasterio de Chevetogne (Bélgica) (desde 2001)

Observador del Consejo Mundial de Iglesias
Revdo. Dr. Michael Kinnamon, decano del Seminario Teológico de Lexington – Kentucky (EE. UU.) (hasta 2001)

Personal administrativo
Da Christine Codner, Oficina de la Comunión Anglicana - Londres (Reino Unido)

Srta. Giovanna Ramon, Pontificio Consejo para la Promoción de la Unidad de los Cristianos (Ciudad del Vaticano)

(Original inglés procedente del archivo informático de la Santa Sede; traducción de ECCLESIA.)


* En lo que respecta a la presente versión española, se ha seguido por regla general el texto de la edición
española de la Biblia de Jerusalén (Desclée de Brouwer, Bilbao, 1993) (NdT).

** Aunque las versions españolas de los documentos de la ARCIC suelen recurrir al discutible calco «re-recepción»
del original inglés re-reception, hemos optado, tras atenta ponderación, por emplear en el presente texto el
término «recuperación» para definir la «nueva recepción» por parte de la Iglesia en un momento determinado
de un elemento o aspecto que de una manera u otra ya formaba parte de su patrimonio (Ndt).

1 Dícese «tipología» una lectura que acepta que ciertos elementos de la Escritura (personas, lugares y
acontecimientos) presagian o iluminan otros elementos o reflejan modelos de fe de manera imaginativa (por
ejemplo, Adán es tipo o figura de Cristo: Rm 5, 14; Is 7, 14 señala hacia el nacimiento virginal de Cristo: Mt 1,
23). Este sentido tipológico se consideró un significado que trascendía el sentido literal. Se trata de un enfoque
que supone la unidad y coherencia de la revelación divina.

2 Dada la raíz profundamente judía de esta tradición tanto en la versión de Mateo como en la de Lucas, invocar
analogías con la mitología pagana o una exaltación de la virginidad en detrimento de la vida conyugal para
explicar el origen de la misma resulta inverosímil. Tampoco es probable que la idea de la concepción virginal se
derive de una lectura «ultraliberal» del texto griego de Is 7, 14 (LXX), ya que dicha idea no se introdujo a
través de este pasaje en el relato de Lucas. Además, la hipótesis de que surgiera como respuesta a la acusación
de ilegitimidad dirigida contra Jesús resulta inverosímil, ya que dicha acusación también habría podido surgir
por el conocimiento de los acontecimientos insólitos que rodean el nacimiento de Jesús (cf. Mc 6, 3; Jn 8, 41)
y por la reivindicación por parte de la Iglesia de su concepción virginal.

3 Aunque la palabra «hermamo», suele significar hermano de sangre, el griego adelphós –al igual que el hebreo
‘ah- puede entrañar un significado más amplio de pariente o familiar (cf. Gn 29, 12 LXX) o de hermanastro (cf.
Mc 6, 17-18). Este uso del térmio en Mc 3, 31 podría incluir a parientes no hermanos. María tuvo una familia
amplia: en Jn 19, 25 se hace referencia a su hermana, y en Lc 1, 36 a su pariente Isabel. En la Iglesia primitiva
las referencias a los «hermanos» de Jesús fueron objeto de diferentes explicaciones, bien como hermanastros,
bien como primos.

4 El texto hebreo de Gn 3,15 habla de enemistad entre la serpiente y la mujer y entre los linajes de ambas. El
pronombre personal (hu’) empleado en las palabras dirigidas a la serpiente -«él te pisará la cabeza»- es
masculino. Sin embargo, en la versión griega utilizada por la Iglesia primitiva (LXX), el pronombre personal
autós («él») no puede referirse al «linaje» (tò spérma, que es neutro), sino a un individuo masculino que
podría ser el Mesías, nacido de mujer. La Vulgata traduce erróneamente la oración como «ipsa conteret caput
tuum» («ella te pisará la cabeza»). Este pronombre femenino respaldó una lectura mariológica de este pasaje
que se hizo tradicional en la Iglesia latina. Con todo, la Neovulgata (1986) vuelve a utilizar el neutro ipsum, que
pone en relación como «semen illius»: «Inimicitias ponam inter te et mulierem et semen tuum et semen illius;
ipsum conteret caput tuum, et tu conteres calcaneum ejus».

5 Cf. Epifanio de Salamina († 402), Panarion 78, 11; Quodvultdeus († 454), Sermones de Symbolo III, I, 4-6;
Ecumenio († 550 c.), Commentarius in Apocalypsin, 6.

6 Dicho concilio aprobó solemnemente el contenido de la II Carta de Cirilo a Nestorio: «No nació primeramente
un hombre vulgar de la santa Virgen y luego descendió sobre él el Verbo; sino que, unido desde el seno
materno, se dice que se sometió a nacimiento carnal […]. De esta manera [los santos Padres] no tuvieron
inconveniente en llamar Madre de Dios (= Teotókos) a la Santa Virgen» (DS 251).

7 El Tomo de León, cuya importancia fue decisiva en el resultado del Concilio de Calcedonia (451), afirma que
Cristo «fue concebido por el Espíritu Santo en el seno de la Virgen Madre, que lo dio a luz sin menoscabo de su
virginidad al igual que lo concibiera sin menoscabo de ella» (DS 291). Análogamente, Atanasio habla, en De
virginitate (Le Muséon 42, 244 y 248) de «María, la cual […] permaneció virgen hasta el final [como modelo de]
todos los que vendrían tras ella». Cf. Juan Crisóstomo († 407) Homilía sobre Mateo 5, 3. El primer Concilio
Ecuménico que empleó el término aeipárthenos (semper virgo) fue el II Concilio de Constantinopla (553).
Dicha designación ya está implícita en la fórmula occidental clásica de la virginitas de María ante partum, in
partu, port partum. Esta tradición aparece consecuentemente en la Iglesia occidental desde Ambrosio en
adelante. Como escribiera Agustín, «virgen lo concibió, virgen lo dio a luz, virgen permaneció» (Sermo 51, 18;
cf. Sermo 196, 1).

8 Por ejemplo, Ireneo la critica por su «precipitación excesiva» en Caná, donde «indujo a su hijo a realizar un
milagro antes de que llegara su hora» (Adversus haereses III, 16, 7); Orígenes habla de su vacilación el a fe
al pie de la cruz, «razón por la que ella también tendría algún pecado por el que Cristo muriera» (Homilía in
Lucam 17, 6). Insinuaciones análogas se encuentran asimismo en escritos de Tertuliano, Ambrosio y Juan
Crisóstomo.

9 Da testimonio de la invocación a María el antiguo texto tradicionalmente conocido como Sub tuum praesidium
(Cf. O. Stegemüller, Sub tuum praesidium. Bemerkungen zur ältesten Überlieferung, en: ZKTh 74 [1952],
págs. 76-82 [77]. Dicho texto (con dos modificaciones) se sigue utilizando hasta la fecha en la tradición
litúrgica griega, y también se dan versiones de esta oración en las liturgias ambrosiana, romana, bizantina y
copta. Una versión inglesa habitual es la siguiente: «We fly to thy protection, O holy Mother of God; despise no
tour petitions in our necesitéis but deliver us from all dangers, O ever glorius and blessed Virgin».

10 La referencia en este dogma a María como asunta «en cuerpo y alma» ha causado dificultad a algunas personas
por motivos históricos y filosóficos. Sin embargo, el dogma deja abierta la cuestión acerca del significado
histórico de la ausencia de sus restos mortales. Análogamente, la expresión «asunta en cuerpo y alma» no
pretende privilegiar una antropología particular. De forma más positiva, «asunta en cuerpo y alma» puede
considerarse una expresión con implicaciones cristológicas y eclesiológicas. En su calidad de «Deípara», María
está íntimamente –corporalmente- relacionada con Cristo: ahora es la propia glorificación corporal de él la que
abraza la suya. Y, como dio a luz el cuerpo de carne de Cristo, María está íntimamente relacionada con la
Iglesia, Cuerpo de Cristo. Sintetizando, podemos decir que la definición del dogma responde a cuestiones más
bien teológicas que históricas o filosóficas en relación con María.

11 Esta definición respondía a una Antigua controversia sobre el momento de la santificación de María al afirmar
que ésta tuvo lugar en el primer instante de su concepción.

12 La afirmación de Pablo en Rm 3, 23 -«todos pecaron y están privados de la gloria de Dios»- podría parecer no
dar lugar a excepción alguna, ni siquiera para María. No obstante, importa considerar el contexto
retórico-apologético del argumento general de Rm 1-3, preocupado de mostrar que tantos judíos como
gentiles están por igualb ajo el pecado (3, 9). Rm 3, 23 tiene una finalidad específica y un contexto que no
guardan relación alguna con el tema de la «impecabilidad» de María o con temas análogos.

13 En semejantes circunstancias, la aceptación explícita de la expresión exacta de las definiciones de 1854 y 1950
podría no exigirse a los creyentes que no estaban en comunión con Roma cuando aquéllas se realizaron. A la
inversa, los anglicanos deberían aceptar que dichas definiciones son expresión legítima de la fe católica y como
tales merecedoras de respeto aunque ellos no las empleen. Existen ejemplos de acuerdos ecuménicos en los
cuales l oque una de las partes ha definido como de fide puede estar expresado por la otra parte de diferente
forma, como es el caso de la Declaración cristológica conjunta entre la Iglesia Católica y la Iglesia Siria Oriental
(1994) o de la Declaración Conjunta sobre la doctrina de la justificación entre la Iglesia Católica y la Federación
Luterana Mundial (1999).

D. MARÍA EN LA VIDA DE LA IGLESIA


D. MARÍA EN LA VIDA DE LA IGLESIA

64. «Todas las promesas hechas por Dios han tenido su "sí" en él [= Cristo]; y por eso
decimos por él "amén" a la gloria de Dios» (2 Co 1, 20). El «sí» de Dios en Cristo asume
una forma característica y exigente cuando se dirige a María. El profundo misterio de
«Cristo entre vosotros, la esperanza de la gloria» (Col 1, 27) entraña un significado único
para ella. Hace posible que pronuncie ese «amén» mediante el cual, a través de la
«sombra» del Espíritu, se inaugura el «sí» divino de la nueva creación. Como hemos visto,
ese fiat de María fue especial, en su apertura a la Palabra de Dios y en el camino —hasta el
pie de la cruz y más allá de ésta— por el que el Espíritu la condujo. Las Escrituras
representan a una María cuya relación con Cristo va creciendo: la compartición por parte
de éste de la familia natural de aquélla (Lc 2, 39) se vio rebasada por la compartición por
parte de María de la familia escatológica de Cristo, de aquellos sobre los que desciende el
Espíritu (Hch 1, 14; 2, 1-4). El «amén» de María al «sí» que Dios le dice en Cristo es pues,
contemporáneamente, único y modélico para todo discípulo y para la vida de la Iglesia.

65. Un resultado de nuestro estudio ha sido la toma de conciencia de la diferencia en
las formas en que el ejemplo de la vivencia de la gracia de Dios por parte de María se ha
incorporado a la vida de devoción de nuestras tradiciones. Si bien ambas han reconocido el
papel especial de María en la comunión de los santos, la forma en que unos y otros hemos
experimentado su ministerio se ha visto caracterizada por acentuaciones distintas. Los
anglicanos han tendido a partir de la reflexión sobre el ejemplo bíblico de María como
inspiración y modelo de discipulado. Los católicos han privilegiado el ministerio
permanente de María en la economía de la gracia y en la comunión de los santos. María
dirige a las personas hacia Cristo, encomendándolas a él y ayudándolas a compartir su
vida. Ninguna de estas caracterizaciones generales hace plena justicia a la riqueza y
diversidad de cada una de las tradiciones, y el siglo XX fue testigo de un especial avance en
convergencia, ya que muchos anglicanos se vieron atraídos hacia una devoción más activa
a María, al tiempo que los católicos redescubrían las raíces bíblicas de dicha devoción.
Juntos convenimos en que al concebir a María como el ejemplo humano más pleno de la
vida de gracia, estamos llamados a reflexionar acerca de las enseñanzas de su vida
registradas en la Escritura y a asociarnos a ella como a alguien no ya muerto, sino
realmente vivo en Cristo. Al hacerlo, caminamos juntos como peregrinos en comunión con
María, la discípula más aventajada de Cristo, y con todos aquéllos cuya participación en la
nueva creación nos alienta a ser fieles a nuestra llamada (cf. 2 Co 5, 17 y 19).

66. Conscientes del papel destacado de María en la historia de la salvación, los
cristianos le han dado un lugar especial en su oración litúrgica y privada, alabando a Dios
por lo que realizó en ella y a través de ella. Al cantar el Magníficat, con ella alaban a Dios;
en la Eucaristía, oran con ella y con todo el Pueblo de Dios, insertando sus plegarias en la
gran comunión de los santos. Reconocen el papel de María en «las oraciones de todos los
santos» que se pronuncian ante el trono de Dios en la liturgia celestial (Ap 8, 3-4). Todas
estas formas de implicar a María en la alabanza y en la oración pertenecen a nuestro
legado común, al igual que nuestro reconocimiento de su condición exclusiva de
Theotókos, lo que le otorga un lugar destacado en el seno de la comunión de los santos.

Intercesión y mediación en la comunión de los santos

67. La práctica por parte de los fieles de suplicar a María que interceda por ellos ante
su hijo se incrementó rápidamente tras su declaración como Theotókos por obra del
Concilio de Éfeso. Actualmente, la forma más común de dicha intercesión la constituye el
Avemaría, forma que combina los saludos que le dirigieran Gabriel e Isabel (Lc 1, 28 y 42).
Fue ampliamente usada a partir del siglo V sin la frase final —«ruega por nosotros,
pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte»—, que se añadió por vez primera
durante el siglo XV y que Pío V incorporó al Breviario Romano en 1568. Los Reformadores
ingleses criticaron esta invocación y otras formas análogas de oración porque las
consideraban una amenaza a la mediación única de Jesucristo. Enfrentándose a una
devoción desmesurada, derivada de una exaltación excesiva del papel y del poder de María
como paralelos a los de Cristo, rechazaron la «doctrina católica de [...] la invocación de los
santos», la cual, «lejos de basarse en garantía alguna de la Escritura, resulta más bien
repulsiva para la Palabra de Dios» (artículo XXII). El Concilio de Trento afirmó que procurar
el auxilio de los santos para alcanzar favores de Dios es cosa «buena y útil»: semejantes
peticiones se realizan «por medio de su Hijo Jesucristo Señor nuestro, que es nuestro único
Redentor y Salvador» (DS 1821). El Concilio Vaticano II aprobó la práctica continuada de
los creyentes consistente en rogar a María que interceda por ellos, haciendo hincapié en
que «la misión maternal de María para con los hombres de ninguna manera disminuye o
hace sombra a la única mediación de Cristo, sino que manifiesta su eficacia [...L favorece,
y de ninguna manera impide, la unión inmediata de los creyentes con Cristo» (Lumen
gentium, n. 60). Por eso la Iglesia Católica sigue fomentando la devoción mariana, al
tiempo que reprueba a quienes exageran o minimizan el papel de María (Marialis cultus, n.
31). Con este trasfondo, buscamos una forma, fundamentada teológicamente, de unirnos
de manera más estrecha en la vida de oración en comunión con Cristo y con sus santos.

68. Enseñan las Escrituras que «hay un solo [..] mediador entre Dios y los hombres,
Cristo Jesús, hombre también, que se entregó a sí mismo como rescate por todos» (1 Tm
2, 5-6). Como apuntábamos arriba, sobre la base de esta afirmación «rechazamos toda
interpretación del papel de María que empañe esta afirmación» (El don de la Autoridad II,
n. 30). Sin embargo, también es verdad que todos los ministerios de la Iglesia,
particularmente los de la Palabra y los del sacramento, sirven de mediación entre la gracia
de Dios y los seres humanos. Dichos ministerios no compiten con la mediación única de
Cristo, antes al contrario están a su servicio y en ella tienen origen. En concreto, la oración
de la Iglesia no se sitúa en paralelo a la intercesión de Cristo o en lugar de ésta, sino que
se realiza a través de él, nuestro Abogado y Mediador (cf. Rm 8, 34; Hb 7, 25 y 12, 24; 1
Jn 2, 1). Y halla tanto su posibilidad como su práctica en el Espíritu Santo y a través de él,
el otro Abogado enviado conforme a la promesa de Cristo (cf. Jn 14, 16-17). Por este
motivo, pedir a nuestros hermanos y hermanas de la tierra y del cielo que rueguen por
nosotros no se opone a la mediación única de Cristo, sino que constituye más bien un
medio a través del cual, en el Espíritu y a través de éste, el poder de dicha mediación puede
manifestarse.

69. En nuestra oración de cristianos elevamos nuestras peticiones a Dios, nuestro
Padre celestial, en Jesús y a través de él, de la forma en que el Espíritu Santo nos induce
y nos lo hace posible. Toda invocación análoga tiene lugar en el seno de esa comunión que
es el ser y el don de Dios. En la vida de oración invocamos el nombre de Cristo en
solidaridad con toda la Iglesia, auxiliados por las plegarias de hermanos y hermanas de
todo tiempo y lugar. Como ARCIC ya expresó, «la peregrinación de fe del creyente se vive
con el apoyo mutuo de todo el Pueblo de Dios. En Cristo, todos los fieles, vivos y difuntos,
permanecen unidos en una comunión de oración» (La salvación y la Iglesia, n. 22). En la
experiencia de esta comunión de oración, los creyentes son conscientes de su asociación
permanente con sus hermanas y hermanos que han «cerrado los ojos», esa «gran nube de
testigos» que nos rodea en nuestra carrera de fe. Para algunos, esta intuición significará
una percepción de la presencia de sus amigos; para otros podrá significar ponderar las
cuestiones de la existencia con quienes los precedieron en el camino de la fe. Esta
experiencia intuitiva afirma nuestra solidaridad en Cristo con los cristianos de todo tiempo
y lugar, y no menos con la mujer a través de la cual él se hizo «igual que nosotros, excepto
en el pecado» (Hb 4, 15).

70. Las Escrituras invitan a los cristianos a pedir a sus hermanos y hermanas que
rueguen por ellos en Cristo y a través de él (cf. St 5, 13-15). Quienes ahora están «con
Cristo», libres ya del impedimento del pecado, comparten la oración y la alabanza
incesantes que caracterizan la vida celestial (véanse, por ejemplo: Ap 5, 9-14; 7, 9-12; 8,
3-4). A la luz de estos testimonios, muchos cristianos han descubierto la procedencia y
eficacia de la petición de ayuda en la oración a aquellos miembros de la comunión de los
santos que se han distinguido por su vida santa (cf. St 5, 16-18). En este sentido
afirmamos que rogar a los santos que recen por nosotros no puede excluirse como algo
ajeno a la Biblia, si bien las Escrituras no lo enseñan directamente como elemento
necesario de la vida en Cristo. Además, convenimos en que la forma de procurar dicha
asistencia no debe dificultar el acceso directo de los creyentes a Dios, nuestro Padre
celestial, quien gusta de dar cosas buenas a sus hijos (Mt 7, 11). Cuando, en el Espíritu y
a través de Cristo, los creyentes elevan sus oraciones a Dios, les auxilian las oraciones de
los demás creyentes, especialmente las de aquellos realmente vivos en Cristo y libres del
pecado. Es de notar que las formas litúrgicas de oración se dirigen a Dios: no dirigen la
plegaria «a» los santos, sino que más bien piden a éstos que «rueguen por nosotros». Con
todo, en éste como en otros casos, toda idea de invocación que empañe la economía
trinitaria de gracia y esperanza ha de ser rechazada como no conforme a la Escritura o a las
antiguas tradiciones comunes.

El ministerio distintivo de María

71. Entre todos los santos, María ocupa su lugar de Theotókos: viviente en Cristo,
sigue siendo, con aquél al que dio a luz, «llena de gracia» en la comunión de gracia y
esperanza, ejemplo de la Humanidad redimida e icono de la Iglesia. Por consiguiente,
creemos que ejerce un ministerio distintivo de auxilio a los demás mediante su oración
activa. Muchos cristianos, al leer el relato de Caná, siguen oyendo a María que les ordena:
«Haced lo que él os diga», y están seguros de que somete a la atención de su hijo sus
necesidades: «No tienen vino» (Jn 2, 1-12). Muchos experimentan una sensación de
empatía y solidaridad con María, especialmente en momentos cruciales en los que la vida
de ella parece reflejar la propia, por ejemplo en la aceptación de la vocación, en el
escándalo de su embarazo, en las imprevistas circunstancias de su alumbramiento y de su
huida como refugiada. Las representaciones de María al pie de la cruz y las tradicionales de
ella recibiendo el cuerpo crucificado de Jesús (la Pietá) evocan el especial dolor de una
madre por la muerte de su hijo. Anglicanos y católicos se sienten atraídos de igual manera
por la madre de Cristo como figura tierna y compasiva.

72. La función maternal de María, afirmada por vez primera en los relatos evangélicos
acerca de su relación con Jesús, ha sido desarrollada de diversas formas. Los creyentes
cristianos reconocen a María como Madre del Dios encarnado. Al meditar las palabras de
nuestro Salvador ya moribundo a su discípulo amado: «Ahí tienes a tu madre» (Jn 19, 27),
pueden oír en ellas una invitación a quererla como «madre de los fieles» que velará sobre
ellos tal y como hizo con su hijo cuando éste lo necesitaba. Al oír llamar a Eva «madre de
todos los vivientes» (Gn 3, 20), pueden considerar a María como madre de la nueva
Humanidad, activa en su ministerio de señalar a Cristo a todas las personas, procurando el
bienestar de todos los vivientes. Convenimos en que resulta adecuado aplicar estas
imágenes a María —sin mengua de la precaución necesaria para su empleo— como forma
de honrar su relación distintiva con su hijo y la eficacia en ella de la obra redentora de éste.

73. Muchos cristianos experimentan que dar expresión piadosa a su agradecimiento
por este ministerio de María enriquece su culto a Dios. Hay que respetar la devoción
popular auténtica a María, que por su propia naturaleza despliega una amplia diversidad
personal, regional y cultural. La concentración de muchedumbres en algunos lugares en
los que se cree que María se haya aparecido parece indicar que dichas apariciones
constituyen parte importante de esta devoción y aportan consuelo espiritual. Es preciso un
discernimiento atento a la hora de examinar el valor espiritual de toda supuesta aparición.
Lo ha puesto de relieve un comentario católico reciente: «La revelación privada [...) puede
ser una ayuda válida para comprender y vivir mejor el Evangelio en el momento presente;
por eso no se debe descartar. Es una ayuda que se ofrece, pero no es obligatorio hacer uso
de la misma. El criterio de verdad y de valor de una revelación privada es, pues, su
orientación a Cristo mismo. Cuando ella nos aleja de él, cuando se hace autónoma o, más
aún, cuando se hace pasar por otro y mejor designio de salvación, más importante que el
Evangelio, entonces no viene ciertamente del Espíritu Santo» (Congregación para la
Doctrina de la Fe, El mensaje de Fátima, 26-6-00: ECCLESIA 3.004 [2000/II], págs.
1086-1087).
Convenimos en que, con las limitaciones establecidas en esta doctrina con vistas a
asegurar la preeminencia del honor rendido a Cristo, prestar fe a semejantes revelaciones
privadas es algo aceptable, si bien nunca exigible a los fieles.

74. Al verse reconocida por vez primera como madre del Señor por parte de Isabel,
María respondió alabando a Dios y proclamando su justicia a favor de los pobres en el
Magnificat (Lc 1, 46-55). En esta respuesta de María podemos ver una actitud de pobreza
hacia Dios que refleja el compromiso y la preferencia divinos por los pobres. En su
impotencia, se ve exaltada por el favor divino. El testimonio de su obediencia y aceptación
de la voluntad de Dios, si bien utilizado a veces para alentar una actitud pasiva y para
imponer la servidumbre a la mujer, puede rectamente considerarse como un compromiso
radical con el Dios que es misericordioso para con su siervo, con el Dios que exalta a los
humildes y derriba a los poderosos. La reflexión diaria sobre el extraordinario cántico de
María ha suscitado exigencias de justicia y de atribución de poder a los oprimidos.
Inspirándose en sus palabras, comunidades femeninas y masculinas de varias culturas se
han comprometido a trabajar con los pobres y los excluidos. Sólo cuando la alegría
acompaña a la justicia y a la paz compartimos con toda razón la economía de esperanza y
gracia que María proclama y encarna.

75. Al afirmar juntos sin ambigüedad alguna la mediación única de Cristo, que
fructifica en la vida de la Iglesia, no consideramos la práctica consistente en rogar a María
y a los santos que oren por nosotros como algo que divide nuestra comunión. Puesto que
el esclarecimiento de la doctrina, la reforma litúrgica y las disposiciones prácticas
consiguientes han eliminado los obstáculos del pasado, creemos que no subsiste razón
teológica alguna para una división eclesial sobre estas cuestiones.