Anglocatólico

COMUNIDAD ECUMÉNICA MISIONERA LA ANUNCIACIÓN. CEMLA
Palabra + Espíritu + Sacramento + Misión
Evangelizar + Discipular + Enviar


“Hay un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre de todos, que está sobre todos, actúa por todos y está en todos.” Ef 4,5s.

Creo en la Iglesia, que es una, santa, católica y apostólica.

+Gabriel Orellana.
Obispo Misionero
¡Ay de mí si no predico el Evangelio! 1 Co 9,16b.

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lunes, 14 de noviembre de 2011

II. AUTORIDAD EN LA IGLESIA. El Don de la Autoridad.


Jesucristo: el «Sí» de Dios a nosotros y nuestro «Amén» a Dios

7. Dios es el autor de la vida. Mediante su Palabra y Espíritu, en perfecta libertad, Dios llama a la vida a existir. A pesar del pecado humano, Dios en fidelidad perfecta sigue siendo el autor de la esperanza de vida nueva para todos. En la obra de redención de Jesucristo Dios renueva su promesa a su creación, porque «el plan de Dios es llevar a todo el pueblo a la comunión con él en una creación transformada» (ARCIC, Iglesia como comunión 16). El Espíritu de Dios sigue actuando en la creación y redención para llevar su plan de reconciliación y unidad a su cumplimiento. La raíz de toda autoridad verdadera es la actividad del Dios trino que es el autor de la vida en toda su plenitud.


8. La autoridad de Jesucristo es la del «testigo fiel», el «Amén» (cf. Ap 1,5; 3,14) en el que todas las promesas de Dios encuentran su «Sí». Cuando Pablo tiene que defender la autoridad de su enseñanza lo hace señalando a la autoridad fidedigna de Dios: «¡Por la fidelidad de Dios!, que la palabra que os dirigimos no es sí y no. Porque el Hijo de Dios, Cristo Jesús, a quien os predicamos ..., no fue sí y no; en él no hubo más que Sí. Pues todas las promesas hechas por Dios han tenido su Sí en él; y por eso decimos por él "Amén" a la gloria de Dios» (2 Cor 1,18-20). Pablo habla del «Sí» de Dios a nosotros y el «Amén» de la Iglesia a Dios. En Jesucristo, Hijo de Dios y nacido de una mujer, el «Sí» de Dios a la humanidad y el «Amén» de la humanidad a Dios se convierte en una realidad humana concreta. Este tema del «Sí» de Dios y el «Amén» de la humanidad en Jesucristo es la clave de la exposición de la autoridad en esta declaración.


9. En la vida y ministerio de Jesús que vino a hacer la voluntad del Padre (cf. Heb 10,5-10) hasta la muerte (cf. Fil 2,8; Jn 10,18), Dios proporciona el «Amén» humano perfecto para su plan de reconciliación. En su vida, Jesús expresó su dedicación total al Padre (cf. Jn 5,19). El modo en que Jesús ejerció la autoridad en su ministerio en la tierra fue percibido por sus contemporáneos como algo nuevo. Fue reconocida en su poderosa enseñanza y en su palabra de curación y liberación (cf. Mt 7,28-29; Mc 1,22-27). Sobre todo, su autoridad se demostró en su servicio de autodonación en amor sacrificial (cf. Mc 10,45). Jesús habló y actuó con autoridad por su perfecta comunión con el Padre. Su autoridad viene del Padre (cf. Mt 11,27; Jn 14,10-12 ). Es al Señor Resucitado al que se concede toda la autoridad en el cielo y en la tierra (cf. Mt 28,18). Jesucristo ahora vive y reina con el Padre, en la unidad del Espíritu: es la Cabeza de su Cuerpo, la Iglesia, y Señor de toda la Creación (cf. Ef 1,18-23).


10. La obediencia dadora de vida de Jesucristo exige por medio del Espíritu nuestro «Amén» a Dios Padre. En este «Amén» a través de Cristo glorificamos a Dios que da el Espíritu en nuestros corazones como una señal de su fidelidad (cf. 2 Cor 1,20-22). Estamos llamados en Cristo a dar testimonio del plan de Dios (cf. Lc 24,46-49), un testimonio que debe incluir también para nosotros la obediencia hasta la muerte. En Cristo la obediencia no es una carga (cf. 1 Jn 5,3). Surge desde la liberación dada por el Espíritu de Dios. El divino «Sí» y nuestro «Amén» son claramente vistos en el bautismo cuando en compañía de los fieles decimos «Amén» a la obra de Dios en Cristo. Por el Espíritu, nuestro «Amén» como creyentes se incorpora al «Amén» de Cristo por quien, con quien y en quien damos culto al Padre.


El «Amén» del creyente en el «Amén» de la Iglesia local

11. El Evangelio llega al pueblo de muchas maneras: el testimonio y vida de un padre o de otro cristiano, la lectura de las Escrituras, participación en la liturgia, o algunas otras experiencias espirituales. También la aceptación del Evangelio está representada de muchos modos: en ser bautizado, en la renovación del compromiso, en una decisión de permanecer fiel, o en actos de entrega a los necesitados. En estas acciones la persona dice: «ciertamente, Jesucristo es mi Señor: él es para mí la salvación, fuente de esperanza, el verdadero rostro del Dios vivo».


12. Cuando un creyente dice «Amén» a Cristo individualmente, siempre está incluida una dimensión más amplia: un «Amén» a la fe de la comunidad cristiana. La persona que recibe el bautismo debe llegar a conocer la implicación plena de la participación en la vida divina dentro del Cuerpo de Cristo. El «Amén» del creyente a Cristo se hace más completo cuando esta persona recibe todo lo que la Iglesia, en fidelidad a la Palabra de Dios, afirma que es el contenido auténtico de la revelación divina. De este modo el «Amén» dicho a lo que Cristo es para cada creyente se incorpora dentro del «Amén» que la Iglesia dice a lo que Cristo es para su Cuerpo. Crecer en esta fe puede ser para algunos una experiencia de cuestionamiento y lucha. Para todos es una experiencia en la que la integridad de la conciencia del creyente debe jugar un papel importante. El «Amén» del creyente a Cristo es tan fundamental que los cristianos individuales mediante su vida están llamados a decir «Amén» a todo lo que la entera compañía de cristianos recibe y enseña como el auténtico significado del Evangelio y del modo de seguir a Cristo.


13. Los creyentes siguen a Cristo en comunión con otros cristianos en su Iglesia local (cf. Autoridad en la Iglesia I, 8, donde se explica que «la unidad de las comunidades locales bajo un obispo constituye lo que comúnmente se llama en nuestras dos comuniones como ‘una Iglesia local’»). En la Iglesia local participan en la vida cristiana, encontrando juntos la guía para la formación de su conciencia y fuerza para hacer frente a sus dificultades. Están sostenidos por medio de la gracia que Dios proporciona a su pueblo: la Sagrada Escritura, expuesta en la predicación, catequesis y credos; los sacramentos; el servicio del ministerio ordenado; la vida de oración y culto común; el testimonio de los santos. El creyente es incorporado a un «Amén» de fe, más antiguo, más profundo, más extenso y más rico que el «Amén» individual al Evangelio. Así la relación entre la fe del individuo y la fe de la Iglesia es más compleja de lo que muchas veces aparece. Cada bautizado participa de la rica experiencia de la Iglesia que, aun cuando lucha con las cuestiones contemporáneas, sigue proclamando lo que Cristo es para su Cuerpo. Cada creyente, por la gracia del Espíritu, junto con todos los creyentes de todo tiempo y lugar, hereda esta fe de la Iglesia en la comunión de los santos. Los creyentes viven entonces un doble «Amén» en la continuidad de culto, enseñanza y práctica de su Iglesia local. Esta Iglesia local es una comunidad eucarística. En el centro de su vida está la celebración del la Sagrada Eucaristía en la que todos los creyentes oyen y reciben el «Sí» de Dios a ellos en Cristo. En la Gran Acción de Gracias, cuando se celebra el memorial del don de Dios en la obra salvadora de Cristo crucificado y resucitado, la comunidad es una con todos los cristianos y todas las Iglesias que desde el principio y hasta el fin, pronuncian el «Amén» de la humanidad a Dios -el «Amén» que el Apocalipsis afirma que está en el corazón de la gran liturgia del cielo (cf. Ap 5,14; 7,12).Tradición y Apostolicidad: el «Amén» de la Iglesia local en la Comunión de las Iglesias


14. El «Sí» de Dios manda e invita al «Amén» de los creyentes. La Palabra revelada, de la que la comunidad apostólica da testimonio al principio, es recibida y comunicada mediante la vida de toda la comunidad cristiana. La Tradición (paradosis) remite a este proceso1. El Evangelio de Cristo crucificado y resucitado es continuamente transmitido y recibido (cf. 1 Cor 15,13) en las Iglesias cristianas. Esta tradición, o transmisión, del Evangelio es la obra del Espíritu, especialmente mediante el ministerio de la Palabra y el Sacramento en la vida común del pueblo de Dios. La Tradición es un proceso dinámico, que comunica a cada generación lo que fue entregado una vez para siempre a la comunidad apostólica. La Tradición va más allá de la transmisión de proposiciones verdaderas relativas a la salvación. Una comprensión minimalista de la Tradición que la limitaría a un almacén de doctrina y decisiones eclesiales es insuficiente. La Iglesia recibe, y debe transmitir, todos aquellos elementos que son constitutivos de la comunión eclesial: bautismo, confesión de fe apostólica, celebración de la eucaristía, liderazgo por un ministerio apostólico (cf. Iglesia como Comunión 15,43). En la economía (oikonomia ) del amor de Dios por la humanidad, la Palabra que se hace carne y habita entre nosotros está en el centro de lo que fue transmitido desde el comienzo y que será transmitido hasta el fin.


15. La Tradición es un canal del amor de Dios, que lo hace accesible en la Iglesia y en el mundo hoy. A través de él, de una generación a otra, y desde un lugar a otro, la humanidad participa de la comunión en la Santísima Trinidad. Mediante el proceso de la tradición, la Iglesia administra la gracia del Señor Jesucristo y la koinonía del Espíritu Santo (cf. 2 Cor 13,14). Por tanto, la Tradición es esencial para la economía de gracia, amor y comunión. Para que aquellos que tienen oídos y no oyen y tienen ojos y no ven, el momento de recibir el Evangelio salvador es una experiencia de iluminación, perdón, curación, liberación. Los que participan en la comunión del Evangelio no pueden dejar de transmitirlo a los otros, aunque esto signifique el martirio. La Tradición es a la vez un tesoro para ser recibido por el pueblo de Dios y un don para ser compartido con toda la humanidad.


16. La Tradición apostólica es un don de Dios que debe ser constantemente renovado. Por medio de él, el Espíritu Santo forma, mantiene y sostiene la comunión de las Iglesias locales de una generación a la siguiente. La transmisión y recepción de la Tradición apostólica es un acto de comunión en el que el Espíritu une a las Iglesias locales de nuestros días con las que las han precedido en la única fe apostólica. El proceso de la tradición entraña la recepción constante y permanente y la comunicación de la Palabra de Dios revelada en muchas circunstancias diferentes y en tiempos permanentemente en cambio. El «Amén» de la Iglesia a la Tradición apostólica es fruto del Espíritu que constantemente guía a los discípulos a toda la verdad; esto es, a Cristo que es el camino, la verdad y la vida (cf. Jn 16,13; 14,6).


17. La Tradición expresa la apostolicidad de la Iglesia. Lo que los apóstoles recibieron y proclamaron se encuentra ahora en la Tradición de la Iglesia en la que se predica la Palabra de Dios y se celebran los sacramentos de Cristo en el poder del Espíritu Santo. Las Iglesias hoy tienen el compromiso de recibir la única Tradición apostólica viva, para ordenar su vida de acuerdo con ella, transmitirla de tal manera que el Cristo que viene en gloria encuentre al pueblo de Dios confesando y viviendo la fe confiada una vez para siempre a los santos (cf. Judas 3).


18. La Tradición da testimonio de la comunidad apostólica presente en la Iglesia hoy mediante su memoria corporativa. Mediante la proclamación de la Palabra y la celebración de los sacramentos el Espíritu Santo abre los corazones de los creyentes y les revela al Señor resucitado. El Espíritu, activo en el acontecimiento una vez para siempre del ministerio de Jesús, sigue enseñando a la Iglesia, al recordarle lo que Cristo hizo y dijo, haciendo presentes los frutos de su obra redentora y la primicia del reino (cf. Jn 2,22; 14,26). La finalidad de la Tradición es cumplido cuando, por el Espíritu, la Palabra es recibida y vivida en fe y esperanza. El testimonio de proclamación, sacramentos y vida en comunión es, en un único y mismo tiempo, el contenido de la Tradición y su resultado. Así la memoria da fruto en la vida fiel de los creyentes dentro de la comunión de su Iglesia local.

Las Sagradas Escrituras: el «Sí» de Dios y el «Amén» del Pueblo de Dios

19. Dentro de la Tradición las Escrituras ocupan un lugar único y normativo y pertenecen a lo que fue dado una vez para siempre. Como testimonio escrito del «Sí» de Dios exigen a la Iglesia que confronte constantemente su enseñanza, predicación y acción con ellas. «Ya que las Escrituras son el único y excepcional testigo inspirado de la revelación divina, se debe examinar la expresión eclesial de tal revelación acerca de su acuerdo con la Escritura» (Autoridad en la Iglesia: Aclaración 2). Mediante las Escrituras la revelación de Dios se hace presente y se transmite en la vida de la Iglesia. El «Sí» de Dios es reconocido en y por medio del «Amén» de la Iglesia que recibe la auténtica revelación de Dios. Al recibir ciertos textos como testimonios verdaderos de la revelación divina, la Iglesia identifica sus Sagradas Escrituras. Ve solamente este corpus como la Palabra inspirada de Dios escrita y, como tal, con autoridad única.


20. Las Escrituras traen juntas diversas corrientes de tradiciones judías y cristianas. Estas tradiciones revelan el modo en que la Palabra de Dios ha sido recibida, interpretada y transmitida en contextos específicos de acuerdo con las necesidades, la cultura, y las circunstancias del pueblo de Dios. Contienen la revelación de Dios de su designio salvífico que fue realizado en Jesucristo y experimentado en las primeras comunidades cristianas. En estas comunidades el «Sí» de Dios fue recibido de un modo nuevo. En el Nuevo Testamento podemos ver cómo las Escrituras del Primer Testamento fueron recibidas como revelación del único Dios verdadero y reinterpretadas y «re-recibidas» como revelación de su Palabra final en Cristo.


21. Todos los escritores del Nuevo Testamento estuvieron influidos por la experiencia de sus propias comunidades locales. Lo que transmitieron, con su propio talento e intuiciones teológicas, registra aquellos elementos del Evangelio que las Iglesias de su tiempo y en sus diferentes situaciones guardaron en su memoria. La enseñanza de Pablo sobre el Cuerpo de Cristo, por ejemplo, debe mucho a los problemas y divisiones de la Iglesia local en Corinto. Cuando Pablo habla sobre «ese poder nuestro que el Señor nos dio para edificación vuestra y no para ruina» (2 Cor 10,8) lo hace en el contexto de su turbulenta relación con la Iglesia de Corinto.

Incluso en las afirmaciones centrales de nuestra fe hay a menudo un claro eco de la concreta y a veces dramática situación de una Iglesia local o de un grupo de Iglesias locales, a las que debemos su fiel transmisión de la Tradición apostólica. El énfasis en la literatura joánica sobre la presencia del Señor en la carne de un cuerpo humano que podría ser visto y tocado antes y después de la resurrección (cf. Jn 20,27; 1 Jn 4,2) está vinculado al conflicto en las comunidades joánicas sobre este tema. Es mediante el esfuerzo de las comunidades particulares en momentos particulares por discernir la Palabra de Dios para ellos, como tenemos en la Escritura un registro autorizado de la Tradición apostólica que debe pasar de una generación a otra y de una Iglesia a otra y al que los fieles deben decir «Amén» .


22. La formación del canon de las Escrituras fue una parte esencial del proceso de tradición. El reconocimiento de la Iglesia de estas Escrituras como canónicas, tras un largo período de discernimiento crítico, fue al mismo tiempo un acto de obediencia y de autoridad. Fue un acto de obediencia en el que la Iglesia discernió y recibió el «Sí» dador de vida de Dios por medio de las Escrituras, aceptándolas como la norma de fe. Fue un acto de autoridad en el que la Iglesia, bajo la guía del Espíritu Santo, recibió y transmitió estos textos, declarando que estaban inspirados y que los demás no debían ser incluidos en el canon.


23. El significado del Evangelio de Dios revelado es comprendido plenamente sólo dentro de la Iglesia. La revelación de Dios ha sido confiada a la comunidad. La Iglesia no puede ser descrita con propiedad como una adición de creyentes individuales, ni puede considerarse su fe como la suma de las creencias de los individuos. Los creyentes son, juntos, el pueblo de fe porque han sido incorporados por el bautismo a una comunidad que recibe las Escrituras canónicas como la auténtica Palabra de Dios; reciben la fe al interno de esta comunidad. La fe de la comunidad precede a la fe del individuo. Así aunque el recorrido de fe de una persona puede empezar con la lectura individual de la Escritura no puede permanecer ahí. La interpretación individualista de las Escrituras no es acorde con la lectura del texto dentro de la vida de la Iglesia y es incompatible con la naturaleza de la autoridad de la Palabra de Dios revelada (cf. 2 Pe 1,20-21). La Palabra de Dios y la Iglesia de Dios no pueden ser separadas.

Recepción y Re-recepción: el «Amén» de la Iglesia a la Palabra de Dios

24. A lo largo de los siglos, la Iglesia recibe y reconoce como don gratuito de Dios todo lo que reconoce como expresión verdadera de la Tradición que fue entregada una vez para siempre a los Apóstoles. Esta recepción es, en un único y mismo tiempo, un acto de fidelidad y libertad. La Iglesia debe permanecer fiel de modo que el Cristo que viene en gloria reconozca en la Iglesia la comunidad que fundó; debe permanecer libre para recibir la Tradición apostólica de nuevos modos de acuerdo con las situaciones a las que se ve confrontada. La Iglesia tiene la responsabilidad de transmitir la totalidad de la Tradición apostólica, aunque puede haber partes que resulten difíciles de integrar en su vida y su culto. Puede ser que lo que tenía un gran significado para una primera generación vuelva a ser importante en el futuro aunque su importancia no esté clara en el presente.

25. En la Iglesia la memoria del pueblo de Dios puede ser afectada o incluso distorsionada por la finitud y el pecado humanos. A pesar de la prometida asistencia del Espíritu Santo, las Iglesias de vez en cuando pierden de vista aspectos de la Tradición apostólica, fallando al discernir la visión plena del Reino de Dios a la luz de la que buscamos seguir a Cristo. Las Iglesias sufren cuando algún elemento de la comunión eclesial ha sido olvidado, despreciado o se ha abusado de él. El recurso de nuevo a la Tradición en una situación nueva es el medio por el que se recuerda la revelación de Dios en Cristo. Esta es asistida por las intuiciones de los bíblistas y los teólogos y la sabiduría de los santos. Así, podrá haber un redescubrimiento de elementos que fueron descuidados y una rememoración nueva de las promesas de Dios, que lleve a la renovación del «Amén» de la Iglesia. Podrá también haber un examen de lo que ha sido recibido porque algunas de las formulaciones de la Tradición han sido vistas como inadecuadas o incluso engañosas en un nuevo contexto. Todo este proceso puede denominarse como re-recepción.

Catolicidad: el «Amén» de la Iglesia entera

26. Existen dos dimensiones para la comunión en la Tradición apostólica: diacrónica y sincrónica. El proceso de tradición entraña claramente la transmisión del Evangelio de una generación a otra (diacrónica). Sí la Iglesia debe permanecer unida en la verdad, esto también entraña la comunión de las Iglesias en todos los lugares en este único Evangelio (sincrónica). Ambas son necesarias para la catolicidad de la Iglesia. Cristo promete que el Espíritu Santo preservará la verdad esencial y salvadora en la memoria de la Iglesia, dándole poder para su misión (cf. Jn 14,26; 15,26-27). Esta verdad debe ser transmitida y recibida de nuevo por el fiel en todas las épocas y en todos los lugares del mundo, en respuesta a la diversidad y complejidad de la experiencia humana. No existe ninguna parte de la humanidad, raza, condición social, generación, a la que no esté dirigida esta salvación, comunicada en la transmisión de la Palabra de Dios (cf. Iglesia como Comunión 34).

27. En la rica diversidad de la vida humana, el encuentro con la Tradición viva produce variedad de expresiones del Evangelio. Donde las diversas expresiones son fieles a la Palabra revelada en Jesucristo y transmitida por la comunidad apostólica, las Iglesias en las que se encuentran están verdaderamente en comunión. Ciertamente, esta diversidad de tradiciones es la manifestación práctica de la catolicidad y confirma más que contradice el vigor de la Tradición. Como Dios ha creado diversidad entre los seres humanos, así la fidelidad e identidad de la Iglesia no requiere una uniformidad de expresión y formulación en todos los niveles y situaciones, sino mas bien diversidad católica dentro de la unidad de comunión. Esta riqueza de tradiciones es un recurso vital para una humanidad reconciliada. «Los seres humanos fueron creados por Dios en su amor con una tal diversidad para que pudieran participar en ese amor compartiendo unos con otros lo que tienen y lo que son y enriqueciéndose así unos a otros en su mutua comunión» (Iglesia como comunión, 35).


28. El pueblo de Dios como un todo es el portador de la Tradición viva. En situaciones cambiantes que producen nuevos desafíos al Evangelio, el discernimiento, actualización y comunicación de la Palabra de Dios es la responsabilidad de la totalidad del pueblo de Dios. El Espíritu Santo actúa a través de todos los miembros de la comunidad, utilizando los dones que él da a cada uno para el bien de todos. Los teólogos especialmente sirven a la comunión de la Iglesia entera explorando si y cómo se deberían integrar las nuevas intuiciones en la corriente en curso de la Tradición. En cada comunidad existe un intercambio, un toma y daca mutuos, en el que obispos, clero y laicos reciben de y dan a los otros dentro del cuerpo entero.


29. En cada cristiano que busca ser fiel a Cristo y se ha incorporado plenamente a la vida de la Iglesia, hay un sensus fidei. Este sensus fidei puede describirse como una capacidad activa para el discernimiento espiritual, una intuición que se ha formado mediante el culto y la vida en comunión como un miembro fiel de la Iglesia. Cuando esta capacidad se ejerce en armonía por el cuerpo de los fieles podemos hablar del ejercicio del sensus fidelium (cf. Autoridad en la Iglesia: Aclaración 3-4). El ejercicio del sensus fidei por cada miembro de la Iglesia contribuye a la formación del sensus fidelium mediante el cual la Iglesia como un todo permanece fiel a Cristo. Por el sensus fidelium, el cuerpo entero contribuye con, recibe de y atesora, el ministerio de aquellos que dentro de la comunidad ejercen la episcopé , velando por la memoria viva de la Iglesia (cf. Autoridad en la Iglesia 1,5-6). De diversos modos el «Amén» del creyente individual se incorpora así al «Amén» de la Iglesia entera.


30. Los que ejercen la episcopé en el Cuerpo de Cristo no deben ser separados de la ‘sinfonía’ de todo el pueblo de Dios en el que tiene un papel que jugar. Necesitan estar alerta al sensus fidelium en el que participan, si tienen que ser conscientes de cuándo algo es necesario para el bienestar y misión de la comunidad, o cuándo algún elemento de la Tradición debe ser recibido de un modo nuevo. El carisma y función de episcopé están específicamente conectados con el ministerio de memoria, que constantemente renueva a la Iglesia en esperanza. Mediante este ministerio el Espíritu Santo mantiene viva en la Iglesia la memoria de lo que Dios hizo y reveló, y la esperanza de que Dios quiere llevar a todas las cosas a la unidad en Cristo. De este modo, no sólo de generación en generación, sino también de lugar en lugar, la única fe es comunicada y vivida. Este es el ministerio ejercido por el obispo y por las personas ordenadas bajo el cuidado del obispo, cuando proclaman la Palabra, administran los Sacramentos, y asumen su papel al administrar la disciplina para el bien común. Los obispos, el clero y los otros fieles deben todos reconocer y recibir lo que es mediado de Dios por medio del otro. Así, el sensus fidelium del pueblo de Dios y el ministerio de memoria existen juntos en una relación recíproca.31. Anglicanos y Católicos están de acuerdo en principio sobre todo lo anteriormente dicho, pero necesitan hacer un esfuerzo deliberado para recuperar esta comprensión compartida. Cuando las comunidades cristianas están en comunión real pero imperfecta están llamadas a reconocer una en la otra elementos de la Tradición apostólica que pueden haber rechazado, olvidado o que todavía no han comprendido plenamente. En consecuencia, tienen que recibir o recuperar estos elementos y reconsiderar los modos en que han interpretado separadamende las Escrituras. Su vida en Cristo se enriquece cuando dan a y reciben una de otra. Crecen en comprensión y experiencia de su catolicidad cuando el sensus fidelium y el ministerio de memoria interactuan en la comunión de creyentes. En esta economía de dar y recibir dentro de una comunión real pero imperfecta, se acercan más a una participación indivisa en el único «Amén» de Cristo» para la gloria de Dios.

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