Anglocatólico

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“Hay un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre de todos, que está sobre todos, actúa por todos y está en todos.” Ef 4,5s.

Creo en la Iglesia, que es una, santa, católica y apostólica.

+Gabriel Orellana.
Obispo Misionero
¡Ay de mí si no predico el Evangelio! 1 Co 9,16b.

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lunes, 14 de noviembre de 2011

Ecesiología Anglicana Capítulo 2.

LA TEOLOGIA DEL DON MISERICORDIOSO DE DIOS:
LA COMUNION DE LA TRINIDAD Y LA IGLESIA


I. El entendimiento del don misericordioso

2.1. El don misericordioso de Dios de bondad constante que ama fue conocido por el pueblo de Dios desde un principio en la forma de pacto. De los profetas provino la convicción de que la fidelidad de Dios no tenía fin aun cuando el pueblo de Dios se olvidaba y traicionaba la confianza divina.

2.2. El amor y la fidelidad de Dios se entendió como algo que había sido un acto de creación. La promesa de Dios de recordar el sempiterno pacto entre Dios y toda criatura viviente en la tierra (Génesis 9:17) fue una promesa que se renovó una y otra vez a través de los siglos.

2.3. La palabra de Dios a Moisés en Éxodo 3:14 expresa la promesa divina en que se basa por siempre la esperanza de comunión ínter correlativa entre Dios y el pueblo de Dios en una relación sempiterna y personal aun en medio de la tragedia.

2.4. El pueblo de Dios interpretó la memoria del Pacto de Sinaí en palabras recordadas según fueron dichas por Moisés, palabras que por siempre definen la relación sagrada de Dios con su pueblo elegido:

Porque ustedes son un pueblo apartado especialmente para el Señor su Dios; el Señor los ha elegido de entre todos los pueblos de la tierra, para que ustedes le sean un pueblo especial. Si el Señor los ha preferido y elegido a ustedes, no es porque ustedes sean la más grande de las naciones, ya que en realidad son la más pequeña de todas ellas....[El Señor] quiso cumplir la promesa que había hecho a los antepasados de ustedes. (Deuteronomio 7:6-8).

2.5. Los elegidos de Dios, el pueblo de Israel, contarían la historia del amor de Dios que nunca falla, con pasión y en un anhelo íntimo. De ese modo el profeta proclama con emoción:

No volverán a llamarte "Abandonada",
ni a tu tierra le dirán "Destruida",
sino que tu nombre será "Mi Predilecta",
y el de tu tierra, "Esposa Mía".
Porque tú eres la predilecta del Señor,
y él será como un esposo para tu tierra.
Porque así como un joven se casa con su novia,
así Dios te tomará por esposa,
te reconstruirá y será feliz contigo,
como es feliz el marido con su esposa. (Isaías 62:4-5).

Y en medio de la desesperación y la angustia, Jeremías habla del acto de restauración en amor de Dios:
Este será el pacto que haré con Israel en aquel tiempo: Pondré mi ley en su corazón y la escribiré en su mente. Yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo. Yo, el Señor, lo afirmo. (Jeremías 31:33).

2.6. Jesús habló de ese Dios de constante fidelidad y bondad en amor, como su Padre. El oró: "Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has mostrado a los sencillos las cosas que escondiste de los sabios y entendidos. Sí, Padre, porque así lo has querido. Mi Padre me ha entregado todas las cosas. Nadie conoce realmente al Hijo, sino el Padre; y nadie conoce realmente al Padre, sino el Hijo y aquellos a quienes el Hijo quiera darlo a conocer". (San Mateo 11:25-27).

2.7. La buena noticia del Evangelio cristiano es que la vida de Jesús entre nosotros es la vida de Dios: Dios rompiendo las barreras de nuestra esclavitud y pecado. En Jesús, Dios está con nosotros en toda nuestra impotencia humana; con nosotros en nuestra vida y en nuestra muerte. En Jesús, Dios nos es fiel aun en la cruz. En el Jesús resucitado, Dios está con nosotros para transfigurar y liberar a todos quienes son esclavos del temor y del pecado. Jesús es Dios con nosotros, y conocer a Jesús es estar con Dios. Dios ha compartido con nosotros nuestro mundo humano, y a través de los grandes acontecimientos de la cruz y la resurrección se nos habilita e invita para compartir la vida de Dios, para compartir la gloria y libertad de Dios, para proclamar la santidad y misericordia de Dios en palabras y acciones. Conocemos a Dios al vivir con Jesús: por lo que podemos y debemos decir que la vida de Jesús es el acto y la expresión de Dios (La Conferencia de Lambeth de 1988, página 82, en inglés).

2.8. El apogeo de la revelación del Hijo del Padre ocurre en la pasión, muerte y resurrección de Jesús. En la noche antes de su muerte Jesús reveló que la comunión de amor que compartía con el Padre sería compartida por la comunidad de sus discípulos. En el Envangelio de Juan se recuerda el momento íntimo del don misericordioso de amor de Dios.

Yo los amo a ustedes como el Padre me ama a mí; permanezcan, pues, en el amor que les tengo. El amor más grande que uno puede tener es dar su vida por sus amigos. Los llamo mis amigos, porque les he dado a conocer todo lo que mi padre me ha dicho. Ustedes no me escogieron a mí, sino que yo los he escogido a ustedes y les he encargado que vayan y den mucho fruto, y que ese fruto permanezca. Así el Padre les dará todo lo que le pidan en mi nombre. Esto pues es lo que les mando: Que se amen unos a otros. (San Juan 15:9,13,15-17).

2.9. El amor con que el Padre ama a Jesús es el amor con el que Jesús nos ama a nosotros. En la noche antes de su muerte Jesús oró (San Juan 17) para que todos quienes lo siguieran compartieran ese amor y unidad que existe entre el Padre y el Hijo. Así nuestra unidad con nuestro prójimo se basa en la vida de amor, unidad y comunión de la Deidad. El amor de las tres personas de la Trinidad, eterno y mutuo, que da a sí mismo y recibe, es la fuente y base de nuestra comunión, de nuestro compañerismo con Dios y entre nosotros. Mediante el poder del Espíritu Santo compartimos una hermandad divina de amor y unidad. Además, es porque la Santísima Trinidad es una única unidad de propósito, y al mismo tiempo una diversidad de maneras de ser y de funcionar, que la Iglesia es llamada a expresar la diversidad en su propia vida, una diversidad unida en la unidad y el amor de Dios (La Conferencia de Lambeth de 1988, página 130, en inglés).

2.10. En la Ultima Cena con sus discípulos, Jesús prometió el derramamiento del Espíritu Santo de Dios. Oró para que Dios llegara a la comunidad como el don del Espíritu Santo. El Espíritu daría testimonio de la verdad de todo lo que Jesús dijo e hizo.

Y yo le pediré al Padre que les mande otro Defensor, el Espíritu de la verdad, para que esté siempre con ustedes. Los que son del mundo no lo pueden recibir, porque no lo ven ni lo conocen; pero ustedes lo conocen, porque él está con ustedes y permanecerá siempre en ustedes.

Jesús sigue:

En aquel día, ustedes se darán cuenta de que yo estoy en mi Padre, y ustedes están en mí, y yo en ustedes. El que recibe mis mandamientos y los obedece, demuestra que de veras me ama. Y mi Padre amará al que me ama, y yo también lo amaré y me mostraré a él. (San Juan 14:16-17,20-21).

2.11. El envío del Espíritu Santo en Pentecostés creó la Iglesia, la comunidad de Jesucristo. El Espíritu Santo elevó a la comunidad a la vida misma de Dios: Padre, Hijo y Espíritu Santo. El Espíritu habilitó a la comunidad para que pudiera orar "Abba, Padre" como hijos libres, adoptados, de Dios (Romanos 8:15-17, Gálatas 4:4-7). Con "el poder que viene del cielo" (San Lucas 24:49), la comunidad se habilita para que salga a proclamar las buenas noticias de Dios a todos los pueblos y naciones. El Espíritu Santo es la fuerza unificadora de Dios en la comunidad. La unidad de la Iglesia que es dada, y que sin embargo la Iglesia procura profundizar, se basa en la unidad misma de Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo (Efesios 1:3-14, 4:1-6).



II. La comunión de la Trinidad y la vida de la Iglesia

2.13. Por el poder del Espíritu Santo, la Iglesia nace en la historia como el Cuerpo de Cristo (1 Corintios 12:27). La Iglesia es llamada el templo de Dios (1 Corintios 3:16), una raza escogida, un sacerdocio real, una nación santa, un pueblo que Dios reclama como suyo (1 Pedro 2:9). Estas imágenes de la Iglesia expresan una comunión con Dios: Padre, Hijo y Espíritu Santo; los cristianos son partícipes de la naturaleza divina. Esa comunión también determina nuestra relación mutua. "Les anunciamos, pues, lo que hemos visto y oído, para que ustedes estén unidos con nosotros, como nosotros estamos unidos con Dios el Padre y con su Hijo Jesucristo". (1 San Juan 1:3). La comunión con Dios y con los demás es tanto un don como una divina expectación para la Iglesia (Eames I, Koinonia y el misterio de Dios, 21-22, en inglés).

2.14. Debido a que la Iglesia participa como comunión en la comunión de Dios de Padre, Hijo y Espíritu Santo, tiene una realidad e importancia escatológicas. La Iglesia es el advenimiento, en la historia, de la realización de la voluntad final de Dios "en la tierra como en el cielo". Esa voluntad fue revelada en la vida y ministerio de Jesucristo y es inspirada continuamente por la labor del Espíritu en la vida y misión de la Iglesia. La Iglesia es el ícono del futuro hacia el cual Dios está conduciendo la historia del mundo. Una iglesia fiel significa por su vida que es la promesa viviente del propósito de Dios en medio de la historia actual. La Iglesia vive en el presente, recordando una y otra vez (haciendo anamnesis) el acontecimiento de Cristo y recibiendo en esperanza la promesa del Reino. De ese modo, los eventos de salvación de la muerte y resurrección de Cristo y la anticipación del Reino son llevados a la experiencia presente de la Iglesia.

2.15. La Iglesia anticipa en Cristo, mediante el poder del Espíritu Santo, el día en que el nombre de Dios será hecho santo, la venida del Reino de Dios, cuando se haga la voluntad de Dios en la tierra como en el cielo. San Máximo el Confesor, teólogo del siglo VII, lo dijo de la siguiente manera: "Las cosas del pasado son sombra; las del presente, ícono; la verdad se encontrará en las cosas del futuro" (Escolión sobre la jerarquía eclesiástica, 3,3:2). La comunidad cristiana fiel con Dios, la Santísima Trinidad, está enfocada en una visión del reinado de Dios final y último. Su misión es ser la señal viviente y visible de ese reinado divino, cuando El more con ellos como su Dios; "ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos como su Dios. Secará todas las lágrimas de ellos, y ya no habrá muerte, ni llanto, ni lamento, ni dolor, porque todo lo que antes existía ha dejado de existir" (Apocalipsis 21:3-4).



III. La comunión de la Trinidad y la misión y ministerio

2.16. Mediante una fe viviente en el Dios de Jesucristo entramos en la vida de la Santísima Trinidad. Esto significa vivir como Jesús entendió y vivió su vida, con el poder del Espíritu de Dios:

El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha consagrado para llevar la buena noticia a los pobres; me ha enviado a anunciar libertad a los presos y dar vista a los ciegos; a poner en libertad a los oprimidos; a anunciar el año favorable del Señor. (San Lucas 4:18-19).

2.17. El mismo Espíritu del Señor reposa sobre la Iglesia y mora en los corazones de los creyentes, dando poder a la comunidad para salir como lo hizo Cristo a proclamar el reinado de Dios. La misión de la Iglesia es de ser el ícono de la vida de Dios. Mediante oración y alabanza, misericordia y paz, justicia y amor, dando constantemente la bienvenida al pecador, al paria, al marginado en su santuario, la Iglesia se revela como comunión y es fiel a su misión. Como Cuerpo de Cristo (1 Corintios 12:27), Templo del Espíritu Santo (1 Corintios 1:16), un pueblo adquirido por Dios (1 San Pedro 2:9), la Iglesia vive en amor mutuo y es enviada como comunidad misionera que reúne toda la creación en el amor reconciliador de Dios, la restablece y renueva en la vida del Dios Trino y Uno (Romanos 8:19-25).

2.18. La misión de Cristo y la Iglesia se celebra y se proclama en la liturgia que da forma a la fe trinitaria del pueblo de Dios y le da poder para una vida de ministerio y misión. Esto se aplica especialmente al Santo Bautismo y a la Santa Eucaristía.

2.19. Como sacramento de iniciación a la vida de la Iglesia, el Bautismo no sólo se relaciona con una única experiencia, sino también con el crecimiento en Cristo que dura toda la vida y con la participación en su ministerio. Los bautizados son llamados a reflejar la gloria del Señor con esplendor cada vez mayor a medida que se transforman por el poder del Espíritu Santo en su imagen. A medida que crecen en la vida cristiana de fe, los creyentes bautizados demuestran que la humanidad puede regenerar y liberarse. Gozan de una responsabilidad común de dar testimonio en la Iglesia y el mundo del Evangelio de Cristo, "el Liberador de todos los seres humanos". (BEM, Bautismo 9, 10).

2.20. La Eucaristía también abarca todos los aspectos de la vida. Es un acto representativo de acción de gracias y ofrecimiento en nombre de todo el mundo. La celebración eucarística exige la reconciliación y el compartir entre quienes son hermanos y hermanas en la única familia de Dios, y desafía constantemente a quienes participan a que busquen relaciones apropiadas en la vida social, económica y política (San Mateo 5:23 y sig. 1 Corintios 10:16 y sig.; 11:20-22. Gálatas 3:28). Se presenta un desafío radical a toda injusticia, racismo, separación y negación de libertad cuando los cristianos comparten el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Mediante la celebración de la Eucaristía, la gracia de Dios penetra, restablece y renueva la personalidad y la dignidad humanas. En la Eucaristía participan los creyentes en el acontecimiento central de la historia del mundo, la pasión, muerte y resurrección de Cristo, y son enviados al mundo en paz para amar y servir al Señor (BEM, Eucaristía 20).

2.21. Jesucristo manifiesta y lleva a cabo para nosotros la misión y ministerio creador, reconciliador y perfeccionador de Dios al mundo. Todo ministerio cristiano está arraigado en el singular ministerio de Jesucristo. El centro del ministerio de Jesús es el ofrecimiento de sí mismo en la cruz, para la reconciliación de Dios y la humanidad y la sanación de toda la familia humana (Colosenses 1:19; 2 Corintios 5:19). La pasión, muerte y resurrección de Cristo establecen una relación con quienes se habían separado, tanto individual como colectivamente. Mediante la labor reconciliadora de Cristo, el corazón mismo de las buenas noticias cristianas, entran quienes lo reciben en la vida trinitaria del compartir y la relación mutua.

2.22. Cristo llama a los seres humanos a que compartan en esa labor de Dios que es de amor y redentora y les da poder para ese ministerio con su Espíritu. Jesús oró: "Como me enviaste a mí entre los que son del mundo, también yo los envío a ellos entre los que son del mundo" (San Juan 17:18). Cristo llamó y equipó a sus discípulos y los envió a reflejar su propio ministerio de sanación, enseñanza, liderazgo, nutrición y proclamación. A través de los variados aspectos del ministerio único de la Iglesia, se expresa históricamente el Reino que Jesús proclamó.

2.23. Al ser bautizados y participar de la Mesa del Señor se nos confía la única y continua misión de Cristo a través de la Iglesia. Los bautizados son llamados a la unidad y la interdependencia. Unidos en Cristo, cada miembro del Cuerpo se relaciona con los demás miembros; son interdependientes con y a través de Cristo. La celebración juntos de la Eucaristía revela y construye esa mutualidad. "Nosotros que somos muchos somos un cuerpo porque todos participamos del único pan". En la Eucaristía el Espíritu afirma y renueva la comunión en Cristo y los dones que nos han sido dados para participar en la misión divina.

2.24. El Espíritu Santo confiere sobre la comunidad dones diversos y complementarios (ver BEM, Ministerio 5). Dios el Creador bendice al pueblo con muchos talentos y aptitudes. El Espíritu Santo da de su gracia dones especiales a personas individuales. El desarrollo del don de una persona en la Iglesia es impensable aparte de todos los demás. La mutualidad e interdependencia de cada miembro y cada parte de la Iglesia son esenciales para el cumplimiento de la misión de la Iglesia. En la Iglesia primitiva, quienes hablaban en lenguas extrañas necesitaban a quienes las interpretaran; la misión de San Pablo a los no judíos complementó a la misión de Pedro a los judíos. El ministerio del servicio de las mesas en la Iglesia primitiva liberó a otros discípulos para que pudieran predicar la palabra de Dios. Los dones de todos contribuyen a la edificación de la comunidad y al cumplimiento de su llamado.

2.25. Sin embargo, la misión única de la Iglesia, el Cuerpo de Cristo, debe encontrar siempre su motivación, su inteligibilidad y su integridad en el único ministerio del Señor de la Iglesia, Jesucristo. La variedad y diferencia entre los carismas cristianos se volverían rápidamente incoherentes y llevarían a la incapacidad si se tornaran excéntricos, sin referirse a su centro en Cristo. Una importante función de la vida en comunión es la de prestar siempre atención unos a otros, sobre todo en caso de conflicto, de modo que nunca se relegue el centro al olvido. Vista en el marco de la misión de amor de Dios en Cristo y el Espíritu, la variedad de dones, que puede parecer potencialmente divisiva, se estima como necesaria, mutuamente enriquecedora, y causa para agradecer y alabar a Dios.

2.26. Dios invita a su pueblo a que goce de la diversidad. Como el cuerpo de Cristo, la Iglesia debe afirmar esa variedad de dones y emplearlos fielmente tanto para la edificación del cuerpo "hasta que todos lleguemos a estar unidos en la fe y en el conocimiento del Hijo de Dios...[alcanzando] la madurez y el desarrollo que corresponden a la estatura perfecta de Cristo" (Efesios 4:12-13) como "para equipar a los santos para la labor de ministerio".

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