Anglocatólico

COMUNIDAD ECUMÉNICA MISIONERA LA ANUNCIACIÓN. CEMLA
Palabra + Espíritu + Sacramento + Misión
Evangelizar + Discipular + Enviar


“Hay un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre de todos, que está sobre todos, actúa por todos y está en todos.” Ef 4,5s.

Creo en la Iglesia, que es una, santa, católica y apostólica.

+Gabriel Orellana.
Obispo Misionero
¡Ay de mí si no predico el Evangelio! 1 Co 9,16b.

whatsapp +503 7768-5447

lunes, 28 de noviembre de 2011

EL “AMEN” DE MARÍA AL “SÍ” DE DIOS

Reflexiones en torno al
Documento de ARCIC
“María: gracia y esperanza en Cristo”
José Cristo Rey García Paredes, cmf

No se trata de un acuerdo insignificante. María, la madre de Jesús, es lugar de convergencias. Hablar de María adecuadamente, significa plantearse el todo. Ella es un síntoma de totalidad. María de Nazaret es la vertiente humana de la Revelación impresionante de Dios. A través de ella nos sentimos lanzados a la globalidad del proyecto de Dios: la creación, la historia salvífica, la santificación, la glorificación.

No se trata de un acuerdo insignificante, porque la aproximación y el consenso entre Hermanos y Hermanas de las confesiones anglicana y católica en un punto tan omniabarcante es un gran paso hacia delante en el camino ecuménico conjunto.

Después de leer y releer el acuerdo de la Comisión Internacional Anglicano-Católica (ARCIC) descubro varias cosas: lo importante que es hacer una lectura eclesial y ecuménica de la Palabra; la energía que desprende la acogida conjunta de la Palabra y la oración común con ella y desde ella. En el verdadero diálogo ecuménico nadie pierde; todos nos enriquecemos. Por eso, el Acuerdo sobre María de ARCIC es un serio paso hacia delante en la comprensión y acogida de su figura, pero también hacia el acuerdo en aspectos básicos de nuestra fe.

En este artículo quiero presentar el Acuerdo, ateniéndome lo más posible al texto redactado. Para ello dividiré mi reflexión en los siguientes pasos: 1) Ubicación del Acuerdo en el conjunto del diálogo ecuménico; 2) Presentación del documento: presentación oficial, objetivo, pasos hacia delante, trasfondo, perfectiva y estructura; 3) Exposición de su contenido; 4) Conclusiones

I. Ubicación: ¿Dónde se sitúa esta declaración conjunta de ARCIC sobre María?

El diálogo ecuménico sobre la significación e importancia de María en la historia de la salvación no cesa. Diversos grupos de diálogo se han ocupado de este asunto. El grupo norteamericano “Luteranos y Católicos en diálogo”, emanó en 1992 un  acuerdo titulado “El único Mediador, los santos y María”. El foro de católicos, luteranos y reformados, que se reúnen en la Trapa francesa de Les Dombes, creado en el año 1937 –como grupo de diálogo y oración entre presbíteros católicos de Lyon y pastores protestantes de la Suiza alemana- ha ofrecido consensos importantes -después del Concilio Vaticano II- sobre temas como la fe eucarística (1972), el ministerio ordenado (1973), el ministerio episcopal (1975), la acción del Espíritu Santo en la Iglesia y los sacramentos (1980), el ministerio petrino en cuanto “ministerio de la comunión en la iglesia universal” (1985), la “Conversión de las Iglesias” (1991); y finalmente un documento-consenso sobre la Virgen María –elaborado en reuniones que van del 1991 al 1997; en ese documento se realiza un examen histórico, bíblico y doctrinal sobre la fe y devoción a María de la Iglesia católica y las reservas que ante ellas mantienen luteranos y reformados, en la que concluyen diciendo: “no encontramos incompatibilidades irreductibles, a pesar de las reales divergencias teológicas y prácticas” (n. 335).

El pasado 16 de mayo de 2005 los miembros de la Comisión internacional anglicano-católica (ARCIC) suscribían una Declaración conjunta sobre el papel de María en la vida y doctrina de la Iglesia. El documento se titula “Mary: Grace and Hope in Christ” (María, gracia y esperanza en Cristo); fue redactado por una Comisión internacional anglicano-romana y publicado en Inglaterra, en la abadía de Westminster, el jueves día 19 de mayo de 2005. Se llegó a este acuerdo después de 6 años de discusión. Formaron parte del grupo 18 delegados de diez países[1]. Teólogos y obispos anglicanos y católicos aceptan en él enseñanzas, hasta ahora controvertidas, sobre la Virgen María, como “expresiones auténticas de la fe cristiana”. El documento reconoce que ya “no hay razones teológicas para la división de las Iglesias” en lo que respecta a la función de la Virgen María.

También se reconoce que los dogmas de la Inmaculada Concepción y la Asunción están en consonancia con la enseñanza de las Escrituras. El documento no pretende tener autoridad alguna, pero sí servir de base para una discusión posterior. Sus autores sí que desean abiertamente que la Iglesia Católica Romana y la Comunión Anglicana reconozcan su “fe común” en lo referente a María.

II. Presentación del Documento

El documento se titula “María: Esperanza y Gracia en Cristo. Declaración conjunta sobre el papel de María en la vida y doctrina de la Iglesia (Seattle, 16-5-2005)”[2]. Está dividido en cuatro partes: 1) María según las Escrituras; 2) María en la tradición cristiana; 3) María, modelo de gracia y esperanza; 4) María en la vida de la Iglesia.

1. La presentación oficial

En la presentación del documento -el prefacio a la Declaración-, los dos co-presidentes (Alexander J. Brunett y Peter F. Carnley) afirman varias cosas importantes, que quiero reseñar antes de comentar su estructura. Dicen que:
Ø  han abordado durante varios años una serie de cuestiones concernientes a la fe que compartimos con la intención de articularlas en la vida y el culto de ambas confesiones;
Ø  se ha intentado utilizar un lenguaje que refleje lo que ambas confesiones mantienen en común y permita trascender las controversias del pasado, sin dejar por eso de confrontarse sinceramente con las definiciones dogmáticas de los católicos romanos, que resultan extrañas a los anglicanos;
Ø  se ha intentado comprender la forma de hacer teología de unos y otros y los contextos históricos en los cuales ésta se ha desarrollado;
Ø  esta forma de estudiar las cuestiones ha generado un mutuo aprecio por ambas tradiciones;
Ø  la declaración conjunta  es un reflejo poderoso de tales esfuerzos por encontrar lo que ambas confesiones mantienen en común;
Ø  María, la madre del Señor Jesucristo, aparece como ejemplo de obediencia fiel; su “hágase en mí según tu Palabra” es la respuesta, llena de gracia que cada uno de nosotros, personal y comunitariamente, ha de dar a Dios, en cuanto Iglesia y cuerpo de Cristo;
Ø  ambas tradiciones –anglicana y católica- comparten las mismas fiestas, asociadas a María, lo cual manifiesta que es en el ámbito del culto donde se produce la más profunda convergencia.

2. Objetivo del Acuerdo

En la introducción (nn. 1-5) se presenta cuál es el objetivo de esta Declaración, qué pasos hacia adelante se han dado, cuál es el trasfondo teológico espiritual de este diálogo ecuménica y desde qué perspectiva se aborda el tema mariano.
Objetivo de esta Declaración es expresar la fe común de católicos y anglicanos “sobre aquélla que, entre todos los creyentes, más próxima está a nuestro Señor y Salvador Jesucristo” (n.1), y lograr un día un verdadero consenso de fe sobre “la Virgen María, Madre de Dios e icono de la Iglesia, Madre espiritual que intercede por los discípulos de Cristo y por toda la humanidad” (n.1).

3. Pasos hacia adelante

Se reconoce que ya en el año 1981 ARCIC había logrado un consenso significativo sobre María, en su documento “La autoridad en la Iglesia” (1981). Éstos fueron los puntos de consenso:
Ø  “que sólo puede existir un mediador entre Dios y el hombre, Jesucristo, y rechazamos toca interpretación del papel de María que empañe esta afirmación.
Ø  Reconocer que la concepción cristiana de Maria está indisolublemente vinculada  a las doctrinas de Cristo y de la Iglesia.
Ø  Reconocer la gracia y vocación única de María, Madre del Dios encarnado (Theotokos).
Ø  Celebrar sus fiestas y en honrarla en la comunión de los santos.
Ø  Que fue preparada por la gracia divina para ser la madre de nuestro Redentor, por el que ella misma fue redimida y recibida en la gloria.
Ø  Reconocer en María un modelo de santidad, obediencia y fe para todos los cristianos.
Ø  Que es posible considerarla como una figura profética de la Iglesia de Dios tanto antes como después de la encarnación” (La autoridad en la Iglesia, n.30).
También hubo puntos de desacuerdo en lo referente a los dogmas de la Inmaculada Concepción y de la Asunción:
Ø  Para aquellos anglicanos que no los consideran suficientemente sustentados por la Escritura.
Ø  Para muchos anglicanos que no reconocen la autoridad doctrinal del Obispo de Roma, independiente de un concilio, para definir tales doctrinas marianas como dogmas vinculantes para todos los fieles (cf. La autoridad en la Iglesia, n.30).
La nueva declaración conjunta da un paso adelante en el Consenso, respecto a la declaración anterior de 1981:
“Podemos ahora afirmar un significativo acuerdo ulterior sobre el papel de María en la vida y doctrina de la Iglesia” (n. 2).
¿Y en qué consiste ese significativo acuerdo ulterior? ¡En dos pasos concatenados! En primer lugar, en conseguir “una declaración –conjunta- más completa de la creencia compartida sobre la bienaventurada Virgen María”. En segundo lugar, valorar conjuntamente –a partir de ahí- de forma nueva el contenido de los dogmas marianos. Hay, así mismo en esta declaración, una atención a las “diferencias en la práctica”·, entre las cuales está la invocación explícita de María.

4. El trasfondo teológico-espiritual: la “re-receptio”

Pero ¿a qué responde este deseo de llegar a un acuerdo? De manera sumamente honesta y digna de nuestra condición cristiana, los miembros de ARCIC confiesan que han realizado este trabajo para ayudarnos a todos a acoger en nuestro tiempo la Revelación de Dios, la Tradición recibida. Y se preguntaron si “la doctrina o la devoción marianas forman parte de una “receptio” legítima de la Tradición apostólica, conforme a las Escrituras (n. 4).
La Iglesia recibe  aquello que “reconoce como expresión auténtica de la Tradición legada de una vez por todas a los Apóstoles”. Recibir la fe apostólica en nuevas circunstancias históricas, culturales, es la forma que tiene la Iglesia de ser fiel a la Tradición; pero es fiel también, cuando “recupera” (re-receptio, lo llaman los miembros de ARCIC), sacándolos del olvido, elementos de la tradición que han quedado desatendidos o han sido malinterpretados  Por eso, creen los miembros de ARCIC que ha llegado el momento de una especial “re-receptio” o recuperación conjunta de la tradición sobre el papel de María en la revelación divina (cf. n. 3), en el conjunto de la historia de la salvación y en la vida de la Iglesia a la luz de una teología de la gracia divina y de la esperanza.

5. La perspectiva teológica

María es contemplada como la Mujer responde a Dios, movida por la gracia, que “exige y posibilita la respuesta humana”. En el relato de la Anunciación se ve cómo el mensaje del ángel suscita la respuesta de María. El fiat de María, libremente pronunciado, hace que acontezca la Encarnación y todo lo que ésta trajo consigo (hasta la pasión, muerte y resurrección). 
Con todo, lo que este acuerdo resalta, ante todo, no es el “sí de María”, sino, previa y más fundamentalmente, “el sí misericordioso de Dios a toda la Humanidad”, porque Jesús –su Hijo- es “el sí de Dios”-. Y de una forma muy bella señala este acuerdo cuál va a ser su perspectiva:
“El fiat de María puede considerarse el ejemplo supremo del “amén” de un creyente en respuesta al “sí” de Dios” (n. 5).
Todos los creyentes compartir con María este “amén”, como hijos del único Padre celestial, nacidos del Espíritu como hermanos y hermanas de Jesucristo: “María es la personificación de esta participación en la vida divina”:
“Cuando los cristianos se suman al “amén” de María al “sí” de Dios en Cristo, se comprometen a responder obedientemente a la Palabra de Dios, lo que determina una vida de oración y servicio. Al igual que María no solo ensalzan al Señor con sus labios, sino que se comprometen a servir a la justicia de Dios con sus vidas” (n. 5).

6. La estructura

El documento tiene cuatro partes: María según las Escrituras (nn. 6-30), María en la tradición cristiana (nn. 31-51), María, modelo de gracia y esperanza (nn. 52-63) y María en la vida de la Iglesia (nn. 64-75). Finalmente, se aportan unas conclusiones.
El itinerario de la Declaración conjunta posibilita un progresivo acuerdo, partiendo de los elementos más fáciles de acoger, para llegar al acuerdo en los puntos más conflictivos.

a) La primera parte: María según las Escrituras

Comienza contemplando el testimonio de la Escritura, comprendida como trayectoria de gracia y esperanza (nn.8-11). En la Escritura se estudian los relatos de la Natividad de Mateo (nn.12-13), Lucas (nn. 14-17), el significado de la concepción virginal (n.18), la cuestión de la relación entre María y la verdadera familia de Jesús (nn. 19-21), María en el Evangelio de Juan (nn. 22-27) y María como la Mujer de Apocalipsis 12 (nn.28-29). Finaliza esta primera parte con una breve y enjundiosa reflexión bíblica (n.30).
Esta reflexión bíblica tiene un encanto especial. En ella se contempla un cuadro impresionante, capaz de acercar a todos a una nueva comprensión de María.

b) La segunda parte: María en la tradición cristiana

La segunda parte se ocupa de la historia: tiene tres subapartados que corresponden a tres momentos históricos: la antigua tradición común (nn. 31-40), la doctrina y devoción marianas en la Edad Media (nn. 41-43) y la situación desde la Reforma hasta la actualidad (nn. 44-51).
Este largo recorrido histórico da explicación de las convergencias y divergencias entre las diversas confesiones. Hay un buen trasfondo de estudio detrás de cada número. Una vez más se verifica que la historia es maestra de la vida.

c) La tercera parte: María, modelo de Gracia y Esperanza (nn. 52-63)

La tercera parte ofrece la clave teológica de comprensión del misterio de Dios en María. Tras una introducción que ofrece la clave de comprensión (“contemplar la historia hacia atrás”), se aborda la presencia de María en la economía de la Gracia (nn. 54-57) y se afrontan con serenidad las conflictivas definiciones papales, motivo de división en las Iglesias (nn. 58-63).
Resulta enormemente interesante la clave de acercamiento entre las confesiones que se ofrece: la relectura escatológica (desde el final) de todo el misterio de Dios en la Humanidad y en María. A partir de ahí, surgen fáciles puntos de encuentro.

d) La cuarta parte: María en la vida de la Iglesia (nn. 64-75)

La cuarta parte aborda el tema de la espiritualidad en su clave mariana y trata de ubicar a María en el conjunto de la vida de la Iglesia. Una vez más, el Acuerdo ecuménico ofrece una clave de comprensión: el “amén de María” al “sí”, que yo he asumido como clave de todo el Acuerdo y título de esta reflexión expositiva (nn. 64-65). Después estudia el tema de la inclusión de María, como también de todos los santos y los ministerios eclesiales dentro de la Mediación única del Señor Jesús. Unas interesantes reflexiones sobre la intercesión y la mediación en el contexto de la “communio sanctorum” (nn. 67-70), permite entender mucho mejor el oficio singular de María, como creyente y madre espiritual (nn. 71-75).

e) Conclusiones y avances (nn. 76-80)

A modo de recapitulación pedagógica, concluye el acuerdo recogiendo las conclusiones a las que se llegó en acuerdos anteriores, para mostrar sintéticamente después cuáles son los avances que en este Acuerdo se han producido.
Después de esta presentación global, voy a presentar el contenido de cada una de las partes en particular.

III. María, según las Escrituras

Ofrece esta primera parte una excelente síntesis de la doctrina bíblica mariana, desde el Antiguo Testamento hasta el Apocalipsis. Y lo más gratificante es constatar que se trata de una lectura e interpretación “conjunta” del testimonio de la Escritura sobre María. No era así en el pasado, en el cual cada confesión realizaba su propia lectura e interpretación. Resultado de esa conjunción ha sido descubrir que María no es solo una “gran santa”, sino la ocasión para meditar con maravilla y gratitud todo el desarrollo de la historia de la salvación”, desde la creación hasta la visión final (n. 6).
Resulta interesante la clave hermenéutica o de interpretación bíblica utilizada, que es “holística”: desde la interpretación tipológica –utilizada por los Padres de la Iglesia, los predicadores y los autores medievales, pasando por la “sola Scriptura” de los Reformadores, que subraya su centralidad, hasta la crítica histórica y la exégesis narrativa, retórica y sociológica. Esta declaración hace una lectura “eclesial y ecuménica” que integra los elementos valiosos de los anteriores métodos y se esfuerza por “considerar cada pasaje relacionado con María en el contexto del Nuevo Testamento como un todo, sobre el trasfondo del Antiguo y a la luz de la Tradición” (n. 7).
La declaración ofrece 22 números de apretada y, por otra parte bella síntesis, en los cuales emerge con toda su belleza el significado bíblico e histórico-salvífico de María (nn.8-30). Se recogen en ellos los mejores logros de la exégesis ecuménica de estos años. La perspectiva de reflexión bíblica no podía ser mejor: la conciencia histórica de la Alianza de Dios con su pueblo. En esa perspectiva María destaca como la Mujer integrada de manera especial y ejemplar en la Alianza de Dios con su Pueblo, culminada en Cristo Jesús. La Alianza se identifica con “la trayectoria de la gracia divina y la esperanza” (n.11).
He sentido una especial satisfacción al comprobar que la excelente síntesis bíblica responde perfectamente al estudio de Mariología Bíblica que realicé en la primera parte de mi “Mariología, Sapientia Fidei, Serie de Manuales de Teología, 10, BAC 2001. Allí presentaba a María como “la madre de un judío marginal” teniendo en cuenta los datos históricos y las referencias del evangelio de Marcos, como “la madre del Rey de los Judíos” en el prólogo cristológico de Mateo, como “la madre agraciada y creyente” en el prólogo cristológico de Lucas, como “la madre del Verbo que se hizo carne” en el cuarto evangelio, y como “la mujer apocalíptica”.
Concluye esta parte con una invitación a llamar “bienaventurada” a María y bendecirla como esclava del Señor, a asociarnos a ella y a los Apóstoles cuando oran por la efusión del Espíritu e incluso a vislumbrar en ella el destino final del pueblo de Dios, compartiendo la victoria de su Hijo sobre el poder del mal y de la muerte (n. 30). La conclusión de todo este recorrido sería la siguiente:
“Resulta imposible ser fiel a la Escritura y no tomar en consideración a María” (n. 6)

IV. María en la tradición cristiana

Esta segunda parte tiene cuatro subapartados: 1) Cristo y María en la antigua tradición común (nn. 31-34); 2) La celebración de María en las antiguas tradiciones comunes (nn. 35-40); 3) Desarrollo de la doctrina y de la devoción marianas durante la Edad Media (nn. 41-43). 4) Desde la Reforma hasta la actualidad (nn. 44-51)

1. Cristo y María en la antigua tradición común

Es acertada la constatación con la cual se inicia esta segunda parte:
“en la Iglesia de los primeros siglos, la reflexión acerca de María sirvió para interpretar y salvaguardar la Tradición apostólica centrada en Jesucristo” (n. 31).
Durante los cinco primeros siglos las controversias teológicas se resuelven poniendo de relieve el papel de María en la Encarnación como Theotokos o Deípara y como Virgen (maternidad virginal). La maternidad de María manifiesta y defiende la humanidad real de Jesús contra cualquier forma de docetismo; la concepción virginal de Jesús por parte de María muestra su divinidad verdadera: Padres orientales y occidentales “recurrieron a la concepción virginal para defender tanto la divinidad del Señor como la honra de María, la santa virgen María contra cualquier forma de nestorianismo. ¡Esto lo afirman concordes anglicanos y católicos! (n. 33).

2. La celebración de María en las antiguas tradiciones comunes

En los primeros siglos se van haciendo presentes los santos en la experiencia espiritual de las Iglesias y entre esa nube de testigos María ocupó un lugar muy especial, como aquella que ejerció un papel muy importante en la redención de la Humanidad (n. 35), como antítesis de Eva y prototipo de la Iglesia. Fue considerada como la Nueva Eva, como la asociada a su hijo en la conquista del antiguo enemigo (n. 37), como modelo de santidad para las vírgenes consagradas, no solo en su integridad física, sino en su disposición interior de apertura, obediencia y fidelidad a Cristo (n. 37). María es también considerada como “la santa”, incluso santa desde su origen, la sin mácula, la panagía (n.38).
La devoción a María como Theotokos  creció en las diversas iglesias. Se incluyó este título en las plegarias eucarísticas de Oriente y de Occidente; se multiplicarons los textos y las imágenes que celebraban su santidad. “Así se fue instaurando progresivamente la tradición de rezar con María y de alabarla; a ello se asoció desde el siglo IV, especialmente en la Iglesia de Oriente, la súplica de su protección en el Sub tuum Praesidium”. Después del Concilio de Éfeso se comenzaron a dedicar iglesias a María y a celebrar en ellas fiestas en su honor en determinadas fechas, inspiradas tanto en las Escrituras canónicas como en los relatos apócrifos.  Ahí comenzaron a desarrollarse las creencias que posteriormente serían definidas como dogmas marianos: la Inmaculada Concepción de María y la Asunción (n.40).

3. Doctrina y devoción mariana en la edad media

Las fiestas marianas dieron origen a homilías en las que los predicadores ahindaban en las Escrituras buscando en ellas imágenes y motivos que iluminaran el papel de María en la economía de la salvación. La acentuación creciente de la humanidad de Cristo se vió acompañada de una atención creciente a las virtudes de María y a los misterios de su vida. Esto influyó en las devociones y en el arte religioso.
En la reflexión teológica María era cada vez más asociada a Cristo en su obra permanente de redención. Se desplazó el acento de María como representación de la Iglesia y de la humanidad redimida, hacia María como “dispensadora de las mercedes de Cristo a los fieles”. María fue siendo presentada como realidad autónoma. La doctrina sobre ella se deducía especulativamente de los temas de la santidad y la santificación. La reflexión especulativa provocó vehementes discusiones acerca de cómo la gracia redentora de Cristo había preservado a María del pecado original (n. 42). La teología escolástica, siempre más distanciada de la espiritualidad y cada vez menos basada en la exégesis bíblica, basaba sus deducciones en la probabilidad lógica o en el poder y voluntad absolutos de Dios. La espiritualidad se volvía cada vez más afectiva e individualista. La religión popular contemplaba a María cada vez más como intermediario entre Dios y la humanidad, como todopoderosa (n. 44).

4. Desde la Reforma hasta la actualidad

A principios del s. XVI surge una reacción contra las prácticas devotas que consideraban a María como una mediadora “paralela” a Cristo, o como alguien que le suplantaba en su función. Erasmo, Tomás Moro,  y los Reformadores reafirmaron, en cambio, la creencia de que Cristo es el único mediador entre Dios y la Humanidad (n. 44). Los Reformadores ingles siguieron acogiendo la doctrina mariana de la Iglesia antigua: aceptaron a María como Theotokos, siempre virgen y santa (n. 45). A partir del 1561 el calendario de la Iglesia de Inglaterra contenía cinco fiestas asociadas con María: Concepción, Natividad, Anunciación, Visitación, Purificación/Presentación. Pero para que no fuera en detrimento de Cristo, desapareció la fiesta de la Asunción (n. 46).
En la Iglesia Católica, debido a las polémicas entre protestantes y católicos, se exageró aún más la doctrina y devoción marianas hasta identificar ser católico con la acentuación de la devoción a María. La profundidad y popularidad de la doctrina mariana llevó a la iglesia católica a la proclamación de los dogmas de la Inmaculada (1854) y la Asunción (1950). Las exageraciones provocaron respuesta dentro y fuera de la Iglesia católica. Así se inició un proceso de recuperación de la auténtica tradición marciana.  Los Padres conciliares del Vaticano II “procuraqron conscientemente resistir a las exageraciones recuperando acentos patrísticos y situando la doctrina y la devoción marianas en su adecuado contexto cristológico y eclesial” (n. 47). Ante un inesperado declive en la devoción mariana el Papa Pablo VI ofreció a la Iglesia una exhortación apostólica “Marialis cultus” (1974), en la cual intentaba centrar adecuadamente la devoción y doctrina mariana (n. 48).
En el culto anglicano María goza de una importancia nueva debido a las renovaciones litúrgicas del siglo XX.  Su nombre es mencionado en la mayoría de las Plegarias eucarísticas. El 15 de agosto es fiesta principal en honor de María y se han renovado otras fiestas relacionadas con María. Lo cual indica que durante los últimos decenios ha tenido lugar en toda la Comunión Anglicana una recuperación del papel de María en el culto colectivo (n. 50).
Este apartado concluye con la siguiente constatación y deseo:
“Nuestras dos Comuniones son herederas de una valiosa tradición que reconoce a María como siempre virgen y la considera Nueva Eva y tipo de la Iglesia. Coincidimos en orar y alabar con María a la que todas las generaciones han llamado bienaventurada, en celebrar sus fiestas y en honrarla en la comunión de los santos y convenimos que María y los santos oran por toda la Iglesia. En todo ello, consideramos a María indisolublemente vinculada a Cristo y a la Iglesia” (n. 51).

V. María como modelo de gracia y esperanza

1. La clave: contemplar la historia “hacia atrás”

El acuerdo ecuménico describe la esperanza evangélica de una manera singular: somos lo que seremos en el poder del Espíritu: semejantes al nuevo Adán –partícipes de la gloria de Dios-, en oposición al que devenimos en el antiguo Adán (1 Cor 15,42.49; Rom 5, 12-21). Hemos de contemplar la historia “hacia atrás” desde Cristo Jesús, en quien conseguiremos la plenitud del ser humano. Pablo habla como retrospectivamente cuando dice: “a los que predestinó, a ésos también los llamó; a los que llamó, a ésos también los justificó; a los que justificó, a ésos también los glorificó” (Rom 8,30). Jesús resucitado no solo ha sido elevado a la derecha del Padre, para compartir su gloria (1 Tim 3,16). Los creyentes bautizados participamos de la Gloria del Señor, participando en su pasión y muerte (nn. 52-53).
Todo esto vale también para contemplar el misterio de María (n. 52).

2. María en la economía de la gracia

María es contemplada desde una perspectiva escatológica. Y, contemplada desde el final en ella se descubre al Israel elegido, glorificado, justificado, llamado, predestinado (cf Rom 8). Ella llevó en su carne al Señor de la gloria; ella quedó distinguida desde el principio como la elegida, llamada y agraiada por Dios a través del Espíritu Santo para la tarea que la aguardaba (n. 54). Por eso, Dios operaba en María desde sus mismos inicios, disponiéndola para la vocación única de llevar en su carne propia al nuevo Adán. María, en cuanto persona individual y en cuanto figura representativa, fue “hechura” divina, creada en Cristo Jesús, en orden a las buenas obras que de antemano dispuso Dios que practicara (Ef 2,10) (n. 55).
No disponemos de testimonios bíblicos directos sobre el fin de María. Pero sí que se nos habla en la Escritura de una determinada “escatología anticipada” que se realiza en  “seguidores fieles de Dios” que fueron llevados a su presencia, apenas muertos: el acuerdo ecuménico menciona a Esteban el protomártir (Hech 7,54-60), al ladrón arrepentido (Lc 23,43), a Elías (2 Rey 2,11) y a Henoc (Hb 11,5). ¿Porqué no incluir a María en esta línea de seguidores fieles de Dios? ¿No fue ella la discípula fiel, totalmente presente ante Dios en Cristo? “Por ello es signo de esperanza para toda la humanidad (n. 56), en ella se anticipa la nueva Creación; ella prefigura aquel estado en que “todos los redimidos participarán de la plenitud de la gloria del Señor (2 Cor 3,18). De ahí se deduce un principio teológico claro: la experiencia cristiana de comunión con Dios durante la vida presente es signo y anticipo de la gracia y de la gloria divinas, esperanza compartida con la creación entera” (n. 57).

3. Las definiciones papales

Desde los presupuestos anteriores no resultan difícil entender desde otra perspectiva las definiciones dogmática marianas de los últimos siglos: la Inmaculada Concepción y la Asunción. Es cierto que para los cristianos católicos son doctrinas que están obligados a creer.
Para entender los dogmas es necesaria una hermenéutica que tenga en cuenta el momento histórico en que fueron proclamados y la mentalidad de la época. Las expresiones “revelada por Dios” (referido al dogma de la Inmaculada” y “divinamente revelado” (referido al dogma de la Asunción”, reflejan la teología de la Revelación, dominante en la Iglesia católica en la época en que se definieron. Es la teología de la revelación presente en la Constitución “Dei Filius” del Concilio Vaticano I.  La Constitución “Dei Verbum” del Concilio Vaticano II subraya especialísimamente el papel central de la Escritura en la recepción y en la transmisión de la Revelación. Por eso, cuando la Iglesia católica afirma que una verdad “ha sido revelada por Dios”, no insinúa la existencia de una nueva revelación:
“Esta revelación es recibida por la comunidad de los creyentes y transmitida en el tiempo y en el espacio a través de las Escrituras y mediante la predicación, la liturgia, la espiritualidad, la vida y la doctrina de la Iglesia, que se inspiran en las Escrituras” (n. 61).
Por consiguiente, es crucial afirmar que los dogmas marianos han de ser “conformes a la Escritura” y sólo son aceptables en su conformidad con la Escritura (n.61).
Un punto difícil de aceptar para los Anglicanos es la autoridad del Obispo de Roma “independiente de un Concilio” para realizar semejantes definiciones dogmáticas. Los teólogos católicos invocan entonces al “sensus fidelium”, manifestado previamente de tantas formas como adhesión a las doctrinas sobre la Inmaculada y la Asunción, el apoyo activo de los obispos católicos, la tradición litúrgica de las Iglesias locales. “Para los católicos, corresponde a la función del Obispo de Roma, bajo condiciones estrictamente limitadas, realizar tales definiciones”; el obispo de Roma dio voz al consenso de fe entre los creyentes que estaban en comunión con él y el Concilio Vaticano II las reafirmó (n. 62). Para los anglicanos sería el consenso de un concilio ecuménico –que enseñara conforme a las Escrituras- lo que demostraría con mayor seguridad el cumplimiento de las condiciones necesarias para que una doctrina fuera “de fide” (de fe):
“En este caso, tanto católicos como anglicanos convendrían en que todos los fieles han de creer de manera firme y constante el testimonio de la Iglesia” (n. 62).
Existe el peligro, de cara una futura comunión plena entre Católicos y Anglicanos, de exagerar la importancia intrínseca de los dogmas marianos en detrimento de otras verdades relacionadas más estrechamente con los cimientos de la fe.
El punto de partida ha de ser la identidad de María como Theotokos, o la presencia e identidad de María en el misterio de la Encarnación. Esa figura es central, normativa, para cualquier reflexión sobre María. Desde ahí, se harán lecturas protológicas –preguntándose por su vocación, el origen de su vocación, los carismas recibidos para realizarla adecuadamente-. La lectura protológica del misterio de María nos introduce en lo que se intenta proclamar con el dogma de la Inmaculada Concepción. Si Dios nos ha elegido a ser “santos e inmaculados en su presencia antes de la constitución del mundo”, si de Él se dice que a ciertos servidores suyos los predestinó y eligió desde el seno de su madre, ¿porqué no afirmar esto de María? Aquella a la que las iglesias confiesan la “panagía”, la toda Santa, ¿no es ya la emergencia de la Nueva Creación en Cristo? La lectura histórica nos lleva a entender que María vivió aquí en la tierra marcada siempre por su experiencia central: por su acogida de la Palabra, por su fe absoluta en Dios. La lectura escatológica de su figura nos lleva a descubrir cómo en ella se cumplen todas las promesas de Dios, de forma prototípica. Por eso, el Acuerdo ecuménico sugiere que “la adopción de una perspectiva escatológica puede  profundizar nuestra interpretación compartida del papel de María en la economía de la Gracia y la tradición eclesial mariana que nuestras dos comuniones hacen suya” (n.63).

VI. María en la vida de la Iglesia

Esta última parte se ocupa de dos grandes cuestiones: la intercesión y mediación en la comunión de los santos (nn. 65-70) y del oficio singular de María (71-75), precedidas de una introducción (nn. 64-65).

1. “Amén” al “sí” de Dios

Nuestro Dios ha respondido “sí” a todas sus promesas. Jesucristo es el “sí” de Dios a la humanidad. Por eso decimos, por medio de Jesús, “amén” a la gloria de Dios (2 Cor 1,20). María pronunció aquel “amén” “mediante el cual, a través de la sombra del Espíritu, se inaugura el sí divino de la nueva creación. Ese “fiat” de María fue especial, en su apertura a la Palabra de Dios y en el camino hasta el pie de la cruz y más allá de ésta por el que el Espíritu la condujo (n. 64).  El amén de María al sí de Dios es único y modélico para todo discípulo y para la vida de la Iglesia (n. 64).
Hay diferencias en la forma de acentuar y entender el ministerio de María: los anglicanos han tendido a  centrarse en la figura bíblica de María, como modelo de discipulado. Los católicos han privilegiado el ministerio permanente de María en la economía de la gracia y en la comunión de los santos, como aquella que dirige a las personas a Cristo, encomendándolas a él y ayudándolas a compartir su vida. En estos últimos tiempos, los unos hemos aprendido de los otros y se han aproximado mucho nuestra forma de entender y vivir la relación con María y nuestra forma de asociarnos a ella como a alguien no ya muerto, sino realmente vivo en Cristo:
“Al hacerlo, caminamos juntos como peregrinos en comunión con María, la discípula más aventajada de Cristo, y con todos aquellos cuya participación en la nueva creación nos alienta a ser fieles a nuestra llamada” (n. 65).
María ocupa –por todo esto- un lugar especial en la oración litúrgica y privada de los creyentes, alabando a Dios por lo que realizó en ella y a través de ella. Reconocemos el papel de María en las “oraciones de los santos” que se pronuncian ante el trono de Dios en la liturgia celestial (Apc 8,3-4).

2. Intercesión y mediación en la comunión de los santos

Tras la proclamación de María como Theotokos en el concilio de Éfeso, los fieles intensificaron su súplica a María para que intercediera por ellos ante su Hijo. A partir del siglo V se ha utilizado ampliamente el Ave María sin la frase final (“ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte”), que fue añadida en el siglo XV por Pío V. Los reformadores ingleses criticaron esta invocación y otras formas análogas de oración porque las consideraban una amenaza a la mediación única de Cristo. Por eso mismo, rechazaron la doctrina católica de la invocación a los santos. El Concilio Vaticano II aprobó la práctica de rogar a María que interceda por los creyentes. Su ministerio de intercesión se funda en “l a misión maternal de María para con los hombres”, que en manera alguna “disminuye o hace sombra a la única mediación de Cristo, y manifiesta así su eficacia” (LG, 60). La Iglesia católica fomenta así la devoción mariana y reprueba cualquier tipo de exageración o minimización de ella. (n. 67).
Es posible afirmar la mediación única de Cristo y descubrir al mismo tiempo que es lícito “pedir a nuestros hermanos y hermanas de la tierra y del cielo que rueguen por nosotros”; esta petición constituye un medio a través del cual, en el Espíritu y a través de éste, el poder de la mediación de Cristo puede manifestarse (n. 68). En Cristo Jesús todos los creyentes permanecemos unidos en una comunión de oración. Y en la oración percibimos nuestra asociación permanente con los hermanos y  hermanas que han cerrado los ojos, esa gran nube de testigos que nos rodea en nuestra carrera de fe.. Esta solidaridad en la fe con quienes murieron en Cristo, ¿no puede y debe realizarse también con la mujer a través de la cuál él se hizo igual a nosotros excepto en el pecado? (n. 69). Por eso, la comunión de los santos nos invita a rogarles que recen por nosotros. ¡No es algo ajeno a la Biblia (c. St 5,13-15. 16-18), “si bien las Escrituras no lo enseñan directamente como elemento necesario de la vida en Cristo (n. 70).

3. El oficio singular de María

Muchos creyentes experimentan una sensación de empatía y solidaridad con María, especialmente en momentos cruciales en los que su vida parece reflejar la propia: como en la aceptación de la vocación, en el escándalo de su embarazo, en las imprevistas circunstancias de su alumbramiento y de su huida como refugiada, o con su hijo condenado (la Pieta). Anglicanos y Católicos se sienten atraídos de igualmente por la Madre de Cristo como figura tierna y compasiva. (n. 71).
Las palabras de nuestro Señor moribundo al discípulo amado (Jn 19,27) han sido leídas como una invitación a quererla como “madre de los fieles”, que velará sobre ellos, tal como veló sobre su hijo Jesús. Si es reconocida como la nueva Eva, ¿no le convendrá el ser reconocida como madre de todos los vivientes? (n. 72). Ese es el ministerio de María que no pocos creyentes experimentan en sí mismo.
Respecto a las apariciones y a los lugares de culto mariano hay que tener mucho cuidado y discernimiento. Toda revelación privada sólo es válida si ayuda a vivir mejor el Evangelio en el momento presente. El criterio de verdad y de valor de una revelación privada es, pues, su orientación a Cristo mismo; cuando nos aleja de él, cuando se hace autónoma y cuando suplanta el designio de salvación, ¡no viene del Espíritu Santo” (n. 73).
Como conclusión final de este apartado conviene citar el número 75 del acuerdo:
“Al afirmar juntos sin ambigüedad alguna la mediación única de Cristo, que fructifica en la vida de la Iglesia, no consideramos la práctica consistente en rogar a María y a los santos que oren por nosotros como algo que divide nuestra comunión. Puesto que el esclarecimiento de la doctrina, la reforma litúrgica y las disposiciones prácticas consiguientes han eliminado los obstáculos del pasado, creemos que no subsiste razón teológica alguna para una división eclesial sobre estas cuestiones” (n. 75).

Mis Conclusiones

Ha sido para mí una delicia poder leer este acuerdo del ARCIC “María: gracia y esperanza en Cristo” (Seattle, 2005). Debo decir que he sentido una profunda sintonía con todos sus planteamientos; sí, con todos sus planteamientos sin excepción; y me he sentido hermano de todos.
Precisamente durante esos años estaba yo también ocupado en la elaboración de mi Mariología que después sería publicada en la colección Sapientia Fidei de la BAC[3]. Apenas publicada la Mariología, con el objetivo de que fuera un libro de texto en nuestros Centros Teológicos, encontró objeciones por parte de algunos mariólogos, especialmente españoles. Tales objeciones se referían a los temas más debatidos dentro del diálogo ecuménico. Yo intenté elaborar una teología mariana profundamente teocéntrica, cristocéntrica, pneumatocéntrica, profundamente bíblica y, al mismo tiempo, comprensiva con la evolución eclesial y los sentimientos populares. Los puntos en los que se me criticó tenían que ver con los dos últimos dogmas y también la clave para interpretar los dogmas que proponía.
Ahora puedo también decir, que mi identificación con el grupo ARCIC, como antes también con el Grupo de Les Dombes es total. He de confesar mi convicción de que una lectura ecuménica y eclesial de la Palabra, y una relectura conjunta de nuestra historia, abrirá caminos de unidad y comunidad fecunda. Las Confesiones cristianas aisladas se empobrecen. La comunión laboriosa y agraciada nos llevará a decir conjuntamente “Amén” al “Sí” de Dios nuestro Padre-Madre en Cristo Jesús. La emergencia de María entre nosotros es señal de que estamos en el camino cierto.
El diálogo ecuménico tiene como punto de partida el mutuo aprecio y valoración. Hemos de evitar cualquier tipo de minusvaloración del hermano o de la hermana. Nos envuelve el Espíritu y habla a través de nosotros. Lo importante es que nuestras teologías sean teologías del camino, y dispuestas a ir donde el Espíritu las lleve. De este modo, encontraremos secretas armonías allí donde tal vez nos parecían que había meras contradicciones.
Es cierto que este acuerdo solo compete a Católicos y Anglicanos. Es cierto que todavía ha de ser acogido por los miembros de ambas confesiones. Pero más todavía: ¿qué ocurrirá con las demás confesiones cristianas?


[1] Miembros de la Iglesia anglicana: Rvmo. Frank Griswold (obispo presidente de la Iglesia Episcopal USA –copresidente hasta el 2003-); Rvmo. Peter Carnley (arzobispo de Perth y primado de la Iglesia anglicana de Australia –copresidente desde el 2003); Rv. John Baycroft (obispo retirado de Ottawa, Canada); Dr. Rozanne Elder (profesor de Histor, Western Michigan University); Rvdo. Professor Jaci Maraschin (profesor de Teología en el Instituto ecuménico de Sao Paulo, Brasil); el Rvdo. Dr. John Muddiman (professor de Nuevo Testamento en la Universidad de Oxford, Mansfield College, Reino Unido); Rvdo. Dr Michael Nazir-Ali (Obispo de Rochester, Reino Unido); Rvdo. Canónigo Dr. Nicholas Sagovsky (teólogo canónico de la Abadía de Westminster, Londres, Reino Unido); Revdo. Canónico Dr Charles Sherlock (director del Ministry Studies de  Melbourne College of Divinity, Australia). El secretario por parte anglicana fue el Rvdo, canónigo David Hamid (Director de asuntos y estudios ecuménicos, Londres, Reino Unido) –hasta el 2002-) y el Rvdo. canónico Gregory K Cameron (Director de asuntos y estudios ecuménicos, Londres, Reino Unido) –desde el 2002-). Miembros de la Iglesia católica: Mons. Cormac Murphy-O'Connor (obispo de Arundel and Brighton, Reino Unido –co-presidente hasta el 2000-); Mons. Alexander Brunett (arzobispo de Seattle, Estados Unidos –co-presidente desde el 2000; Hermana Sara Butler, MSBT (profesora de teología dogmática en el St Joseph's Seminary, Yonkers, New York, Estados Unidos); el Dr. Peter Cross (profesor de teología sistemática en el Catholic Theological College, Clayton, Australia); el Dr. Adelbert Denaux (profesor de la facultad de teología de la Universidad católica de Lovaina, Bélgica); : P. Brian Farrell (Secretario del consejo pontificio para la Unidad, Vaticano –desde el 2003-); Mons. Walter Kasper (Secretario del consejo pontificio para la Unidad, Vaticano –desde 1999-2000); Mons. Malcolm McMahon, OP (Obispo de Nottingham, Reino Unido –desde 2001-); Profesor Charles Morerod, OP (decano de la facultad de filosofía de la Pontificia Università San Tommaso d'Aquino, Roma –desde el 2002-): P. Marc Ouellet (Secretario del consejo pontificio para la Unidad, Vaticano –desde 2001-2002); P. Jean Tillard, OP (profesor en la facultad de Teología de  Ottawa, Canada –hasta el 2000 en que murió-; Prof. Professor Liam Walsh, OP (profesor emérito de la facultad de Teología de la Universidad de Fribourg, Suiza. El Secretario por parte católica fue Mons Timothy Galligan (miembro de Consejo pontificio para la unidad –hasta el 2001-); el Rvdo. Donald Bolen (miembro de Consejo pontificio para la unidad –desde el 2001-); consultor Dom Emmanuel Lanne, OSB, del monasterio de Chevetogne, Bélgica desde el 2000.
[2] Cf. Comisión Internacional Anglicano-Católica (ARCIC), María: gracia y esperanza en Cristo. Declaración de Seattle (texto original en inglés: Mary: Grace and Hope in Christ. The Seattle Statement), en “Ephemerides Mariologicae” LVI, enero-junio 2006, pp. 151-183.
[3] Cf. José Cristo Rey García Paredes, Mariología (Sapientiae Fidei, Serie de Manuales de Teología, 10), BAC, Madrid 2001.

Misioneras de la Unidad
Centro Ecuménico, Madrid, 24 abril 2006

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Muchas gracias por tu aporte lleno de amor y sabiduría, nos edifica...