A. Bergamini
I LA ACTUAL PROBLEMÁTICA
SOBRE EL AÑO LITÚRGICO
Al afrontar la cuestión del año litúrgico, no se puede
olvidar el actual contexto
socio-cultural, marcado por la secularización y los condicionamientos de una
sociedad técnico-industrial. Tal contexto es bastante distinto de aquel
otro en que surgiera y se fuese desarrollando el año litúrgico. No faltan hoy
quienes llegan hasta cuestionar la realidad misma de la fiesta religiosa, como
residuo de un mundo sacral ya superado, para dar paso solamente a una fe secular que valora lo cotidiano y lo
profano como lugar auténtico del encuentro con Dios.
Frente a esta situación, la pastoral no puede ceder ni al extremismo secularizante ni al integrismo religioso de formas
arcaicas; debe más bien contar con el
cambio cultural que ha tenido lugar y que prosigue todavía su evolución, en orden a una purificación y a un
redescubrimiento de la fe en sus contenidos y en sus actitudes más puras y
auténticas. En su estructura, el
año litúrgico no es absoluto: es una
creación de la iglesia, pero cuyo
contenido constituye la esencia de la fe de la misma iglesia: el misterio de
Cristo. Cuando tal contenido se
presenta íntegramente y en su autenticidad, mediante una previa catequesis que introduzca al lenguaje bíblico y
tenga en cuenta el lenguaje del hombre contemporáneo, y cuando se celebra,
después, con las consiguientes implicaciones de vida, ciertamente no
llegará a fomentar ninguna alienación de índole sacral; ayudará más bien y sin cesar a los creyentes a encontrarse con el Dios
de la historia, el Dios Padre de nuestro Señor Jesucristo "que tanto ha amado al mundo, que le ha
dado a su Hijo unigénito" (Jn 3,16). "En un hoy perenne, la liturgia es capaz -mediante las acciones
litúrgicas de regular y dimensionar la existencia redimida. El de la liturgia es el tiempo de un hoy de
gracia en el que la palabra de Dios se convierte en vida. Reflexionar sobre
el hoy de gracia, para percibir como concentrada toda la
trascendencia de la historia de la salvación, concretizada y establecida por la
palabra de Dios, vivida y celebrada a través del año litúrgico, significa
trazar las líneas de una teología bíblica auténticamente perenne".
II PROGRESIVO DESARROLLO DEL AÑO LITÚRGICO
El año litúrgico
no es una idea, sino una persona: Jesucristo y su misterio
actuante en el tiempo y que hoy se celebra sacramentalmente por la iglesia como
memorial, presencia, profecía. El
misterio de Cristo lo ha comprendido y celebrado la iglesia a lo largo de
los siglos con un criterio que va de la
"concentración" a la "distribución" y por el que
progresivamente se ha llegado desde el "todo" considerado en la
pascua hasta la explicitación de cada misterio.
En el primer período
de la historia de la iglesia, la
pascua fue el centro vital único de la predicación, de la celebración y
de la vida cristiana. No se olvide este dato importante: el culto de la iglesia nació de la
pascua y para celebrar la pascua. En los primeros tiempos, pues, no se
celebraban los misterios, sino el
misterio de Cristo. En los comienzos
de la liturgia cristiana solamente se encuentra el domingo como fiesta única y sin más denominaciones que la
de día del Señor.
Casi al mismo tiempo, con toda probabilidad por influencias de las comunidades
cristianas procedentes del judaísmo, surgió cada año un gran domingo
como celebración anual de la pascua y que se ampliaría al triduo pascual, con una
prolongación de la festividad durante cincuenta días (la feliz
pentecostés). A continuación, después
del siglo IV, la necesidad de
contemplar y revivir cada uno de los momentos de la pasión hizo prevalecer un criterio de historicización que dio
origen a la semana santa. La
celebración del bautismo durante
la noche de pascua (ya a comienzos del siglo III), la disciplina
penitencial con su correlativa reconciliación
de los penitentes en la mañana del jueves santo (siglo V) hizo nacer
también el período preparatorio de la pascua, inspirado en los cuarenta días bíblicos, es decir, la cuaresma.
El ciclo de navidad
nació en el siglo IV independientemente de la visión unitaria del misterio
pascual. La ocasión fue la necesidad de apartar a los fieles de las
celebraciones paganas e idolátricas del sol invicto que tenían lugar en el
solsticio de invierno. Las grandes
discusiones teológicas de los siglos IV y V encontraron después en la navidad
una ocasión para afirmar la auténtica fe en el
misterio de la encarnación. Al final del siglo IV, para establecer
un cierto paralelismo con el ciclo pascual, se comenzó a anteponer a las fiestas navideñas un período preparatorio de cuatro a
seis semanas, llamado adviento.
El culto de los mártires es antiquísimo y va
vinculado a la visión unitaria del misterio pascual: se había considerado a
quienes derramaron su sangre por Cristo
como enteramente semejantes a él en el acto supremo de su testimonio ante el
Padre en la cruz.
El culto a María es históricamente posterior
al de los mártires. Se desarrolló sobre todo a partir del concilio de Efeso (431) y particularmente durante el período navideño con la
conmemoración de la divina maternidad
tanto en Oriente como en Occidente (siglo VI).
Después de esta breve síntesis, se debe concluir que el año litúrgico, históricamente, no se formó
sobre la base de un plan concebido orgánicamente, sino que se desarrolló
y fue creciendo a partir de unos criterios de vida de la iglesia referida a
la riqueza interna del misterio de Cristo y a las múltiples situaciones
históricas con sus consiguientes, exigencias pastorales. La reflexión teológica en orden a
captar el elemento unificador de toda la celebración del año litúrgico
se hizo después sobre los desarrollos ya realizados.
III EL FUNDAMENTO BÍBLICO-TEOLÓGICO
En orden a una
adecuada comprensión del año litúrgico, es imprescindible contar con un
buen fundamento bíblico-teológico.
Sin esta previa e indispensable reflexión se corre el riesgo de no encontrar el
elemento unificador de sus diversos aspectos y hasta de deformar la
interpretación de su contenido esencial, el misterio de Cristo, con graves
consecuencias en el plano espiritual y pastoral.
1. EL AÑO LITÚRGICO ESTÁ
FUNDADO EN LA /HISTORIA DE LA SALVACIÓN.
Lo que caracteriza a
la religión hebraica y cristiana es el
hecho de que Dios haya entrado en la historia. El tiempo está cargado de eternidad. La revelación es una economía de salvación, es decir, un
plan divino que se realiza en la historia y mediante una historia "por
obras y palabras intrínsecamente ligadas" (DV 2). Esta historia tiene una dimensión esencialmente profética, en la
que se recoge la existencia y la realización de una elección divina que se propone establecer una alianza, merced a la cual puedan
llegar los hombres a ser partícipes de la naturaleza divina (cf
2 Pe 1,4). San Pablo denomina a este
plan divino de salvación, que se realiza en la historia, con el término misterio.
El año litúrgico celebra el misterio de
Dios en Cristo; por lo que radica en aquella
serie de acontecimientos mediante los cuales entró Dios en la historia y en la vida del hombre.
2. UNIDAD EN CRISTO Y DIMENSIÓN ESCATOLÓGICA
DE TODO EL PLAN DE DIOS.
El acto fundamental y
constitutivo de la historia de la salvación es la predestinación de Cristo como principio y fin de toda la realidad
creada (cf Ef 1,4-5; Col 1,16-17). En este plan salvífico, Cristo es el centro desde donde todo se
irradia y a donde todo converge; él es la clave de lectura de todo el designio
divino, desde la creación hasta su última manifestación gloriosa. La
creación, desde su principio, se ordena a él y progresará a través del
tiempo hasta su plenitud, el cuerpo
de Cristo (cf Ef 4,13). El centro vital y de irradiación de todo es el
acontecimiento pascual, es decir, el ágape, que culminará en el señorío pascual del Resucitado (cf 1
Cor 15,20-28). El misterio de Cristo consiste, pues, en un plan
orgánico-progresivo, actualizado en el tiempo y que, desde la creación y la
caída de Adán hasta la promesa de la redención y la vocación de Abrahán, desde
la alianza en el Sinaí hasta el anuncio de la nueva alianza, desde la
encarnación hasta la muerte-resurrección de Cristo, se halla en tensión de realización
plena hasta el momento definitivo de la
parusía final, cuando "Dios será
todo en todos" (1 Cor 15,28). Cada
etapa del plan salvífico no sólo prepara la siguiente, sino que la
incluye ya de alguna manera como en un germen que va desarrollándose: cada
momento de tal desarrollo, desde el comienzo, contiene la potencialidad del
todo. El misterio se contempla, pues, en su profunda unidad y totalidad
y en su
dinámica dimensión escatológica. La
creación no es una introducción, sino el
primer acto de la historia de la salvación; el AT no es una simple
preparación histórica de la encarnación del Verbo, sino que es ya la economía salvífica, si bien
todavía no definitiva, que hace a Cristo
cabeza (cf Jn 8,56; 1 Cor 10,4). En
él y por él hablaba Dios a Israel y lo constituía en pueblo suyo, anticipando
el acontecimiento que había de consumar la salvación.
En la humanidad de Jesús se cumplieron, pues, los misterios de la
salvación, que es ya nuestra salvación (cf Rom 7,4; Ef 2,6).
Consiguientemente, también el tiempo de la iglesia
se considera ligado vitalmente al tiempo
de Cristo, a fin de que la salvación realizada en la carne de Cristo, mediante la palabra y los sacramentos,
llegue a ser salvación comunicada a
todos los hombres dispuestos, quienes, precisamente por eso, llegan a
formar el cuerpo de Cristo que es la
iglesia.
La visión del plan de Dios en la historia como salvación,
que es toda, siempre y solamente de Cristo ayer, hoy y por siempre (cf Heb 13,8), es fundamental y esencial para captar el sentido, el valor, la
estructura y la unidad interna del año litúrgico.
3. LOS MISTERIOS DE CRISTO EN LA PERSPECTIVA DEL
MISTERIO PASCUAL.
También la vida histórica de Jesús viene a contemplarse en su unidad y en su dimensión oikonómica, es decir, en su
tensión hacia el acontecimiento pascual y en orden a nuestra salvación. Los acontecimientos
de la vida de Jesús aparecen como momentos salvíficos en la unidad del
único, misterio, íntima y profundamente relacionados entre sí -si bien con
su propio valor salvífico- y orientados
hacia un cumplimiento: la pascua de
muerte-resurrección. Así, desde este centro -el acontecimiento pascual-
es como se contempla y se interpreta la persona y la misión de Jesús. Esta es la
perspectiva teológica que se nos da en los evangelios y demás escritos del
NT.
El año litúrgico
refleja no tanto la vida terrena de Jesús
de Nazaret, considerada desde un punto de vista histórico-cronológico -si
bien tampoco prescinde de la misma-, cuanto su misterio, es decir, Cristo,
en cuya carne se ha realizado plenamente el plan salvífico (cf Ef 2,14-18; Col 1,19-20).
4. DEL ACONTECIMIENTO
HISTÓRICO AL MEMORIAL LITÚRGICO.
Después de haber contemplado la línea histórico-temporal de
los acontecimientos salvíficos, para comprender el año litúrgico
debemos contemplar la línea ritual o litúrgica por la que la salvación realizada por
Dios en la historia se hace presente y eficaz para los hombres de todos los
tiempos y de todas las razas.
Ya en el AT se perpetúa el acontecimiento salvífico en
una fiesta y en un rito memorial, mediante los cuales cada generación
conmemora, hace presente la salvación de Dios y anuncia proféticamente su
cumplimiento (cf Ex 12,14; Dt 5,2-3; Ex 13,14-15). Todas las fiestas de Israel
son una celebración memorial
vinculada a los acontecimientos pascuales
del Éxodo (cf Lv 23,4-36; Dt 16,1-17; Núm 28,6).
Cristo dio cumplimiento a los acontecimientos de la
salvación del AT (cf Me 1,15; He 1,7ss) y, al mismo tiempo, también al significado de aquellas fiestas memoriales de tales acontecimientos.
En él se cumple la Escritura y con él
se inaugura el año del Señor, es decir, el
hoy de la salvación definitiva que realiza las promesas de Dios (cf Lc
4,16-21; He 13,32-33). Cuando Jesús dice: "Haced esto en memoria mía"
(cf Lc 22,19; 1 Cor 11,23-25), inserta,
con el rito de la cena, su pascua en el tiempo; con el memorial eucarístico se
perpetúa en la historia humana la realidad de la salvación hasta el momento de su venida gloriosa. De esta manera,
"lo que en nuestro Redentor era
visible ha pasado a los ritos sacramentales" (san León Magno, Discurso
II sobre la ascensión 1,4, PL 54, 397-399). La fiesta de la iglesia es,
entonces, Cristo, el cordero pascual sacrificado y glorificado
(cf 1 Cor 5,7-8).
El tiempo litúrgico
en la iglesia no es más que un momento
del gran año de la redención inaugurado
por Cristo (cf Lc 4,19-21); y cada año litúrgico es un punto de la línea
recta temporal propia de la historia de la salvación. En la perspectiva del plan
orgánico-progresivo de la salvación, la celebración litúrgica
nos hace alcanzar el fin último de la actualización de la economía salvífica,
es decir, la interiorización del
misterio de Cristo (cf Col 1,27). El tiempo llega a ser como la
materia de un acto sacramental que transmite la salvación.
El retorno de la celebración de los misterios de Cristo en el
circulus anni no debe sugerir la idea de un círculo cerrado
o de una repetición cíclica, según la visión pagana del mito del
eterno retorno. La historia de la
salvación, actualizándose
para nosotros sobre todo en las acciones
litúrgicas, en un cumplirse en nosotros, un movimiento abierto y ascensional hacia la plenitud del misterio
de Cristo (cf Ef 4,13-15). La iglesia celebra cada año este
misterio desde sus distintos aspectos, no para repetir, sino para crecer hasta la manifestación
gloriosa del Señor con todos los elegidos.
IV LOS MOTIVOS DE
CELEBRAR UN AÑO LITÚRGICO
Hemos hablado de la contestación del año litúrgico por parte
de una mentalidad secularizante de la fe. Nos vamos ahora a referir también a una
objeción que procede de la teología. Desde el momento en que dentro
de la eucaristía se encierra todo el bien espiritual de la iglesia, el
mismo Cristo, nuestra pascua (cf PO 5), y en ella se actualizan y se concentran en grado sumo los aspectos del
misterio de Cristo y de toda la historia de la salvación, se preguntará uno
qué necesidad puede haber de la
estructura de un año litúrgico. Si la realidad salvífica es plena y total en
cada eucaristía, que puede celebrarse a diario, ¿para qué toda
una serie de fiestas distribuidas a lo largo de un año?
Las razones que justifican un año litúrgico son de índole
pedagógica,
pero también teológica. La iglesia, bajo la influencia del Espíritu,
ha ido explicitando los distintos
aspectos y momentos de un único misterio porque, en nuestra limitada
capacidad psicológica, no podemos captar ni penetrar con una sola mirada toda
su infinita riqueza. Poner de relieve litúrgicamente, primero uno y después
otro aspecto del único misterio, es decir, celebrar cada uno de los misterios, es lo que se denomina liturgia o fiesta
litúrgica. Pero hay, además, una segunda razón de carácter rigurosamente teológico.
La obra de la redención y de la perfecta glorificación de Dios se ha
cumplido especialmente (praecipue), pero no exclusivamente, mediante el
misterio pascual. Todos los actos de
la vida de Cristo y sus misterios son salvíficos, y cada uno de ellos tiene una
significación específica y un valor en el plan de Dios. Tales misterios no
tienen solamente una genérica significación de paso hacia el acontecimiento
final, sino que constituyen
orientaciones determinadas y determinantes de la vida de Jesús y manifiestan el
amor del Padre en Cristo.
La liturgia, por consiguiente, como actualización del misterio de
Cristo no puede menos de valorar cada hecho salvífico en orden a comunicar
su gracia particular a los fieles. Lo cual, sin embargo, tiene lugar -y no debe olvidarse esto sobre
todo mediante la celebración eucarística.
V LA REFORMA DEL AÑO
LITÚRGICO DISPUESTA POR EL VATICANO II
La constitución Sacrosanctum
Concilium del Vaticano II sobre la liturgia, al establecer la reforma
general de ésta, había dispuesto con respecto al año litúrgico que éste
"se revisase de manera que, conservadas y restablecidas las costumbres e
instituciones tradicionales de los tiempos sagrados de acuerdo con las
circunstancias de nuestra época, se mantenga su índole primitiva para alimentar debidamente la piedad de los
fieles en la celebración de los misterios de la redención cristiana, muy
especialmente del misterio pascual [...]. Oriéntese el espíritu de los fieles, sobre todo, a las fiestas del
Señor, en las cuales se celebran los misterios de la salvación durante el curso
del año. Por tanto, el ciclo temporal mantenga su debida superioridad sobre
las fiestas de los santos, de modo que
se conmemore convenientemente el ciclo entero del misterio salvífico"
(SC 107-108).
Ya san Pío X y Juan XXIII habían dado normas "para devolver al domingo su dignidad primitiva,
de modo que todos lo considerasen como la fiesta principal, y al mismo
tiempo para restablecer la celebración litúrgica de la cuaresma". Y Pío
XII había "decretado reavivar
dentro de la iglesia occidental, y en la noche pascual, la solemne vigilia,
durante la cual el pueblo de Dios, al celebrar los sacramentos de iniciación
cristiana, renueva su alianza espiritual con Cristo Señor resucitado".
Todo ello ha encontrado ahora su coronamiento en las Normas generales para la
ordenación del año litúrgico y del nuevo calendario, promulgadas por Pablo VI
con el motu proprio Mysterii paschalis del 14 de febrero de 1969, como
aplicación de las normas fijadas por el Vaticano II.
La reforma está
inspirada por un criterio teológico-pastoral de auténtica tradición y de
simplificación. Se ha promovido con ella una reestructuración más lógica y más orgánica, clara y lineal, que
evitase los duplicados de fiestas y sobre todo que expresase la centralidad del misterio de Cristo con su culminación
en la pascua.
La reforma, pues, ha establecido los siguientes principios fundamentales: 1) el
domingo es la fiesta primordial y, como tal, debe respetarse y proponerse a
la piedad de los fieles (cf SC 106); 2) el ciclo temporal, es decir, la
celebración de todo el misterio de
Cristo con el misterio pascual como centro ocupa el primer puesto; 3) las
fiestas de los santos para toda la iglesia se reducen a las de santos
importantes a escala universal (SC 111).
Es importante no olvidar que en el santoral lo que
se celebra es siempre el mismo misterio de Cristo, visto ahora en sus frutos,
realizados en sus miembros configurados ya con el Señor muerto y resucitado, y
sobre todo en María, "el fruto más espléndido de la redención"
(SC 103-104).
VI ESPIRITUALIDAD DEL
AÑO LITÚRGICO
La liturgia, como ha afirmado el Vaticano II, "es la
fuente primaria y necesaria en la que han de beber los fieles el espíritu
verdaderamente cristiano" (SC 14). Con la celebración del año litúrgico la iglesia, conmemorando los
misterios de la redención, abre a los fieles la riqueza de los actos salvíficos
de su Señor, los hace presentes a todos en todo tiempo, para que puedan los
fieles contactar con ellos y llenarse de la gracia de la salvación (cf SC
102). Todo tipo de espiritualidad legítimo y aprobado por la iglesia deberá alimentarse y conformarse con esta fuente
normativa.
Para entrar vitalmente en el misterio de Cristo, tal como lo
celebra el año litúrgico, deberán
rectificarse algunas perspectivas parciales y unilaterales desde las que se le
viene contemplando, sobre todo de las denominadas devociones, en las que prevalece el aspecto anecdótico,
sentimental y moralístico a expensas del aspecto salvífico. Es, a su vez,
preciso recuperar, a la luz de la mejor
teología bíblico-patrístico-litúrgica y de las enseñanzas del Vaticano II, la visión oikonómica y escatológica del
misterio de Cristo; recuperar la riqueza
y la centralidad del misterio pascual y contemplarse -mediante la celebración litúrgica- actualmente envueltos e inmersos
en dicho misterio. Porque no existe una historia de la salvación ya pasada
y cumplida de cuyos frutos se disfruta hoy, sino una historia de la salvación que, por la gracia interiorizante del
Espíritu Santo debe realizarse en cada
uno.
La espiritualidad del año litúrgico exige, además, vivir
la dimensión cristocéntrico-trinitaria propia del culto cristiano según la
clásica fórmula del Padre, por Cristo, en el Espíritu Santo, al Padre.
Y exige finalmente, vivirse y alimentarse a través de los ritos y las plegarias
de la celebración misma y ante todo a través de los textos bíblicos
de la liturgia de la Palabra.
VII PASTORAL DEL
AÑO LITÚRGICO
La pastoral es
verdadera y auténtica cuando ayuda a los fieles a entrar en el misterio y a
mantener el máximo contacto con el Señor en la asamblea de los bautizados, para
convertir la vida entera en sacrificio espiritual agradable a Dios. En
efecto, el memorial no es sino una celebración
sacramental centrada totalmente en el misterio pascual y cuyo fin es insertar a los participantes en este
gran hecho salvífico al que se ordenan todos los demás hechos,. Se observa,
sin embargo, con frecuencia que los tiempos litúrgicos parecen más una
ocasión para aplicar iniciativas pastorales que verdaderas celebraciones del, misterio de Cristo, mediante las cuales
se toma conciencia y vigor para expresar a Cristo con la vida, y que "las
fiestas (son) más una circunstancia de asociación multitudinaria
que la congregación de un pueblo que
manifiesta en ellas la fe en el acontecimiento celebrado". La
causa parece individualizarse en una
deficiente evangelización previa a la celebración litúrgica. La liturgia es siempre el acto de unos
fieles que son conscientes de lo que celebran y nutren su fe mediante la
celebración misma (cf SC 9-14; 19; 48). Se llega al año litúrgico, no se
parte del año litúrgico por la primera evangelización; es dentro del cauce vital del año
litúrgico como se educan los fieles para profundizar en su camino de
seguimiento de Cristo. La pastoral del año litúrgico, valorizando por
tanto los tiempos fuertes en su auténtico contenido salvífico, deberá planificarse
con suma atención a dos exigencias: canalizar el año litúrgico hacia una participación cada vez mayor en
la pascua de Cristo por parte de los fieles; vincular estrechamente la
celebración de los sacramentos de la iniciación cristiana a los ritmos y a los
tiempos del año litúrgico y particularmente a la cuaresma y al tiempo pascual".
Siguiéndolo pastoralmente con estos criterios, el año litúrgico viene a
convertirse en la vía maestra para el anuncio y la actualización del misterio
de Cristo, no según esquemas subjetivos, sino según el plan sacramental de la iglesia.
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