VATICANO,
25 Ene. 14 / 01:41 pm (ACI/EWTN Noticias).- El Papa Francisco
presidió este sábado en la Basílica de San Pablo de Extramuros las vísperas de
la festividad de la conversión del Apóstol Pablo, con la cual clausuró la
Semana de oración por la unidad de los cristianos y en la que afirmó que el
Señor “está con todos nosotros en este camino de la unidad”.
Este
año la Semana de oración tuvo por tema el texto de la primera carta de San
Pablo a los Corintios “¿Acaso Cristo está dividido?”. En la Misa
participaron los representantes de las demás confesiones cristianas, junto al
clero y los fieles de la diócesis de Roma.
A
continuación el texto completo de la homilía del Papa Francisco:
“¿Está
dividido Cristo?” (1 Co 1,13). La enérgica llamada de atención de san Pablo al
comienzo de su Primera carta a los Corintios, que resuena en la liturgia de
esta tarde, ha sido elegida por un grupo de hermanos cristianos de Canadá como
guión para nuestra meditación durante la Semana de Oración de este año.
El
Apóstol ha recibido con gran tristeza la noticia de que los cristianos de
Corinto están divididos en varias facciones. Hay quien afirma: “Yo soy de
Pablo”; otros, sin embargo, declaran: “Yo soy de Apolo”; y otros añaden: “Yo
soy de Cefas”. Finalmente, están también los que proclaman: “Yo soy de Cristo”
(Cf. v. 12). Pero ni siquiera los que se remiten a Cristo merecen el elogio de
Pablo, pues usan el nombre del único Salvador para distanciarse de otros
hermanos en la comunidad. En otras palabras, la experiencia particular de cada
uno, la referencia a algunas personas importantes de la comunidad, se
convierten en el criterio para juzgar la fe de los otros.
En
esta situación de división, Pablo exhorta a los cristianos de Corinto, “en
nombre de nuestro Señor Jesucristo”, a ser unánimes en el hablar, para que no
haya divisiones entre ellos, sino que estén perfectamente unidos en un mismo
pensar y un mismo sentir (Cf. v. 10). Pero la comunión que el Apóstol reclama
no puede ser fruto de estrategias humanas. En efecto, la perfecta unión entre
los hermanos sólo es posible cuando se remiten al pensar y al sentir de Cristo
(Cf. Flp 2, 5). Esta tarde, mientras estamos aquí reunidos en oración, nos
damos cuenta de que Cristo, que no puede estar dividido, quiere atraernos hacia
sí, hacia los sentimientos de su corazón, hacia su abandono total y confiado en
las manos del Padre, hacia su despojo radical por amor a la humanidad. Sólo él
puede ser el principio, la causa, el motor de nuestra unidad.
Cuando
estamos en su presencia, nos hacemos aún más conscientes de que no podemos
considerar las divisiones en la Iglesia
como un fenómeno en cierto modo natural, inevitable en cualquier forma de vida
asociativa. Nuestras divisiones hieren su cuerpo, dañan el testimonio que
estamos llamados a dar en el mundo. El Decreto sobre el ecumenismo del Vaticano
II, refiriéndose al texto de san Pablo que hemos meditado, afirma de manera
significativa: “Con ser una y única la Iglesia fundada por Cristo Señor, son
muchas, sin embargo, las Comuniones cristianas que se presentan a los hombres
como la verdadera herencia de Jesucristo; ciertamente, todos se confiesan
discípulos del Señor, pero sienten de modo distinto y marchan por caminos
diferentes, como si Cristo mismo estuviera dividido”. Y, por tanto, añade:
“Esta división contradice clara y abiertamente la voluntad de Cristo, es un
escándalo para el mundo y perjudica a la causa santísima de predicar el
Evangelio a toda criatura” (Unitatis redintegratio, 1). ¡Todos nosotros hemos
sido dañados por las divisiones! ¡Ninguno de nosotros queremos llegar a ser un
escándalo! Y por esto todos nosotros caminamos juntos, fraternamente, por el
camino hacia la unidad, también haciendo unidad en el caminar, esa unidad que
viene del Espíritu Santo y que nos lleva a una singularidad especial, que sólo
el Espíritu Santo puede hacer: esa diversidad reconciliada. ¡El Señor nos
espera a todos, nos acompaña a todos: está con todos nosotros en este camino de
la unidad!
Queridos
amigos, Cristo no puede estar dividido. Esta certeza debe animarnos y
sostenernos para continuar con humildad y confianza en el camino hacia el
restablecimiento de la plena unidad visible de todos los creyentes en Cristo.
Me es grato recordar en este momento la obra de dos grandes Papas: los beatos
Juan XXIII y Juan Pablo II. Tanto uno como otro fueron
madurando durante su vida la conciencia de la urgencia de la causa de la unidad
y, una vez elegidos como Obispos de Roma, han guiado con determinación a la
grey católica por el camino ecuménico. El papa Juan, abriendo nuevas vías,
antes casi impensables. El papa Juan Pablo, proponiendo el diálogo ecuménico
como dimensión ordinaria e imprescindible de la vida de cada Iglesia
particular. Junto a ellos, menciono también al papa Pablo VI, otro gran
protagonista del diálogo, del que recordamos precisamente en estos días el
quincuagésimo aniversario del histórico abrazo en Jerusalén con el Patriarca de
Constantinopla, Atenágoras.
La
obra de estos predecesores míos ha conseguido que el aspecto del diálogo
ecuménico se haya convertido en una dimensión esencial del ministerio del
Obispo de Roma, hasta el punto de que hoy no se entendería plenamente el
servicio petrino sin incluir en él esta apertura al diálogo con todos los
creyentes en Cristo. También podemos decir que el camino ecuménico ha permitido
profundizar la comprensión del ministerio del Sucesor de Pedro, y debemos
confiar en que seguirá actuando en este sentido en el futuro. Mientras
consideramos con gratitud los avances que el Señor nos ha permitido hacer, y
sin ocultar las dificultades por las que hoy atraviesa el diálogo ecuménico,
pidamos que todos seamos impregnados de los sentimientos de Cristo, para poder
caminar hacia la unidad que él quiere. ¡Y caminar juntos ya es hacer unidad!
En
este ambiente de oración por el don de la unidad, quisiera saludar cordial y
fraternalmente a Su Eminencia el Metropolita Gennadios, representante del
Patriarcado Ecuménico, a Su Gracia David Moxon, representante del arzobispo de
Canterbury en Roma, y a todos los representantes de las diversas Iglesias y
Comunidades Eclesiales que esta tarde han venido aquí. Con estos dos hermanos,
en representación de todos, hemos rezado en el Sepulcro de Pablo y hemos dicho
entre nosotros: “¡Oramos para que Él nos ayude en este camino, en este camino
de la unidad, el amor, haciendo camino de unidad!”. La unidad no vendrá como un
milagro al final: la unidad viene en el camino, la hace el Espíritu Santo en el
camino. Si nosotros no caminamos juntos, si nosotros no rezamos unos por otros,
si nosotros no trabajamos en tantas cosas que podemos hacer en este mundo por
el Pueblo de Dios, ¡la unidad no vendrá! Se hace en este camino, en cada paso,
y no la hacemos nosotros: la hace el Espíritu Santo, que ve nuestra buena
voluntad.
Queridos
hermanos y hermanas, oremos al Señor Jesús, que nos ha hecho miembros vivos de
su Cuerpo, para que nos mantenga profundamente unidos a él, nos ayude a superar
nuestros conflictos, nuestras divisiones, nuestros egoísmos, ¡y recordemos que
la unidad siempre superior al conflicto! Y nos ayude a estar unidos unos a
otros por una sola fuerza, la del amor, que el Espíritu Santo derrama en
nuestros corazones (Cf. Rm 5, 5). Amén
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