Anglocatólico

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“Hay un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre de todos, que está sobre todos, actúa por todos y está en todos.” Ef 4,5s.

Creo en la Iglesia, que es una, santa, católica y apostólica.

+Gabriel Orellana.
Obispo Misionero
¡Ay de mí si no predico el Evangelio! 1 Co 9,16b.

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martes, 17 de enero de 2012

LAS RESISTENCIAS A LA VOCACIÓN APOSTÓLICA

Vale más cojear en el justo camino, que marchar veloz por un camino equivocado. Porque quien vacila en el justo camino, si bien no hace un recorrido largo, se acerca, de cualquier manera, a la meta; quien en cambio marcha por el camino equivocado, más corre y más se aleja...

Esta intuición de Tomas de Aquino puede sintetizar lo que la atestación neo-testamentaria muestra, acerca de los recorridos vocacionales de los llamados por el Señor. Algunos de ellos, a pesar de cojear y tropezar a causa de la cruz de Cristo, quedaron fieles a su seguimiento en el “camino de Dios” (Mc 12,14). Otros en cambio no acogieron la invitación de seguir a Jesús “camino, verdad y vida” (Jn 14,6), perdiéndose así en las sendas interrumpidas de la tristeza (cfr. Mc 10,22) y del rechazo culpable de su luminosa revelación (cfr. Jn 1,5.10-11).

En el Nuevo Testamento se pueden encontrar muchos casos de resistencias vocacionales. Se puede trazar rápidamente una fenomenología, haciendo una distinción fundamental entre las vocaciones suscitadas por Jesús durante su ministerio público y las que fueron generadas por el Espíritu Santo luego de la Pentecostés.

A. RESISTENCIAS A LA ATRACCIÓN DE JESÚS EN SU MINISTERIO PÚBLICO

1- “ ¡Ve, vende lo que tienes y dáselo a los pobres!”

El relato evangélico paradigmático del rechazo vocacional es, sin duda, lo del rico que pide a Jesús la manera para acceder a la vida eterna. Respondiendo a este pedido entusiasta, Jesús recuerda a su interlocutor el deber de observar los mandamientos. Mas luego, intuido, con una mirada de amor (Mc 10,21), el deseo de hacer algo más que se manifiesta en las palabras del rico (v.20), añade: “Una cosa sola te falta: ve, vende lo que tienes y dáselo a los pobres y obtendrás un tesoro en el cielo. Luego ¡ven y sígueme!” (21).

El motivo que lleva aquel hombre a rechazar la invitación de Jesús es explícitamente identificado por los sinópticos con la posesión de muchas riquezas. Es una resistencia muy grave. Al punto que Jesús pone en guardia a sus discípulos frente al riesgo de la perdición eterna, que puede ser causada por el apego a las riquezas: “¡cuán difícilmente los que tienen riquezas entrarán en el reino de Dios!” (23).

En concreto, la resistencia puesta a Jesús por parte de este llamado consiste en el rechazo de confiar en él como única seguridad de vida: el rico no acepta de ratificar con un gesto de radical generosidad, un punto de no retorno en su existencia, para jugársela, desde aquel momento en adelante, solamente por Jesús y en el servicio de la realización del reino de Dios en la historia.

En aquel encuentro aconteció algo parecido a lo que dice la parábola de Jesús a propósito de la semilla derramada entre espinos: la palabra de Dios fue ahogada “por causa de riquezas y placeres de la vida” que en realidad son un “engaño” (Mc 4,19).

El rechazo libre y consciente a la llamada de Jesús por parte de un hombre atraído por él y distraído por la ilusión gozosa de las riquezas, no queda sin consecuencias; y provoca un sufrimiento que es interior (se llenó de pena), que además se percibe también al exterior (se marchó triste, v.22).

2- “El Hijo del Hombre no tiene dónde recostar la cabeza”

Si los evangelios son concordes en sostener que la resistencia a renuncias de carácter material llevó al rico a rechazar la llamada de Jesús, acerca de otros tipos de resistencias no relevan como se haya desenvuelto la relación entre el llamado y Jesús.

En particular se habla de “un tal” (Lc 9,57-58) o, más exactamente, de un escriba (Mt 8,19-20) que se acerca a Jesús, considerándolo con estima como un rabí: “Maestro – le dice – ¡te seguiré adonde tú vayas!” (Mt 8,19). Muy probablemente el es-criba, fascinado por Jesús, entiende entrare en una relación con él conforme a un esquema cultural del todo tradicional en aquel tiempo: el discípulo se ponía a servicio de un rabí para dejarse instruir a través de una vida común conducida en una misma casa-escuela, por un tiempo que podía durar también algunos años.

La respuesta de Jesús toma distancia de este modelo pedagógico: “Las zorras tienen madrigueras, las aves del cielo nidos, pero el Hijo del Hombre no tiene dónde recostar la cabeza” (Mt 8,20; Lc 9,58).
La elección toca ahora al escriba. Es cierto que el modelo habitual de discipulado estable, si bien temporáneo, resiste frente a la propuesta innovadora de Jesús. El discipulado de Jesús debía aparecer más bien un vagabundeo sin fin, sin estabilidad, sin una casa-escuela, sin un trabajo retribuido, sin una mujer (cfr. Sir 36,25); y, además, también con riesgo de la vida.

Los zorros pueden encontrar refugio en una cueva, las aves en un nido; en cambio, si estallara una persecución en contra de Jesús, no tendrían reparo ni él ni sus discípulos (cfr. Mt 8,20; Lc 9,58).
Es más que verosímil que las duras condiciones de vida del discipulado itinerante de Jesús hayan provocado en el escriba resistencias nada indiferentes. Los evangelistas no lo aclaran. Además tampoco manifiestan qué decidió el escriba: ¿se rindió frente a la dificultad o se rindió a la invitación de Jesús?

3- “Nadie que puso mano al arado y luego vuelve atrás, es apto para el reino de Dios”

La primacía de la relación con Jesús incluso frente a los vínculos familiares, es evidenciada por un episodio referido únicamente en Lucas 9,61-62. Un personaje anónimo declara a Jesús el propio deseo de ponerse a su seguimiento. Pone solamente una condición previa: despedirse de sus parientes. La respuesta de Jesús es de una rigidez aparentemente sin razones: “Nadie que puso mano al arado y luego vuelve atrás, es apto para el reino de Dios”.

Elías, también profeta itinerante como Jesús, había permitido a Eliseo, por él mismo llamado a ser profeta, ir a despedirse de sus padres.

En el relato evangélico sobresale una diferencia sustancial respeto a la perícope del antiguo testamento: la irrupción definitiva del reino de los cielos que se realizaba mediante la intervención del mismo Hijo de Dios, bien superior a Elías, hacía que ciertas concesiones fueran inoportunas para quien era atraído por el seguimiento de Jesús.

Frente a una renuncia afectiva de este tipo, podemos suponer el surgir, en el llama-do, de una cierta resistencia, pero el evangelista Lucas no la resuelve.

4- “Deja que los muertos entierren sus muertos”

Las resistencias de carácter afectivo que pueden resquebrajar una aventura vocacional, son trazadas también en el episodio de Mt 8,21-22 y Lc 9,59-60. En este caso la renuncia afectiva es agravada por una motivación religiosa.

En Mateo el protagonista ya es discípulo de Jesús (8,21). Pero cuando Jesús ordena de trasladarse en otro lugar (v.18), este le pide de ir antes al entierro de su padre (21). En Lucas, el pedido es hecho a Jesús por un tal, que él recién había llamado para que lo siguiera como su discípulo. Si para Mateo se trata de una dificultad surgida ya al interior del proceso vocacional, para Lucas se trata de una resistencia a la vocación en su momento inicial.

De todos modos, Jesús responde reivindicando la primacía de la vida común con él (cfr. Mc 3,14) respeto a los vínculos de sangre más estrechos – como lo con su pro-pio padre – incluso todavía más fuertes por el deber religioso del entierro del querido difunto: “Sígueme y ¡deja que los muertos entierren sus muertos!” (Mt 8,22; Lc 9,60). El entierro puede ser acompañado por otros familiares. Solamente algunos, en cambio, pueden compartir la misión urgente de Jesús de anunciar la “buena noticia” del adviento definitivo del reino de Dios: “Tú ve y ¡anuncia el reino de Dios!” (Lc 9,60).

5- “Si alguien quiere seguirme niegue a sí mismo”

A diferencia del caso del rico que se resiste a la atracción de Jesús, por ser personalmente distraído por el ilusorio placer de los bienes materiales, en los otros tres casos, las resistencias al encanto ejercitado por Jesús son causadas por exigencias intrínsecas a la relación con él. Esta relación comporta renunciar no solamente a realidades ilusorias – como la riqueza – sino también a valores humanos – como un saludo afectuoso a sus padres – y religiosos – como el entierro del padre difunto. Jesús pide a quien desea seguirlo como discípulo, de otorgarle la primacía incluso respeto a valores de este tipo.

Estas exigencias de Jesús no pueden no crear sentimientos de resistencia en el corazón de quien se siente atraído por él. La raíz última de tales resistencias consiste en el hecho de que Jesús, sustancialmente, pide a los llamados de renunciar totalmente a sí mismos. En positivo, Jesús les invita a que asuman la tarea de compartir su urgente misión evangelizadora como criterio supremo e incontrastable de vida. La vocación entonces es una “rendición incondicionada” a Cristo e implica negarse  a sí mismo: Jesús dijo a sus discípulos: “Si alguien quiere seguirme niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga. Porque quien quiera salvar su vida la perderá; mas quien pierda su vida por mí, la salvará”.

6- “Ellos no entendían estas palabras”

Se entiende, entonces, porque las resistencias sobretodo de los Doce en seguir a Jesús sean reconducidas concordemente por los evangelios a una incomprensión múltiple de su identidad con relación a la muerte en la cruz.

Especialmente en el evangelio de Marco, la identidad de Jesús es un “secreto” que provoca muchas incomprensiones. Más bien, Jesús mismo oculta voluntariamente sus obras y en particular su identidad de Hijo de Dios y de Mesías. Su identidad se hace así objeto de equivocaciones para todos, hasta la crucifixión, cuando la misma es revelada: “Jesús, lanzando un grito, expiró. El velo del santuario se rasgó en dos de arriba abajo. El centurión, que estaba enfrente, al ver cómo expiró, dijo: realmente este hombre era Hijo de Dios” (15,37-39).

Propio por el hecho que está orientado a la cruz, el camino vocacional de los Doce, si bien guiado por Jesús, no es carente de estupor y de temor (cfr. 10,32), ni es exento de faltas de fe y de incomprensiones:

Subiendo hacia Jerusalén por la Galilea, Jesús no quería que alguien lo supiera. Instruía de hecho a sus discípulos diciendo: “El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de hombres que le darán muerte; después de morir, pasando tres días, resucitará. Ellos, aunque no entendían el asunto, no se atrevían a hacerle preguntas (Mc 9,31-32).

El motivo fundamental de la incomprensión es que, desde un cierto momento en adelante, el itinerario de los discípulos tras de Jesús es definido explícitamente por él como un vía crucis (Mc 8,34). Además pide a los llamados privaciones no indiferentes, como Pedro recuerda a Jesús: “Mira, nosotros hemos dejado todo y te hemos seguido” (Mc 10,28).

7- “Todos, abandonándolo, huyeron”

Llega la “hora” en que para ser coherentes con su vocación, los Doce no solo tienen que renunciar a las seguridades materiales, convicciones culturales, vínculos afectivos y deberes religiosos, sino que ven que su misma vida está en peligro. De hecho, una vez llegado a Jerusalén, Jesús se enfrenta con el rechazo de la gente. No es más escuchado como antes por la muchedumbre y pierde muchos de sus seguidores.

Sin embargo, la incomprensión más escandalosa para nosotros lectores del evangelio y más desgarradora para Jesucristo es la que experimentan los Doce. Las resistencias de estos crecen en manera directamente proporcional a la revelación siempre más clara de Jesús acerca de su propia muerte en la cruz. No nos maravillamos entonces por el comportamiento incoherente de los apóstoles durante la pasión. Sus resistencias surgen ya en forma de indignación presenciando la unción de Jesús en Betania.

Estando él en Betania, invitado en casa de Simón el leproso, llegó una mujer con un frasco muy costoso de perfume de nardo puro. Quebró el frasco y se lo derramó en la cabeza. Algunos comentaban indignados: ¿A qué viene este derroche de per-fume? Se podía haber vendido el perfume por trescientos denarios para dárselo a los pobres. Y la reprendían” (Mc 14,3-5).

A esta primera incomprensión sigue la traición de Judas Iscariote: “Judas Iscariote, uno de los Doce, se dirigió a los sumos sacerdotes para entregárselo. Al oírlo se alegraron y prometieron darle dinero. Y él se puso a buscar una oportunidad para entregarlo” (10-11).

También el extraño entumecimiento que vence a Pedro, Santiago y Juan en el Getsemani es síntoma que ellos no entienden lo que está aconteciendo a Jesús: “Volvió otra vez (Jesús) y oró repitiendo las mismas palabras. Al volver, los encontró otra vez dormidos porque los ojos se les cerraban de sueño; y no supieron qué contestar” (39-40).

También después, ¡cuantas formas de resistencia de los Doce a la revelación definitiva de la identidad de Jesús y de la verdad de Dios! El golpe de espada al siervo del sumo sacerdote dado por uno de los Doce al momento del arresto de Jesús (47); la huida de todos (50); y sobretodo la triple negación de Pedro (66-72).

El motivo de estas resistencias de los discípulos a la revelación de Cristo es, en sustancia, muy semejante a la causa de la incomprensión de los demás: la muerte en cruz de Jesús como evento revelador de su identidad de Hijo de Dios y de la verdad de Dios queda, humanamente hablando, irracional y escandalosa (cfr. 14,27).

8- “Tus pensamientos son los de los hombres, no los de Dios”

Si desde la pasión vamos atrás en la lectura del evangelio de Marcos – y también de los otros dos evangelios sinópticos, – podemos descubrir que los momentos en que los discípulos aparecen del todo reacios a las palabras de Jesús, son los tres anuncios de su muerte (8,31-33; 9,31-32; 10,32-34).

En Mc 8,31-33 Pedro, un minuto después de haber reconocido a Jesús como el Mesías (29), se escandaliza frente su primer anuncio de la pasión: “Jesús empezó a explicarles que el Hijo del Hombre tenía que padecer mucho, ser rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los letrados, sufrir la muerte y luego de tres días resucitar. Jesús les hablaba con franqueza. Entonces Pedro se lo llevó aparte y se puso a reprenderlo. Pero él se volvió y, viendo a los discípulos, dice a Pedro: ¡Retírate, Satanás! Tus pensamientos son los de los hombres, no los de Dios”.

Para reprender a Jesús, Pedro lo lleva aparte (32). Se pone así a su lado. Abandona la posición típica del discípulo, que es la de estar atrás de Jesús, siguiéndolo en el camino de la cruz. Mas, desde cuando empieza a dejar su lugar de discípulo, Pedro no sabe más entender su enseñanza. Por esto se escandaliza frente a la cruz de Cristo. Oponiéndose a ella, se hace él mismo piedra de tropiezo por Cristo.

Por esta razón, Jesús marca a Pedro con el título de “Satanás”: Pedro no está pensando en aquella situación según la “lógica” de Dios, sino según la de los hombres.

Es interesante este aspecto demoníaco de la resistencia de Pedro frente a la llama-da de Jesús para que lo siguiera en el camino de la cruz (34). El llamado cede a la tentación satánica de realizarse, prescindiendo del seguimiento de Jesús, que permanece, al contrario, obediente a la voluntad salvadora universal de Dios Padre “hasta la muerte y muerte de cruz” (Fil 2,8). En este caso, también el llamado acaba de conformarse “a la mentalidad de este mundo” (Rm 12,2) “malvado” (Gal 1,4).

Las tentaciones satánicas, enfrentadas y superadas por Jesús desde el comienzo (Lc 4,1-13) hasta el fin de su ministerio (23,35-37.39), caen también en contra de sus discípulos para cernirlos “como el trigo” (22,31). Al comienzo del ministerio público de Jesús, “el diablo, concluida la tentación, se alejó de él hasta otra ocasión” (4.13) hasta el tiempo establecido de la pasión de Jesús. En aquella ocasión los discípulos cederán clamorosamente a la tentación de renegar a Jesús y a su misma vocación.

Pero también durante el seguimiento de Cristo, las resistencias a su maestro se explican en última análisis como rendiciones repetidas a las tentaciones de Satanás; y se manifiestan, en primer lugar en Pedro, como rechazo de la pasión y de la muerte de Jesús.

En el segundo anuncio de la pasión (9,31-32) Jesús, todavía no termina de hablar del trágico final que le espera, que los discípulos ya discuten sobre quien sea de ellos el más grande (34). De aquí la turbación cuando luego Jesús les pregunta de qué estuviesen discutiendo “en el camino” (33).

De hecho, ¡habría sido mejor callar! Pero al silencio vergonzoso de los discípulos sigue un silencio mucho más profundo cuando chocan con la revelación de la cruz (32). Es evidente que quien no entiende la cruz de Cristo – o peor, se resiste a en-tenderla, pidiendo por lo menos alguna explicación sobre el asunto – no puede sino caer en la equivocación de seguir a Cristo solo en apariencia. En realidad, él persigue sueños de éxito humano. Esta equivocación aparece en manera todavía más chocante en el tercer anuncio de la cruz:

“Mientras que iban de camino subiendo a Jerusalén, Jesús se les adelantó. Ellos estaban sorprendidos y los que lo seguían iban con miedo. Él reunió otra vez a los Doce y se puso a anunciarles lo que le iba a suceder: Miren, estamos subiendo a Jerusalén; el Hijo del Hombre será entregado a los sumos sacerdotes y los letrados; lo condenarán a muerte y lo entregarán a los paganos, que se burlarán de él, le escupirán, lo azotarán y le darán muerte y luego de tres días resucitará” (10,32-34).

Aquí el contraste está entre el anuncio de Jesús acerca de su pasión, muerte y resurrección, y el pedido de Santiago y Juan de poder sentarse a su lado en la gloria de su reino terreno, que después de poco tiempo él habría fundado (10,35-37).

Desde estos tres episodios, concordemente certificados en los evangelios sinópticos, resulta en manera históricamente incontrastable que por fin los Doce, con los cuales Jesús había marchado días tras días en el camino de Dios, opusieron una tenaz resistencia a la meta efectiva del camino de la cruz, que sin embargo hasta un cierto punto habían recorrido siguiendo a Jesús.

9- “Todos vosotros seréis escandalizados por causa de mí”

En términos generales podemos decir que lo que viene de la “carne” y de la “sangre” (Mt 16,17) no es conforme a la llamada de Jesús para seguirlo hasta el don in-condicionado de la vida. Las resistencias vocacionales de los Doce tienen que ser reconducidas al final en el horizonte de una fe todavía no madura, que entró en crisis por causa de la muerte “escandalosa” de Jesús crucificado (cfr. 1Cor 1,23; Gal 3,13).

De otra parte, a fin de que la vocación apostólica pueda permanecer en vida necesita una relación permanente del discípulo llamado con Jesús viviente. Por eso, en la “hora” en que el pastor ha sido matado, sus ovejas se han escondido. Sin la vid, los sarmientos se secan (Jn 15,6).

Pero cuando los Once encuentran el Señor resucitado, su vocación apostólica recibe nueva savia vital y comienza a dar frutos abundantes de testimonio evangélico. El Espíritu Santo rehabilita a los Once a la misión apostólica y les permite superar las resistencias debidas al escándalo de la crucifixión de Jesús. La memoria guiada por el Espíritu santo (cfr. Jn 14,26) de la experiencia vocacional pre-pascual permite a los apóstoles recuperar el sentido de su misión evangelizadora.

B. RESISTENCIAS A LA ATRACCIÓN DEL ESPÍRITU EN LA VIDA DE LA IGLESIA

También después de Pentecostés, los primeros cristianos resistieron algunas veces a la atracción del Espíritu. Por ejemplo, Ananías y Safira “mintieron al Espíritu santo” (Hech 5,3; cfr. 9), engañando la comunidad cristiana.

Entonces, ¿cómo se llevó en la Iglesia de los orígenes la relación entre resistencia y disponibilidad en ámbito propiamente vocacional? Se puede intuir reflexionando emblemáticamente sobre la evolución y afirmación de la vocación de Simón Pedro y sobre el nacimiento de la vocación de Pablo.

1- “Simón de Juan, ¿tu me quieres?”

En el evangelio de Juan (21,15-19) el Señor resucitado rehabilita Pedro en el ministerio apostólico:
“Cuando terminaron de comer, dijo Jesús a Simón Pedro: Simón hijo de Juan, ¿me quieres más que estos? Él le responde: Sí, Señor, tú sabes que te quiero. Jesús le dice: Apacienta mis corderos. Le pregunta por segunda vez: Simón hijo de Juan, ¿me quieres? Él le responde: Sí, Señor, tú sabes que te quiero. Jesús le dice: Apacienta mis ovejas. Por tercera vez le pregunta: Simón hijo de Juan, ¿me quieres? Pedro se entristeció de que le preguntara por tercera vez si lo quería y le dijo: Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te quiero. Jesús le dice: Apacienta mis ovejas. Te lo aseguro, cuando eras joven, tú mismo te vestías e ibas a donde querías; cuando seas viejo, extenderás las manos, otros te atará y te llevará a donde no quieras. Lo decía indicando con qué muerte había de glorificar a Dios. Después de hablar así, añadió: Sígueme”.

El contexto post pascual del relato nos empuja a pensar que también en el tiempo de la Iglesia la vocación de los apóstoles sigue madurando, gracias a la permanente atracción divina.

La diferencia fundamental es que los signos de revelación mediante los cuales una persona percibe ser llamada por Dios no son más ofrecidos por el Jesús terreno – él mismo dócil al influjo del Espíritu santo – sino por el Señor resucitado, siempre por medio del Espíritu. Según las promesas de Jesús expresadas en el evangelio de Juan, el Espíritu Santo continúa lo que el Jesús terreno hacía ya, impulsado por el mismo Espíritu: el Espíritu queda a lado de los apóstoles, mejor dicho, “al interior” de ellos (14,17) con el fin de rendir testimonio de Cristo. Antes de la muerte de Jesús, el Espíritu estaba presente, cierto, pero cerca de los discípulos, porque actuaba en Jesús (14,23-25). En virtud de la muerte y de la resurrección de Jesús, el Espíritu está “con” los discípulos (cfr. 16), “dentro” de ellos (17).

Es el Espíritu santo, entonces, que respetando la libertad de los creyentes (cfr. 1Cor 15,10), suscita al interior de la comunidad cristiana varias vocaciones, todas finalizadas a la edificación de la misma Iglesia, pues “Existen diversos dones espirituales, pero un mismo Espíritu; existen ministerios diversos, pero un mismo Señor; existen actividades diversas, pero un mismo Dios que actúa en todos. A cada uno se le da una manifestación del Espíritu para el bien común” (1Cor 12,4-7).

La carta a los Efesios (4,11-13) explica con relación a esta verdad: “Él (Cristo) nombró a unos apóstoles, a otros profetas, evangelistas, pastores y maestros. Así preparó a los suyos para los trabajos del ministerio, para construir el cuerpo de Cris-to; hasta que todos alcancemos la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, al estado de hombre perfecto y a la madurez de la plenitud de Cristo”.

“Igualmente ustedes – exhorta Pablo en la primera carta a los Corintios (14,12) – ya que aspiran a dones espirituales, procuren tener en abundancia aquello que ayuda a la edificación de la Iglesia”.

2- “¡De que te sirve resistirte al aguijón!”

La vocación apostólica de Pablo es una de las vicisitudes vocacionales más significativas acontecidas después de Pentecostés.

También en este caso la acción del Señor resucitado es tan discreta que deja a Pablo la posibilidad de resistir a su atracción. Según el testimonio directo de Lucas, Pablo comprendió esta resistencia suya al Señor solamente después, es decir cuando tuvo que contar a otros su rendición al Resucitado. En aquel entonces, el apóstol testimonió que el Señor, compareciéndole en el camino de Damasco, le había dicho: “Sàulo, Sàulo, ¿por qué me persigues? ¡De que te sirve resistirte al aguijón!” (Hech 26,14). Según Lucas, la relectura que como creyente Pablo hace de su vida le consiente de darse cuenta que, hasta el encuentro con el Resucitado, él había resistido a la acción del Espíritu santo, como una bestia de carga que no quiere trabajar, aunque el dueño la golpee con un bastón punzante.

La resistencia de Pablo a Cristo se había concretado en la persecución cruel y ensañada contra los cristianos (cfr. Gal 1,13-14). De igual manera el vencimiento de cada resistencia y el rendimiento a la llamada del Señor acontece dentro de la Iglesia y por la mediación eclesial, actuada sobre todo con Ananías, Bernabé, Santiago, Cefas y Juan (2,9).

Las razones que favorecieron la resistencia de Pablo a Dios, que lo había elegido desde el vientre materno (1-15) eran distintas: la fuerte personalidad de Pablo, su celosa formación de fariseo y la actitud fundamentalmente persecutoria del judaísmo hacia el cristianismo de los orígenes. No obstante, el Resucitado intervino con eficacia en la historia de este hombre y lo empujó para que no obstaculizara más la difusión del evangelio, más bien para que creyera en él y contribuyera a su anuncio.

3- “Lo que Dios purificó, tú no lo llames profano”

También Simón Pedro, luego de Pentecostés, resistió a la acción del Espíritu. En particular, hizo dificultad en entender la destinación universal de su vocación apostólica. Sin embargo, no mucho tiempo después de Pentecostés, un hecho – in-dudablemente signo del Espíritu – permitió a Pedro tomar conciencia de eso. Se trata de la conversión cristiana del centurión romano Cornelio.

El relato de Hechos 10 testimonia que la resistencia de Pedro surgía de convicciones de carácter religioso, debidas a la ley mosaica. Además, la fuerte desconfianza inicial del apóstol acerca de la evangelización de los paganos era favorecida por un cierre muy rígido por parte del sector judaico cristiano de la Iglesia naciente.

Sin embargo el Espíritu santo consiguió que Pedro comprendiera que también los paganos podían hacer parte de la Iglesia. Más que nada, el Espíritu santo actuó en el corazón del centurión Cornelio. Al mismo tiempo, mediante la visión de un mantel descendido por tres veces del cielo, en el que había cada especie de animales, puros e impuros, el Espíritu empujó Pedro para que venciera la desconfianza inicial en anunciar el evangelio también a los paganos:

“Y oyó una voz: ¡Vamos Pedro, mata y come! Pedro respondió: De ningún modo, Señor; nunca he probado un alimento profano o impuro. Por segunda vez sonó la voz: Lo que Dios declara puro tù no lo tengas por impuro” (13-15).

Iluminado por este y por otros signos del Espíritu, Pedro se decidió bautizar a Cornelio y a su familia, así que estos entraron a pleno título en la Iglesia, sin estar circuncisos. Rindiéndose a la voluntad salvadora de Dios, el apóstol superó las resistencias que se referían a la destinación universal de su propia vocación.

4- “ ¿Por qué continúan tentando a Dios?”

Esta toma de conciencia por parte de Pedro y de otros cristianos corría el riesgo de conducir a un verdadero cisma dentro de la Iglesia. De hecho, sobre todo por la actividad misionera de Pablo, numerosos paganos eran bautizados sin la obligación de observar la ley de Moisés.

Para evitar fracturas al interior de la Iglesia, los apóstoles y los ancianos se reunieron en Jerusalén (Hech 15,1-29). Propio el testimonio de Pedro acerca del caso de Cornelio fue determinante para aclarar la cuestión:

Luego de una agitada discusión, se levantó Pedro y les dijo: Hermanos, ustedes saben que desde el principio me eligió Dios entre ustedes, para que por mi medio los paganos escucharan la Buena Noticia y creyeran. Dios, que conoce los corazones, mostró que los aceptaba dándoles el Espíritu Santo lo mismo que a nosotros. Él no hizo ninguna distinción entre unos y otros y los purificó por medio de la fe. ¿Por qué ahora, ustedes tientan a Dios imponiendo al cuello de los discípulos un yugo que ni nuestros padres ni nosotros hemos sido capaces de soportar? Al contrario, nosotros creemos que tanto ellos como nosotros hemos sido salvados por la gracia del Señor Jesús” (7-11).

Cumplido un discernimiento eclesial sobre aquel signo del Espíritu, los apóstoles y los ancianos de la comunidad cristiana reconocieron a la unanimidad e hicieron pro-pio el deseo de salvación universal del Espíritu santo, superando toda desconfianza hacia la destinación universal de la vocación de la Iglesia como tal.

C. ATRACCIÓN VOCACIONAL DEL ESPÍRITU Y REACCIÓN DEL LLAMADO

Es posible sintetizar el análisis precedente con algunas conclusiones.

1- Resistencia y rendición a la atracción de Dios

En el tiempo de la vida terrena de Jesús como luego de su ascensión al cielo, las resistencias a la vocación hay que comprenderlas en el horizonte de la misteriosa relación instituida por el Espíritu de Dios con la libertad del hombre.

En este horizonte histórico-salvífico, la acción del hombre es siempre precedida por la atracción del Espíritu santo (cfr. Rm 8,29-30). En consecuencia la acción de la libertad humana aparece en realidad como una “reacción” que se determina a la vez como rendición, o bien como resistencia al Espíritu santo.

También en el caso específico de la vocación apostólica, la primacía de la atracción divina brota de la frecuente puntualización neo testamentaria que quienes llaman algunos cristianos a la misión evangelizadora son, antes, el Jesús terreno y, luego de Pentecostés, el Espíritu santo. Sin embargo, sería demasiado sencillo pensar, fundándose en los pasos analizados del nuevo testamento, que la llamada de Dios pueda constituirse totalmente, antes e independientemente del hombre, el cual solo después sería capaz de responder a Dios en manera totalmente autónoma.

La invitación o llamada no es una actividad exclusiva de Dios, más bien un diálogo permanente de la iniciativa divina y de la capacidad de acogida del hombre. Esto es tan verdadero que los evangelios declaran que algunos hombres manifiestan a Jesús la intención de seguirlo, porque ya se sienten atraídos por él, sin que él les haya llamados todavía abiertamente. De la misma manera, la respuesta no es una actividad exclusiva del hombre, sino una cooperación humana a la originaria y constante moción divina. El esquema llamada-respuesta no se refiere a dos acciones distintas de dos sujetos, respectivamente Dios y el hombre. Al contrario, designa dos aspectos del único evento vocacional, debido a la recíproca colaboración de Dios y del hombre.

2- Atracción de Jesús en la vocación de los Doce

La rápida reflexión sobre las resistencias vocacionales ha evidenciado como en el ministerio público de Jesús, las resistencias por parte de los Doce son de particular importancia.

Hay que precisar que sobretodo para los Doce – pero no solo para ellos – el relato de la aventura vocacional coincide con el relato de la experiencia de fe. Para los Doce creer en Jesús inmediatamente quiso decir participar a su misión evangeliza-dora. Aún salvaguardando la originalidad irrepetible de la vocación apostólica de los Doce, hay que reconocer este aspecto como significativo en cada vocación cristiana: de un lado, cada vocación cristiana nace siempre en el horizonte de la fe en Cristo; del otro, la elección fundamental de seguir existencialmente al Señor Jesús se concretiza en manera esencial en una determinada figura vocacional.

Las múltiples resistencias vocacionales presentadas como ejemplos en el Nuevo Testamento – resistencias a renuncias materiales, culturales, afectivas y religiosastienen sus raíces en la “poca fe” en Cristo. Además, esta “poca fe” puede llegar a una perdida total de la fe y, por tanto, a una verdadera traición de Jesús y de la llamada apostólica, como aconteció en el caso de Judas Iscariote. El análisis de la progresión de la fe en los discípulos muestra que el seguimiento de Jesús, más que a un camino linealmente progresivo tras de él, se parece a lo que el teólogo Hans Urs von Baltasar llamaría “teodrama”. En este drama la libertad del creyente en Cristo, si bien continuamente atraída hacia él, es también permanentemente distraída por la intervención de Satanás, por las pruebas y persecuciones, por las preocupaciones del mundo, la ilusión de las riquezas y de los placeres de la vida, como pone en relieve en manera incisiva la explicación de la parábola del sembrador.

De otro lado, en todos los evangelios vemos que los Doce seguían a Jesús con la generosidad de la que eran capaces. Sin embargo, se encontraban como lejos, se-parados, de él. Antes de la venida del Espíritu santo, la relación entre los discípulos y Jesús no había alcanzado entonces el debido nivel. Jesús les enseñaba el “camino de Dios” (Mc 12,14) exhortándoles a seguirlo, pero su invitación era acogida solo parcialmente, porque “Dios es Espíritu” (Jn 4,24) y “el hombre natural no entiende las cosas del Espíritu de Dios” (2 Cor 2,14). La presencia “exterior” de Jesús no era suficiente. Necesitaba una presencia interior del Espíritu santo, capaz de transformar con detenimiento la humanidad de los Doce, para ponerlos en condición de responder adecuadamente a la vocación apostólica. Como había prometido en la última cena (Jn 16,7) Jesús “se fue” por medio de su muerte en la cruz; así pudo enviar al Espíritu Santo. Gracias al Espíritu los discípulos consiguieron, por fin, vivir su vocación de testigos del Crucificado y Resucitado.

3- Atracción del Espíritu en la vocación de los apóstoles

En el día de Pentecostés el Espíritu santo penetró en los corazones de los apóstoles y les permitió superar todas las anteriores resistencias hacia Jesús. Además, respetando su libertad, el Espíritu ejerció “en” ellos una atracción hacia Jesús, con-forme a la promesa del mismo Jesús: “Yo, cuando sea elevado de la tierra, atraeré a todos hacia mí” (Jn 12,32).

El Espíritu consintió así a los apóstoles llamados por Jesús, de madurar en la fe y al mismo tiempo también en su vocación. Otros hombres – como Pablo – se tornaron, siempre por la multiforme intervención del Espíritu, “apóstoles por vocación, elegidos para anunciar el evangelio de Dios” (Rm 1,1). Así como es el mismo Espíritu el que llamó otros cristianos para que desarrollaran múltiples ministerios eclesiales (1Cor 12,4-11).

No se puede negar sin embargo que el Espíritu Santo nunca violenta la libertad de los cristianos, dejando la posibilidad de oponer resistencia, como claramente aconteció, sea en el caso de cristianos particulares, sea en el caso de tendencias colectivas de la Iglesia.

Solamente rindiéndose en la fe al influjo salvador del Espíritu que, a pesar de tantas resistencias humanas, continúa en actuar misteriosamente en la Iglesia, la comunidad cristiana logra obedecer al mandamiento de Jesús, de proseguir en la obra de evangelización para la salvación de todos los pueblos.

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