Anglocatólico

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“Hay un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre de todos, que está sobre todos, actúa por todos y está en todos.” Ef 4,5s.

Creo en la Iglesia, que es una, santa, católica y apostólica.

+Gabriel Orellana.
Obispo Misionero
¡Ay de mí si no predico el Evangelio! 1 Co 9,16b.

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miércoles, 8 de junio de 2011

LA MISIÓN DEL ESPÍRITU SANTO V


5. LAS DOS CARAS DE LA SALVACIÓN

Una teología de la salvación que no quiera ser unilateral debe afirmar la intervención de Cristo y la del Espíritu Santo.
El pensamiento católico occidental, y quizá más todavía el protestante, subrayaron la intervención de Cristo y marginaron la del Espíritu Santo con graves consecuencias teológicas y culturales.

En relación a Jesús, la salvación es esencialmente don y gracia. Y en este aspecto lo único que se pide a los hombres es la aceptación y la fe. La fe fiducial de Lutero es la expresión más característica y también más aguda de esta idea de salvación. Se trata de un movimiento ajeno a la historia, que inicia una vida nueva en el individuo pero que no modifica su realidad histórica.

Este concepto de redención asume con dificultad el significado de las obras del cristiano. La caridad prueba la sinceridad de la fe, es signo de gratitud o dé obediencia a Cristo. La fe es el auténtico fundamento de cualquier acción del cristiano. La diferencia entre un cristiano y un no cristiano no se basa en actos esencialmente distintos, sino en la inspiración de la fe sobre idénticas obras. Lo que les confiere valor salvador es la fe. De esta concepción deriva un estilo de vida cristiana indiferente a la historia de la humanidad. La acción temporal es un cierto derroche de lo no valioso. El cristiano espera el don de Cristo y renueva su fe y la Iglesia es el lugar privilegiado de este don.

Y como don, no requiere actividad. La pertenencia a la Iglesia es garantía y tranquilidad. Este unilateralismo puede llevar a un quietismo religioso radical.

En esta teología el cristianismo no alcanza al mundo y la historia. Y este vacío lo vienen a llenar otras doctrinas de salvación temporal para la vida histórica. Al principio los procesos de salvación espiritual e histórico se yuxtaponen, luego la salvación histórica se impone. La ciencia, la razón, el progreso, el humanismo como temas de esperanza humana, o los fascismos, los nacionalismos y el marxismo como movimientos mesiánicos responden a esta dicotomía. Ello produjo en la Iglesia una división interna que le impidió situarse válidamente ante el mundo y sus movimientos, y una división en la sociedad que busca, por un lado, una salvación sin cristianos, sin Cristo y sin Dios, mientras, por otro lado, una Iglesia desencarnada cultiva una fe en Cristo separado de la humanidad.

A consecuencia de esta división, la Iglesia ha sido juguete servil en manos de fuerzas políticas y culturales. En el mundo capitalista, la Iglesia favoreció posturas conservadoras que la protegían, no por sus criterios cristianos, sino porque era aliada, a veces inconsciente, de concretos intereses sociales. Esta alianza provocó la persecución en los países socialistas; persecución absurda porque obedecía a motivos políticos más que a razones religiosas; a intereses de estabilidad o de cambio.

La teología tiene, desde luego, su parte de responsabilidad en todo esto porque olvidó la otra cara de la salvación: la del Espíritu Santo.

La salvación que procede del Espíritu aparece como descubrimiento, invención, iniciativa, creación de hombres inspirados proféticamente. Pablo descubre al Espíritu en la expansión cristiana en el imperio romano y Juan en el testimonio de los mártires. Nuevos movimientos que hicieron la historia del mundo occidental son testimonio de la acción del Espíritu. No irrumpe tangencialmente en el mundo, sino que lo transforma.

La salvación del Espíritu brota como una explosión interna de creatividad, de fuego interior, de vida nueva. No resulta fácil a corto plazo descubrir las líneas de acción del Espíritu. Pero a largo plazo esta intervención se caracteriza por: un movimiento universalista, una abertura al desarrollo material, una emancipación de la persona, una sociedad basada en el libre asenso. Es cierto que estas realidades nunca se encuentran en estado puro, pero son detectables y las minorías proféticas siempre las impulsan.

La salvación del Espíritu no se confunde con la plenitud de una cultura o de un proceso político, social o cultural. En cada cultura revive el drama agustiniano de las dos ciudades, de Dios y del mal.

La salvación del Espíritu no formula procesos completos, deducibles de los procesos anteriores. Su intervención cuestiona el pasado, lanza al riesgo y a la adivinación. El Espíritu sorprende a los hombres que son su instrumento y todavía más a los que no lo son.

Por ello los auténticos movimientos espirituales no pueden surgir en virtud de leyes fijas rectoras de procesos anteriores. Un proceso social de tipo marxista, que pretende justificarse como el desarrollo último de las fuerzas operantes en la sociedad capitalista, ¿qué novedad podría traer? Ninguna, a menos que operen factores humanos independientes de la necesidad científica.

La novedad del Espíritu está, sin embargo, regida por criterios bien definidos, porque encarna en la historia los objetivos de Jesucristo. Donde están encarnados los criterios de Jesús, ahí está el Espíritu. Por tanto, donde está la palabra, el testimonio, el amor, ahí está el Evangelio. Donde se usa el poder del dinero, de la política, de la inteligencia, de las armas o de la psicología, ahí no está el Espíritu. Estos son los criterios de discernimiento de la acción del Espíritu. Por ello, no eran espirituales ni las cruzadas, ni las conquistas, ni las guerras de religión, ni la inquisición, a pesar de la buena voluntad de muchos.

Por otro lado, nadie puede pretender que sus actos siempre poseen el Espíritu. Sólo el martirio o la palabra profética son puros movimientos del Espíritu. Pero en la vida diaria los hombres son solicitados por diversos impulsos. Las vocaciones son distintas y personales y algunos hombres tienen más oportunidades de intervención espiritual y otros menos.

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