Anglocatólico

COMUNIDAD ECUMÉNICA MISIONERA LA ANUNCIACIÓN. CEMLA
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“Hay un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre de todos, que está sobre todos, actúa por todos y está en todos.” Ef 4,5s.

Creo en la Iglesia, que es una, santa, católica y apostólica.

+Gabriel Orellana.
Obispo Misionero
¡Ay de mí si no predico el Evangelio! 1 Co 9,16b.

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miércoles, 8 de junio de 2011

LA MISIÓN DEL ESPÍRITU SANTO III


3. DIFERENCIAS Y COMPLEMENTARIEDAD DE LAS DOS MISIONES

Las diferencias que exponemos a continuación pondrán en claro el carácter propio de la misión del Espíritu y evitarán que se conciba como un simple apéndice de la misión del Hijo.

Diferencias

1) La misión del Hijo se dirige a un individuo humano absolutamente único; la del Espíritu a una multitud de individuos. La misión del Hijo consiste en la "supresión" de la personalidad propia de un hombre por la del Hijo de Dios. La del Espíritu no sustituye la personalidad de los afectados, sino que la dinamiza y restablece la libertad herida. Por esto el hombre Jesús es manifestación visible de la persona del Hijo. En cambio, el Espíritu es enviado para que aparezcan los hombres, o sus obras o las obras del Padre en los discípulos. El Espíritu se esconde detrás de la acción de los hombres cuyas personalidades dinamiza. Los antiguos relacionaban esta discreción del Espíritu con su nombre, que no es nombre de persona. El Espíritu esconde su personalidad en vez de, manifestarla, en contra de lo que piensa- el sentir común. Los fenómenos extáticos, la pérdida de conciencia, la fusión panteísta, son lo menos propio de la acción del Espíritu. San Pablo insiste en la preeminencia de la caridad sobre los fenómenos extáticos. La presencia del Espíritu coincide con una conciencia intensa` de la personalidad y libertad humanas.

2) La presencia del Verbo se manifiesta a los discípulos en la persona de Jesús de forma clara" y reconocible. Pero ellos no tuvieron, en cambio, nunca de forma clara el sentimiento de la presencia del Espíritu, que emerge del fondo de la personalidad, pero no se distingue del dinamismo personal o de la vida psicológica ordinaria. Sólo se reconoce por reflexión de una historia ya realizada, pero nunca se percibe por intuición o por alguna forma de conocimiento directo. El Verbo habla desde el exterior, el Espíritu desde el interior. El Verbo se escucha, por esto es Palabra, el Espíritu habla en la propia conciencia y no se distingue su voz.

3) A diferencia de la misión del Hijo, limitada en el tiempo y el espacio, la del Espíritu Santo llena la historia humana.

4) En tesis común a los teólogos, la revelación del Hijo, quedó completa a la muerte del último de los apóstoles. Fue, pues, un período muy breve y cerrado. La del Espíritu, en cambio, se desarrolla en evolución muy lenta, permanece radicalmente incompleta y todavía hoy estamos al comienzo de sus manifestaciones imprevistas. Los actos del Espíritu no se repiten, señalan tendencias o constantes, pero la novedad del Espíritu somete a revisión la seguridad de tales constantes.

5) El Verbo se expresó en palabras y actos de hombre. Por ello, sus expresiones se distinguen fácilmente de las palabras de otra persona o de las fuerzas naturales. Esto facilitó la delimitación del Canon de la Escritura. Pero en la acción del Espíritu es distinto, porque no obra al lado de otras personas, sino en ellas y no es fácil discernir lo que en un acto humano pertenece al Espíritu, a la creatividad humana o a la cultura.

Normalmente el Espíritu no se manifiesta y cuando lo hace, se debe distinguir bien su verdadera acción de los signos de su presencia. La manifestación visible es sólo signo de lo invisible. Así las manifestaciones visibles de Pentecostés simbolizan ciertos aspectos de este acontecimiento pero no agotan toda la amplitud de la acción del Espíritu. Esta sólo se comprende en base a una reflexión de la historia ya consumada.

Así pues, el discernimiento de su acción permanece casi siempre aproximado e incompleto y sujeto a revisión, atendidas las nuevas expresiones que aportará la experiencia. P. e., al final del siglo I nadie hubiera podido prever el monacato o el franciscanismo o las luchas entre la Iglesia y el Estado. Sólo con el tiempo conseguimos decantar la parte humana y la espiritual en cada fenómeno histórico.

Complementariedad

Estas diferencias no deben oscurecer que el Verbo y el Espíritu son factores complementarios que producen la obra del Reino del Padre.

1) En la primera etapa del Reino, el Espíritu fue enviado a María (Lc 1,35) para preparar la venida del Verbo y para consagrar la acción de Jesús (Lc 3,22; 4,1 ). Después de la Resurrección, fue el Verbo quien envió el Espíritu a los hombres.

2) Desde la Encarnación hasta la muerte, Jesús obedeció fielmente al Espíritu, en cumplimiento de la voluntad del Padre y de las profecías de la Biblia. Nada existió en Jesús que no fuera traducción humana del Espíritu que habitaba en El. Después de la Resurrección, al contrario, el Espíritu se subordinó a Cristo (Jn 16,13s).

3) Tanto las últimas palabras del Evangelio de Lucas (Lc 24,49; Hch 1,5.8) como las del Evangelio de Juan (Jn 16,7.13) son muy explícitas al afirmar que Jesús no recibió la misión de realizar por sí mismo sus promesas, sino de preparar a los discípulos para la acción del Espíritu. Por su parte, el Espíritu no tiene otra preocupación que el mismo Jesucristo (1Co 12,3; 2Co 3,18).

4) Cristo y el Espíritu edifican conjuntamente la obra de Dios. La carta a los Efesios es el testimonio de esta colaboración. El sello del Espíritu expresa la pertenencia a Cristo (Ef 1,13) y el Espíritu reúne a los miembros para formar el cuerpo de Cristo (1Co 12,13).

Cristo y el Espíritu Santo no hacen, pues, obras paralelas, sino que en la imagen ya clásica de los padres griegos, son las dos manos del Padre que trabajan en una obra única. De esta forma, hay que interpretar la frase elíptica de Pablo (2Co 3,17) "El Señor es el Espíritu": el Señor y el Espíritu producen una sola obra.

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