Anglocatólico

COMUNIDAD ECUMÉNICA MISIONERA LA ANUNCIACIÓN. CEMLA
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“Hay un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre de todos, que está sobre todos, actúa por todos y está en todos.” Ef 4,5s.

Creo en la Iglesia, que es una, santa, católica y apostólica.

+Gabriel Orellana.
Obispo Misionero
¡Ay de mí si no predico el Evangelio! 1 Co 9,16b.

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miércoles, 8 de junio de 2011

LA MISIÓN DEL ESPÍRITU SANTO II


2. LAS DOS MISIONES

El dualismo es un falso problema nacido de una interpretación incorrecta de los datos del cristianismo. Para superarlo hay que remontar hasta el punto natal de las divisiones y distinciones de la teología moderna. Hay que volver a la tradición oriental y precisamente a su concepción del misterio trinitario, base de toda teología, porque la tradición latina no ofrece puntos de apoyo suficientes para esta tarea.

La teología oriental siempre enseñó que las dos misiones, la del Verbo y del Espíritu, son parejas en importancia, complementarias y distintas, y ninguna constituye la totalidad de la obra del Padre... Y destacó sus diferencias y complementariedad.

La teología debe tomar como punto de partida tanto la palabra del Verbo como la acción del Espíritu, porque estos son los objetos paralelos diversos y complementarios del anuncio evangélico: la venida del Hijo y del Espíritu, enviados ambos por el Padre.

Datos bíblicos sobre las dos misiones

La propia estructura -de los Evangelios ya expresa esta dualidad. La comunidad denominó a los sinópticos: Evangelio de Jesucristo (Mc 1,1) título que significa dos cosas: a) el anuncio de la venida histórica de Jesús y b) el contenido de su mensaje, la llegada del Reino de Dios. La venida de Cristo, aunque éste sea el aspecto más importante de la llegada del Reino de Dios, porque constituye su inicio, no es, sin embargo, más que una de sus fases.

El reino de Dios se realiza por la misión del Espíritu Santo. Lucas confirma explícitamente esta equivalencia en los Hechos de los Apóstoles (Hch 1,35).

No pretendemos afirmar con ello que Lucas o la comunidad primitiva tuvieran una idea explícita de la venida "personal" del Espíritu, como misión de la tercera persona de la Trinidad. Podían, incluso, confundir el Espíritu anunciado con la fuerza de Dios o con sus dones. No importa. La Iglesia posterior lo explicitó apoyándose en la enseñanza más clara del cuarto evangelio.

Lucas pone en evidencia las dos etapas referidas, en el Evangelio y en los Hechos. Para Lucas, la venida de Jesús no cierra la historia, sino el capítulo del AT y está en el centro de ella. Al final del tiempo de las promesas, éstas se cumplen en dos fases: una breve, que fue la vida, muerte y resurrección de Jesús y otra prolongada que va de Pentecostés hasta nuestros días. La primera está explicada en el Evangelio. La segunda, al menos en su fase inicial, en los Hechos.

Desde el principio, el apocalipticismo, es decir, la creencia que después de la venida del Mesías no se puede esperar otra cosa que el fin de la historia y por tanto la desaparición del "intervalo", fue una seria tentación cristiana. Los apóstoles no cayeron en ella; dejaron de mirar a las nubes donde estaba el Hijo del Hombre, para hacerlo hacia la tierra, donde se debía manifestar el Espíritu.

En el siglo XX revive el apocalipticismo en dos corrientes: la escuela de A. Schweitzer  y el existencialismo de Bultmann. La primera imagina a Jesús y sus seguidores como una secta absorbida por la expectativa del fin del mundo inminente. Bultmann sitúa al cristiano en un momento intemporal en que la cruz de Cristo es el último día, de forma que el tiempo desaparece: todos los días son ya último día y no existe distancia histórica entre la muerte de Jesús y el fin del mundo.

Por otro lado, la exégesis bíblica privilegió y dio mayor valor a lo que se revelaba más primitivo. Así un cristianismo menos consciente de la novedad del Espíritu parecía más auténtico y próximo a Jesús que el consciente de esta realidad. Sin embargo, la misión peculiar del Espíritu se opone a tal interpretación, porque el Espíritu se revela progresivamente, y lo más antiguo representa menos la totalidad del cristianismo. Si Marcos es más antiguo que Lucas, éste debe ser preferido a aquél como comprensión global.

Con seguridad, las dos fases evangélicas de Lucas vienen inspiradas en Pablo, para quien es claro que la vida y muerte de Cristo constituyen el centro de la historia y no el final. La Resurrección inaugura una nueva etapa, y el centro de ella es precisamente el Espíritu. El mismo Jesús pasa a ser espiritual, a obrar por el Espíritu (2Co 3,17). Esto no significa una identificación personal de Jesús y el Espíritu. Y, por tanto, no es justo reducir el mensaje de Pablo a la cruz de Cristo. La teología paulina se centra en establecer la conexión entre ambos polos: la aceptación de la cruz y la presencia del Espíritu.

Finalmente, el Evangelio de Juan explicada mejor que ninguno el paralelismo de ambas misiones. Jesús vino. y se va para que venga otro Paráclito. Dos abogados dan testimonio de la obra del Padre. La transición entre ambas misiones es la Pascua.

A decir verdad, los primeros cristianos no tuvieron conciencia excesivamente clara de la personalidad del Espíritu. En los primeros siglos, se nombraba, pero no se explicaba.

Los conceptos de la filosofía griega, aptos para expresar la relación del Hijo con el Padre, no lo eran para explicar el papel del Espíritu. Por esto la reflexión teológica primera fue reflexión sobre el Logos, el Verbo. No resulta, pues, extraño que las herejías del primer milenio sean cristológicas y casi ninguna pneumatológica.
En estás condiciones se explica la precariedad de la teología del Espíritu Santo. Desde el símbolo nicenoconstantinopolitano hasta los más modernos, esta deficiencia ha sido patente en todos los símbolos de la fe.

Es preciso reconocer que el NT pone mayor énfasis-en la misión del Hijo que en la del Espíritu Santo. Esto tiene, sin duda, su significada, pero la teología del Espíritu Santo sufrió de este silencio y no sería justo deducir del mismo un pretexto para minimizar la importancia de la misión del Espíritu.

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