La Guía
Espiritual.
La guía
espiritual en el sentido moderno no era, estrictamente hablando, una práctica
formalizada y consciente en el cristianismo primitivo. Sin embargo, la
dirección y el cuidado de las almas en su sentido más amplio era ciertamente un
tema importante en mucha de la literatura cristiana primitiva: sermones,
cartas, tratados de exhortación moral, etc. Numerosas cartas de Ambrosio, Agustín, Anselmo de Canterbury, por
ejemplo, estaban dirigidas a la
dirección espiritual explícita de individuos. Los escritores cristianos de
varios de los primeros siglos heredaron en alguna medida de la antigüedad
clásica la preocupación de los filósofos
por la guía moral. Así, El maestro de Clemente de Alejandría, por ejemplo, está dirigido mayormente a
cuestiones de la vida moral cristiana. Uno encuentra en Sobre la virginidad de Gregorio de Nisa y en La
santa escala de Juan Climaco
fuertes exhortaciones sobre la necesidad de tener un guía espiritual. El Cuidado
pastoral de Gregorio el
Grande, que influyó grandemente sobre la espiritualidad de la Edad Media, estaba dirigido a la formación espiritual
del clero en general y no era un manual para la dirección espiritual.
La tradición
cristiana ha enfatizado siempre que Cristo o el Espíritu Santo es el verdadero
guía de las almas. Encontramos aquí una diferencia notable respecto de
algunas de las otras tradiciones espirituales principales donde el papel del
instructor, maestro o guía espiritual es central, si no indispensable. Para
algunas tradiciones, la relación maestro-discípulo es algo así como una forma
semi-institucionalizada de transmisión.” La lucha de la Iglesia primitiva con
los gnósticos establecía que la
transmisión está en la comunidad entera de la Iglesia y es, por lo tanto, pública y exotérica
más que privada y esotérica. El instructor espiritual, en el sentido de un
maestro espiritual extraordinario responsable de la transmisión
persona-a-persona, es muy raro en el cristianismo, aunque hay lo que podríamos
llamar dos subtradiciones que de alguna manera se aproximan a este fenómeno: los antiguos Padres del desierto monásticos
y los startsy rusos de los siglos
XVIII y XIX.
Si bien es algo excepcional la presencia del instructor
espiritual en el cristianismo, puede admitirse fácilmente que ciertos individuos se han destacado como
grandes guías incluso en el cristianismo occidental, donde la dirección
espiritual fue crecientemente formalizada, institucionalizada y ligada a la
confesión sacramental. El siglo XVII en Francia es llamado a menudo la gran
época de la dirección espiritual a causa de figuras tales como Bossuet,
Fénelon, Francisco de Sales y Bérulle. O se podría señalar al gran sacerdote
francés director de almas, Abbé Huvelin (m. 1910), que fue el guía espiritual
del Barón von Hügel, quien a su vez fue el guía espiritual del conocido
escritor anglicano sobre el misticismo, Evelyn Underhill. Hay en la tradición cristiana muchos grandes guías espirituales.
La dirección
espiritual en el cristianismo occidental, en particular, ha connotado
habitualmente una relación más limitada, menos personal, que el fenómeno del
instructor y discípulo espirituales en otras tradiciones espirituales. En el cristianismo occidental la dirección
espiritual llegó a ser cada vez más dominio del clero ordenado. A causa del
lazo con la confesión sacramental, tendió
a menudo a tener un fuerte énfasis moral, especialmente en los dos últimos
siglos. En Francia, por ejemplo, el director espiritual era llamado “le directeur de conscience.” El Oriente cristiano, por el contrario, ha
mantenido siempre una mayor distinción entre la dirección espiritual y la
remisión de los pecados. Los startsy rusos
eran casi exclusivamente monjes no ordenados. Irénée Hausherr comenta, por lo
tanto, que el término “dirección espiritual” como es entendido comúnmente es
insuficiente cuando se describe el
cuidado de las almas en el Oriente cristiano.3 El cuidado de las almas en el cristianismo
ortodoxo se centraba en la búsqueda de la santidad en general. Sobre todo, el Oriente cristiano ha mantenido siempre
un fuerte sentido del papel del Espíritu Santo, el elemento pneumático en la
guía de las almas.
Las nociones de
guía espiritual en la era patrística y
a través de la Edad Media temprana estaban fuertemente endeudadas con la
tradición y la experiencia monásticas. Aunque podemos afirmar con certeza que hubo siempre una
preocupación por la guía y el cuidado de las almas en la tradición cristiana,
hay poca evidencia literaria sobre ello en los doce primeros siglos. Incluso en
la tradición monástica, la
institucionalización gradual de la vida monástica sustituiría con una
específica regla de vida y de formación de la comunidad la interacción
altamente personal y carismática entre el anciano y el discípulo del monaquismo
primitivo. Sólo en el siglo XII, con el surgimiento de los movimientos
populares y las órdenes mendicantes, la
guía espiritual del laicado llegó a ser una preocupación en sí misma. El
surgimiento de nociones generalizadas y algo abstractas del progreso espiritual
significaba que cualquier persona podía ser guiada a través de un proceso más
bien objetivo. Así, el término “dirección espiritual” llegó a ser común sólo en
la Edad Media tardía.
La tradición
monástica de la paternidad/maternidad espiritual es el fenómeno que en el
cristianismo temprano más se parece al fenómeno del maestro y discípulo
espirituales en las otras grandes tradiciones espirituales. El “abba”
del monaquismo cristiano temprano
jugaba un papel muy importante. Los
Padres/Madres del desierto sobresalen como los guías espirituales preeminentes
de la era cristiana temprana. Estos Padres/Madres del desierto fueron los
primeros monjes y monjas cristianos que, desde el siglo IV al VI, poblaron los
desiertos y las regiones yermas de Egipto, Palestina y Siria. Si bien los
orígenes de la vida monástica cristiana son complejos, uno de los factores más
fuertes fue ciertamente el hecho simple de que la gente se retiraba al desierto para encontrar al “anciano,” un maestro ascético y espiritual
consumado, capaz de dirigir a otras personas hacia una mayor experiencia de
Dios.
El anciano o
anciana del desierto era llamado con el término arameo “padre” (abba) o “madre” (anima) Hay un testimonio literario más bien
extenso de la enseñanza de estos Padres/Madres del desierto, contenido
mayormente en las colecciones de dichos conocidas como los Apophthégmata Patrum, los
Dichos de los Padres.4 Estas colecciones de
dichos se parecen a un género de literatura espiritual encontrado también en
otras tradiciones. Al comienzo, los apotegmas o dichos eran transmitidos
oralmente, por lo que son muy concisos. Los dichos revelan la rica sabiduría de
los ancianos del desierto, pero poco nos dicen sobre las técnicas de la guía
espiritual.
Las primeras generaciones de los Padres/Madres del
desierto no hicieron ningún intento para elaborar una doctrina espiritual para
uso general. Estaba simplemente la
respuesta del anciano desde la vida profunda en el Espíritu a las personas,
situaciones y problemas que salían a su encuentro. Los visitantes
posteriores del desierto, escritores tales como Evagrio Póntico y Juan Casiano,
desarrollarían una suma más conceptualizada de la ascesis del desierto. Así,
aunque Juan Casiano describía la pureza
del corazón como la meta de la práctica ascética, en la literatura de los Apophthégmata ésta no se destaca entre
otras metas del esfuerzo ascético, por ejemplo, la vigilancia espiritual
(en griego, nepsis), la
libertad respecto de la ansiedad (en griego, amerimnia) o la memoria de Dios, que era un tema
prominente en los Padres del desierto de Gaza.
Puesto que no había una preocupación consciente por los métodos de
instrucción, ni por una formación formalizada, la naturaleza carismática personal de la interacción maestro-discípulo
se revela sólo a través de una gran variedad de historias concretas que nos han
llegado en las colecciones de dichos. Las variedades de instrucción son tan
diversas y ricas como la panoplia de las personalidades de los maestros. El maestro era, en algún sentido, la
enseñanza.
Juan Casiano, quien pasó diez años en el desierto,
escribía en sus Conferencias: “Una vida santa es más educativa que un
sermón.”
Otro apotegma advierte:
“Abraham fue
hospitalario y Dios estaba con él, y Elias amaba la quietud, y Dios estaba con
él. Así, todo lo que encuentras que tu alma quiere en el seguimiento de la
voluntad de Dios, hazlo, y guarda tu corazón.”
La paternidad/maternidad espiritual.
Lo que distinguía al guía cristiano en el contexto
monástico temprano era la noción de la paternidad/maternidad
en el Espíritu.7 A pesar de la imposición de Cristo de “no llamar a nadie “padre” (Mt 23:9), el cristianismo primitivo vio
fácilmente al guía espiritual humano
como compartiendo tanto la bondad amorosa de Dios Padre como el don carismático
del Espíritu para engendrar a otros en la vida espiritual. De esta manera, Pablo hablaba de engendrar discípulos en el
Espíritu, y Orígenes escribía: “Feliz aquel que es engendrado para Dios sin
cesar.” (Sobre Jeremías 9.4). Las
cualidades que caracterizaban a los Padres/Madres del desierto como guías
espirituales reflejaban su propia experiencia profunda de las cualidades de lo
divino.
Se encuentra una tonalidad distintiva o dominante en cada
una de las formas de guía espiritual de las tradiciones religiosas principales.
Aunque en otras tradiciones se puede encontrar incidentalmente la noción de
paternidad/maternidad espiritual, tal noción no es la imagen dominante
del guía como lo era para los monjes y monjas cristianos antiguos. De esta
manera, comparada con otras tradiciones de dirección espiritual, la
paternidad/maternidad — el “engendrar en
el Espíritu” — es el carácter distintivo de la dirección espiritual
cristiana, particularmente en el contexto
monástico.
Los grandes guías
espirituales del desierto desplegaron una paciencia, bondad e indulgencia
extraordinarias con sus discípulos, pero también la fuerza necesaria para
confrontar y amonestar. Los ancianos
del desierto tenían una penetración, delicadeza y compasión notables al tratar
la debilidad de los otros. La
caridad y el no-juzgar eran, sin duda, las cualidades sobresalientes de los
Padres/Madres del desierto. Barsanufio, el gran Padre del desierto de Gaza,
escribía a un discípulo: “En efecto, mi preocupación por ti es más que
la tuya por ti mismo, y la de Dios es incluso más grande.” La bondad de los ancianos del desierto
es ejemplificada también en una historia contada sobre el gran Abba Poemen:
“Algunos
ancianos llegaron para ver a Abba Poemen y le preguntaron: “Cuando vemos a
hermanos dormitando en la sinaxis [liturgia] ¿debemos despertarlos para que
estén vigilantes?” Él les dijo: “Por mi parte, cuando veo a un hermano
dormitando, pongo su cabeza sobre mis rodillas y lo dejo descansar.”
La
caridad excede por mucho en valor incluso a la más grande de las austeridades
auto-impuestas. Así, un anciano anónimo decía que un hermano que ayuna seis días no
podría nunca, aunque se colgase de sus narices, ser igual a aquel que sirve a los enfermos.
Exagoreusis: La Manifestación de
los Pensamientos.
Una de las prácticas de la ascesis del desierto menos
comprendidas era la “manifestación de
los pensamientos.” Si algo se aproximaba a una técnica de guía, era esta práctica. Ha sido descrita como una “espiritualidad
de abrir el propio corazón.” El discípulo era invitado a dar conocer al
anciano espiritual todo lo que iba pasando interiormente. Tenía un
significado mucho más amplio que la confesión sacramental. La meta no era la absolución de la culpa sino más bien un aumento en
el discernimiento acerca de las inclinaciones de la voluntad profunda en la
personalidad de uno. La exagoreusis traía un autoconocimiento
verdadero y daba la oportunidad al anciano carismáticamente dotado de ser un
médico para el alma. Cuando Juan Casiano escribía sobre la necesidad de “llevarles [a los ancianos]
todo pensamiento que surge en nuestro corazón,” la razón que daba era que “la serpiente mala de la caverna subterránea
oscura debe ser soltada; de otra manera, se pudrirá.” Hay una obvia sabiduría psicológica en esta práctica, y nunca era realizada bajo
compulsión. La exagoreusis habilitaba también al joven asceta a tomar
una mayor conciencia de la naturaleza dispersa de los “pensamientos” (en
griego, logismoi) y lo ayudaba a aquietar la mente para lograr la paz interior del
corazón (en griego, hesyjía). La finalidad era llegar a ser una persona
de un solo pensamiento (en griego, monologistós), una persona centrada en la conciencia
de Dios. La exagoreusis no era una descarga indiscriminada de la
propia alma a un oído dispuesto. Abba Poemen advertía: “No abras tu alma a cualquiera en
quien no confías en tu corazón.” La exagoreusis
era una práctica que llegaba naturalmente, puesto que dimanaba de la confidencia y de la confianza profunda.
Diakrisis y “profecía.”
El don espiritual
del discernimiento significaba, para los ancianos del desierto, moderación,
equilibrio y prudencia, pero especialmente la penetración intuitiva en el
estado espiritual y en las necesidades de los otros (en griego, diakrisis): la capacidad de leer los
corazones. Éste era un poder dado
por Dios, e iba mucho más allá de la sensibilidad natural y de la penetración
en la naturaleza humana. Había en la
literatura monástica primitiva un amplio consenso de que sin discernimiento no era posible ningún progreso en la vida
espiritual. Abba Moisés advertía en las Conferencias
de Casiano sobre el ejemplo de los monjes que no tenían discernimiento y
los llamaba “naufragios antiguos y modernos.” Abba Antonio aconsejaba: “Algunos
han afligido sus cuerpos por el ascetismo, pero carecen de discernimiento y,
así, están lejos de Dios.” El discernimiento es como el fundamento sobre el
cual todas las virtudes están edificadas.
Algunos ancianos
del desierto mostraban una capacidad particular para leer los corazones.
Abba Míos, por ejemplo, era llamado un “verdadero
lector de corazones.”17 La capacidad de leer los corazones, con
todo, se presume en cada caso en que un
anciano hablaba una “palabra.” (en griego, rhema), una afirmación inspirada de consejo
espiritual. La capacidad de dar tal
“palabra” era llamada “profecía.” La
profecía era la inspiración directa del Espíritu Santo dada con la finalidad de
guiar a otros. Algunos ancianos del desierto tenían el título de profeta añadido
a su nombre a causa de su extraordinario don de consejo: por ejemplo, Juan
el Profeta, el discípulo de Barsanufio. La
diakrisis, la profecía y la caridad
sobresaliente son las características principales de los grandes guías espirituales
del desierto.
Una frase de un apotegma llegó a resumir, especialmente
en la tradición monástica cristiana oriental posterior, el entero proceso de
transformación cristiana: “Da tu sangre y recibe el Espíritu Santo.”
Todo el esfuerzo del anciano del desierto
estaba dirigido a incrementar la receptividad del discípulo hacia el Espíritu
Santo. Con frecuencia los ancianos no tenían el don de la profecía, a no
ser que un discípulo estuviera abierto. Las Conferencias
de Casiano mencionan a Abba Moisés, quien tenía una regla inflexible: no dar nunca instrucción excepto a personas
que la buscaban con fe y sentida contrición. La búsqueda seria y la
apertura en el discípulo creaban en cierto sentido el poder en el maestro,
aunque los ancianos del desierto tal vez no creían esto hasta el grado en que
era sostenido por las tradiciones hindú y sufí. La eficacia del Espíritu Santo dependía de la apertura mutua del
maestro y del discípulo.
Los monjes
antiguos miraban a Elias como uno de los modelos para el asceta del desierto.
La transmisión del espíritu de Elias a Elíseo, simbolizada en la entrega del
manto de Elias (2 R 2:13), encuentra su paralelo en la historia según la cual
el gran Antonio heredó la túnica de Pablo del Desierto. Se encuentra algún
indicio, pero no es común, de una
capacidad extraordinaria del Padre/Madre espiritual para invocar el Espíritu y
para crear una experiencia sensible de la transmisión del poder espiritual.
Una descripción particularmente bella de esto fue ofrecida en el siglo XVIII
por Motovilov, un discípulo laico del starets
ruso Serafín de Sarov.
En la actualidad
hay un amplio resurgir del interés en la dirección espiritual. El modelo de la amistad parece ser el
modelo favorito para la relación director-dirigido. Éste ciertamente es un modelo más igualitario que el modelo padre-hijo;
sin embargo, hay que recordar que el movimiento monástico temprano nunca tomó
la paternidad humana como un modelo literal de roles para la guía espiritual. Su sentido del “engendrar en el
Espíritu,” que subrayaba la necesidad de la oración y del esfuerzo por la
santidad, tiene mucho para enseñar a la práctica contemporánea de la dirección
espiritual. Existe el peligro de ver
la dirección espiritual meramente como una forma especializada del ministerio, una habilidad que puede ser reforzada por
medio del asesoramiento y las intuiciones psicológicas. Los ancianos del
desierto, junto con los grandes guías cristianos de todos los tiempos, enfatizaban fuertemente que el verdadero guía de las almas es el Espíritu
Santo, quien actúa en las almas humildes.
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