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“Hay un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre de todos, que está sobre todos, actúa por todos y está en todos.” Ef 4,5s.

Creo en la Iglesia, que es una, santa, católica y apostólica.

+Gabriel Orellana.
Obispo Misionero
¡Ay de mí si no predico el Evangelio! 1 Co 9,16b.

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miércoles, 10 de diciembre de 2014

ACOMPAÑANTE ESPIRITUAL

La Guía Espiritual.


La guía espiritual en el sentido moderno no era, estrictamente hablando, una práctica formalizada y consciente en el cristianismo primitivo. Sin embargo, la dirección y el cuidado de las almas en su sentido más amplio era ciertamente un tema importante en mucha de la literatura cristiana primitiva: sermones, cartas, tratados de exhortación moral, etc. Numerosas cartas de Ambrosio, Agustín, Anselmo de Canterbury, por ejemplo, estaban dirigidas a la dirección espiritual explícita de individuos. Los escritores cristianos de varios de los primeros siglos heredaron en alguna medida de la antigüedad clásica la preocupación de los filósofos por la guía moral. Así, El maestro de Clemente de Alejandría, por ejemplo, está dirigido mayormente a cuestiones de la vida moral cristiana. Uno encuentra en Sobre la virginidad de Gregorio de Nisa y en La santa escala de Juan Climaco fuertes exhortaciones sobre la necesidad de tener un guía espiritual. El Cuidado pastoral de Gregorio el Grande, que influyó grandemente sobre la espiritualidad de la Edad Media, estaba dirigido a la formación espiritual del clero en general y no era un manual para la dirección espiritual.
            La tradición cristiana ha enfatizado siempre que Cristo o el Espíritu Santo es el verdadero guía de las almas. Encontramos aquí una diferencia notable respecto de algunas de las otras tradiciones espirituales principales donde el papel del instructor, maestro o guía espiritual es central, si no indispensable. Para algunas tradiciones, la relación maestro-discípulo es algo así como una forma semi-institucionalizada de transmisión.” La lucha de la Iglesia primitiva con los gnósticos establecía que la transmisión está en la comunidad entera de la Iglesia y es, por lo tanto, pública y exotérica más que privada y esotérica. El instructor espiritual, en el sentido de un maestro espiritual extraordinario responsable de la transmisión persona-a-persona, es muy raro en el cristianismo, aunque hay lo que podríamos llamar dos subtradiciones que de alguna manera se aproximan a este fenómeno: los antiguos Padres del desierto monásticos y los startsy rusos de los siglos XVIII y XIX.
            Si bien es algo excepcional la presencia del instructor espiritual en el cristianismo, puede admitirse fácilmente que ciertos individuos se han destacado como grandes guías incluso en el cristianismo occidental, donde la dirección espiritual fue crecientemente formalizada, institucionalizada y ligada a la confesión sacramental. El siglo XVII en Francia es llamado a menudo la gran época de la dirección espiritual a causa de figuras tales como Bossuet, Fénelon, Francisco de Sales y Bérulle. O se podría señalar al gran sacerdote francés director de almas, Abbé Huvelin (m. 1910), que fue el guía espiritual del Barón von Hügel, quien a su vez fue el guía espiritual del conocido escritor anglicano sobre el misticismo, Evelyn Underhill. Hay en la tradición cristiana muchos grandes guías espirituales.
            La dirección espiritual en el cristianismo occidental, en particular, ha connotado habitualmente una relación más limitada, menos personal, que el fenómeno del instructor y discípulo espirituales en otras tradiciones espirituales. En el cristianismo occidental la dirección espiritual llegó a ser cada vez más dominio del clero ordenado. A causa del lazo con la confesión sacramental, tendió a menudo a tener un fuerte énfasis moral, especialmente en los dos últimos siglos. En Francia, por ejemplo, el director espiritual era llamado “le directeur de conscience.” El Oriente cristiano, por el contrario, ha mantenido siempre una mayor distinción entre la dirección espiritual y la remisión de los pecados. Los startsy rusos eran casi exclusivamente monjes no ordenados. Irénée Hausherr comenta, por lo tanto, que el término “dirección espiritual” como es entendido comúnmente es insuficiente cuando se describe el cuidado de las almas en el Oriente cristiano.3 El cuidado de las almas en el cristianismo ortodoxo se centraba en la búsqueda de la santidad en general. Sobre todo, el Oriente cristiano ha mantenido siempre un fuerte sentido del papel del Espíritu Santo, el elemento pneumático en la guía de las almas.
            Las nociones de guía espiritual en la era patrística y a través de la Edad Media temprana estaban fuertemente endeudadas con la tradición y la experiencia monásticas. Aunque podemos afirmar con certeza que hubo siempre una preocupación por la guía y el cuidado de las almas en la tradición cristiana, hay poca evidencia literaria sobre ello en los doce primeros siglos. Incluso en la tradición monástica, la institucionalización gradual de la vida monástica sustituiría con una específica regla de vida y de formación de la comunidad la interacción altamente personal y carismática entre el anciano y el discípulo del monaquismo primitivo. Sólo en el siglo XII, con el surgimiento de los movimientos populares y las órdenes mendicantes, la guía espiritual del laicado llegó a ser una preocupación en sí misma. El surgimiento de nociones generalizadas y algo abstractas del progreso espiritual significaba que cualquier persona podía ser guiada a través de un proceso más bien objetivo. Así, el término “dirección espiritual” llegó a ser común sólo en la Edad Media tardía.
            La tradición monástica de la paternidad/maternidad espiritual es el fenómeno que en el cristianismo temprano más se parece al fenómeno del maestro y discípulo espirituales en las otras grandes tradiciones espirituales. El “abba” del monaquismo cristiano temprano jugaba un papel muy importante. Los Padres/Madres del desierto sobresalen como los guías espirituales preeminentes de la era cristiana temprana. Estos Padres/Madres del desierto fueron los primeros monjes y monjas cristianos que, desde el siglo IV al VI, poblaron los desiertos y las regiones yermas de Egipto, Palestina y Siria. Si bien los orígenes de la vida monástica cristiana son complejos, uno de los factores más fuertes fue ciertamente el hecho simple de que la gente se retiraba al desierto para encontrar al “anciano,” un maestro ascético y espiritual consumado, capaz de dirigir a otras personas hacia una mayor experiencia de Dios.
            El anciano o anciana del desierto era llamado con el término arameo “padre” (abba) o “madre” (anima) Hay un testimonio literario más bien extenso de la enseñanza de estos Padres/Madres del desierto, contenido mayormente en las colecciones de dichos conocidas como los Apophthégmata Patrum, los Dichos de los Padres.4 Estas colecciones de dichos se parecen a un género de literatura espiritual encontrado también en otras tradiciones. Al comienzo, los apotegmas o dichos eran transmitidos oralmente, por lo que son muy concisos. Los dichos revelan la rica sabiduría de los ancianos del desierto, pero poco nos dicen sobre las técnicas de la guía espiritual.
            Las primeras generaciones de los Padres/Madres del desierto no hicieron ningún intento para elaborar una doctrina espiritual para uso general. Estaba simplemente la respuesta del anciano desde la vida profunda en el Espíritu a las personas, situaciones y problemas que salían a su encuentro. Los visitantes posteriores del desierto, escritores tales como Evagrio Póntico y Juan Casiano, desarrollarían una suma más conceptualizada de la ascesis del desierto. Así, aunque Juan Casiano describía la pureza del corazón como la meta de la práctica ascética, en la literatura de los Apophthégmata ésta no se destaca entre otras metas del esfuerzo ascético, por ejemplo, la vigilancia espiritual (en griego, nepsis), la libertad respecto de la ansiedad (en griego, amerimnia) o la memoria de Dios, que era un tema prominente en los Padres del desierto de Gaza. Puesto que no había una preocupación consciente por los métodos de instrucción, ni por una formación formalizada, la naturaleza carismática personal de la interacción maestro-discípulo se revela sólo a través de una gran variedad de historias concretas que nos han llegado en las colecciones de dichos. Las variedades de instrucción son tan diversas y ricas como la panoplia de las personalidades de los maestros. El maestro era, en algún sentido, la enseñanza.
            Juan Casiano, quien pasó diez años en el desierto, escribía en sus Conferencias: Una vida santa es más educativa que un sermón.”
            Otro apotegma advierte:

“Abraham fue hospitalario y Dios estaba con él, y Elias amaba la quietud, y Dios estaba con él. Así, todo lo que encuentras que tu alma quiere en el seguimiento de la voluntad de Dios, hazlo, y guarda tu corazón.”

 

La paternidad/maternidad espiritual.

            Lo que distinguía al guía cristiano en el contexto monástico temprano era la noción de la paternidad/maternidad en el Espíritu.7 A pesar de la imposición de Cristo de “no llamar a nadie “padre” (Mt 23:9), el cristianismo primitivo vio fácilmente al guía espiritual humano como compartiendo tanto la bondad amorosa de Dios Padre como el don carismático del Espíritu para engendrar a otros en la vida espiritual. De esta manera, Pablo hablaba de engendrar discípulos en el Espíritu, y Orígenes escribía: “Feliz aquel que es engendrado para Dios sin cesar.” (Sobre Jeremías 9.4). Las cualidades que caracterizaban a los Padres/Madres del desierto como guías espirituales reflejaban su propia experiencia profunda de las cualidades de lo divino.
            Se encuentra una tonalidad distintiva o dominante en cada una de las formas de guía espiritual de las tradiciones religiosas principales. Aunque en otras tradiciones se puede encontrar incidentalmente la noción de paternidad/maternidad espiritual, tal noción no es la imagen dominante del guía como lo era para los monjes y monjas cristianos antiguos. De esta manera, comparada con otras tradiciones de dirección espiritual, la paternidad/maternidad — el “engendrar en el Espíritu” — es el carácter distintivo de la dirección espiritual cristiana, particularmente en el contexto monástico.
            Los grandes guías espirituales del desierto desplegaron una paciencia, bondad e indulgencia extraordinarias con sus discípulos, pero también la fuerza necesaria para confrontar y amonestar. Los ancianos del desierto tenían una penetración, delicadeza y compasión notables al tratar la debilidad de los otros. La caridad y el no-juzgar eran, sin duda, las cualidades sobresalientes de los Padres/Madres del desierto. Barsanufio, el gran Padre del desierto de Gaza, escribía a un discípulo: “En efecto, mi preocupación por ti es más que la tuya por ti mismo, y la de Dios es incluso más grande.La bondad de los ancianos del desierto es ejemplificada también en una historia contada sobre el gran Abba Poemen:

“Algunos ancianos llegaron para ver a Abba Poemen y le preguntaron: “Cuando vemos a hermanos dormitando en la sinaxis [liturgia] ¿debemos despertarlos para que estén vigilantes?” Él les dijo: “Por mi parte, cuando veo a un hermano dormitando, pongo su cabeza sobre mis rodillas y lo dejo descansar.”

La caridad excede por mucho en valor incluso a la más grande de las austeridades auto-impuestas. Así, un anciano anónimo decía que un hermano que ayuna seis días no podría nunca, aunque se colgase de sus narices, ser igual a aquel que sirve a los enfermos.

 

Exagoreusis: La Manifestación de los Pensamientos.

            Una de las prácticas de la ascesis del desierto menos comprendidas era la “manifestación de los pensamientos.” Si algo se aproximaba a una técnica de guía, era esta práctica. Ha sido descrita como una “espiritualidad de abrir el propio corazón.” El discípulo era invitado a dar conocer al anciano espiritual todo lo que iba pasando interiormente. Tenía un significado mucho más amplio que la confesión sacramental. La meta no era la absolución de la culpa sino más bien un aumento en el discernimiento acerca de las inclinaciones de la voluntad profunda en la personalidad de uno. La exagoreusis traía un autoconocimiento verdadero y daba la oportunidad al anciano carismáticamente dotado de ser un médico para el alma. Cuando Juan Casiano escribía sobre la necesidad de “llevarles [a los ancianos] todo pensamiento que surge en nuestro corazón,” la razón que daba era que “la serpiente mala de la caverna subterránea oscura debe ser soltada; de otra manera, se pudrirá. Hay una obvia sabiduría psicológica en esta práctica, y nunca era realizada bajo compulsión. La exagoreusis habilitaba también al joven asceta a tomar una mayor conciencia de la naturaleza dispersa de los “pensamientos” (en griego, logismoi) y lo ayudaba a aquietar la mente para lograr la paz interior del corazón (en griego, hesyjía). La finalidad era llegar a ser una persona de un solo pensamiento (en griego, monologistós), una persona centrada en la conciencia de Dios. La exagoreusis no era una descarga indiscriminada de la propia alma a un oído dispuesto. Abba Poemen advertía: “No abras tu alma a cualquiera en quien no confías en tu corazón.” La exagoreusis era una práctica que llegaba naturalmente, puesto que dimanaba de la confidencia y de la confianza profunda.

 

Diakrisis y profecía.”

            El don espiritual del discernimiento significaba, para los ancianos del desierto, moderación, equilibrio y prudencia, pero especialmente la penetración intuitiva en el estado espiritual y en las necesidades de los otros (en griego, diakrisis): la capacidad de leer los corazones. Éste era un poder dado por Dios, e iba mucho más allá de la sensibilidad natural y de la penetración en la naturaleza humana. Había en la literatura monástica primitiva un amplio consenso de que sin discernimiento no era posible ningún progreso en la vida espiritual. Abba Moisés advertía en las Conferencias de Casiano sobre el ejemplo de los monjes que no tenían discernimiento y los llamaba “naufragios antiguos y modernos.” Abba Antonio aconsejaba: “Algunos han afligido sus cuerpos por el ascetismo, pero carecen de discernimiento y, así, están lejos de Dios.” El discernimiento es como el fundamento sobre el cual todas las virtudes están edificadas.
            Algunos ancianos del desierto mostraban una capacidad particular para leer los corazones. Abba Míos, por ejemplo, era llamado un “verdadero lector de corazones.”17 La capacidad de leer los corazones, con todo, se presume en cada caso en que un anciano hablaba una palabra.” (en griego, rhema), una afirmación inspirada de consejo espiritual. La capacidad de dar tal “palabra” era llamada “profecía.” La profecía era la inspiración directa del Espíritu Santo dada con la finalidad de guiar a otros. Algunos ancianos del desierto tenían el título de profeta añadido a su nombre a causa de su extraordinario don de consejo: por ejemplo, Juan el Profeta, el discípulo de Barsanufio. La diakrisis, la profecía y la caridad sobresaliente son las características principales de los grandes guías espirituales del desierto.
            Una frase de un apotegma llegó a resumir, especialmente en la tradición monástica cristiana oriental posterior, el entero proceso de transformación cristiana: Da tu sangre y recibe el Espíritu Santo.” Todo el esfuerzo del anciano del desierto estaba dirigido a incrementar la receptividad del discípulo hacia el Espíritu Santo. Con frecuencia los ancianos no tenían el don de la profecía, a no ser que un discípulo estuviera abierto. Las Conferencias de Casiano mencionan a Abba Moisés, quien tenía una regla inflexible: no dar nunca instrucción excepto a personas que la buscaban con fe y sentida contrición. La búsqueda seria y la apertura en el discípulo creaban en cierto sentido el poder en el maestro, aunque los ancianos del desierto tal vez no creían esto hasta el grado en que era sostenido por las tradiciones hindú y sufí. La eficacia del Espíritu Santo dependía de la apertura mutua del maestro y del discípulo.
            Los monjes antiguos miraban a Elias como uno de los modelos para el asceta del desierto. La transmisión del espíritu de Elias a Elíseo, simbolizada en la entrega del manto de Elias (2 R 2:13), encuentra su paralelo en la historia según la cual el gran Antonio heredó la túnica de Pablo del Desierto. Se encuentra algún indicio, pero no es común, de una capacidad extraordinaria del Padre/Madre espiritual para invocar el Espíritu y para crear una experiencia sensible de la transmisión del poder espiritual. Una descripción particularmente bella de esto fue ofrecida en el siglo XVIII por Motovilov, un discípulo laico del starets ruso Serafín de Sarov.

            En la actualidad hay un amplio resurgir del interés en la dirección espiritual. El modelo de la amistad parece ser el modelo favorito para la relación director-dirigido. Éste ciertamente es un modelo más igualitario que el modelo padre-hijo; sin embargo, hay que recordar que el movimiento monástico temprano nunca tomó la paternidad humana como un modelo literal de roles para la guía espiritual. Su sentido del “engendrar en el Espíritu,” que subrayaba la necesidad de la oración y del esfuerzo por la santidad, tiene mucho para enseñar a la práctica contemporánea de la dirección espiritual. Existe el peligro de ver la dirección espiritual meramente como una forma especializada del ministerio, una habilidad que puede ser reforzada por medio del asesoramiento y las intuiciones psicológicas. Los ancianos del desierto, junto con los grandes guías cristianos de todos los tiempos, enfatizaban fuertemente que el verdadero guía de las almas es el Espíritu Santo, quien actúa en las almas humildes.

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