Anglocatólico

COMUNIDAD ECUMÉNICA MISIONERA LA ANUNCIACIÓN. CEMLA
Palabra + Espíritu + Sacramento + Misión
Evangelizar + Discipular + Enviar


“Hay un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre de todos, que está sobre todos, actúa por todos y está en todos.” Ef 4,5s.

Creo en la Iglesia, que es una, santa, católica y apostólica.

+Gabriel Orellana.
Obispo Misionero
¡Ay de mí si no predico el Evangelio! 1 Co 9,16b.

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miércoles, 28 de marzo de 2012

JUNTOS POR LA VIDA: LA MISIÓN Y LA EVANGELIZACIÓN EN CONTEXTOS EN EVOLUCIÓN

Juntos por la vida: Misión y Evangelización en contextos en evolución
Propuesta de nueva Afirmación del CMI sobre Misión y Evangelización
Hacia la Décima Asamblea del CMI en Busan, Corea, 2013
Documento de trabajo Nº 11
Aprobado por el Grupo Ejecutivo de la CMME, Ginebra, 22 de enero de 2012
para su presentación en la reunión sobre la misión de la CMME previa a la Asamblea
que se celebrará en Manila, del 22 al 27 de marzo de 2012
Documento presentado por la Comisión de Misión Mundial y Evangelización (CMME)
JUNTOS POR LA VIDA:
LA MISIÓN Y LA EVANGELIZACIÓN EN CONTEXTOS EN EVOLUCIÓN
1.    Juntos por la vida: introducción al tema
2.    Soplo de fuego: espiritualidad transformadora
3.    Sal de la tierra: la misión desde los márgenes
4.    Agua de vida: decir la verdad en amor
5.    Vientos de cambio: la iglesia en marcha
6.    Fiesta de la vida: Afirmaciones finales
Desde 2006, tras la Asamblea del CMI celebrada en Porto Alegre, la Comisión de Misión Mundial y Evangelización ha estado trabajando y colaborando en la elaboración de una nueva afirmación ecuménica sobre la misión. La nueva declaración se presentará en la 10ª Asamblea del CMI que se celebrará en Busan (Corea), en 2013. Tras la integración del Consejo Misionero Internacional (CMI) y del Consejo Mundial de Iglesias (CMI) en Nueva Delhi, en 1961, el Comité Central sólo ha aprobado una declaración oficial de posición sobre misión y evangelización, en 1982: “Misión y evangelización: una afirmación ecuménica”. El objetivo de este proceso de discernimiento ecuménico es buscar perspectivas, conceptos y orientaciones en aras de la renovación del entendimiento y la práctica de la misión y la evangelización en contextos en evolución. Se pretende lograr un amplio apoyo, más allá del círculo de las iglesias miembros del CMI y las organizaciones misioneras afiliadas, a fin de que podamos comprometernos juntos en favor de la plenitud de vida para todos, bajo la orientación del Dios de Vida.    
JUNTOS POR LA VIDA: INTRODUCCIÓN AL TEMA
1.    Creemos en el Dios Trino y Uno, que es el creador, el redentor y el sustentador de toda vida. Dios creó todo el oikoumene a su imagen, y obra constantemente en el mundo para afirmar y salvaguardar la vida. Creemos en Jesucristo, la Vida del mundo, la encarnación del amor de Dios por el mundo (Juan 3:16).[1] Afirmar la vida en toda su plenitud es la preocupación fundamental y la misión de Jesucristo (Juan 10:10). Creemos en Dios, el Espíritu Santo, el dador de vida, que sustenta y da fuerza a la vida, y que renueva toda la creación (Génesis 2:7; Juan 3:8). Negar la vida es rechazar el Dios de vida. Dios nos invita a participar en la misión vivificadora del Dios Trino y Uno, y nos da los medios para dar testimonio de la visión de vida en abundancia para todas las personas en el nuevo cielo y la nueva tierra. ¿Cómo y dónde discernimos la obra que da vida de Dios que nos hace capaces de participar en la misión de Dios hoy?
2.    La misión comienza en el corazón del Dios Trino y Uno, y el amor que une a la Santa Trinidad desborda en toda la humanidad y la creación. El Dios misionero que envía a su Hijo al mundo hace un llamamiento a todo su pueblo (Juan 20:21), y le da poder para que sea una comunidad de esperanza. A la iglesia se le encomendó que celebre la vida, y que resista y transforme las fuerzas que destruyen la vida, en el poder del Espíritu Santo. ¡Cuán importante es “recibir el Espíritu Santo” (Juan 20:22) para llegar a ser testigos vivos del reino venidero de Dios! Basándonos en una valoración renovada de la misión del Espíritu, ¿cómo hemos de replantearnos la misión de Dios en el mundo actual diversificado y en constante evolución?
3.    La vida en el Espíritu Santo es la esencia de la misión, y el centro de por qué hacemos lo que hacemos y de cómo vivimos nuestras vidas. La espiritualidad da un sentido más profundo a nuestras vidas y motiva nuestra acción. Es un don sagrado del Creador, la energía que permite afirmar y cuidar la vida. Esta espiritualidad de misión posee una dinámica de transformación que, mediante el compromiso espiritual de las personas, es capaz de transformar el mundo en gracia de Dios. ¿Cómo podemos recuperar la misión en tanto espiritualidad transformativa que afirma la vida?   
4.    Dios no envió a su Hijo únicamente para la salvación de la humanidad ni para darnos una salvación parcial. El Evangelio es la buena nueva para cada parte de la creación y cada aspecto de nuestra vida y de la sociedad. Así pues, es esencial que reconozcamos la misión de Dios en un sentido cósmico, y que afirmemos toda vida, la totalidad del oikoumene como interconectada en una red de vida que es de Dios. Teniendo en cuenta la realidad de las amenazas al futuro de nuestro planeta, ¿cuáles son sus consecuencias a la hora de participar en la misión de Dios?
5.    La historia de la misión cristiana se ha caracterizado por concepciones de expansión geográfica a partir de un centro cristiano hacia los “territorios aún no alcanzados”, hacia los confines de la tierra. Sin embargo, actualmente nos enfrentamos con un panorama eclesial que está cambiando radicalmente y se define como “cristianismo mundial” en el que la mayoría de los cristianos viven o tienen sus orígenes en los países del Sur o del Este. La migración es un fenómeno mundial y multidireccional que está reorganizando el panorama cristiano. El surgimiento de pujantes movimientos pentecostales y carismáticos en diferentes lugares es una de las características más destacadas del cristianismo mundial en la actualidad. ¿Cuáles son las perspectivas para la misión y la evangelización – teologías, programas y prácticas – de este “cambio del centro de gravedad del cristianismo”?
6.    La misión se ha entendido como un movimiento que va del centro a la periferia, y de los privilegiados a los marginados de la sociedad. Actualmente las personas que viven en los márgenes están reivindicando su función clave de agentes de la misión y afirman que la misión es transformación. Esta inversión de los papeles en la concepción de la misión tiene sólidos fundamentos bíblicos porque Dios escogió a los pobres, a los insensatos y a los que no tienen poder (1 Corintios 1:18-31) para hacer avanzar su misión de justicia y de paz a fin de que la vida pueda prosperar. Si realmente existe un cambio en el concepto de la misión pasando de “misión hacia los márgenes de la sociedad” a “misión desde los márgenes de la sociedad”, ¿cuál es entonces la aportación singular de las gentes de los márgenes? Y ¿por qué sus experiencias y visiones son fundamentales a la hora de concebir otra forma de misión y de evangelización en el día de hoy?    
7.    Vivimos en un mundo en el que la fe en el rey dinero amenaza la credibilidad del Evangelio. La ideología del mercado difunde la creencia de que el mercado mundial salvará el mundo mediante un crecimiento ilimitado. Este mito es una amenaza no solo para la vida económica sino también para la vida espiritual de la gente, aunque no sólo la vida de la humanidad sino también de toda la creación. ¿Cómo proclamar la buena nueva y los valores del reino de Dios en un mercado global, o vencer el espíritu del mercado? ¿Qué tipo de acción misionera puede realizar la iglesia en medio de la injusticia y la crisis económicas y ecológicas a escala mundial?
8.    Todos los cristianos, las iglesias y las congregaciones están llamados a ser mensajeros elocuentes del Evangelio de Jesucristo, que es la buena nueva de salvación. Evangelizar es compartir con humildad y confianza nuestra fe y convicciones con otras personas. Ese compartir es un don ofrecido a otros y que anuncia el amor, la gracia y la misericordia de Dios en Cristo. Es el fruto insoslayable de la fe verdadera. Por ello, en cada generación, la iglesia debe renovar su compromiso con la evangelización como parte esencial de la proclamación del amor de Dios al mundo. ¿Cómo podemos proclamar el amor y la justicia de Dios a una generación que vive en un mundo individualizado, secularizado y materializado?
9.    La iglesia vive en contextos plurirreligiosos y pluriculturales y está comprometida con creyentes de otras religiones y culturas en la construcción de comunidades de amor, paz y justicia. Esos contextos plurales son un desafío para las iglesias, por lo que es indispensable un serio compromiso con el diálogo interreligioso y la comunicación intercultural. ¿Cuáles son las convicciones ecuménicas en relación con el testimonio común y la práctica de una misión que da vida en un mundo de muchas religiones y culturas?
10. La iglesia es un don de Dios al mundo en aras de su transformación para avanzar hacia el reino de Dios. Su misión es aportar nueva vida y anunciar la presencia amorosa de Dios en nuestro mundo. Debemos participar en la misión de Dios en unidad, superar las divisiones y tensiones que existen entre nosotros, a fin de que el mundo crea y que todos seamos uno (Juan 17:21). La iglesia, como comunión de los discípulos de Cristo, debe ser una comunidad incluyente siendo su razón de ser aportar sanación y reconciliación al mundo. ¿Cómo puede la iglesia renovarse para ser misionera, y avanzar juntos hacia la vida en su plenitud?
SOPLO DE FUEGO: ESPIRITUALIDAD TRANSFORMADORA
11. El Espíritu Santo derramado en Pentecostés es más que la parpadeante luz de una vela, es un “soplo de fuego”, presente no solo en la experiencia mística y carismática, sino en la acción histórica comprometida. No podemos adaptar la misión del Espíritu Santo atendiendo a nuestras propias historias e instituciones. El bautismo del Espíritu Santo es un bautismo en fuego que quemará la paja (Hechos 2:3; Lucas 3:16-17). De ahí que tengamos que discernir juntos en qué forma el Espíritu Santo y un enfoque pneumatológico de la misión sobrepasa y subvierte nuestros límites teológicos y eclesiológicos y nos permite avanzar hacia una nueva postura y práctica de la misión.
12. Nos alegramos de que haya signos de que el Espíritu Santo está a la obra entre nosotros aportando vida en todas sus dimensiones: biológica, humana, social y eterna. Esta vida fue vivida por Jesucristo en la tierra en el sentido más pleno. 
13. Sin embargo, el siglo XXI amaneció sobre un mundo muy perturbado. Las relaciones humanas a todos los niveles entre personas, comunidades y naciones así como con toda la creación atraviesan crisis profundas y sin precedentes. En nuestro mundo globalizado, una nueva espiritualidad de misión transformadora puede proporcionar una de las mayores fuentes de esperanza de curación de esas relaciones quebrantadas. Esta situación requiere una nueva valoración del don del Espíritu de Dios que da vida, el paracleto, que nos guía en la misión de Dios. Aunque durante un breve tiempo, nosotros, y toda la creación, hemos de gemir como una mujer que da a luz, el Espíritu es nuestra partera, y cuando la misión llegue a su cumplimiento creemos que nuestra tristeza se convertirá en gozo (Juan 16: 20-22).
14. La reafirmación de la importancia del Espíritu Santo para la teología de la misión en los últimos decenios señala una nueva era en la historia de la misión cristiana. Es el resultado de la noción de missio Dei o “misión de Dios”, que utiliza una concepción trinitaria de la realidad divina y se centra en el mundo como la única casa de Dios. Así pues, un enfoque pneumatológico de la misión cristiana reconoce que la misión tiene también un fundamento cristológico y relaciona la economía del Espíritu con la economía de Cristo, la Palabra.  
La misión del Espíritu
15. En el principio, el Espíritu de Dios – ru’ach en la Biblia en hebreo – se movía sobre la faz de las aguas (Génesis 1:2), siendo la fuente de la vida y el aliento de la humanidad (Génesis 2:7). En los sufrimientos de los tiempos actuales, el Espíritu comparte nuestros “gemidos” y los dolores de parto de toda la creación sometida a la “esclavitud de la corrupción” (Romanos 8:23; 21-22). Miramos la redención con esperanza y gozo (Romanos 8:23). El mismo Espíritu de Dios que “se movía sobre la faz de las aguas” en el momento de la creación y descendió y permaneció sobre Jesucristo (Juan 1:33), constituye la iglesia y le otorga poderes. El Espíritu Santo obra en el mundo en formas que suelen ser misteriosas y desconocidas y que sobrepasan nuestra imaginación (Lucas 1:34-35; Juan 3:8; Hechos 2:16-21). Así pues, la universalidad de la economía del Espíritu en la creación y la singularidad de la obra del Espíritu en la redención deben entenderse juntas como la misión del Espíritu (missio Spiritus) para los nuevos cielos y la nueva tierra, cuando Dios sea por último “todo en todos” (1  Corintios 15:24-28).
16. El Espíritu Santo descendió sobre María e hizo nacer a Jesucristo entre nosotros, nuestro Señor y Salvador. El Espíritu ungió al Hijo de Dios “para dar buenas nuevas a los pobres; me ha enviado (…) a pregonar libertad a los cautivos y vista a los ciegos, a poner en libertad a los oprimidos y a predicar el año agradable al Señor” (Lucas 4:18). Se nos ha encomendado continuar buscando la justicia de Dios mediante un ministerio de sanación y de liberación. “Esto implica una proclamación valiente del Evangelio liberador a las personas esclavizadas por el pecado, un ministerio sanador para los enfermos y los que sufren y la lucha por la justicia del lado de los oprimidos y los marginados”.[2]
17. Jesucristo, lleno del Espíritu de Dios, murió en la cruz. Jesús entregó el espíritu (Juan 19:30) y el agua de vida salió de su costado (Juan 19:34). Muerto, en la frialdad de la tumba, por el poder del Espíritu Santo – el soplo de fuego – resucitó a la vida, el primogénito de entre los muertos (Romanos 8:11). Tras su resurrección, Jesucristo apareció a su comunidad y envió a sus discípulos en misión. Jesús les otorgó poder soplando el Espíritu Santo en ellos: “Como me envió el Padre, así también yo os envío” (Juan 20:21-22) y se les aparecieron lenguas repartidas, como de fuego, asentándose sobre cada uno de ellos (Hechos 2:3). La iglesia primitiva vivía en comunidad en espíritu de unidad, y tenía en común todas las cosas (Hechos 2:44-45). Por el don del Espíritu Santo, “el poder desde lo alto”, fueron constituidos en una nueva comunidad de testimonio de la esperanza en Cristo (Lucas 24:49; Hechos 1:8). Aún cuando la iglesia migrante estuviera dispersa y desplazada, permaneció fiel y las iglesias en todo el mundo se apoyaron unas a otras y a quienes estaban en los márgenes (Hechos 11:19-30). 
18. El testimonio bíblico da cuenta de una diversidad de entendimientos del papel del Espíritu Santo en misión. Una perspectiva destaca que el Espíritu Santo es totalmente dependiente de Cristo, el Paracleto y aquél que ha de venir como consejero y defensor sólo después que Cristo haya ido al Padre. Se considera que el Espíritu Santo es la continua presencia de Cristo, su agente encargado de cumplir la tarea de la misión. Este entendimiento apunta a una misiología centrada en el envío y el ir al mundo. Otra perspectiva destaca que el Espíritu Santo es el “Espíritu de Verdad” que conduce a “toda la verdad” (Juan 16:13) y sopla de donde quiere (Juan 3:8), o sea abarcando todo el cosmos, y proclamando el Espíritu Santo como la fuente de Cristo, y la iglesia como la reunión escatológica (synaxis) del pueblo de Dios en el reino de Dios. La segunda perspectiva postula que los fieles van al mundo en paz (en misión) tras haber tenido la vivencia, en su reunión eucarística, del reino escatológico de Dios como un vislumbre y un anticipo. La misión como envío es, por lo tanto, el resultado, en lugar del origen de la iglesia, y se la designa “la liturgia después de la liturgia”. Esta segunda teología relacional y sinergética ha dado lugar a un entendimiento inclusivo de la misión que no insiste en el proselitismo universal sino en el auténtico testimonio de la experiencia escatológica de la iglesia en la que todos están invitados a participar.   
19. La Missio Dei es una reafirmación de la teología trinitaria: “Que Dios en su propio ser es una vida de comunión y que la participación de Dios en la historia tiene como objetivo llevar a la humanidad y la creación en general a su comunión con la vida misma de Dios” (véase Juan 21).[3] Esta máxima expresión de comunidad (koinonia) y amor se trasmite a todo el mundo no ya como dogmas o normas éticas, sino como una comunión de amor. Esta pneumatología da lugar a un testimonio cristiano que promueve sin cesar el poder salvífico de Dios por medio de Jesucristo, afirmando, al mismo tiempo, la participación dinámica de Dios mediante el Espíritu Santo en todo el mundo creado.
La misión centrada en la creación
20. El Espíritu Santo es el Espíritu de sabiduría (Isaías 11:3; Efesios 1:17) y nos guía a toda verdad (Juan 16:13). El Espíritu inspira las culturas y la creatividad humana, por lo que conocer, respetar y cooperar con las sabidurías que promueven la vida en cada cultura y contexto forma parte de nuestra misión. Lamentamos que la actividad de misión vinculada a la colonización haya denigrado con frecuencia las culturas y no haya reconocido la sabiduría de la población local. Al atacar y al contribuir a la destrucción de las culturas locales, esa actividad misionera ha llevado muerte en lugar de vida. La sabiduría y la cultura locales que afirman la vida son un don del Espíritu de Dios. Hemos escuchado los testimonios de pueblos cuyas tradiciones han sido vilipendiadas y objeto de burlas por teólogos y científicos, y, sin embargo, su sabiduría nos ofrece una orientación esencial y, a veces, nueva, que puede volver a conectarnos con la vida del Espíritu en la creación, que nos ayuda a examinar los senderos en los que Dios se pone de manifiesto en la creación.
21. La misión de Dios comienza en el acto de la creación, por lo que la creación está en el centro de la misión de Dios. La vida de la creación y la vida de Dios están entrelazadas y la misión de Dios nos incluye a todos en un acto de gracia. La misión incluye toda la creación. Estamos llamados a ir más allá del enfoque estricto centrado en el ser humano y a redescubrir formas de misión que expresen nuestras relaciones reconciliadas con toda vida creada.  Escuchamos los clamores de la tierra al oír los lamentos de los pobres y sabemos que desde sus comienzos la tierra ha clamado a Dios por las injusticias de la humanidad (Génesis 4:10).
22. La misión, el ministerio del Espíritu de Dios, procura la redención de la creación, y no únicamente de la humanidad (Romanos 8:19-22). No debe separarse la misión del contexto de la creación, en el que tiene lugar, y cuya trasformación desea Dios. Nos regocijamos de que la misión centrada en la creación sea ya un movimiento positivo en nuestras iglesias en forma de campañas por la justicia ecológica y por estilos de vida más sustentables, y respondiendo mediante espiritualidades que son respetuosas con la tierra. Sin embargo, nuestra misión ha dejado de ver muchas veces la creación como parte integrante de la missio Dei, olvidando que toda la creación forma parte de la unidad reconciliada a la que todos estamos llamados (2 Corintios 5:18-19). El amor de Dios no proclama una salvación inminente de la tierra, pero nos ofrece nuestra sanación y la de la tierra mediante la participación en la vida del Espíritu. No creemos que la tierra debe dejarse de lado y solo salvar las almas; tanto la tierra como nuestros cuerpos tienen que ser transformados por la gracia del Espíritu. Así como testifican la visión de Isaías y la revelación de Juan, Dios hará nuevos cielos y nueva tierra (Isaías 11:1-9; 25:6-10; 66:22; Apocalipsis 21:1-4).
23. Así pues, nuestras perspectivas de misión, espiritualidad y creación requieren una reorientación. Nuestra participación en la misión, el hecho de ser partes de la creación, y nuestra práctica de la vida del Espíritu tienen que entrelazarse entre sí porque son recíprocamente transformadores. No debemos buscar uno sin los otros. Si lo hacemos, correremos muchos riesgos. Entre otros un activismo vacío y una misión que no esté arraigada en la comunión en espiral ascendente de la Trinidad. Caeremos en una espiritualidad individualista que nos llevaría a creer equivocadamente que pertenecemos a Dios sin pertenecer a nuestro prójimo. Caeremos en una espiritualidad que nos hace sentir bien mientras el resto de la creación sufre y anhela. Si lo hacemos, viviremos sin la esperanza de una creación transformada.   
24. Necesitamos una nueva conversión (metanoia) en nuestra misión, que nos invite a ser humildes en la misión de Dios. Generalmente entendemos y practicamos la misión como algo que hace la humanidad por otros. Sin embargo, estamos invitados también a preguntarnos en qué forma las especies de la creación más amplia actúan como copartícipes en la misión de Dios. Ciertamente podemos ver las muy diversas formas en que la creación está en misión para con la humanidad, por ejemplo el mundo natural tiene poder para curar el corazón y el cuerpo humanos. La literatura sapiencial afirma la alabanza de la creación a su Creador (Salmo 19:1-4; 66:1; 96:11-13; 98:4; 100:1; 150:6); y la alegría y el asombro del Creador ante la creación son una de las fuentes de nuestra espiritualidad (Job 38–39).
25. Queremos afirmar nuestra relación espiritual con la creación, aunque sea una realidad que contaminamos y explotamos la tierra. La codicia humana contribuye al calentamiento global y a otras formas del cambio climático. El consumismo es el motor no ya del crecimiento sin límites sino de la explotación sin fin de los recursos de la tierra. Si esta tendencia continúa y la tierra queda dañada mortalmente, ¿cuál puede ser la salvación? La humanidad no puede salvarse sola mientras perece el resto del mundo creado. La ecojusticia no puede separarse de la salvación, y la salvación no puede ser posible sin una nueva actitud de humildad que respete las necesidades de la vida en su sentido amplio con la cual compartimos la creación.
Dones espirituales y discernimiento
26. El Espíritu Santo ofrece dones de manera gratuita e imparcial (1 Corintios 12:8-10; Romanos 12:6-8; Efesios 4:11) que es necesario compartir para la edificación de los otros (1 Corintios 12:7; 14:26) y la reconciliación de toda la creación (Romanos 8:19-23). Uno de los dones del Espíritu es el discernimiento de los espíritus (1 Corintios 12:10).
27. Los primeros cristianos, como muchas iglesias actualmente, vivieron la experiencia de un mundo de muchos espíritus. El Nuevo Testamento da testimonio de diversos espíritus, en particular de espíritus malignos, de “espíritus servidores” (por ejemplo, los ángeles, Hebreos 1:14), de “principados” y de “potestades” (Efesios 6:12), de la bestia (Apocalipsis 13:1-7) y de otros poderes – buenos y malos. El apóstol Pablo también da testimonio de un combate espiritual (Efesios 6:10-18; 2 Corintios 10:4-6) y se nos dice que debemos resistir al diablo (Santiago 4:7; 1 Pedro 5:8). La iglesia está llamada a discernir la obra del Espíritu vivificador enviado al mundo, y a colaborar con el poder del Espíritu en la consecución del reino de justicia de Dios (Hechos 1:6-8).
28. La necesidad de discernimiento nos recuerda asimismo que, en nuestra vida spiritual, a veces nos vemos privados del Espíritu Santo. No podemos predecir ni exigir la presencia del Espíritu, sino vivir con la esperanza constante y escatológica de que la libertad del Espíritu se manifiesta y actúa en la misión. La iglesia, en tanto comunidad que discierne en común, debe estar abierta a las diversas voces dentro de la comunidad y fuera de ella. “La propia iglesia necesita la renovación continua del Espíritu para poder discernir la mente de Cristo así como para admitir la división y el pecado que hay en su seno (Juan 16:8-11)”.[4]
29. Aunque nuestro encuentro con el Dios Trino y Uno sea, al comienzo, interior e individual, se nos exhorta asimismo a ir hacia fuera en la tarea misionera. Los símbolos tradicionales y tratamientos que se da al Espíritu (tales como: fuego, luz, rocío, fuente, unción, curación, tierno, calor, consuelo, consolación, fuerza, descanso, lavar, resplandor) muestran que el Espíritu conoce nuestras vidas y todos los aspectos de relación, vida y creación que preocupan a la misión. El Espíritu nos conduce a participar en diversos momentos y situaciones, en encuentros con otras personas, a penetrar en los espacios de encuentro y en lugares decisivos donde tienen lugar luchas humanas.
30. No cabe que afirmemos que el Espíritu está con nosotros: corresponde a otros reconocerlo en la vida que llevamos. El apóstol Pablo lo expresa cuando estimula a la iglesia a dar los frutos del Espíritu que son: “amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza” (Gálatas 5:23). Cuando vivimos concretamente esos frutos, esperamos que otros vean el amor y el poder más profundos del Espíritu a la obra.
31. En el Espíritu, podemos afirmar lo que es verdad, y discernir lo que es falso y malo. Discernimos el Espíritu de Dios cada vez que se afirma la vida en su plenitud y en todas sus dimensiones, en particular la liberación de los oprimidos, la sanación y la reconciliación de las comunidades quebrantadas y la restauración de la creación. También discernimos los espíritus malignos cuando prevalecen las fuerzas de muerte y de destrucción de la vida.  
Espiritualidad transformadora 
32. La espiritualidad de la misión es siempre transformadora. El Espíritu de Dios tiene el poder de inducir y sustentar el movimiento que va de situaciones de muerte a la nueva vida en Cristo. María, la madre de Jesucristo dio testimonio de que “el Poderoso exaltó a los humildes y a los oprimidos”. Y, al mismo tiempo, Dios “esparció a los soberbios y quitó de los tronos a los poderosos” (Lucas 1:46-55). En el contexto del imperialismo mundial – especialmente en la forma del poder hegemónico de la globalización económica – esta espiritualidad de anonadamiento es un reto tanto para las víctimas como para los autores de la violencia sistémica y la injusticia. En su combate para reconciliar a judíos y gentiles y otras facciones, el apóstol Pablo declaró que “el poder de Dios se perfecciona en la debilidad” (2 Corintios 12:9; 1 Corintios 2:3-5) y el Tesoro que tenemos está “en vasos de barro, para que la excelencia del poder sea de Dios y no de nosotros” (2 Corintios 4:7). La misión de la iglesia es dar poder a quienes no lo tienen y obligar a los poderosos a renunciar a su poder y privilegios en nombre de los que han sido privados de sus derechos.
33. Jesús nos dijo: “No podéis servir a Dios y a las riquezas (Mammon)” (Mateo 6:24). La política de crecimiento ilimitado mediante la dominación del libre mercado mundial es una ideología que afirma que no hay alternativas, y exige un sin fin de sacrificios a los pobres y a la naturaleza. “Promete la falacia de salvar el mundo mediante la creación de riqueza y prosperidad, se atribuye la soberanía sobre la vida y exige una lealtad total que equivale a idolatría”.[5]  Se trata de un sistema global dominado por la codicia y el dinero que protege el crecimiento ilimitado de la riqueza de los ricos y poderosos mediante una explotación sin límites. Esta torre de codicia está amenazando la casa de Dios. El reino de Dios está en directa oposición con el imperio de la codicia y el dinero. 
34. La espiritualidad de la misión resiste y trata de transformar todos los valores y sistemas que destruyen la vida. “Nuestra confianza en Dios y en el don de la vida concedido gratuitamente por Dios nos obliga a enfrentarnos con supuestos idolátricos, sistemas injustos y las políticas de dominación y explotación en el actual orden económico mundial. La economía y la justicia económica son siempre cuestiones de fe ya que afectan a la esencia misma del designo de Dios en la creación”.[6] La espiritualidad de la misión nos permite restablecer el vínculo con los otros. El concepto africano de Ubunthu, “Soy porque somos, y somos porque soy”, y el concepto coreano de Sansaeng, “vida juntos”, son pujantes ejemplos de la visión cósmica de la misión de Dios. La espiritualidad de la misión es la fe en que Dios transformará el mundo en su totalidad gracias a nuestra participación en la misión de Dios que promueve la vida. Y nos motiva a estar al servicio de la economía de vida de Dios y no de la riqueza (Mammon), a compartir la vida en la mesa de Dios en lugar de satisfacer la codicia personal, a procurar el cambio en pro de un mundo mejor en lugar de mantener el statu quo en nuestro propio interés egoísta.
35. La transformación puede entenderse a la luz del misterio pascual: “Si somos muertos con él, también viviremos con él; si sufrimos, también reinaremos con él” (2 Timoteo 2:11-12). La iglesia está llamada a llevar la cruz de Jesucristo sufriendo con los que sufren. En situaciones de opresión, discriminación o sufrimiento, la cruz de Cristo es el poder de Dios para salvación. (1  Corintios 1:18). El ministerio del Espíritu Santo es despojarse a sí mismo y cargar la cruz a fin de que el poder salvífico de Dios sea manifiesto.  
36. A la luz de la cruz, estamos llamados a arrepentirnos del abuso de nuestro poder y de la utilización de una forma equivocada de poder en la misión y en la iglesia. Además, “preocupados por las asimetrías y los desequilibrios de poder que nos dividen y perturban en la iglesia y en el mundo, estamos llamados al arrepentimiento, a la reflexión crítica sobre los sistemas de poder, y al uso responsable de las estructuras de poder. Estamos llamados a encontrar formas prácticas de vivir como miembros de un mismo Cuerpo, con plena conciencia de que Dios resiste a los soberbios, Cristo acoge y fortalece a los pobres y afligidos, y el poder del Espíritu Santo se manifiesta en nuestra vulnerabilidad”. [7]
37. El testimonio cristiano auténtico no es solo lo que hacemos en la misión sino cómo vivimos concretamente nuestra misión. Más que simples estrategias de misión, necesitamos promover la espiritualidad de la misión. La espiritualidad da un sentido más profundo a nuestras vidas y estimula, motiva y da dinamismo a lo largo de la vida. Es energía para una vida en su plenitud y exige el compromiso de resistir a todas las fuerzas, los poderes y sistemas que niegan, destruyen y menoscaban la vida. Nos revela un sentido más profundo de Dios quien cuida de toda vida. La misión es la práctica de afirmar y cuidar la vida, y la espiritualidad es el don sagrado del Creador, que hace posible la misión.
38. Nuestra participación en la missio Dei es el fruto del Espíritu Santo. La iglesia en misión sólo puede recibir el apoyo de espiritualidades profundamente arraigadas en la comunión de amor de la Trinidad. La presencia transformadora del espíritu nos lleva a encarnar de nuevo la misión de Cristo en comunión con el Creador y la creación. Sabemos que existen “fuerzas espirituales” que están actuando y que son portadoras de destrucción y alienación, y están regidas por la codicia y el miedo, y que su fruto es la muerte. Es necesario que las confrontemos allí donde estén actuando y se hayan apropiado de nuestras economías, de nuestras políticas y hasta de nuestras iglesias.
39. La experiencia de la vida en el Espíritu es un anticipo de la vida en su plenitud. Estamos llamados a dar testimonio de un movimiento que promueve la vida, que restablece la esperanza y la luz, que recrea lo que ha sido destruido o dañado, que celebra todo lo que el Espíritu continúa creando, dándonos la mano para atravesar los ríos de desesperación y angustia (Salmo 23, Isaías 43:1-5). La misión suscita en nosotros una conciencia renovada de que el Espíritu Santo viene a nuestro encuentro y nos interpela a todos los niveles de la vida, aportando lo nuevo y el cambio a los lugares y los tiempos de nuestro peregrinar individual y colectivo.
SAL DE LA TIERRA: LA MISIÓN DESDE LOS MÁRGENES
40. El designio de dios para el mundo no es crear otro mundo sino recrear lo que Dios ya ha creado en amor y sabiduría operando su transformación. La misión de Dios no es solo redimir el mundo del mal sino también restaurarlo y transformarlo. Así pues, Jesús dijo: “Vosotros sois la sal de la tierra, la luz y la levadura del mundo” e hizo un llamamiento a quienes fueron a escucharlo a que cambien y sean el fermento del cambio, dando testimonio del poder transformador de Dios en sus vidas y acciones (Mateo 5:13; 14; 13:33). Jesús comienza su misión de transformación optando por los que están en los márgenes de la sociedad, no ya a partir de una caridad paternalista sino atendiendo a su ansia de justicia y de vida con dignidad. Así pues, la misión es y debe ser un proceso que lleva al cambio no solo en el interior de las personas sino también a los niveles más amplios en los que la vida se ve expuesta a la celebración y el abuso. 
41. Las antiguas concepciones de la misión cristiana han sido inadecuadas en la medida en que no lograron reconocer que la misión se deriva del entendimiento de Dios como Aquél que optó por quienes se ven empujados sistemáticamente hacia los márgenes de la sociedad. Dios actúa constantemente en su nombre para curar y restaurar el mundo quebrantado. La misión a partir de los márgenes afirma e imagina la misión como una vocación que Dios desea para un mundo en el que la plenitud de vida sea posible para todos, y en el que Dios esté siempre manos a la obra. Jesús aporta justicia a los oprimidos y da pan a los que tienen hambre; libera a los cautivos y restaura la vista a los ciegos (Lucas 4:18); apoya y protege a los oprimidos, los extranjeros, los huérfanos y las viudas.[8]
42. “Dios nos llama a escuchar el clamor de los pobres y el gemido de toda la creación y a ser seguidores en la misión pública de Jesucristo que vino para que todos tengan vida y la tengan en abundancia (Juan 10:10)”. [9] La misión a partir de los márgenes es un llamamiento auténtico de Jesucristo que atañe y engloba a quienes están marginados en su sociedad, con objeto de impugnar y transformar todo lo que niega la vida a muchos, incluidas las culturas y las estructuras que generan y mantienen la pobreza masiva, la discriminación y la deshumanización, y explotan y destruyen a las personas y la tierra. Las iglesias no pueden reivindicar la autenticidad de sus esfuerzos misioneros mientras no se tengan en cuenta esos anhelos.
¿Por qué los márgenes y la marginación?
43. La misión desde los márgenes busca contrarrestar las injusticias en la vida y las expresiones de la misión. Desea ser un movimiento de misión contracultural que se opone a los enfoques y las actividades misioneros que contribuyen a la opresión, la marginación y la negación de la dignidad de quienes están en los márgenes de la sociedad. Reconoce que, actualmente, para muchos, estar en el centro significa la afirmación y el respeto de sus derechos, su libertad y su individualidad, mientras que, vivir en los márgenes, significa para muchos estar excluidos de una vida con dignidad e integridad y del acceso a una vida plena y a la justicia, o sea, entre otras cosas, a los sistemas de los que se benefician quienes están en el centro. Sin embargo, vivir en los márgenes puede ofrecer enseñanzas. Quienes están marginados de lo que se considera la “norma” están en una posición excepcional que les permite ver lo que está fuera de la vista de quienes viven en el centro. Las posiciones de marginalidad proporcionan importantes perspectivas acerca de cómo transformar las injusticias y las prácticas que son contrarias a la vida en la vida de quienes viven en los márgenes y de quienes ocupan situaciones de privilegio. 
44. Debido a que el contexto de los destinatarios y los agentes de la misión influye en su alcance y su naturaleza, la misión debe entenderse como contextual, haciendo referencia de esta manera al lugar social de todas las personas que participan en la labor misionera. Es imperativo hacer frente a la realidad del contexto que ha determinado y continua determinando o impidiendo las experiencias de plenitud de vida de las gentes. Las reflexiones misiológicas tienen que tener en cuenta las diferencias de perspectivas así como las consiguientes orientaciones en materia de valores que definen las perspectivas de la misión.
45. Las expresiones dominantes de la misión, tanto en el pasado como actualmente, han estado dirigidas generalmente a quienes viven en los márgenes de la sociedad. Y los han considerado, en general, como destinatarios y no como agentes activos de la actividad misionera. La misión que se expresa de esa forma ha sido con demasiada frecuencia cómplice de sistemas de opresión que niegan la vida. Generalmente, la actividad misionera ha optado por los privilegios del centro y se ha mostrado en buena medida incapaz de impugnar los sistemas políticos, culturales, sociales, y económicos que han marginado algunas poblaciones. Históricamente, la misión desde el centro ha estado motivada por una actitud paternalista y un complejo de superioridad, que equiparaba el cristianismo con la civilización occidental o estaba subsumido en esa civilización, y ha tenido como resultado consecuencias negativas, en particular, la denegación de la identidad de pleno derecho de las víctimas de esa marginación.  
46. Una importante preocupación común de quienes viven en los márgenes es la incapacidad de nuestras sociedades, culturas, civilizaciones, naciones e incluso de nuestras iglesias de honrar la dignidad y el valor de todas las personas. Esto ocurre a pesar de la afirmación bíblica de que los seres humanos son creados a imagen y semejanza de Dios, y de la obra redentora de Jesucristo que no hizo distinción entre las personas, relacionándose con todos: puros e impuros. La injusticia está en la raíz de las desigualdades que dan lugar a la marginación, la opresión, el racismo y el sexismo. El deseo de justicia de Dios está inextricablemente vinculado a su naturaleza y soberanía. “Porque el Señor, vuestro Dios, es Dios de dioses y Señor de señores (…) que hace justicia al huérfano y a la viuda, que ama también al extranjero y le da pan y vestido” (Deuteronomio 10:17-18). Así pues, toda actividad misionera debe salvaguardar el valor sagrado de cada ser humano y de la creación (véase Isaías 58).
47. La misión desde los márgenes de la sociedad se basa en la convicción de que Dios es la fuente de la misión. Dios envió a su Hijo y al Espíritu Santo para cumplir el proceso de creación, de redención y de sustento de toda la creación. En esta perspectiva, el Dios Trino y Uno se entiende mejor como el Dios que está presente y activo en medio de quienes están en los márgenes, como el Dios que se reveló en Cristo crucificado y resucitado, que lleva las marcas de la opresión sistémica en su propia carne. Como participantes en la misión de Dios, debemos elaborar estrategias de concienciación en relación con los problemas de las poblaciones privadas de sus derechos y la índole sistémica y estructural de la marginación.
48. Todos los que están marginados saben lo que afirma la vida y lo que la niega; lo que ayuda a las comunidades y lo que las afecta. Ellos y nosotros aportamos y encarnamos el conocimiento real del sufrimiento que conllevan las prácticas de exclusión, así como la capacidad de desenmascarar las fuerzas que actúan contra la voluntad de Dios en el mundo.  Todos aportan dones que están infrautilizados debido a la falta de autonomía y derechos, y a la denegación del acceso a las oportunidades y/o a la justicia. Mediante sus luchas en la vida y en favor de la vida, los marginados afirman lo que Dios quiere en el mundo y son, al mismo tiempo, depositarios de esperanza, de resistencia colectiva y de perseverancia, así como agentes de lo que se necesita para permanecer fieles al reino que Dios nos ha prometido.
La misión como lucha y resistencia
49. La afirmación de la missio Dei entraña la creencia en Dios como Aquél que actúa en la historia y en la creación, en las realidades concretas de la época y los distintos contextos, que desea la plenitud de vida para toda la tierra mediante la justica, la paz y la reconciliación. Así pues, la participación en la obra de liberación y reconciliación de Dios por el Espíritu Santo incluye discernir y desenmascarar los demonios que explotan y esclavizan, así como confrontar y transformar las culturas y las fuentes de opresión, violencia, abuso y destrucción. La misión incluye la desconstrucción de las ideologías patriarcales; significa dar un nombre al demonio de las castas, impugnando su arraigo social y propugnando la liberación de sus víctimas; y entraña, además, el reconocimiento del derecho a la libre determinación de los pueblos indígenas, a la libertad de expresión cultural, a una espiritualidad centrada en la creación, y a la restitución de las pérdidas que han sufrido por el pecado del imperialismo.  
50. La esperanza que nos anima está arraigada en el cumplimiento prometido del reino de Dios. Entraña la restauración de relaciones justas entre Dios y la humanidad y toda la creación. Aunque esta visión se refiere a una realidad escatológica, dinamiza y fundamenta nuestra participación actual en la obra salvífica de Dios en este penúltimo período.
51. Afirmamos que la gobernanza del mundo de Dios no imita de manera alguna la forma de liderazgo que existe en las esferas sociopolíticas, sino que sigue la manera de Jesús, que no vino para ser servido sino para servir (Marcos 10:45); que destrona a los poderosos y exalta a los humildes (Lucas 1:46-55); y cuyo amor se caracteriza por la mutualidad, la reciprocidad y la interdependencia. La participación en la misión de Dios requiere el compromiso de resistir y luchar contra los poderes que impiden la plenitud de vida que Dios quiere para todos los seres humanos; y la voluntad de trabajar con otros en movimientos e iniciativas comprometidos con las causas de la justicia, la dignidad y la vida, aunque no pertenezcan a la comunidad cristiana.
La misión como curación e integridad
52. Otra dimensión de la misión que tiene como objetivo el reino de Dios es la promoción de la curación y la integridad de toda vida. La curación no fue únicamente una característica central del ministerio de Jesús, sino también de su llamamiento a sus discípulos para que continúen su obra (Mateo 10:1). Curar es también uno de los dones del Espíritu Santo (1 Corintios 12:9; Hechos 3). La vida que aporta el Espíritu da poder a la iglesia para asumir su misión de promover la vida, que incluye todos los aspectos de la curación holística como la oración, el cuidado pastoral, la medicina profesional, la denuncia profética de las causas del sufrimiento, y la continuación de la investigación científica. 
53. La salud es más que el bienestar físico y mental, y la curación no es ante todo médica. Este entendimiento de la salud es coherente con la tradición bíblico-teológica de la iglesia, que considera el ser humano como una unidad pluridimensional, y el cuerpo, el alma y el espíritu como interrelacionados e interdependientes. Así pues, afirma las dimensiones social, política y ecológica de la persona y de su integridad. El Espíritu actualiza la solidaridad de Cristo con los que sufren y da testimonio del poder de la gracia de Dios.
54. La salud, en el sentido de salud integral es una condición relacionada con la promesa de Dios para el final de los tiempos, así como una posibilidad real en el presente.[10] La salud integral no es un equilibrio estático de armonía sino más bien entraña la vida en comunidad con Dios, las personas y la creación. El individualismo y la injusticia son barreras que impiden la edificación de la comunidad, y, por lo tanto, la salud integral. Toda discriminación basada en condiciones médicas o en la discapacidad – incluidos el VIH y el SIDA – es contraria a las enseñanzas de Jesucristo. Sin embargo, cuando se tiene la experiencia de salud integral, cuando se incluyen todas las partes de nuestra vida individual y colectiva que habían sido dejadas de lado, y cuando las personas relegadas o marginadas se unen en amor, podemos discernir signos del reino de Dios en la tierra.  
55. Las sociedades han tenido tendencia a considerar la discapacidad y la enfermedad como una manifestación del pecado o un problema médico aún no resuelto. En el modelo médico se ha insistido en la corrección o el tratamiento de lo que se considera como una “deficiencia” de la persona. Sin embargo, muchas personas marginadas no se consideran a sí mismas como “deficientes” o “enfermos”. La Biblia da cuenta de muchas situaciones en las que Jesús curó a personas que tenían diversas dolencias pero, y es igualmente importante, también restituía a las personas a su debido lugar en el tejido de la comunidad. Curar tiene que ver más con el restablecimiento de la integridad que con la corrección de algo que se percibe como defectuoso. Para restablecer la integridad, es necesario restituir las partes que estaban alienadas. Si se desea promover la concepción bíblica, es necesario dejar de lado la insistencia en el tratamiento. La misión debe fomentar la plena participación de la gente con discapacidades y enfermedades en la vida de la iglesia y la sociedad.
56. La sanación es por el bien de toda la comunidad y de todo el mundo. Cada mujer, cada hombre, cada niño y cada niña tienen derecho al mayor nivel posible de salud física y mental sin discriminación alguna. Sin embargo, a pesar de que la salud sea un derecho, la mayoría de las personas de nuestro mundo no tienen acceso a ese derecho. La misión médica cristiana tiene como objetivo garantizar la salud para todos los seres humanos, en el sentido de todas las personas en el mundo puedan tener acceso a una atención de salud de calidad. Las iglesias y las organizaciones misioneras pueden contribuir a ese objetivo de muchas formas, como puede ser mediante la creación de puestos de trabajo relacionados con la salud, de dispensarios y de hospitales de misión y prever ayuda financiera al respecto, así como la formación de grupos que visiten a los enfermos de una congregación, y la organización de servicios de orientación sociopsicológica, de grupos de acompañamiento a los enfermos y de programas de salud
57. Las iglesias pueden participar y participan de muchas formas en la salud y la sanación en un sentido amplio. Como parte del proceso de curación puede mencionarse el culto, la eucaristía, la oración con y para los enfermos, la confesión y el perdón, la imposición de las manos, la unción con aceite, así como el recurso a los dones espirituales carismáticos (1 Corintios 12). Sin embargo, debemos tener en cuenta que las formas inadecuadas de culto cristiano, en particular los servicios de sanación triunfalistas en los que el líder es glorificado a expensas de Dios, y en los que se suscitan falsas expectativas, pueden ser muy perjudiciales para las personas. Esto no significa negar la intervención milagrosa de sanación de Dios en algunos casos. La iglesia, como comunidad de sanación, no es una comunidad que no tenga problemas y sufrimiento, sino un grupo de seres humanos imperfectos. Se compone de personas que se esfuerzan juntas por vivir con compasión, amor y esperanza a pesar de sus múltiples defectos. Por el hecho de ser una comunidad de personas imperfectas, y ser parte de una creación que gime de dolor y de anhelo de liberación, la comunidad cristiana puede ser un signo de esperanza, y una expresión del reino de Dios aquí en la tierra (Romanos 8:22-24).
La misión como búsqueda de la justicia y la inclusión
58. El sentido de inclusión es una de las características esenciales del cristianismo desde sus comienzos. Nuestro bautismo en Cristo significa que las barreras culturales que promueven la exclusión y la división han sido abolidas (Gálatas 3:27-28). El Evangelio condena la xenofobia, el racismo, el clasismo, el castismo, el sexismo, la discriminación a causa de una discapacidad o de la edad o por cualesquiera otros motivos tales como la religión, la orientación sexual, el idioma, la discapacidad, la incapacidad o una condición médica como ser VIH positivo. En la perspectiva del reino de Dios, el objetivo de la misión es la inclusión en lugar de la exclusión. La inclusión fomenta relaciones justas en la comunidad de la humanidad y en la creación, mediante el reconocimiento de las personas y la creación, y el respeto y el apoyo mutuos del valor sagrado de cada uno. Asimismo, facilita la participación plena de cada persona en la vida de la comunidad.  
59. Siempre que cuidamos de los pequeños, los perdidos y los abandonados vemos destellos de la presencia del reino de Dios en medio de nosotros. Siempre que practicamos una hospitalidad radical para con los dejados de lado de nuestra sociedad, demostramos nuestro compromiso de encarnar los valores del reino de Dios. Siempre que denunciamos el egocentrismo como forma de vida, estamos abriendo un espacio para que el reino de Dios pueda permear nuestra existencia. Siempre que renunciamos a la violencia en sus manifestaciones física, psicológica y espiritual, tanto en nuestras interacciones personales como en los sistemas económicos, políticos y sociales, vemos destellos del reino de Dios que obra en el mundo.  
60. Esta concepción de la misión suscita ciertas expectativas en relación con la iglesia. La iglesia es un organismo incluyente en el que se afirma la participación activa de toda persona, incluidas las personas marginadas, para garantizar que todo el pueblo de Dios participe plenamente en su misión. La iglesia es al mismo tiempo agente del Evangelio y el lugar en el que se encarna el Evangelio. La iglesia está llamada a manifestar el plan santo de Dios para el mundo que afirma la vida y se reveló en Jesucristo. La iglesia está llamada a rechazar los valores y las prácticas que llevan a la destrucción de la comunidad. Los cristianos están llamados a reconocer la índole pecaminosa de todas las formas de discriminación y a transformar las estructuras injustas. La iglesia tiene que rechazar albergar en sus filas las fuerzas de la opresión, actuando por el contrario como una comunidad contracultural. El mandato bíblico a la comunidad del pacto en uno y otro testamentos se caracteriza por el precepto “pero entre vosotros no será así” (Mateo 20:26, VRV).
61. Esta autenticidad ética de la vida interior de la comunidad llamada iglesia es una expresión importante de su misión, un testimonio vivo para los marginados. La vida cristiana está arraigada en la conversión (metanoia). La iglesia está en el mundo pero no es del mundo. Ser del mundo es aceptar los valores del mundo que se oponen a Dios, y vivir en el estado humano de pecado. Por el contrario, la iglesia está llamada a arrepentirse por su silencio y complicidad con las estructuras de opresión, y es impulsada a ir más allá del reconocimiento de sus pecados pasados hacia la restitución, la justicia y la reconciliación. Esta actitud aportará sanación y transformación a los responsables así como a las víctimas de la opresión.
AGUA DE VIDA: DECIR LA VERDAD EN AMOR
62. “Sus hojas nunca caerán ni faltará su fruto. A su tiempo madurará, porque sus aguas salen del santuario. Su fruto será para alimento y su hoja para medicina” (Ezequiel 47:12). Con esa imagen del agua que sale del templo, el profeta Ezequiel expresa lo que Dios espera de su amada comunidad que saca de él su fuerza y su sustento. Sin embargo, vivimos actualmente en un mundo dominado por la afirmación exacerbada de identidades y creencias religiosas que parecen quebrantar y brutalizar en nombre de Dios en lugar de curar y sustentar a las comunidades. En un contexto tal ¿cómo podemos volver a imaginar la evangelización, la proclamación de la buena nueva de Dios en Jesucristo, en formas que protejan y sustenten la vida, en la forma que Dios entiende para toda la creación de Dios? Debemos asumir la responsabilidad de explorar la forma de ser canales y no obstáculos, a fin de que la buena nueva fluya como el agua que cura, restaura y refresca.
El llamamiento a evangelizar
63. Los cristianos creen que la obra de Dios en Jesucristo es la buena nueva de salvación para todos. El testimonio (martyria) adopta una forma concreta en la evangelización que es la comunicación de todo el Evangelio a toda la humanidad en todo el mundo. Su objetivo es la salvación del mundo y la gloria del Dios Trino y Uno. La evangelización es la actividad misionera que hace explícita y sin equívocos la centralidad de la encarnación, el sufrimiento y la resurrección de Jesucristo sin establecer límites a la gracia redentora de Dios. Tiene como  objeto dar a conocer esa buena nueva a todas las personas que aún no la han escuchado invitándolos a una experiencia de vida en Cristo. 
64.  Si no excluye las diferentes dimensiones de la misión, “la evangelización” consiste esencialmente en una sistematización explícita e intencional del Evangelio, en particular, “la invitación a la conversión personal a una nueva vida en Cristo y a ser sus discípulos”.[11]
65. Mientras que el Espíritu Santo llama a algunos a que sean evangelistas (Efesios 4:11), nosotros estamos llamados a dar cuenta de la esperanza que está en nosotros (1 Pedro 3:15). No sólo las personas sino asimismo la iglesia en su conjunto estamos llamados a evangelizar (Marcos 16:15; 1 Pedro 2:9). Cuando la iglesia deja de evangelizar – de comunicar la buena nueva de palabra y obra, pierde su principal razón de ser en el mundo. 
66.  “La evangelización es algo que fluye de los corazones que están llenos del amor de Dios para quienes aún no lo conocen”.[12] En Pentecostés, los discípulos no pudieron dejar de proclamar las obras poderosas de Dios (Hechos 2:4; 4:20). Se habían encontrado con el Cristo resucitado y estuvieron llenos del Espíritu Santo, percibiendo, así, que las palabras de Jesús “y me seréis testigos” (Hechos 1:8) no eran una orden que debían obedecer sino el cumplimiento de una promesa.
67. Evangelización no es proselitismo. El Espíritu Santo optó por obrar en colaboración con las personas que predican y viven la buena nueva (véanse Romanos 10:14-15; 2 Corintios 4:2-6), pero sólo el Espíritu de Dios crea la nueva vida y permite el nuevo nacimiento (Juan 3:5-8; 1 Tesalonicenses 1:4-6). Por un lado, la evangelización no es únicamente la obra de Dios, sino también la nuestra. Por otro lado, no tenemos que engañarnos pensando que puede justificarse intensificar y mejorar nuestra actividad humana o ejercer una presión más fuerte sobre aquellos a quienes nos dirigimos. Reconocemos que a veces la evangelización ha sido distorsionada y ha perdido su credibilidad porque algunos cristianos han forzado “conversiones” mediante medios violentos o abusando del poder. Sin embargo, debemos reconocer que, en algunos contextos, las acusaciones de conversiones forzadas están motivadas por el deseo de grupos dominantes de impedir que los marginados expresen sus identidades manteniéndolos en condiciones deshumanizantes. 
68. Evangelizar es compartir nuestra fe y convicciones con otras personas, invitándolas a ser discípulos de Cristo, aunque se adhieran a otras tradiciones religiosas. Ese compartir debe tener lugar en un entorno de confianza y humildad, y debe ser una expresión del amor que profesamos a nuestro mundo. Si afirmamos que amamos a Dios y que amamos a nuestros prójimos pero no les comunicamos la buena nueva con un sentido de urgencia y de firmeza, nos engañamos a nosotros mismos respecto de la integridad de nuestro amor tanto para con Dios como para nuestro prójimo. No hay mayor presente que podamos ofrecer a nuestros prójimos que compartir con ellos el amor, la gracia y la misericordia de Dios en Cristo e iniciarlos a ese amor.   
69. La evangelización conduce al arrepentimiento, la fe y el bautismo. Escuchar la verdad en medio del pecado y el mal exige una respuesta – positiva o negativa (Juan 4:28-29; véase Marcos 10:22). Propicia la conversión que entraña un cambio de actitudes, prioridades y objetivos. Da lugar a la salvación de quienes están perdidos, la curación de los enfermos y la liberación de los oprimidos y de toda la creación
La evangelización auténtica
70. Por ser portador de un mensaje de gracia, amor y juicio, en relación con la persona y la obra de Jesucristo, el Evangelio debe proclamarse, en toda circunstancia, en amor, verdad y compasión. En este sentido, la evangelización es una actividad espiritual que promueve la vida.
71. Evangelizar es comunicar la buena nueva de palabra y obra. Evangelizar mediante la proclamación verbal o la predicación del Evangelio (kerygma) es una acción profundamente bíblica. Jesús fue un orador de gran talento como también lo fueron los apóstoles Pedro y Pablo. Durante 2000 años, se han contado una y otra vez la historia de Jesús y la buena nueva de la gracia redentora de Dios, y se las ha interpretado y traducido a la mayoría de los idiomas de todas las partes del mundo. Sin embargo, si no demostramos lo que decimos con nuestros actos, nuestra evangelización carece de autenticidad. La combinación de declaración verbal y de acción visible da testimonio de la revelación de Dios en Jesucristo y de sus designios.
72. Así pues, los cristianos están llamados a seguir la manera como Cristo proclamó la buena nueva. Afirmamos que Jesús es “la Palabra de Dios” (Juan 1:1, 14; Hebreos 1:1-4) que “habitó entre nosotros, lleno de gracia y de verdad” (Juan1:14). Estamos llamados a dar testimonio de ese amor de Dios por el mundo. Lamentablemente, muchos métodos y prácticas de evangelización han traicionado en lugar de encarnar el Evangelio. De ahí que la evangelización comience con el arrepentimiento por haber sido causa de mal, por no haber sido practicada con humildad y amor para las personas que escuchan la buena nueva, y por manipular el Evangelio para fines políticos o para obtener beneficios económicos. Los cristianos están llamados a amar a su prójimo como a sí mismos (Mateo 22:34-40; Juan 14:15). Imitar a Jesús entraña afirmar la dignidad y los derechos de los otros. Los cristianos están llamados a realizar actos de servicio y a servir a los otros al igual que hizo Cristo (véanse Marcos 10:45; Mateo 25:45), sin explotarlos ni proponerles cualesquiera ventajas, respetando plenamente la dignidad de las personas.[13
73. La evangelización auténtica está arraigada en la humildad y el respeto de todos, y prospera en el contexto del diálogo. Promueve el mensaje del Evangelio, de curación y reconciliación, de palabra y obra. “No hay evangelización sin solidaridad, ni hay solidaridad cristiana que no implique comunicar el mensaje del reino que ha de venir”.[14] Así pues, la evangelización sirve de inspiración a la edificación de las relaciones interpersonales y comunitarias.  
74. La evangelización es una invitación a vivir la experiencia de salvación de Dios en Jesucristo. Es dar testimonio de la obra de reconciliación, restauración y curación de Dios en la historia. La iglesia, como comunidad de creyentes, aporta ese mensaje de sanación a un mundo quebrantado que anhela la curación y la restauración. La evangelización auténtica se hace eco del llamamiento bíblico por la justicia y la equidad en la sociedad y por el amor para toda la humanidad y la creación. Hace frente a los poderosos y a las estructuras políticas y económicas así como a quienes se ven privados de poder y están marginados.
75. Cualesquiera que sean las formas en que se practique, la evangelización auténtica debe inspirarse en valores que afirman la vida, lo cual entraña:  
1)        Rechazar toda forma de violencia, discriminación y represión, sea psicológica sea social, por cualesquiera autoridades religiosas o laicas, en particular el abuso de poder.
2)        Afirmar la libertad de religión o sea la libertad de practicar y profesar la propia religión sin temor a las represalias ni a la intimidación. Afirmar además el respeto mutuo y la solidaridad que promueven la justicia, la paz y el bien común de todos.
3)        Respetar a todas las personas y culturas humanas, discerniendo al mismo tiempo los elementos de nuestras propias culturas, como es el caso del patriarcalismo, el racismo, el castismo, etc., que deben ser impugnados por el Evangelio.
4)        Renunciar al falso testimonio y escuchar con objeto de comprender en el respeto mutuo.
5)        Velar por la libertad de discernimiento de las personas y las comunidades en el proceso de tomar de decisiones.
6)        Construir relaciones con creyentes de otras religiones o con personas que no profesan religión alguna para facilitar un mayor entendimiento mutuo así como la reconciliación y la cooperación por el bien común.[15]
Evangelización, diálogo interreligioso y presencia cristiana
76. En nuestra peregrinación misionera, encontramos personas pertenecientes a muchas religiones, ideologías y convicciones diferentes y entablamos diálogo con ellas. El diálogo es una forma de afirmar nuestra vida común y nuestros objetivos que promueven la vida y la integridad de la creación. El diálogo solo es posible cuando lo entablamos con la esperanza de encontrarnos con Dios quien nos ha precedido y se ha relacionado con las personas en los respectivos contextos de cultura y convicciones. Dios está allí antes que nosotros (Hechos 17) y nuestra tarea no es llevar con nosotros a Dios sino dar testimonio del Dios que ya está allí. El diálogo permite un encuentro honesto en el que cada parte aporta a la mesa todo lo que es, de una manera franca, paciente y respetuosa. 
77. La evangelización y el diálogo son diferentes pero están interrelacionados. Aunque los cristianos esperan que todas las personas puedan llegar a un conocimiento vivo  del Dios Trino y Uno, y oran por ello, la evangelización no es el objetivo del diálogo. Sin embargo, habida cuenta de que el diálogo es asimismo “un encuentro de compromisos”, compartir la buena nueva de Jesucristo tiene su lugar legítimo en el mismo. Por otra parte, la evangelización auténtica tiene lugar en el contexto del diálogo de vida y de acción, y en el “espíritu de diálogo”: “una actitud de respeto y amistad”.[16] La evangelización no solo entraña el compartir nuestras profundas convicciones, sino también escuchar a los otros, así como dejarse interpelar y ser enriquecidos por ellos (Hechos 10). Sin una actitud de entrega a las otras personas en tanto seres humanos, sin amor, la evangelización pasa a ser simple cháchara o ruido. Si no reconocemos la presencia del prójimo, la evangelización no tiene sentido (1  Corintios 13:1).
78. Afirmamos en especial la importancia del diálogo entre creyentes de diferentes religiones. Es importante no solo en contextos de pluralidad religiosa sino también allí donde hay una religión mayoritaria. Es necesario proteger los derechos de los grupos minoritarios así como la libertad religiosa y dar la posibilidad a todas las personas de contribuir al bien común de todos en la comunidad. Es necesario defender la libertad de culto porque se deriva de la propia dignidad de la persona humana, que se arraiga en el hecho de que todos los seres humanos han sido creados a imagen y semejanza de Dios (Génesis 1:26). Los seguidores de Cualesquiera que sean las religiones y las creencias que profesen sus seguidores tienen los mismos derechos y responsabilidades.[17]
79. La evangelización está estrechamente relacionada con la unidad: el amor recíproco es una demostración del Evangelio que anunciamos (Juan 13:34-35) mientras que la desunión es un obstáculo para el Evangelio (1 Corintios 1). Es en este espíritu cuando el diálogo está al servicio de la causa del Evangelio promoviendo actitudes y relaciones basadas en el respeto, la confianza y amplios objetivos comunes.   
80. En todas las situaciones, los cristianos están llamados a ser “la luz del mundo y la sal de la tierra” (Mateo 5:13-16) practicando el amor y la justicia, y representando a Cristo. A veces, el silencio es una forma pujante de testimonio como reconocen muchas personas que han adoptado la vida monástica. El testimonio cristiano lo es tanto por nuestra presencia como por nuestras palabras. En situaciones en las que el testimonio público de la fe no es posible sin arriesgar la propia vida, vivir simplemente el Evangelio puede ser una poderosa alternativa. 
Evangelización, profecía y proclamación
81. Vivimos en un mundo muy influido por el individualismo, el secularismo y el materialismo así como por otras ideologías que impugnan los valores del reino de Dios. Aunque el Evangelio sea en última instancia una buena nueva para toda persona, es una mala noticia para las fuerzas que promueven la mentira, la injusticia y la opresión. En ese sentido, la evangelización es también una vocación profética que implica decir la verdad a los poderosos en la esperanza y en el amor (Hechos 26:25; Colosenses 1:5; Efesios 4:15). El Evangelio es liberador y transformador, y su anuncio debe dar lugar a la transformación de las culturas con miras a crear comunidades justas e incluyentes.                                          
82. Mostrar su oposición al mal y la injusticia y ser proféticos puede acarrear a veces enfrentarse con la represión y la violencia, y tener como consecuencia el sufrimiento, la persecución e incluso la muerte. La evangelización auténtica implica ser vulnerable, seguir el ejemplo de Cristo llevando la cruz y despojándose a sí mismo (Filipenses 2: 5-11). Del mismo modo que la sangre de los mártires, en la época de la persecución romana, fue la simiente de la iglesia, en nuestros días, la búsqueda de la justicia y la equidad constituyen un pujante testimonio de Cristo. Jesús vinculó esa negación de sí mismo al llamamiento a seguirle y a la salvación eterna (Marcos 8:34-38).
83. El Evangelio puede parecer ambiguo en relación con la secularismo. Bajo la influencia de la religión judeocristiana, muchas formas de evangelización encontraron su expresión separando lo espiritual de lo secular, las realidades existenciales de la vida. Sin embargo, como afirma el testimonio bíblico, “Al Señor tu Dios adorarás y sólo a él servirás” (Mateo 4:10), la predicación de la buena nueva hoy debe denunciar los ídolos del poder, de la riqueza, del consumismo y de otras fuerzas que niegan la vida. La proclamación del Evangelio debe impugnar el secularismo cuando niega o rechaza la importancia fundamental de la vida y las espiritualidades de la gente recurriendo a las herramientas analíticas y los métodos de algunas ciencias empíricas.
Evangelización y culturas
84. El contexto contemporáneo de la evangelización se caracteriza por la multiplicidad de culturas que interactúan y se yuxtaponen y, a veces, entran en conflicto unas con otras. El Evangelio se arraiga en diferentes contextos mediante el compromiso con la específica realidad cultural, política y religiosa. Para lograr una mejor recepción del Evangelio, es necesario el respeto de las personas así como de los mundos culturales y simbólicos en los que viven. Por lo tanto, es necesario la inculturación o “la encarnación que asume la Palabra en una determinada comunidad o cultura (…) Su fuente e inspiración se encuentran en el misterio de la encarnación”.[18] Dondequiera que se exprese el Evangelio – Este, Oeste, Norte o Sur – es la historia de las relaciones de Dios con un pueblo particular y con la creación, en un determinado contexto, y que llega a nosotros en la persona histórica de Jesucristo.
85. Debido a la conexión entre la evangelización y los poderes coloniales en la historia de la misión se ha llegado a considerar que las formas occidentales de cristianismo son las normas según las cuales debe juzgarse la adhesión de otros al Evangelio. La evangelización, tal como la practican quienes poseen el poder económico o la hegemonía cultural, corre el riesgo de provocar la distorsión del Evangelio. Por consiguiente, es necesario que la evangelización se apoye en la coparticipación de los pobres, los desheredados y las minorías, y se plasme utilizando sus recursos y visiones teológicos.
86. A veces, algunas personas que anuncian el Evangelio pueden caer en la tentación de querer controlar los resultados de su obra de evangelización. Esto puede comprobarse en las tentativas que hacen de “convertir” a otras personas por medios coercitivos con objeto de extender la influencia de sus iglesias, y, por consiguiente, sus bases de poder, o en su renuencia a evangelizar a algunas personas, especialmente a aquellas que pertenecen a contextos étnicos diferentes, o a los pobres y los marginados, por temor a la amenaza que esa opción podría representar para las estructuras de poder vigentes y el statu quo en su congregación.
87. Jesús nos llama a abandonar nuestras estrictas preocupaciones sobre nuestro propio reino, nuestra propia liberación y nuestra propia independencia (Hechos 1:6) poniendo de manifiesto una visión más amplia, y otorgándonos poder, por el Espíritu Santo, para ir hasta “los confines de la tierra” como testigos de la justicia, la libertad y la paz de Dios en cada contexto de tiempo y espacio. La obra de evangelización que se nos ha encomendado consiste en orientar todo hacia Jesús, en lugar de hacia nosotros o hacia nuestras instituciones, velando por los intereses de los otros en lugar de preocuparnos por nuestro propio interés (véase Filipenses 2:3-4).
88. La observancia de la uniformidad desacredita la singularidad de cada persona creada a imagen y semejanza de Dios. Mientras que Babel fue una tentativa de imponer la uniformidad, la predicación de los discípulos, el día de Pentecostés, tuvo como resultado una unidad en la que las particularidades y las identidades de la comunidad no se perdieron, sino que se respetaron: escucharon la buena nueva en sus propios idiomas.
VIENTOS DE CAMBIO: LA IGLESIA EN MARCHA
89. Vivimos y avanzamos en el amor del Dios Trino y Uno que comunica la vida divina dinámica en tanto Padre, Hijo y Espíritu Santo. “Dios es amor” (Deus caritas est, 1 Juan 4:8). La misión es una respuesta al apremiante amor de Dios que se manifiesta en la creación y la redención. “El amor de Dios exhorta” (Caritas Christi urget nos). Esta comunión (koinonia) abre nuestro corazón y nuestra vida a nuestros hermanos y hermanas en el mismo movimiento del compartir el amor de Dios (2 Corintios 5:18-21). Viviendo en ese amor de Dios, la iglesia está llamada a ser la primera comunidad que vive concretamente ese amor y, a cambio, tiene la misión de ser la buena nueva para todos. La iglesia está llamada a ofrecer a toda la creación y la humanidad la plenitud de vida en la reconciliación, la justicia, y la paz, como último objetivo de su existencia, de su propia naturaleza. El desbordante amor compartido por Dios es la fuente de toda misión y evangelización.
90. El amor de Dios, manifestado en la acción del Espíritu Santo, es un don que sirve de inspiración a toda la humanidad “en todo tiempo y en todo lugar”[19] y a todas las culturas y situaciones. La poderosa presencia del Espíritu Santo, revelada en Jesucristo, el Señor crucificado y resucitado, nos introduce en la plenitud de vida que es el don de Dios a cada uno de nosotros, y el Espíritu Santo nos precede dando testimonio de la misma. Todo esto es anterior a las actividades de la misión de la iglesia. Jesucristo sopló el Espíritu Santo en sus discípulos y luego los envió al mundo para que fuesen sus testigos (Juan 20: 19- 23). Por Cristo y en el Espíritu Santo, Dios habita en la iglesia, revelando sus designios para el mundo, y dando poder y capacidad a sus miembros para participar en la realización de esos designios. Cuando la iglesia discierne y recibe su orientación y energía de esa fuente, es el viento de cambio que promueve nueva vida y nuevas posibilidades para que la creación pueda prosperar.
Contextos cambiantes del cristianismo mundial
91. En algunos aspectos importantes, el panorama del cristianismo mundial en el que la iglesia está comprometida actualmente en la misión, es sorprendentemente diferente del que existía hace un siglo. Por ejemplo, la demografía mundial del cristianismo ha cambiado considerablemente. En la Conferencia Misionera Mundial de Edimburgo en 1910, se manifestó un optimismo generalizado: la civilización cristiana occidental había recibido el mandato y contaba con los medios para comunicar el mensaje cristiano a la mayoría de la humanidad en un período de tiempo previsible. Por un lado, en un sentido, las expectativas de los participantes en la conferencia resultaron ser correctas: el cristianismo ha llegado a ser una religión mundial, y la mayoría de los cristianos vive o tiene sus orígenes en el Sur o en el Este del mundo. Por otro lado, en las “naciones cristianas”, como se las solía llamar antes, se ha asistido a una disminución importante del número de miembros y necesitan actualmente volver a ser evangelizadas.[20]
92. La migración, como movimiento de poblaciones, sea forzoso sea por opción, en búsqueda de mejores medios de vida, es un fenómeno mundial. Sin embargo, el aumento del conservadurismo de derechas, sumado a actitudes xenófobas y un racismo persistente, han contribuido al desarrollo de una retórica que demoniza a los migrantes. Las mujeres, los niños y los trabajadores indocumentados son los migrantes más vulnerables en todos los contextos. La migración también afecta al panorama del cristianismo. Existen actualmente muchas poblaciones cristianas migrantes que intentan asentarse en otras sociedades. Esta situación interpela tanto a la comunidad cristiana de acogida como a comunidad cristiana de emigrantes. La comunidad de emigrantes puede encontrar su lugar en una iglesia local, o crear nuevas redes y nuevas congregaciones: iglesias “migrantes” y “pluriculturales”. La comunidad existente tiene que relacionarse con los migrantes y los inmigrantes, y descubrir formas apropiadas para un ministerio intercultural. Los dones y desafíos de estas nuevas iglesias exigen que se vuelva a imaginar la misión, la evangelización y la forma de ser iglesia, reflexionando sobre las formas de cooperación –así como la clase de relaciones y estructuras eclesiales interculturales – que convienen en esas situaciones.
93. Otro fenómeno que merece nuestra atención en el marco de la misión es la irrupción de pujantes formas de cristianismo pentecostales y carismáticas. El crecimiento exponencial de los movimientos pentecostales, así como de los grupos carismáticos dentro de las iglesias tradicionales establecidas, manifiestan un fuerte fervor misionero. Consiguientemente, esos grupos y movimientos pueden prosperar en los lugares donde las iglesias tradicionales del Norte y del Oeste pierden dinamismo. Con frecuencia tienen la capacidad de llegar a las comunidades de pobres, y su actividad misionera suele dar lugar a masivos movimientos de base. Algunos movimientos pentecostales del Sur están invirtiendo la orientación tradicional de la misión, asumiendo la evangelización del Norte al mismo tiempo que evangelizan el Sur. Sin embargo, las actividades de evangelización pueden causar tensiones entre las iglesias, sobre todo cuando una iglesia crece a expensas de otra. Estas nuevas forman del cristianismo mundial han llevado a un crecimiento sin precedentes del número de denominaciones cristianas. Esta diversidad del cristianismo mundial es un desafío importante a la hora de participar en la misión en el día de hoy.
94. Las actividades que llevan a cabo individuos, congregaciones y organizaciones en nombre de la misión cristiana están diversificándose constantemente, y cada vez con mayor frecuencia  son independientes del trabajo misionero patrocinado por las iglesias. Aunque buena parte de esas actividades son una expresión de iniciativa y creatividad en la misión, surgen dificultades cuando esa actividad “paraeclesiástica”, es muy individualista y no tiene la obligación de rendir cuentas a una comunidad cristiana más amplia o una iglesia. Entre los nuevos tipos de actividades misioneras cabe mencionar los “envíos en misión” de corta duración que pueden contribuir a la creación de alianzas entre iglesias de diferentes partes del mundo, aunque, en algunos casos, imponen una carga intolerable sobre las iglesias locales pobres, o hacen caso omiso de las iglesias existentes. El desafío consiste en encontrar formas de ejercer los dones espirituales que edifican la iglesia en todo lugar (1 Corintios 12-14).
95. Los vientos de cambio en el mundo de hoy exhortan a la iglesia a ser un viento que sopla en aras de un mundo mejor, bajo la orientación del Espíritu Santo. Esa manera de volver a imaginar la iglesia sólo es posible cuando la iglesia se encarna nuevamente en la vida del mundo, especialmente en los contextos en los que las personas claman por la gracia redentora de Dios para que la vida sea posible con libertad y dignidad para todos. La cuestión del poder es un problema clave para la iglesia. Las voces y los programas de las iglesias del Sur, las que no pertenecen a las corrientes principales o las que se constituyen en los márgenes, aún no han sido plenamente reconocidas en el marco de las estructuras de la misión internacional y de la cooperación ecuménica.
Misión en humildad y en respeto
96. Como discípulos enviados por Cristo a anunciar sus buenas nuevas, tenemos que seguir sus pasos acogiendo a toda la humanidad y la creación en un servicio humilde, en la solidaridad, el amor y la compasión, y dando testimonio de las buenas nuevas de la participación en la gloria de Dios. Creemos en Cristo, que "se despojó a sí mismo" (Filipenses 2:7) en la encarnación, asumiendo las consecuencias de sufrir la muerte en la cruz, y en el Señor resucitado de los muertos. Jesús llegó a ser nuestro Cristo, no ya mediante el poder o el dinero, sino mediante el vaciamiento (kenosis) y la muerte en la cruz. Este entendimiento humilde de la misión, no solo determina nuestros métodos, sino que es la verdadera naturaleza y esencia de nuestra fe en Cristo. La iglesia está al servicio de la misión de Dios, y no es el amo. La iglesia misionera glorifica a Dios en el amor que se despoja de sí mismo.
97. El testimonio cristiano, por medio de su mensaje portador de vida que anuncia la resurrección, es una invitación a entrar en comunión (koinonia) con Dios y con toda la creación en actitud de servicio, de comunidad y de proclamación. Al hacerlo, somos partícipes en la obra redentora de Dios para la humanidad. En la iglesia, Dios es glorificado en el culto y en la liturgia, en la vida espiritual y sacramental, en la acción social, en la solidaridad con toda la humanidad y con el mundo creado, y en la proclamación de las buenas nuevas. Esto hace que la liturgia sea la fuente y el punto de partida de la misión de la iglesia. La iglesia obtiene su fuerza en su encuentro con el Dios vivo en el culto y la oración. Por lo tanto, la liturgia cristiana no es solo un trampolín para la misión, sino también una sorprendente manifestación del reino de Dios, y una ofrenda y acción de gracias para todo el mundo.
98. Algunos movimientos misioneros han sucumbido a la tentación del triunfalismo. La misión en el siglo XXI tiene que abandonar las imágenes de "vencedores" y "conquistadores" sustituyéndolas por el testimonio común en humildad. El testimonio auténtico presupone un espíritu misionero respetuoso de los otros y de todo lo que les pertenece. Es incompatible con la táctica de expansión que tiene como objetivo ante todo el crecimiento numérico de los cristianos en todo el mundo, así como con las actitudes competitivas.
99. “La incitación a cristianos que se consideran miembros de una iglesia a que cambien de denominación utilizando medios que contradicen el espíritu de amor cristiano, infringe la libertad de la persona humana y menoscaba la confianza en el testimonio cristiano de la iglesia”,[21] no teniendo nada que ver con la genuina conversión a Cristo. Es importante que los cristianos se adhieran y actúen siguiendo el imperativo de la libertad religiosa, que es una piedra angular de nuestra humanidad. Cristo, por su vida y resurrección, liberó toda la creación de toda servidumbre, incluida la esclavitud última que pesa sobre la humanidad, que es la muerte.
100.             Vivimos en el entorno altamente competitivo del libre mercado que refuerza el crecimiento ilimitado, así como las actitudes de rivalidad y de imponerse a los otros. Esto ha influido también en la concepción de la misión de muchas iglesias y movimientos paraeclesiásticos. Siguiendo esa concepción, muchos piensan que deben reclutar a nuevos "clientes", al mismo tiempo que retienen a los que ya tenían. Esto ha tenido como resultado considerar el éxito de la misión sobre la base de la cantidad de convertidos y de nuevas iglesias, en lugar de que sea sobre la base de la transformación que haya tenido lugar en las personas y en su contexto.
Dios hace avanzar a la iglesia en la misión
101.             La misión de Dios (missio Dei) es la fuente y la base de la iglesia. La misión es la efusión desbordante del amor infinito del Dios Trino y Uno, que creó el mundo a partir de la nada, y luego procedió a crear a los seres humanos a su imagen y semejanza, haciéndonos así partícipes de su amor inefable.[22] Después el Padre envió a su Hijo a cumplir el plan de la obra salvífica de Dios. Envió el Espíritu Santo en Pentecostés para iluminar a los apóstoles y darles poder para cumplir su ministerio misionero. La comunión activa de la Santa Trinidad es la fuente de la unidad de la iglesia. El objetivo de la misión de Dios es invitar a todos los seres humanos a tener la vivencia de la comunión con Dios y unos con otros, de conformidad con la unidad interior del Dios Uno en tres personas (Juan 17:21).[23]
102.             Una teología fundamentada en la participación de la iglesia en la misión de Dios no puede dejar de poner de relieve que la iglesia nació en el contexto de la misión de Jesucristo. En consecuencia, desde una perspectiva misiológica, la iglesia en la historia no siempre existió, sino que, teológica y empíricamente, nació para la misión. No es posible separar la iglesia de la misión por razones que tienen que ver con su origen o su objetivo. Cumplir el designio misionero de Dios es el objetivo de la iglesia. La relación entre la iglesia y la misión es muy íntima porque el mismo Espíritu de Cristo que da poder a la iglesia en misión, es asimismo la vida de la iglesia. Al mismo tiempo, así como envió la iglesia al mundo, Jesús sopló el Espíritu Santo en la iglesia (Juan 20:19-23). Por ello, la iglesia existe por la misión, del mismo modo que el fuego existe porque quema. Si no practica la misión, deja de ser la iglesia.
103.             Comenzar con la misión de Dios da lugar a un enfoque eclesiológico "desde abajo". Ese enfoque promueve un entendimiento inductivo y contextual, de la teología de la iglesia, fomentando una nueva visión del fenómeno eclesial y del contexto cambiante del cristianismo mundial. Según este enfoque no es la iglesia la que tiene una misión, sino más bien la misión que tiene una iglesia. La misión no es un proyecto de iglesias en expansión, sino de la iglesia que encarna la salvación de Dios en este mundo. De esto resulta una concepción dinámica de la apostolicidad de la iglesia: la apostolicidad no es sólo preservar la fe de la iglesia a lo largo de los tiempos, sino también participar en el apostolado. Así pues, las iglesias tienen que ser ante todo iglesias misioneras.
104.             Tanto desde un punto de vista práctico como teológico, esto significa que la iglesia y la misión tienen que estar unidas. La integración del Congreso Misionero Internacional y del Consejo Mundial de Iglesias en 1961 fue un paso muy importante en esa dirección. Esta histórica experiencia nos anima a creer que la misión y la iglesia pueden estar unidas. Sin embargo, este objetivo aún no se ha logrado completamente. Tenemos que seguir avanzando por ese camino, en este siglo, promoviendo nuevas iniciativas para que la iglesia llegue a ser verdaderamente misionera.
105.             La naturaleza misionera de la iglesia también significa que debe haber una manera que permita a las iglesias y las estructuras paraeclesiásticas estar más estrechamente relacionadas. Por un lado, en el desempeño de la misión, las estructuras paraeclesiásticas están amarradas inevitablemente desde el punto de vista eclesial, lo que constituye un vínculo que ya existe entre las iglesias y las organizaciones misioneras. Además, las iglesias pueden ejercer una influencia positiva en las estructuras paraeclesiásticas, por el hecho de facilitar su trabajo y ofrecer una posibilidad de rendir cuentas. Por otro lado, las estructuras paraeclesiásticas contribuyen a que las iglesias no olviden su carácter apostólico dinámico. La integración del Consejo Misionero Internacional y del Consejo Mundial de Iglesias aportó una nueva cultura a la hora de abordar la cuestión de la unidad de la iglesia y la misión; mientras que las conversaciones sobre la unidad se han interesado sobre todo en problemas estructurales, los organismos misioneros lo hacen prestando atención sobre todo a la flexibilidad y a la subsidiariedad en la misión.
106.             Hoy en día, las iglesias se dan cuenta de que, en diversos aspectos, aún no son encarnaciones adecuadas de la misión de Dios. Hay situaciones en las que aún prevalece una especie de separación entre la misión y la iglesia. La ausencia de una unidad real y plena en la misión sigue siendo algo negativo para la autenticidad y la credibilidad del cumplimiento de la misión de Dios en este mundo. Nuestro Señor oró “para que todos sean uno (...) para que el mundo crea" (Juan 17:21). Así es como la misión y la unidad están entrelazadas. Por consiguiente, existe la necesidad de dirigir nuestras reflexiones sobre la iglesia y la unidad hacia una concepción más amplia de la unidad: la unidad con los pobres y los necesitados, incluso la unidad cósmica de toda la creación de Dios.
Testimonio en común en la diversidad
107.             La misión es una respuesta de amor al llamamiento del Dios Trino y Uno a una peregrinación en la fe y la esperanza por un nuevo mundo de justicia, paz y vida para todos. Por lo tanto, la misión auténtica hace que el "otro" sea un copartícipe, y no un "objeto" de la misión. Considera a todas las personas a quienes se ofrece el testimonio cristiano como colaboradores en la misión de Dios, que ayudan al Espíritu Santo en la consecución de su obra en favor de un nuevo orden mundial, una nueva economía mundial basada en la verdad bíblica según la cual "del Señor es la tierra y cuanto en ella hay" (Salmo 24.1), y se preocupan por la plenitud de vida. Aunque son muchas expresiones del testimonio cristiano que anuncian el poder redentor de Dios en Jesucristo, esto no debe hacernos olvidar la participación dinámica del Espíritu de Dios en toda la creación.
108.             Vivir concretamente nuestra fe en comunidad es una manera importante de participar en la  misión. No es posible ser cristiano sin formar parte de la comunidad cristina, sea organizada o informal. “no dejando de congregarnos, como algunos tienen por costumbre, sino exhortándonos" (Hebreos 10:25). La iglesia es una comunidad inclusiva, que acoge a toda persona. De palabra y obra y en su propio ser, la iglesia anticipa y da testimonio de la visión del reino venidero de Dios. La iglesia es la reunión de los fieles y su envío en paz.
109.             Así como el mundo en general, y la humanidad en particular, son bendecidos con una gran variedad de dones diversos y complementarios, que se manifiestan en una multiplicidad de contextos culturales e históricos, el designio de Dios es que ese colorido y variedad no den lugar a separación y hostilidad, sino a  interdependencia y armonía.
110.             En su diversidad, las comunidades cristianas están llamadas a definir y poner en práctica maneras de expresar el testimonio en común en un espíritu de colaboración y cooperación, en particular mediante formas respetuosas y responsables de evangelización. Por testimonio común se entiende “el testimonio que las iglesias dan unidas - aún cuando estén separadas -, especialmente mediante esfuerzos comunes, manifestando los dones divinos de verdad y vida que ya comparten y experimentan en común”.[24]
111.             La hospitalidad, junto con la humildad, hace posible la misión. En la historia de la misión, se hacía caso omiso de la hospitalidad de los indígenas que aceptaron el Evangelio anunciado por misioneros extranjeros, mientras que se atribuía a los misioneros extranjeros los méritos del éxito de la misión. Tenemos que aprender a practicar esa hospitalidad en el día de hoy, en particular, a practicar el testimonio común en contextos plurirreligiosos y pluriculturales.
112.             Como comunidades de fe, creemos que la iglesia está llamada a reformular la retórica de migración y a hacer frente a las causas de los desplazamientos de población. Es necesario alentar y apoyar a las iglesias y las comunidades que acogen a los migrantes. Esto requiere un nuevo paradigma para la misión y el ecumenismo que tome en serio la necesidad de practicar la inclusión y la colaboración. Se nos ha dicho: “No os olvidéis de la hospitalidad, porque por ella algunos, sin saberlo, hospedaron ángeles” (Hebreos 13.2). Es imperativo que las iglesias y los organismos misioneros creen espacios para las comunidades de migrantes, que deben ser consideradas como copartícipes en pie de igualdad en su vida, sus programas y sus ministerios.[25] Las iglesias están llamadas a ser una para servir la  misión de Dios más allá de las fronteras étnicas y culturales. Deben crear un ministerio y una misión pluriculturales como una expresión concreta del testimonio común en la diversidad.
113.             En el marco de la CMME, las iglesias y los organismos misioneros tienen una estructura que les permite buscar formas de expresar y fortalecer la unidad en la misión. La CMME es la heredera directa de las iniciativas tomadas en Edimburgo, en 1910, con objeto de facilitar la búsqueda de la unidad en la misión. En tanto parte integrante del CMI, la CMME ha podido conocer nuevas concepciones de la misión y de la unidad que propugnan las iglesias ortodoxas, anglicanas, protestantes, evangélicas, pentecostales e indígenas de todo el mundo. El contexto del CMI también ha facilitado relaciones de trabajo más estrechas con la Iglesia Católica Romana.fUna colaboración cada vez más intensa con evangélicos libres, especialmente con el Movimiento de Lausana para la Evangelización Mundial, y la Alianza Evangélica Mundial, que también fueron partes interesadas en el proyecto del centenario “Edimburgo 2010”, ha contribuido considerablemente al enriquecimiento de la reflexión teológica ecuménica sobre la misión en unidad. Si bien nuestros enfoques respecto de la misión en unidad tienen diferentes orientaciones, hay una superposición de los miembros, dado que la CMME también incluye a Evangélicos. Juntos compartimos una preocupación común por la evangelización y porque la iglesia dé testimonio del Evangelio pleno en todo el mundo.[26]
114.             El Espíritu Santo, el Espíritu de unidad, une a las personas y también a la iglesia para celebrar la unidad en la diversidad, tanto de un modo proactivo como constructivo. El Espíritu ayuda a transformar el problema planteado por las diferencias en una razón para celebrar la diversidad. El Espíritu ofrece tanto el contexto dinámico y los recursos necesarios para que las personas examinen sus diferencias en un contexto seguro, positivo y enriquecedor con objeto de crecer como comunidad inclusiva y responsable.
115.             La historia de la iglesia está marcada por divisiones y exclusiones que a menudo han menoscabado su condición de cuerpo de Cristo. Por medio de Cristo en el Espíritu Santo, Dios habita en la iglesia, dando poder y energía a sus miembros. De este modo, la misión es para los cristianos un impulso interior (1 Corintios 9:16), incluso una prueba y un criterio de la vida auténtica en Cristo, arraigada en las profundas exigencias del amor de Cristo, que insta a invitar a otros a participar en la vida en abundancia que Jesús vino a darnos. En consecuencia, participar en la misión de Dios, debe ser natural para todos los cristianos y  todas las iglesias, no sólo para individuos o grupos especializados.[27] Nos llena de regocijo, y, al mismo tiempo, nos hace sentir la necesidad de arrepentimiento al darnos cuenta de nuestros defectos y enfrentarnos con los problemas del día de hoy.
Dios da poder a la iglesia en la misión
116.             Lo que hace que sea creíble el mensaje cristiano del abundante amor de Dios a la humanidad y a toda la creación, cuando tiene lugar el encuentro de fieles de diferentes religiones, es su capacidad de hablar con una sola voz, en la medida de lo posible, y dar un testimonio común así como la razón de la esperanza que está en ellos (1 Pedro 3:15). Cuando los cristianos ponen por obra lo que proclaman y viven en unidad entre sí, entre sus diferentes comunidades y tradiciones, son un signo para el mundo y un ejemplo para los fieles de otras religiones (Juan 13:35). Al mismo tiempo, el compromiso con la libertad religiosa constituye la clave que establece la credibilidad de las acciones ecuménicas y las relaciones con otras religiones.
117.             En su respuesta a la oración de Cristo de que todos sean uno, las iglesias han formulado una importante serie de declaraciones comunes, algunas de las cuales han dado lugar a iglesias unidas o en vías de unión, así como a diálogos que buscan restaurar la unidad de todos los cristianos en un único organismo vivo de curación y reconciliación. Por el hecho de que restauran las relaciones justas con Dios, la curación y la reconciliación son la fuente de la curación y reconciliación consigo mismo, con las personas de nuestra misma religión y con las de otras religiones, y con toda la creación. Un redescubrimiento de la obra del Espíritu Santo en la curación y la reconciliación, que está en el centro de la teología de la misión en el día de hoy, tiene importantes consecuencias ecuménicas.
118.             Al mismo tiempo que se reconoce la necesidad de alcanzar la unidad estructural “visible” entre las iglesias y de redoblar los esfuerzos para lograrla, debe decirse que la unidad no ha de buscarse solamente a nivel de las estructuras de organización. Desde la perspectiva de la misión, lo que es importante es discernir lo que ayuda a la causa de la misión de Dios. En otras palabras, la unidad en la misión es la base de la unidad estructural de las iglesias. Las tentativas para alcanzar la unidad no deben ir en detrimento del llamamiento bíblico a buscar la justicia, lo que, a veces, significa desbaratar las falsas unidades, que silencian y oprimen. La unidad genuina es posible cuando la inclusión y el respeto del otro son las normas que la orientan.
119.             La iglesia, en tanto comunidad de creyentes, aporta el mensaje de sanación a un mundo quebrantado que anhela que la esperanza venza la desesperanza. Para ofrecer la sanación de Dios a otros, la iglesia necesita, en primer lugar, recibir de Dios el poder y la gracia de curación. La credibilidad del ministerio de sanación y de reconciliación de la iglesia se arraiga en una demostración de la resurrección de la vida, o sea, su integridad y unidad restauradas.
FIESTA DE LA VIDA: AFIRMACIONES FINALES
120.             Estamos al servicio del Dios Trino y Uno, que nos confió la misión de proclamar las buenas nuevas a toda la humanidad y a toda la creación, especialmente a las personas oprimidas y a las que sufren, y que anhelan la plenitud de vida. La misión -como testimonio común de Cristo- es una invitación a “sentarnos a la mesa en el reino de Dios” (Lucas 14:15). La misión de la iglesia consiste en preparar el banquete e invitar a todos los seres humanos, especialmente a “los pobres, los mancos, los cojos y los ciegos” (Lucas 14:21) a festejar la vida. Esta fiesta es una celebración de la creación, y de la fecundidad que rezume del amor de Dios, fuente de la vida en abundancia. Es un signo de la liberación y la reconciliación de toda la creación, que es el objetivo de la misión.
121.             Afirmamos que el objetivo de la misión de Dios es la vida en abundancia (Juan 10:10) y éste es el criterio de discernimiento en la misión. Por lo tanto, estamos llamados a discernir el Espíritu de Dios allí donde haya vida en toda su plenitud, en particular en forma de liberación de los oprimidos, así como de sanación y de reconciliación de comunidades fracturadas y de restauración de toda la creación. Se nos insta a valorar los espíritus que, en las diferentes culturas, afirman la vida, y a ser solidarios con quienes participan en la misión de afirmar y preservar la vida. Además, debemos discernir y confrontar los espíritus malignos, dondequiera estén actuando las fuerzas de muerte y de negación de la vida.
122.             Afirmamos que la misión comienza con un acto creador de Dios y que continúa en constante recreación por el poder vivificante del Espíritu Santo. El Espíritu Santo, derramado en lenguas de fuego en Pentecostés, llena nuestros corazones y nos hace la iglesia de Cristo. El Espíritu que estaba en Cristo nos inspira para que adoptemos una forma de vida que nos lleve a despojarnos de nosotros mismos y a llevar la cruz, y acompaña al pueblo de Dios que se esfuerza por dar testimonio del amor de Dios de palabra y obra. El Espíritu de verdad nos conduce a toda verdad y nos da los medios para decir la verdad en amor, haciendo frente a los poderes demoníacos. En tanto comunidad redimida, compartimos con otros las aguas de vida, y esperamos que el Espíritu Santo cure, reconcilie y renueve toda la creación.
123.             Afirmamos que la espiritualidad es la fuente de energía para la misión y que la misión en el Espíritu es transformadora. Así pues, deseamos reorientar nuestra perspectiva entre misión, espiritualidad y creación. La espiritualidad de la misión que fluye del culto y la liturgia restablece las relaciones unos con otros y con toda la creación. Entendemos que nuestra participación en la misión, nuestra existencia en la creación, así como nuestra práctica de vida en el Espíritu están entrelazadas entre sí porque son mutuamente transformadoras. La misión que comienza con la creación nos invita a celebrar la vida en todas sus dimensiones como don de Dios.
124.             Afirmamos que la misión del Espíritu de Dios es renovar toda la creación. “Del Señor es la tierra y cuanto hay en ella” (Salmo 24:1). El Dios de la vida protege, ama y cuida la naturaleza. La humanidad no es dueña de la tierra, pero es responsable de velar por la integridad de la creación. Debe ponerse fin a la codicia excesiva y al consumo ilimitado que son causa de la destrucción continua de la naturaleza. El amor de Dios no proclama que la salvación humana esté separada de la renovación de toda la creación. Estamos llamados a participar en la misión de Dios más allá de nuestros objetivos centrados en el ser humano. La misión de Dios se dirige a toda vida y debemos no solo reconocerlo sino estar a su servicio en nuevas formas de misión. Oramos por arrepentimiento y perdón, e instamos a actuar sin demora. La creación está en el centro de la misión.
125.             Afirmamos que hoy existen nuevos movimientos misioneros en el Sur y en el Este del mundo, que son multidireccionales y polifacéticos. El cambio del centro de gravedad del cristianismo hacia el Sur y el Este del mundo nos interpela para que examinemos las expresiones misioneras enraizadas en esos contextos, culturas y espiritualidades. Necesitamos promover una mayor reciprocidad y colaboración, afirmando la interdependencia en la misión y en el movimiento ecuménico. Nuestra práctica misionera debe manifestar solidaridad con la gente que sufre y armonía con la naturaleza. La evangelización –que es dar a conocer la persona y la obra de Jesucristo así como los valores del reino de Dios- se lleva a cabo con una actitud humilde de despojamiento de sí, en el respeto a los otros y en diálogo con las personas de culturas y religiones diferentes. En ese contexto, la evangelización también entraña impugnar las estructuras y las culturas de opresión y deshumanizantes que contradicen los valores del reino de Dios.
126.             Afirmamos que las personas marginadas son agentes de misión y ejercen una función profética que pone de relieve que la plenitud de vida es para toda persona.  Quienes están marginados de la sociedad son los principales copartícipes en la misión de Dios. Las personas marginadas, oprimidas y que sufren tienen el don especial de distinguir lo que para ellos son buenas nuevas y lo que es malo para sus vidas vulnerables. A la hora de comprometernos en la misión de Dios que promueve la vida, tenemos que escuchar las voces que desde los márgenes expresan lo que afirma la vida y lo que la destruye. Debemos dar una nueva orientación a nuestra misión teniendo en cuenta las acciones que llevan a cabo las personas marginadas. La justicia, la solidaridad y la inclusión son expresiones clave de la misión desde los márgenes.
127.             Afirmamos que la economía de Dios está basada en los valores de amor y de justicia para toda persona, y la misión transformadora se opone a la idolatría de la economía de libre mercado. La globalización económica ha reemplazado de hecho al Dios de la vida por las riquezas, el dios del capitalismo de libre mercado que reivindica su poder de salvar el mundo mediante la acumulación indebida de riqueza y prosperidad. La misión en ese contexto necesita ser contracultural, ofreciendo alternativas a esas visiones idólatras, porque la misión pertenece al Dios de la vida, la justicia y la paz, y no a ese falso dios que es causa de miseria y sufrimiento para las personas y la naturaleza. En este sentido, la misión consiste en denunciar la economía de codicia y en participar en la economía divina del amor, la solidaridad y la justicia.
128.             Afirmamos que el Evangelio de Jesucristo es la buena nueva en todo tiempo y lugar, y debe proclamarse en el Espíritu de amor y humildad. Afirmamos la centralidad de la encarnación, la cruz y la resurrección en nuestro mensaje así como en la manera de practicar la evangelización. En este sentido, la evangelización siempre se centra en Jesús y en el reino de Dios, y no en las instituciones. Pertenece al ser mismo de la iglesia. La voz profética de la iglesia no debe ser silenciada en tiempos en los que es necesario que su voz se haga oír. La iglesia está llamada a renovar sus métodos de evangelización para comunicar las buenas nuevas con persuasión, elocuencia y convicción.
129.             Afirmamos que el diálogo y la cooperación por la vida son partes integrantes de la misión y la evangelización. La evangelización auténtica debe practicarse en el respeto a la libertad de religión y de creencia de todos los seres humanos en tanto imágenes de Dios. El proselitismo, sea que se lleve a cabo por medios violentos, ofreciendo incentivos económicos o abusando del poder, es contrario al mensaje del Evangelio. A la hora de evangelizar es importante establecer relaciones de respeto y confianza entre los creyentes de diferentes religiones. Valoramos todas las culturas y reconocemos que el Evangelio no pertenece a ningún grupo, sino que es para todas las personas. Entendemos que nuestra tarea no es llevar con nosotros a Dios, sino dar testimonio de Dios, quien ya está en todo lugar (Hechos 17: 23 - 28). Asociados al Espíritu estamos capacitados para cruzar barreras culturales y religiosas, trabajando juntos por la Vida.
130.             Afirmamos que Dios hace avanzar a la iglesia en la misión y le da los medios para llevarla adelante. La iglesia, pueblo de Dios, cuerpo de Cristo y el templo del Espíritu Santo, es dinámica y sujeta a cambio en tanto continúa participando en la misión de Dios. Por ello, son muchas las formas de testimonio común poniendo en evidencia la diversidad del cristianismo mundial. En consecuencia, las iglesias necesitan avanzar, marchando unidas en la misión, continuando la misión de los apóstoles. En términos prácticos, esto significa que la iglesia y la misión deben estar unidas, y que los diferentes organismos eclesiales y misioneros deben colaborar al servicio de la Vida.
131.             El Dios Trino y Uno invita a toda la creación a la Fiesta de la Vida, por Jesucristo, que vino para "que todos tengan vida, y la tengan en abundancia" (Juan 10:10), por el Espíritu Santo, que afirma la visión del reino de Dios: "Porque he aquí, yo crearé nuevos cielos y nueva tierra" (Isaías 65:17). En humildad y esperanza, nos comprometemos juntos en la misión de Dios, quien recrea y reconcilia todas las cosas. Y oramos: "¡Dios de Vida, condúcenos a la justicia y la paz!
[1] Salvo que se indique otra cosa, las citas de la Biblia se han sacado de la versión Reina Varela 1995 (RV1995).
[2] La misión como ministerio de reconciliación, 2005, § 8.
[3]  Ion Bria ed., Go Forth in Peace, WCC, 1986, p.3.
[4] La misión como ministerio de reconciliación, § 24.
[5] Alianza por la justicia económica y la vida en la tierra: La Confesión de Accra, Alianza Reformada Mundial, 2004, §10.
[6] Globalización alternativa para los pueblos y la tierra (AGAPE): Documento de referencia, CMI, 2005, pág.6.
[7] Edimburgo 2010, Convocatoria Común, § 4.
[8] Informe de San Antonio, p.26.
[9] La Confesión de Accra, §28.
[10] La salud integral: la función de las iglesias en la salud, CMI, 1990, p.6.
[11]  Es importante señalar que no todas las iglesias entienden la evangelización como se ha expresado aquí. La Iglesia Católica Romana se refiere a la “evangelización” como la missio ad gentes [la misión a todos los pueblos] dirigida a quienes no conocen a Cristo. En un sentido amplio, se utiliza para describir la labor pastoral ordinaria, mientras que la frase “nueva evangelización” designa la pastoral a quienes ya no practican la fe cristiana. Congregación para la Doctrina de la Fe, Notas doctrinales sobre algunos aspectos de la evangelización, No.12, 2007, págs. 489-504.
[12] El Movimiento de Lausana, El Compromiso de Ciudad del Cabo,  2010, Primera parte, 7.b).
[13] Consejo Mundial de Iglesias, Pontificio Consejo para el Diálogo Interreligioso, Alianza Evangélica Mundial, Testimonio cristiano en un mundo de pluralismo religioso: Recomendaciones sobre la práctica del testimonio, 2011.
[14] Informe de San Antonio, pág. 26; Misión y Evangelización: una afirmación ecuménica, §34; Informe de Salvador, p.38.
[15] Testimonio cristiano en un mundo de pluralismo religioso: Recomendaciones sobre la práctica del testimonio, 2011.
[16] Vaticano, Diálogo y Anuncio, 1991, §9.
[17] Testimonio cristiano en un mundo de pluralismo religioso: Recomendaciones sobre la práctica del testimonio, 2011.
[18] Misión y evangelización: una afirmación ecuménica, §26.
[19] Bautismo, Eucaristía y Ministerio, Documento de Fe y Constitución  no.111, 1982, §19.
[20]  Todd M. Johnson, Kenneth R. Ross eds., Atlas of Global Christianity, Edinburgh, Edinburgh University Press, 2009.
[21] Misión y evangelización en la unidad, §71.
[22] Véase Ibid., §§10-13.
[23] Ibid., §15.
[24] Thomas F. Best, Günther Gassmann eds., On the Way to Fuller Koinonia: Official Report of the Fifth World Conference on Faith and Order, Santiago de Compostela, 1993, WCC, 1994, p. 254.
[25]Report of WCC Consultation on Mission and Ecclesiology of the Migrant Churches”, Utrecht, Países Bajos, 16-21 de noviembre de 2010.
[26] Véase The Whole Church Taking the Whole Gospel to the Whole World: Reflections of the Lausanne Theology Working Group, 2010.
[27] Misión y evangelización en la unidad, §13.

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