MIGUEL
ÁNGEL LAVILLA MARTÍN, OFM
Selecciones de Franciscanismo 116/XXXIX (2010) 271-280
Ante
este título, espontáneamente surge la pregunta: ¿Cómo puede ser actual una
mujer de un pasado tan lejano? ¿Qué puede decir Clara de Asís, que vivió en el
siglo XIII, a las mujeres y a los hombres del siglo
XXI?
Clara
nació en 1193 y murió en 1253. En estos ochocientos años que median entre ella
y nosotros, parecen ser mayores las cosas que nos separan que las que nos unen:
mentalidad, circunstancias, costumbres.
Tantos
motivos abren un abismo infranqueable entre nosotros y Clara de Asís. Sin
embargo, su personalidad y su
experiencia cristiana, en algunos aspectos, son más próximas a nosotros, o nos
pueden sugerir o ayudar más de lo que en un primer momento podríamos imaginar.
Además
de la distancia histórica, deben señalarse los obstáculos mayores para acceder
a Clara de Asís y reconocerla como una mujer que dice una palabra válida para
el hoy.
El
primer obstáculo es el gran desconocimiento de su figura y espiritualidad, incluso
en el seno mismo de la Iglesia. ¿Cuántos conocen su vida, y no digamos sus Cartas,
su Regla y su Testamento?
Hoy,
para no pocos cristianos (y no digamos entre los no creyentes), Clara ha
quedado reducida a una Santa de altar, a una imagen de escayola.
Como
mucho, la piedad popular la asocia al buen tiempo (por el nombre: Clara =
claridad, firmamento claro; la ofrenda de los huevos, cuando una pareja va a
casarse). Aunque en sectores algo más cultivados, se asocia a Santa Clara con
la piedad eucarística y con la televisión, por ser su patrona.1
No
obstante, en los ambientes más cercanos a las hermanas clarisas, Clara es un referente de vida humilde,
sencilla y austera, entregada a la oración y contemplación: una vida cristiana
entregada totalmente a Dios y al servicio de la humanidad a través de la
plegaria.
En
amplios sectores de la cultura contemporánea, fuertemente marcada por el
materialismo y el laicismo, por la indiferencia ante Dios, e incluso por su
negación, Clara y su historia carecen de relevancia; exceptuando el
interés
que pueda despertar como objeto museístico, meramente histórico; es decir, por
las manifestaciones artísticas, literarias, o de otro tipo, que generó el
personaje histórico y la Orden religiosa que en ella se inspira.
Otra
dificultad para admitir la actualidad de Clara de Asís es la clausura como forma de vida contemplativa. El pragmatismo, la
eficacia, la libertad, como valores absolutos, que carecen de referentes,
exceptuando al propio individuo como única medida ante sí mismo y ante los
demás, también han entrado en la Iglesia y campan a sus anchas. Así, para algunos
cristianos no sólo les resulta incomprensible una vida contemplativa en
clausura, sino inaceptable; les parece inconcebible que Dios pueda llamar a las
personas (tanto hombres como mujeres) a vivir de esa manera; porque entienden
que carece de visibilidad o de influencia en medio del mundo; para éstos, la
oración y la contemplación poseen un valor relativo, y por esto, reducen la
búsqueda del Reino de Dios y su justicia al apostolado social y caritativo.
Después
de apuntar los obstáculos que dificultan el acceso a Clara de Asís y, por lo
tanto, el reconocimiento de su actualidad, entiendo que ésta puede cifrarse en
los siguientes aspectos:
1.
Clara, la mujer vigorosa y tierna
2.
Clara, la mujer de lo esencial y de la autenticidad
3.
Clara, la mujer evangélica
4.
Clara, la mujer que vive desde la gratuidad
1.
CLARA DE ASÍS, MUJER
VIGOROSA Y TIERNA
La salud
física de Clara, estuvo enferma casi la mitad de su vida,2
parece desmentir o poner en tela de juicio que ella fuese una
mujer fuerte. Sin embargo, su biografía
nos revela a una mujer de personalidad
vigorosa, firme, madura, decidida, cálida y entrañable.
La biografía de Clara es la historia de
su lucha por afirmarse como mujer y como creyente cristiana, con convicciones y
criterios propios, en
medio de una sociedad y de una Iglesia regidas por varones y
por normas que se suponían inamovibles.
Así,
cuando tenía unos 18 años abandona la casa paterna, de rango nobiliario, para
reunirse con un grupo de hombres mendicantes y desarrapados, liderado por un
tal Francisco, que si bien ya no tenían mala
fama en
Asís, no se les entendía muy bien de qué iban por la vida. Clara deja su casa
para vivir según el Evangelio de Jesús, pero sin saber qué programa, qué
proyecto, iba a seguir para encarnar el Evangelio.
Su
decisión, consciente y libre (autónoma), implicaba no sólo dejar una vida
cómoda y segura, sino también elegir un futuro incierto, es decir: rechazar un
matrimonio y, por lo tanto, hasta la más mínima presión
del
exterior para escoger marido; enfrentarse a la propia familia, que se opuso con
fuerza a su decisión; renunciar a la herencia a la que tenía derecho; pasar a
otra categoría social, la más baja, muy inferior de la que le correspondía por
nacimiento, que avergonzaba a sus familiares por el desprestigio que les
acarreaba ante toda la comarca.3
La voluntad de Clara por afirmarse en sus anhelos más
profundos, también se manifiesta en su búsqueda para concretar su vocación de seguir
las huellas de Jesús. Ni la vida monástica con las
benedictinas de San Pablo (cerca de
Asís), ni la vida en la comunidad de mujeres penitentes de Santo Ángel de
Panzo, le convencen y, tras una breve estancia, abandona ambos lugares, para
pasar a San Damián, en Asís. Allí
con un pequeño grupo de mujeres empezó una vida, inspirada en el Evangelio, que
se concretaba en una vida familiar con Dios (Padre, Hijo y Espíritu Santo) y
con las hermanas, inmersa en la oración y contemplación y en la más extrema
pobreza. La «Forma de vida», muy breve, que les dio
Francisco,
iluminaba este género de vida.
Cuando
el Papa o, mejor, los diferentes Papas que se fueron sucediendo en la sede de
Pedro (Inocencio III, Gregorio IX, Inocencio IV) y los cardenales «protectores»
(encargados de los hermanos menores y de la
hermanas),
presionaron a Clara para que aceptase propiedades, porque ellos entendían que
unas mujeres, que vivían entregadas a la oración y la contemplación, entre
cuatro paredes, no podían sobrevivir, ni servir
a Dios,
sino poseían unos recursos materiales con los que mantenerse, Clara permaneció
firme en su propósito de vivir pobre y sin privilegios, y así se lo hizo saber,
en diferentes ocasiones al Santo Padre y al cardenal.
Imagínense
los diálogos entre una mujer (hoy algunos añadirían: «y encima una monjica»), y
un Papa o un cardenal. Los interlocutores tan desiguales por tantas razones:
varón - mujer, sacerdote - laica, un instruido
«universitario»
- «una bachiller», la suma autoridad de la Iglesia - una fiel convencida…
No
conocemos esos diálogos en detalle, pero sí sabemos que Clara, en su propósito
de seguir a Cristo pobre, consiguió arrancarle
el Privilegio
de la pobreza a
Inocencio III (1216) y después su confirmación a Gregorio IX (1228).
Se trata de un monstruo jurídico, es decir, una institución jurídica extraña,
nunca vista, y que provoca el asombro: el
privilegio a no tener privilegios, ni estar obligadas a aceptarlos. El
mismo Inocencio quedó perplejo ante la petición insistente de Clara: «[…] le
advierte que es extraña la petición, ya que nunca un privilegio semejante había
sido solicitado de la Sede Apostólica. Y para corresponder a la insólita
petición con un favor insólito, el Pontífice personalmente, con mucho gozo,
redactó de propia mano el primer esbozo del pretendido privilegio.»4
Gregorio
IX, que tenía en gran estima a Clara, no estaba para nada convencido de este
Privilegio, así «[…] al intentar convencerla a que se aviniese a tener algunas
posesiones, que él mismo le ofrecía con liberalidad
en
previsión de eventuales circunstancias y de los peligros de los tiempos, Clara
se le resistió con ánimo esforzadísimo y de ningún modo accedió.
Y cuando el Pontífice le responde: “Si temes por el voto, Nos
te
desligamos del voto.” Le dice ella: “Santísimo Padre, a ningún precio deseo ser
dispensada del seguimiento indeclinable de Cristo.”»5
La resistencia de Clara, su firmeza y su lucha, también se
desplegó para conseguir una Regla propia, una forma de vida que recogiese el carisma
que les había concedido Dios por medio de Francisco de Asís.
Fue una
batalla larga y no exenta de dolor. Tuvo que aceptar la profesión de la Regla
de San Benito, hasta que después de muchos años, consiguió que pudiesen
profesar la Regla de San Francisco (1247), aunque debían seguir unas normas
establecidas por el Papa, no dejó de
luchar por sus convicciones, hasta que dos días antes de su muerte, consiguió
la aprobación de su Regla (9 de agosto de 1253).6
Clara de Asís es la primera mujer en la historia de la Iglesia
que escribe una Regla, y además consigue que le sea aprobada con una bula papal,
un dato que lo dice todo acerca de su autonomía, vigor, entereza, madurez y
capacidad de iniciativa.
La capacidad de esta mujer para afirmarse en medio de los
varones y ante la jerarquía eclesiástica, no nace de una falsa autosuficiencia,
o de un inútil narcisismo, ni mucho menos de una determinada ideología de género.
Rasgos de nuestra época muy distantes de Clara. Tampoco se trata de empecinamiento
o cabezonería por parte de Clara.
Su vigor y su decidida afirmación nacen del convencimiento de sentirse
llamada por Dios a vivir entregada totalmente a él. Vocación discernida,
contrastada con el parecer de otras personas, de los hermanos: Francisco, León,
Elías… No es capricho o sugestión de una alocada, ni tampoco interés de imponer
sus propias ideas.
El vigor de Clara y su afirmación no
desembocan en tiranía o fanatismo sino que, todo lo contrario, generan amor y servicio. Ella era maternal, tierna, cariñosa,
bondadosa, consoladora, compasiva con las hermanas, especialmente para con las
enfermas y necesitadas. Se preocupaba por todas y a todas servía. No le gustaba
mandar, le costaba dar órdenes, prefería hacerlo ella antes que mandarlo; sólo
aceptó el oficio de abadesa después de muchos ruegos de Francisco, que casi
tuvo que obligarle.7 Su
pedagogía, como la de Francisco, se guía por el principio del
ejemplo. En su Regla, las situaciones de necesidad «no conocen ley», no se
regulan por unas normas rígidas.8
2.
CLARA, LA MUJER DE LO ESENCIAL Y DE LA
AUTENTICIDAD
Algunas
prácticas de Clara son poco actuales y para nada imitables, como es el caso de
sus extremas penitencias corporales. Pero en
su forma de vivir el Evangelio encontramos elementos muy válidos para hoy, y no
sólo para las hermanas clarisas, sino para todos los cristianos.
Algunos de esos aspectos son: su fidelidad a la vocación
recibida, su autenticidad y su preocupación por centrarse siempre en lo esencial.
Me pregunto, si nuestro mundo dominado por el relativismo, lo efímero, la dispersión,
la realidad virtual (lo que cuenta son las apariencias), no está necesitado de
referentes como el de Clara. Los
cristianos deberán redescubrir cuál es su centro y tratar de vivir desde él,
sin dejarse arrastrar por las modas ideológicas impuestas desde los centros de
poder y difundidas por sus medios de comunicación.
Para
Clara, lo esencial es seguir el camino
de Cristo pobre y crucificado, y en ello pone todo su ser y todas sus fuerzas;
el resto está en función de ese
seguimiento o no cuenta nada para ella. Así se explica su opción por la pobreza, o mejor la desapropiación,
para quitar todo estorbo que impida o dificulte estar radicada en su centro, en
su espejo: Cristo.
Su opción por la
contemplación y por la unión esponsal con Cristo, persigue el mismo fin: vivir en Cristo, unida a él, para reinar con
él.9
A este
respecto, dos notas teológicas:
Clara contempla la
pobreza de Jesucristo no sólo como condición de su vida histórica
(Belén-Calvario), sino como rasgo
esencial de todo el misterio de Cristo, desde
su encarnación hasta su muerte en la cruz y resurrección.
La pobreza de Cristo como expresión
máxima de su entrega y servicio a los hombres, y manifestación cumbre del amor
de Dios Padre. Así, para Clara vivir como pobres no sólo es carencia de cosas, sino sobre todo entrega y servicio a Dios y a los hermanos. Su servicio a las hermanas, su oración intensa por los hombres,
especialmente los más necesitados en el cuerpo y en el alma (los miembros
débiles de la Iglesia), por su ciudad en medio del peligro,10 son inseparables de su concepción y
vivencia de la pobreza.
El
segundo apunte teológico se refiere al cristocentrismo de Clara, debe
recordarse que no se trata de un cristomonismo; es decir, su espiritualidad no se reduce a una contemplación única y exclusiva de
Cristo,
sino que es trinitaria, como ya he aludido.
La Trinidad, el Dios, que es Padre, Hijo
y Espíritu Santo, alimenta la fe de Clara y es el modelo de vida en San Damián;
ella y sus hermanas se reconocen en relación con cada una de las Tres Personas
divinas, eso es lo que quieren traducir en las relaciones interpersonales. Esto, Clara lo ha aprendido en el Evangelio y, según ella, por medio de
Francisco de Asís. Ella, como éste, mantiene un maravilloso equilibrio en su fe
cristiana, no fácil de encontrar.
Sobre la autenticidad de Clara, no creo que
sea necesario insistir, después de haber visto su interés y esfuerzos por mantenerse fiel a la vocación que ha
recibido de Dios. Para ella, de nada
servían los subterfugios, los atajos, los sucedáneos, aunque se presentasen con
envoltorios dignos y apetecibles. Resistirse a abrazar otros caminos, algunos
loables y asumibles para otras personas, requiere convicciones y coraje, lo que
no le faltaba a Clara, y que nuestra sociedad parece necesitar.
3.
CLARA, LA MUJER EVANGÉLICA
La Palabra de Dios atraviesa todos los escritos de Clara,
marcándolos de manera indeleble. Y en su vida, la Palabra de Dios era su alimento
diario.
El evangelismo de Clara es patente. Su lectura del Evangelio no
se reducía a una lectura material-literal, sino que inspirada por el Espíritu, perseguía
su encarnación en lo cotidiano.
Éste es
uno de los rasgos que convierte a Clara en actual. La Palabra de Dios, el Evangelio, nunca
pasa de moda, siempre es actual. Clara no sólo escuchó la Palabra, sino que
decidida respondió a lo escuchado, en las circunstancias concretas en que
vivió. Para todo creyente en el Señor Jesús, su vocación es escuchar esa
Palabra viva y poner en acto lo escuchado, la obediencia a la Palabra. Para
obedecer a la Palabra, para encarnarla en el aquí y ahora, se requiere una
implicación de todas las
dimensiones de la persona: sentimientos, inteligencia, memoria
y voluntad.
En esta encarnación de la Palabra en el presente, también Clara
puede ayudarnos como referente.
4.
CLARA, LA MUJER QUE VIVE DESDE LA GRATUIDAD
Hoy
parece valorarse lo gratuito, en una flagrante contradicción, pues aparte de
raras excepciones, la eficacia y el mercantilismo son lo que prima en el fondo:
ahí están las noticias sobre las corrupciones en instituciones
y
operaciones que el día anterior se presentaban como altruistas en grado sumo.
Hace unos veinte años, los voluntarios en cualquier campo social no cobraban;
ahora, los empleados de las ONG’s cobran un sueldo… «se trata de la caridad
bien entendida».
Aparte
de estas contradicciones, nuestros contemporáneos aspiran a unas relaciones más
gratuitas, así lo revela la labor de tantas personas anónimas a favor de sus
semejantes, que no recogen los medios de comunicación.
En la
respuesta a este anhelo, Clara también puede iluminar, especialmente a los
cristianos, pues en nuestro mundo tan tecnificado, ¿qué lugar ocupa la gracia
divina para nosotros? ¿Cómo conjugamos la providencia
divina
con la técnica y la ciencia, tan necesarias? ¿En la lectura de nuestra historia
personal y comunitaria, dejamos entrar a la gracia de Dios?
Clara de
Asís, al final de su vida, en su Testamento,
ya nos da la clave para entender su coraje, su firmeza, su fidelidad, en
definitiva su biografía:
«Entre los otros beneficios que hemos recibido y
recibimos cada día de nuestro espléndido benefactor el Padre de las
misericordias, y por los que más debemos dar gracias al Padre glorioso de
Cristo,
está el de nuestra vocación, por la que, cuanto más perfecta y mayor es, más y
más deudoras le somos.»11
La
primera preocupación o urgencia de Clara es reconocer y agradecer a Dios Padre, que todo lo bueno a lo largo de su
vida lo ha recibido gratuitamente de Dios, en primer lugar el regalo de la
vocación. Confesión taxativa que su trayectoria personal y comunitaria no
ha sido una carrera prometéica, el resultado de sus cualidades y esfuerzos
personales (de su tozudez), tampoco el resultado de su bondad natural, ni mucho
menos el fruto de un ascetismo extremo que doblega y orienta la voluntad. Ella no
atribuye a sus muchas penitencias lo que ha sido y ha hecho a lo largo de su
historia, sino a Dios Padre, y no sólo los principios, sino hasta el final,
incluida la buena fama de las hermanas, hoy diríamos el éxito de la experiencia
de las hermanas en San Damián.
«Después que el altísimo Padre
celestial se dignó iluminar con su misericordia y su gracia mi corazón para que,
siguiendo el ejemplo y la enseñanza de nuestro bienaventurado padre Francisco,
yo hiciera penitencia, poco después de su conversión, junto con las pocas
hermanas que el Señor me había dado poco después de mi conversión, le prometí
voluntariamente obediencia, según la luz de
su gracia que el Señor nos había dado por medio de su admirable vida y enseñanza
[…]»12
Y más
adelante, por si no había quedado claro que, para ella, la gracia de Dios lo es
todo y que pide la colaboración del hombre, se lo recuerda con insistencia a
las hermanas, para que no olvidándolo nunca, vivan
centradas
en lo esencial:
«Amonesto y exhorto en el Señor Jesucristo
a todas mis hermanas, las que están y las que han de venir, que se apliquen
siempre con esmero a imitar el camino de la santa simplicidad, humildad,
pobreza, y también la rectitud de la vida religiosa en común, tal como desde el
inicio de nuestra conversión nos lo han enseñado Cristo y nuestro bienaventurado padre Francisco. 58A causa de lo
cual, no por nuestros méritos, sino por la sola misericordia y gracia del
espléndido bienhechor, el mismo Padre de las misericordias esparció el olor de
la buena fama, tanto entre los que están lejos como entre los que están cerca.
Y amándoos mutuamente con la caridad de Cristo, mostrad exteriormente por las
obras el amor que tenéis interiormente, para que, estimuladas por este ejemplo,
las hermanas
crezcan siempre en el amor de Dios y en la
mutua caridad.»13
Estas
palabras de Clara de Asís podrían servir de conclusión. No querría terminar sin
recordar que la biografía de Clara y su experiencia cristiana nos enseñan,
entre otras cosas, que el Amor de Dios y el amor entre los hombres, destello
del primero, son fuerza y vigor, que afirman la personalidad y la
autorrealización de cada uno, sin negar la afirmación y la realización del
otro, y permiten la construcción del «nosotros». ¿A caso nuestro mundo no pide
esto a gritos?
*
Estas páginas sintetizan la conferencia que pronuncié en Zaragoza (12-V-2009),
con motivo del 775 aniversario de la fundación del Monasterio de Santa
Catalina. Mi más sincero agradecimiento a las hermanas clarisas por invitarme a
la celebración de la fundación centenaria de su Monasterio.
1
Fue declarada «Patrona de la televisión»
por Pío XII: Miranda prorsus,
del 14 de febrero de 1958. Se inspira en el episodio narrado en LCl 29: una
noche de Navidad, Clara estaba en San Damián, y desde la distancia «escuchó» la
liturgia en la
iglesia
de San Francisco.
2 Proc I, 17.
3 LCl 9. Proc 12, 4; 18, 3; 20, 6.
4 LCl 14.
5
LCl 14. Proc I, 13 [Sor Pacífica de
Guelfuccio de Asís]: «Aseguró también que amaba particularmente la pobreza, y
que nunca pudo ser inducida a querer cosa alguna como propia, ni a aceptar
posesiones, ni para sí ni para el monasterio.
Preguntada
sobre cómo sabía esto, respondió que vio y oyó cómo messer el papa Gregorio, de
santa memoria, le había querido dar muchas cosas, y comprar posesiones para el
monasterio, pero ella no había querido acceder jamás.»
Proc
II 22 [Sor Bienvenida de Perusa]: «Dijo además que amó tan especialmente la
pobreza, que ni el papa Gregorio ni el obispo de Ostia pudieron conseguir nunca
que accediese a recibir propiedad alguna. Más aún, la bienaventurada Clara
había
hecho
vender su herencia y darla a los pobres.
Preguntada
cómo lo sabía, respondió que estuvo presente y oyó cuando el dicho señor papa
le decía que quisiese aceptar algunas posesiones. Y el papa había ido personalmente
al monasterio de San Damián.»
Véase
también Proc III, 14 (Sor Felipa, hija de messer Leonardo de Gislerio).
6
Proc III, 32.
7
Proc 1, 6; 1, 12; 2, 13; 3, 9; 2, 3; 1,
10; 2, 1; 6, 2.7; LCl 14; 38.
8
RCl 2, 17; 3, 8-11.
9
2CtaCl 10-22; 3CtaCl 10-17; 4CtaCl 14-34.
10
LCl 23.
11
TestCl 2-3.
12
TestCl 24-26.
13 TestCla 56-60.
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