IGLESIA CATÓLICA APOSTÓLICA SIRO-ORTODOXA DE ANTIOQUÍA
ARQUIDIÓCESIS DE CENTRO AMÉRICA
IGLESIA CATÓLICA ECUMÉNICA RENOVADA - ICERGUA
EXHORTACIÓN PASTORAL
CON OCASIÓN DE LA MISA DE
RENOVACIÓN DE LOS COMPROMISOS PRESBITERALES
E INICIO DEL AÑO DE LA RENOVACIÓN DE TODO EL PUEBLO DE DIOS
EN LA ARQUIDIÓCESIS
DE CENTRO AMÉRICA
EL
EVANGELIO DE LA RENOVACIÓN
INTRODUCCIÓN
Queridos presbíteros, diáconos, seminarista y amados
hermanos que, por la gracia de Dios, hacen parte de la Arquidiócesis de Centro América de la Santa Iglesia Católica Apostólica
Siro-Ortodoxa de Antioquía: Ustedes
“a
quienes Dios el Padre escogió conforme a su propósito y por medio del Espíritu
los ha santificado para que lo obedezcan y sean purificados con la sangre de
Jesucristo; reciban abundancia de gracia y de paz.” (1Pe 1:2) Hace
pocos días, el sentido fallecimiento de nuestro bendito y venerable Patriarca, Su Santidad Ignacio Zaqueo I, 122 legítimo sucesor del Apóstol San Pedro
y quien permanecerá en el corazón de cada uno de nosotros y en la historia de
la Arquidiócesis de Centro América como el elegido por el Señor para que nos
fueran abiertas las puertas de la Santa
Iglesia de Antioquía, Madre de todas las Iglesias, me obligó a viajar al
Medio Oriente, para encontrarme con todos los Arzobispos y Obispos, miembros de
nuestro Santo Sínodo, así como con numerosos monjes y presbíteros. En medio del
duelo y de los inevitables momentos de cierta incertidumbre, especialmente en
torno a la elección del nuevo Patriarca que, como todos saben, recayó en Su Santidad Ignacio Efrén II; tuve
ocasión de compartir largo tiempo de diálogo con varios Arzobispos y monjes,
que me expresaron la sed profunda que
tienen de una transformación interior y de que toda nuestra Santa Iglesia
experimente, por la acción del Espíritu Santo, una primavera; tratando de que
haya una auténtica renovación en la vida de los obispos, presbíteros, diáconos
y de todo el pueblo de Dios.
Esta experiencia no solo sirvió para confirmarme en la certeza de que el camino que hemos
emprendido, de trabajar por la renovación de todo el pueblo de Dios, es una
iniciativa que el Señor está poniendo en el corazón de muchos miembros de
nuestra Iglesia, sino también para tomar conciencia, sin lugar a dudas, de
que la renovación no se puede
impulsar solamente hacia afuera, es decir, hacia ganar nuevos miembros, sino es un proceso que tiene que comenzar por
cada uno de todos los que formamos parte de la Arquidiócesis. Comenzando
por el Arzobispo, los presbíteros, diáconos, seminaristas y servidores, tiene
que alcanzar a cada miembro del pueblo
de Dios. Se trata de que
profundicemos en la experiencia de comunión con Dios que nace de la presencia
del Espíritu Santo en nuestras vidas y de que dejemos que esa presencia
renueve, eficazmente, nuestra manera de pensar, de sentir, de valorar las
cosas, de tomar decisiones y de actuar, en cada momento. Implica promover
una vida de oración personal en el Espíritu Santo, alimentada por la vida
sacramental, como sucedía en la primera comunidad cristiana (cf. Hech
2:42); la cual, debe llevarnos a asumir actitudes que hagan realidad en
nuestras vidas las palabras de Jesús: “Aprendan de mí, que soy paciente y de
corazón humilde; así encontrarán descanso.” (Mat 11:29) Cuando veo mi
propia realidad y las situaciones que, con tanta frecuencia, se manifiestan en
todos los niveles de la Arquidiócesis y en la vida de los presbíteros,
diáconos, seminaristas, líderes y miembros de las comunidades, no puedo menos
que clamar al Señor para pedir perdón por mis limitaciones y las de los demás e
implorarle que, llenándonos de su
Espíritu Santo, este año de la renovación, lo comencemos reconociendo
nuestras propias faltas para que, renunciando a nosotros mismos, nos abramos a
su gracia misericordiosa, de manera que vivamos
una auténtica y continua renovación en el Espíritu.
LA
AUTÉNTICA RENOVACIÓN EN EL ESPÍRITU SANTO
Estoy convencido de que el eje y corazón del Evangelio lo constituye la proclamación de que en
Cristo, se realiza la renovación de todas las cosas (ver Mt 19:28) por la acción transformadora del Espíritu
Santo; el cual hace que, progresivamente, se realice en cada creyente lo
que Juan Bautista decía: “Él va aumentando en importancia, y yo
disminuyendo.” (Jua 3:30).
1. La
Vida en el Espíritu Santo
Ante todo, es importante que reflexionemos sobre lo que implica la Vida en el Espíritu Santo. Algunas veces se le identifica simplemente
con el haber participado en retiros, seminarios o formaciones y en utilizar
formas especiales en cuanto a la manera de alabar y de orar; dando por
descontado que, con ello, se es renovado. Todos estos métodos pueden ser medios
válidos para renovarse, pero, por sí
mismos, no garantizan la Vida en el Espíritu.
El origen
de la vida en el espíritu se encuentra en el nacer de nuevo.
San Juan nos presenta esta realidad con claridad, cuando Jesús le dice a
Nicodemo: “Te aseguro que el que no nace de agua y del Espíritu, no puede entrar
en el reino de Dios. Lo que nace de padres humanos, es humano; lo que nace del
Espíritu, es espíritu. No te extrañes de que te diga: „Todos tienen que nacer
de nuevo.‟” (Jua 3:5-6) En el
Evangelio también se nos recuerda que quienes han creído y recibido a
Jesucristo, “son hijos de Dios, no por la naturaleza ni los deseos humanos, sino
porque Dios los ha engendrado”. (Jua 1:13) Ahora bien, al nacer de nuevo y ser engendrado por
Dios, el cristiano es renovado “espiritualmente en su manera de juzgar, y se
reviste de la nueva naturaleza, creada a imagen de Dios y se distingue por una
vida recta y pura, basada en la verdad.” (Efe 4:23-24) Renovarse en la manera de juzgar
significa llegar a pensar, sentir y actuar, no de acuerdo a los criterios e
intereses humanos sino según el sentir y
la voluntad de Dios. Y revestirse de
la nueva naturaleza es dejarse llenar y transformar interiormente por el
Espíritu Santo, viviendo una experiencia de comunión constante con Dios. La
vida en el Espíritu Santo, además,
debe tener un crecimiento continuo e
interminable. San Pablo lo recuerda de la siguiente manera: “somos
como un espejo que refleja la gloria del Señor, y vamos transformándonos en su
imagen misma, porque cada vez tenemos más de su gloria, y esto por la acción
del Señor, que es el Espíritu.” (2Co 3:17-18) Tener más de la gloria
significa estar cada vez más lleno y
transformado por el Espíritu Santo e irradiar en la vida esta presencia,
produciendo más abundantes y mejores frutos.
2. Los
frutos y los dones del Espíritu Santo
Y cuáles son los frutos del Espíritu, nos lo recuerda
San Pablo con claridad: “Lo que el Espíritu produce es amor, alegría,
paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, humildad y dominio propio.
Contra tales cosas no hay ley. Y los que son de Cristo Jesús, ya han
crucificado la naturaleza del hombre pecador junto con sus pasiones y malos
deseos. Si ahora vivimos por el Espíritu, dejemos también que el Espíritu nos
guíe.” (Gál 5:22-25) Subordinados a los frutos del Espíritu,
están los dones del Espíritu; los cuales son de provecho para el creyente solamente cuando son manifestación de una vida vivida en el Espíritu
Santo. En la primera carta a los Corintios, se encuentra una descripción
indicativa de los dones, subrayando que su
finalidad es la edificación de toda la Iglesia: “Dios da a cada uno alguna prueba
de la presencia del Espíritu, para provecho de todos. Por medio del Espíritu, a
unos les concede que hablen con sabiduría; y a otros, por el mismo Espíritu,
les concede que hablen con pro- fundo conocimiento. Unos reciben fe por medio
del mismo Espíritu, y otros reciben el don de curar enfermos. Unos reciben
poder para hacer milagros, y otros tienen el don de profecía. A unos, Dios les
da la capacidad de distinguir entre los espíritus falsos y el Espíritu
verdadero, y a otros la capacidad de hablar en lenguas; y todavía a otros les da
la capacidad de interpretar lo que se ha dicho en esas lenguas. Pero todas
estas cosas las hace con su poder el único y mismo Espíritu, dando a cada
persona lo que a él mejor le parece. El cuerpo humano, aunque está formado por
muchos miembros, es un solo cuerpo. Así también Cristo.” (1Co 12:7-12;
ver 1Co 14:10) Sin embargo, en la misma carta a los Corintios, San Pablo
insiste en que esos dones valen para el que los recibe y los ejercita,
únicamente en la medida en que nazcan de
una vida interior, animada por el mismo Espíritu Santo: “Si
hablo las lenguas de los hombres y aun de los ángeles, pero no tengo amor, no
soy más que un metal que resuena o un platillo que hace ruido. Y si tengo el
don de profecía, y entiendo todos los designios secretos de Dios, y sé todas
las cosas, y si tengo la fe necesaria para mover montañas, pero no tengo amor,
no soy nada.” (1Co 13:1-2) Eso quiere decir que la autenticidad de los dones debe discernirse, no únicamente por el
efecto que producen, sino por la actitud y estilo de vida de la persona a
través de quien estos dones son recibidos.
De allí que no debe de extrañarnos que en el Evangelio Jesús dice que a
muchos que habían profetizado y hecho milagros en su nombre no les conocía: El
día del juicio “muchos me dirán: „Señor, Señor, nosotros profetizamos en tu nombre, y
en tu nombre expulsamos demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros.‟ Pero
entonces les contestaré: „Nunca los conocí; ¡aléjense de mí, malhechores!‟”
(Mat 7:22-23) Y por eso también Jesús exhorta: “Cuídense de esos mentirosos que
pretenden hablar de parte de Dios. Vienen a ustedes disfrazados de ovejas, pero
por dentro son lobos feroces. Ustedes los pueden reconocer por sus acciones,
pues no se cosechan uvas de los espinos ni higos de los cardos.” (Mat
7:15-16) Y el apóstol Juan insiste: “Queridos hermanos, no crean ustedes a todos
los que dicen estar inspirados por Dios, sino pónganlos a prueba, a ver si el
espíritu que hay en ellos es de Dios o no. Porque el mundo está lleno de falsos
profetas.” (1Jn 4:1-2)
3. La
vida en el Espíritu Santo se origina y alimenta en la vida sacramental
Otra de las características que tiene la auténtica vida en el Espíritu Santo,
de acuerdo con la Biblia, es que está
conectada directamente a la vida sacramental y a la vida de la Iglesia. En el evangelio de San Marcos se insiste en
que el Señor confió el encargo de
predicar y de administrar los sacramentos específicamente a los apóstoles y
se subraya que hay una relación
inseparable entre la fe y el bautismo: “Jesús dijo a los once discípulos:
„El
que crea y sea bautizado, obtendrá la salvación; pero el que no crea, será
condenado. Y estas señales acompañarán a los que creen: en mi nombre expulsarán
demonios; hablarán nuevas lenguas; tomarán en las manos serpientes; y si beben
algo venenoso, no les hará daño; además pondrán las manos sobre los enfermos, y
estos sanarán.‟” (Mar 16:16-18) Y Pedro en su primera predicación,
cuando le preguntaron qué se debía hacer para obtener la salvación, respondió: “Vuélvanse
a Dios y bautícese cada uno en el nombre de Jesucristo, para que Dios les
perdone sus pecados, y así él les dará el Espíritu Santo.” (Hch
2:38)
También al leer el Nuevo Testamento resulta claro que,
para los apóstoles y los primeros
cristianos, la venida del Espíritu Santo no era un hecho del pasado,
limitado meramente al día de Pentecostés, sino era una experiencia constante. Cuando cada domingo se reunían para
celebrar la Eucaristía, el Señor resucitado se hacía presente en medio de
ellos, por el Espíritu Santo (ver Hech 2,42); y, por la vida sacramental,
tenían la certeza de que el Señor siempre estaba presente con ellos, como
consta en la frase con la que termina el Evangelio de San Mateo: “Yo
estaré con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo.” (Mat 28:20)
En el evangelio de san Juan, la relación entre la vida en el Espíritu Santo,
que allí es llamada “Vida Eterna”, y la Eucaristía, es
aún más explícita y contundente: “Jesús les dijo:—Les aseguro que si ustedes
no comen la carne del Hijo del hombre y beben su sangre, no tendrán vida. El
que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna; y yo lo resucitaré en el
día último.” (Jn 6:53-54) Por eso el
apóstol Juan liga absoluta e inseparablemente el Bautismo, la Eucaristía y la
Vida en el Espíritu Santo: “La venida de Jesucristo quedó señalada con
agua y sangre; no solo con agua, sino con agua y sangre. El Espíritu mismo es
testigo de esto, y el Espíritu es la verdad. Tres son los testigos: el
Espíritu, el agua y la sangre; y los tres están de acuerdo.” (1Jn
5:6-8) La expresión “la venida de Jesucristo quedó señalada”
significa que Jesucristo está presente y
sigue viniendo en el tiempo y permaneciendo en medio de su pueblo, por el
Bautismo, la Eucaristía y el don del Espíritu Santo, administrados y vividos
dentro de la Iglesia. Los tres son inseparables y la autenticidad y
eficacia de cada uno depende de la presencia de los otros dos.
4. La
verdadera renovación carismática a la luz de la Sagrada Escritura
A la luz de la Sagrada Escritura, no puede haber otra
Renovación Carismática, diferente de la que brevemente hemos presentado en los
párrafos precedentes. La Vida en el
Espíritu surge con el nuevo nacimiento, por el don del Espíritu Santo recibido
en el Bautismo; se alimenta y va creciendo por la acción del Espíritu que se
comunica a través de la Eucaristía, de la oración, del ayuno y de otros medios
instituidos por el Señor; se manifiesta por los frutos de vida y la
transformación interior, que hacen que la persona se identifique cada día más
con Cristo y dé frutos en el Espíritu más claros, profundos y verdaderos; y, a
través de la diversidad de dones que el Señor da a cada uno de los creyentes,
permite que la Iglesia, que es el Cuerpo de Cristo, se edifique y crezca.
NUESTRA
SITUACIÓN ACTUAL
5.
Nuestra vida está llena de carencias
Si confrontamos lo
que es la verdadera vida en el Espíritu Santo y la Renovación Carismática
original, según la Palabra de Dios, con la realidad que muchas veces
vivimos a nivel personal y comunitario, humildemente tenemos que admitir que
nos queda un largo camino por recorrer. Con frecuencia, se insiste mucho en las manifestaciones externas como el canto, la
oración e incluso el ejercicio de dones especiales, pero se olvida que todo ello debe nacer de una vida que tenga
las características y produzca los frutos que, identifican la vida en el
Espíritu Santo en el Nuevo Testamento.
6. Alguna
manifestación de nuestras carencias
Recuerdo que un día oí a un hermano, muy apreciado por
sus dones de predicación y de enseñanza, que, al dar su testimonio, se glorió
de tener varias décadas de ser renovado en el Espíritu Santo. Sin embargo, un
poco antes, su esposa me había contado que sufría mucho por los maltratos y los
enojos que le daba a ella y a su familia; y también algunos hermanos de la
comunidad, me habían hablado del autoritarismo, la prepotencia y el afán
desmedido que tenía por el dinero. A la luz de estos hechos, nos podemos
preguntar si este hermano está viviendo la verdadera renovación o si no será
uno más de aquellos que, en el último día, escucharán del Señor que, aunque
profetizaron, expulsaron demonios y sanaron en su nombre, Él no los conoce. No es raro que en ciertas comunidades se
derrochen grandes sumas invitando a ministerios de música y predicadores de
fama que exigen altas remuneraciones para participar y que se gaste mucho
dinero en dar comida abundante a los invitados, mientras, al mismo tiempo, hay indiferencia y olvido hacia el prójimo
que está en necesidad, hacia las viudas, huérfanos y quienes pasan penurias y
hambre. Y, por los comentarios que se hacen y se oyen, en no pocos casos,
se tiene la impresión de que la motivación más importante para hacer ese tipo
de manifestaciones es mostrar que se posee abundancia de medios materiales, que
se tiene más capacidad y que se es mejor que los demás. Ante estas actitudes,
uno no puede dejar de recordar lo que dice el Señor: “Lo que a mí me agrada es que
compartas tu pan con el hambriento y recibas en tu casa al pobre sin techo; que
vistas al que no tiene ropa y no dejes de socorrer a tus semejantes. Si te das
a ti mismo en servicio del hambriento, si ayudas al afligido en su necesidad,
tu luz brillará en la oscuridad, tus sombras se convertirán en luz de mediodía.
Yo te guiaré continua- mente, te daré comida abundante en el desierto, daré
fuerza a tu cuerpo y serás como un jardín bien regado, como un manantial al que
no le falta el agua.” (Isa 58:7.10-11) Además, viene a la mente el
pensamiento de que quizás lo que se está haciendo resuena mucho pero, como dice
san Pablo, por carecer de la humildad y el amor exigidos por el Evangelio, a
los ojos de Dios no vale para nada. En
otros casos, las rivalidades, discordias y conflictos que, desgraciadamente,
existen en algunas comunidades, hacen que uno pueda preguntarse si,
efectivamente, se trata de comunidades renovadas en el Espíritu Santo o
solamente de grupos humanos que están en
búsqueda de protagonismo. También, cuando se ve la importancia que se da a
aspectos externos y emotivos, mientras se tiene gran descuido y desinterés por
la vida sacramental, no podemos evitar de preguntarnos si se trata realmente de
la Renovación Carismática y de la vida en el Espíritu Santo como consta en la
Biblia o si se trata, más bien, de grupos que, aunque estén bien intencionados,
al no respetar en su totalidad lo que dice la Palabra de Dios, caen en actitudes sectarias y carecen de
rasgos fundamentales que debe tener la verdadera Renovación en el Espíritu
Santo.
7.
Necesidad de profundización y llamado a la conversión
La existencia de estos problemas y de otros no
mencionados, desgraciadamente tiene consecuencias negativas en la vida de las
comunidades: divisiones, falta de crecimiento, autoritarismo, pérdida del
entusiasmo, estancamiento, manipulación, búsqueda de recursos económicos por
encima de la búsqueda de la vida en el Espíritu Santo, etc… Al señalar estas
fallas, no quiero hacer ningún juicio
sobre nadie. Lo que dice el Evangelio: “Aquel de ustedes que no tenga
pecado, que le tire la primera piedra,” (Jua 8:7) vale en este
caso. Se trata simplemente de una
invitación a la reflexión, a la interiorización y a la conversión. Como
indiqué al inicio, es algo que no deja fuera a nadie: abarca al Arzobispo y a
los Presbíteros, a diáconos, seminaristas, servidores y debe alcanzar hasta al
más pequeño, al último y al recién llegado de los hermanos. Es algo que nos
involucra a todos.
EL
TRABAJO DURANTE EL AÑO DE LA RENOVACIÓN
8. Tomar
conciencia de nuestra situación actual y comprometerse en el cambio
El año de
la renovación, entonces, tiene que comenzar por casa:
Conscientes de lo que, según la Sagrada Escritura, es la Renovación Carismática en el Espíritu Santo en su sentido original
y auténtico, se trata de emprender el camino de conversión personal y
comunitario, por todos los medios que estén a nuestro alcance. Hay que romper
con el equívoco de que la renovación consiste simplemente en la implementación de ciertos métodos de
avivamiento espiritual, y hay que esforzarse por llegar a tener la convicción y la experiencia de que la renovación se
basa en una vida injertada en el Espíritu Santo que, progresivamente, va
transformándose y dando más frutos, hasta que, como personas y comunidades,
se logre llegar a exclamar con san Pablo: “Con Cristo he sido crucificado, y ya no soy
yo quien vive, sino que es Cristo quien vive en mí. Y la vida que ahora vivo en
el cuerpo, la vivo por mi fe en el Hijo de Dios, que me amó y se entregó a la
muerte por mí.” (Gál 2:19-20)
9.
Esforzarse por que la renovación alcance todo y a todos.
Les pido que no escatimemos esfuerzos para hacer
efectivo el proceso de renovación de
cada uno de nosotros y de todas nuestras comunidades: Ha llegado “el
tiempo en que todo sea renovado.” (Mt 19:28) Por eso, en la medida en que dejemos que esa
renovación inunde toda nuestra existencia, vamos a sentir con mayor fuerza
que el mandato último que el Señor Jesús dejó a sus apóstoles: “Vayan
por todo el mundo y anuncien a todos el Evangelio,” (Mar 16:15) nos lo
da a cada uno de nosotros y, fieles a ese encargo; como los apóstoles “salieron
a anunciar el mensaje por todas partes; y el Señor los ayudaba, y confirmaba el
mensaje acompañándolo con señales milagrosas,” (Mar 16:20) también
nosotros vamos a trabajar
incansablemente en la misión y experimentaremos que, a través de nuestro ministerio, el Señor realiza las mismas señales con
las que confirmó la predicación apostólica. Si el Señor nos ha concedido la
gracia de injertarnos dentro de la
Iglesia Madre de todas las Iglesias,
no es para que añoremos o imitemos lo que otras Iglesias, alejadas de las
raíces originales, hacen o enseñan; sino es para que, asumiendo con todas sus características la auténtica renovación en el
Espíritu Santo, vivamos una Iglesia
plenamente sacramental, renovada y carismática como la que Cristo fundó y los
apóstoles instituyeron; y para que, como ellos hicieron, proclamemos a todos,
sobre todo con nuestra forma de vida, que el Reino de Dios está dentro de
nosotros. Esta es la llamada y la misión que se nos confía a todos y a cada
uno durante el año de la Renovación de
todo el Pueblo de Dios.
CONCLUSIÓN
Que el ejemplo de la Santísima Virgen María que, por
su humildad y su disponibilidad incondicional a Dios, fue cubierta con el poder
del Espíritu Santo (ver Lc 1:35) y dejó que el Señor cumpliera su promesa
de salvación para toda la humanidad; y su maternal intercesión (ver Jn 19:26;
Hech 1:14; Sant 5:16); nos animen en este camino que emprendemos, para que, al
final del mismo, como es la voluntad del Señor para nosotros, (ver Jn 15:16) se produzcan frutos abundantes y
duraderos.
San Lucas Sacatepéquez, tres de abril, Memoria de los Bienaventurados Mártires de
Chajul, del año 2014.
Con mi bendición pastoral,
Mor Santiago Eduardo Aguirre Oestmann
Arzobispo de
Centro América
Mayor información en los sitios:
http://www.icergua.org/latam/
http://icasoac.blogspot.com/2013_04_01_archive.html
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