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+Gabriel Orellana.
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domingo, 31 de julio de 2011

UNA IGLESIA IMAGINADA DESDE AMERICA LATINA


Escrito por Nicolás Panotto

Cuando hablamos de identidad, lejos estamos de referirnos a una entidad fácilmente reconocible, menos aún a un cúmulo de dos o tres elementos que hacen a ese “algo” identificable. Al hablar de identidad, más bien, nos referimos a un tiempo determinado dentro de una extensa periodización con un pasado, un presente y un futuro, a una experiencia relativa a aquel o aquella que la aprecia y construida desde quienes la rodean, a una historia compuesta de muchas historias; en fin, a un contexto sujeto a todo lo mencionado.

La América Latina imaginada
Todo ello hay que tener en cuenta cuando hablamos de nuestro continente. Decir “América Latina” o “Latinoamérica”, términos utilizados indistintamente aunque con trasfondos diversos, no significa solamente hacer mención a un continente. Implica, por el contrario, referir a una historia con muchos avatares, a un contexto en continuo cambio y proceso, a un cúmulo de experiencias de hombres y mujeres que la componen y “le dan nombre”, entre muchos otros elementos. Implica, por otro lado, remitir a una percepción de lo que ello significa: cada cual, hasta cada comunidad (sea como sea que ella se comprenda a sí misma), más allá de leer la historia, de analizar el contexto a través de la academia sociológica, de estudiar las experiencias del continente por los historiadores, siempre lo comprenderá desde su propia intención y vivencia.
Es por todo esto que es esencial volver a la noción de imaginación. Es en ella donde se crean los mundos, donde se tejen las realidades desde los hilos de la experiencia. Imaginación no es lo mismo que fantasía o sueño, aunque pueda tener mucho de ellas. Por eso, no existe una América Latina imaginada. Hay tantas imágenes como hombres y mujeres, que a su vez conviven y se interrelacionan compartiendo en la cotidianeidad aquellos símbolos, relatos y narraciones a través de los cuales construyen lo que intuyen como “realidad”.
Este aspecto se vivencia de una manera especial en la sociedad policéntrica y polifacética en que nos encontramos, bajo el título de era de la globalización. La comprensión de esta realidad se vislumbra desde un mecanismo lúdico de imágenes dentro de un entramado socio-cultural particular: las telecomunicaciones que conectan en una milésima de segundo una punta del planeta con otra, las modas que influyen de región en región creando mixturas difusas, la facilidad de transporte que suscita distintos tipos de ciudadanía, empresas multinacionales sin un único lugar físico que operan en distintas partes del mundo, etc.
¿Qué implican estas imágenes para la cotidianeidad latinoamericana a partir de la cual, como dijimos, se teje la maraña de la realidad? En primer lugar, el sentido de “localidad” se transforma profundamente. Por ello existen muchos y muchas que hablan de “culturas glocales” (Ulrich Beck). La noción de localidad cambia en el sentido de que todo lo que podríamos llamar local o autóctono contiene elementos ajenos a su supuesta circunscripción cultural y geográfica. Los mundos se muestran mucho más complejos en la actualidad. Esto nos lleva a la conclusión de que la identidad latinoamericana, así como toda identidad cultural, se define en su interacción con los demás continentes. En palabras de Néstor García Canclini, tenemos que “pensar el espacio común de los latinoamericanos también como un espacio euroamericano y un espacio intramericano”.1
Un segundo aspecto a resaltar es que lo antedicho nos lleva a una apertura en el análisis de los fenómenos sociales dentro de nuestro continente en el marco de la globalización frente a ciertos marcos bipolares o maniqueos (como, tal vez, y sin desmerecerlos ya que aún tienen su valor, existían durante los ’60 y los ’70) hacia una lectura más objetiva, o que al menos intente serlo, de los relatos, las narraciones y los símbolos que demarcan las realidades, así intuidas por cada cual. La imaginación que construye la realidad se mueve en un complejo universo simbólico de relatos que van y vienen, que permiten percibir y que se permiten percibir de maneras muy variadas. Por esta razón, a la hora de intentar desmarañar aquello que llamamos realidad, identidad o existencia, la tarea se hace más compleja que leerlas a través de marcos homogéneos o desde actores fácilmente descriptibles que luchan por su lugar en el mundo. Cito nuevamente a Néstor García Canclini:
Estos trabajos con lo imaginario, que son las metáforas y narrativas, son productores de conocimiento en tanto intentan captar lo que se vuelve fugitivo en el desorden global, lo que no se deja delimitar por las fronteras sino que las atraviesa, o cree que las atraviesa y las ve reaparecer un poco más adelante, en las barreras de la discriminación. Las metáforas tienden a figurar, a hacer visible, lo que se mueve, se combina o se mezcla. Las narraciones buscan trazar un orden en la profusión de los viajes y las comunicaciones, en la diversidad de “otros”.2
Pero la imaginación nunca se construye de la nada. El ejercicio de imaginar(nos) siempre se da en un contexto concreto, desde un entramado de experiencias que se imprimen en nuestra mente y cuerpo. Por ello debemos saber ubicar al continente latinoamericano dentro de este complejo juego de interacciones metafóricas e imaginativas en un contexto donde su lugar es ciertamente particular. En este sentido, sus “glocalidades” no remiten simplemente a un folklore pintoresco de mezclas andinas y coloniales sino que imprimen un lugar especial del continente en el juego económico, cultural y social posicionándolo desventajosamente. Esto lo intuimos desde lo que podríamos llamar la genética latinoamericana: aquellas experiencias concretas e históricas que marcan la historia del continente y que representan la matriz material y existencial a partir de la cual se imaginan y se narran los relatos que construyen la realidad.
Utilizando distintas adjetivaciones de esta genética podemos hablar de nuestro continente como conquistado, impronta aún vigente en su configuración social y en el tipo de apreciaciones con respecto a los diversos grupos étnicos que lo componen y a la ubicación de ciertos sectores en la estratificación social vigente. Como un continente endeudado, víctima de un mecanismo diabólico cuya única intención es empobrecer a las naciones latinoamericanas a costa de la ganancia de unos pocos. Hablamos también de un continente golpeado por dictaduras militares que socavaron hasta lo más profundo los fundamentos, las estructuras y las prácticas democráticas, herida aún sangrante en la carencia de memoria y justicia, e impresa en los gestos mas cotidianos de los latinoamericanos y latinoamericanas.
¿Cómo imaginamos América Latina desde este contexto? O mejor dicho, ¿cómo se imaginan los latinoamericanos y latinoamericanas desde dicha “genética”? ¿Cómo se relata el pasado? ¿Cómo se imagina el futuro? ¿Cómo se narra el presente?
Todo lo antedicho nos lleva a algunas conclusiones respecto a la comprensión de la “identidad latinoamericana”:
1. No existe una identidad latinoamericana sino un “espacio común latinoamericano” donde se conjugan una cantidad muy variada de identidades, de relatos, de percepciones y de símbolos.
2.Todas estas identidades no son conjuntos accidentales y gratuitos originados en la fortuna del destino sino, más bien, el resultado de toda una historia, de un contexto socio-político, de un ámbito económico y de un cúmulo de memorias que hacen al sentido de lo que se nos presenta, elementos todos estos que confirman la “genética” de nuestro “espacio común”.
3. La manera de intuir estas identidades dentro del “espacio común latinoamericano” es a través de las expresiones en las cotidianeidades de los latinoamericanos y las latinoamericanas. Los grandes sistemas e ideologías que se abogaban la verdad universal deben aprender de y replantearse a partir de aquellas pequeñas historias y vivencias que describen lo que la gente percibe como realidad a través de aquellos relatos compartidos e imaginados.
La iglesia imaginada desde América Latina
Nos falta responder a una pregunta central: ¿cómo imaginamos una “iglesia latinoamericana”? Tal vez podríamos reformular la pregunta desde lo dicho hasta aquí: ¿cómo imaginamos la iglesia cristiana dentro del espacio común latinoamericano y desde todas las imágenes, relatos, narraciones e identidades que se conjugan en él? Permítanme mencionar tres aspectos que creo esenciales tener en cuenta desde todo lo abordado:
1. Una iglesia que repiense sus sistemas teológicos totalizantes vigentes desde una comprensión de las experiencias cotidianas de los hombres y las mujeres del continente. Este aspecto tiene una fuerte impronta pastoral. Los tiempos actuales nos ayudan a luchar aún más contra aquella división entre la razón pura y la razón práctica que impera aún en nuestras iglesias, donde los sistemas teológicos tradicionales son puestos por encima de las experiencias de la gente. Estos sistemas, y por ende las maneras de comprender la fe, deben abandonar aquellos vicios de totalidad y cambiar hacia el rumbo del diálogo y la apertura a las voces de la gente, de los hombres y mujeres que construyen esta realidad día a día. Hugo Assmann, haciendo un profundo replanteo de su peregrinar junto a las teologías latinoamericanas y a la gran empresa utópica que se proponían que, aunque válida, muchas veces no permitía ver la complejidad de la realidad, dice lo siguiente:
Lo que diría como síntesis es lo siguiente: hay varias teologías de lo inevitable con signos ideológicos diferentes y contradictorios, pero cualquier teología de lo inevitable es reaccionaria. También las que pretenden ser un grito de indignación, porque paralizan las mejores energías humanas; en otras palabras, las energías que nos llevan a gustar de este mundo y de nuestra vida precaria y finita.3
2. Una iglesia que aprenda a leer la realidad desde la clave del sujeto. Hemos visto que los marcos de análisis de la situación latinoamericana han mutado a lo largo del tiempo. Y esto no por vicio académico sino porque las circunstancias así lo demandan. La iglesia debe aprender también de este desafío ya que su peregrinaje teológico se hace en la historia y, por ende, desde una visión de la misma, tomando de las herramientas de análisis vigentes. En línea con la propuesta que venimos tratando, un aporte puede ser el análisis desde la noción de sujeto. Esto no implica volver a un antropocentrismo romántico, menos aún tornar hacia el individualismo típicamente posmoderno. Por el contrario, es la comprensión de un marco donde individuos y sistemas sociales son analizados en profundidad, intentando intuir la complejidad de su constitución y la variedad de las imágenes existentes. Las palabras de Néstor Míguez son esclarecedoras al respecto:
Las experiencias del “socialismo real” han mostrado, una vez más, la imposibilidad de dibujar la sociedad futura en el tablero de un diseñador. Si este capitalismo tardío ha de tener alternativas no han de surgir de una ingeniería social igualmente globalizante, sino de las experiencias de construcción comunitaria que son fruto tanto de la resistencia como de la esperanza (…) Es decir, que lo que aporta para las transformaciones que entrevemos en nuestras visiones, más que el resultado de elucubraciones arquitectónicas sobre el mundo futuro, tiene que ver con los modos de construcción de la subjetividad, y, fundamentalmente, de la subjetividad relacional: frente a la cosificación de las relaciones humanas y el producto descartable que hace de nosotros el mercado, afirmar la dimensión relacional del amor y la justicia como centros posibles de la subjetividad.4
3. Una iglesia comprometida con los males de la “genética latinoamericana”. Por último, hemos visto que la “genética latinoamericana” se compone de una larga historia, de un contexto complejo situado en un espacio configurado política y económicamente de una manera, de experiencias cotidianas determinadas y determinantes, además de varios sucesos que irrumpieron en nuestra historia y cuya “onda expansiva” aún sentimos. La iglesia debe ser consciente de estos sucesos y de la complejidad de la formación de las identidades desde dichos marcos, que a su vez se conjugan en nuestro continente desde toda una complicada maraña social. Seguir pendientes de la reconstrucción de la memoria, reclamar justicia real para la aclaración de lo acontecido en nuestra historia, luchar por mayor igualdad de oportunidades, analizar el impacto de los sucesos que fueron y siguen siendo, son algunos de los retos por delante. Pero, por sobre todas las cosas, está la ardua tarea de discernir, un término tan fuerte para la fe, las situaciones, las historias y los relatos que “hacen” a los hombres y a las mujeres latinoamericanas. Este discernimiento se hace en comunidad y en un genuino diálogo con nuestra historia, nuestra tradición, nuestro contexto y nuestra gente

(1) Néstor García Canclini, La globalización imaginada, Paidós, Buenos Aires, 2005, p.104
(2)  Ibíd., p.58
(3) Hugo Assmann, “Por una teología humanamente saludable. Fragmentos de memoria personal” en Juan José Tamayo-Juan Bosh (eds.), Panorama de la teología latinoamericana, Estella, Verbo Divino, p.151
(4) Míguez, Nestor “Hacer teología latinoamericana en el tiempo de la globalización” en Hansen, Guillermo, ed., El silbo ecuménico del Espíritu. Homenaje a José Míguez Bonino en sus 80 años ISEDET, Buenos Aires, 2005, p.93

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