Anglocatólico

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“Hay un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre de todos, que está sobre todos, actúa por todos y está en todos.” Ef 4,5s.

Creo en la Iglesia, que es una, santa, católica y apostólica.

+Gabriel Orellana.
Obispo Misionero
¡Ay de mí si no predico el Evangelio! 1 Co 9,16b.

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viernes, 22 de julio de 2011

¿Es necesario el bautismo?

Por Michael Green

Como bien se sabe los cuáqueros y miembros del Ejército de Salvación rechazan tanto el sacramento del bautismo como el de la Santa Cena.  Pero parece que hoy en día aumenta el número de personas que dicen: «Conozco al Señor, ¿para qué necesito los ritos externos como el bautismo?» Esta es una pregunta justa, y merece una respuesta clara.  Para mí, la respuesta parece tener por lo menos tres partes.

El mandamiento de Cristo

En primer lugar, tenemos que considerar el mandamiento claro y conciso de Jesús mismo. El bautismo formaba parte de Su encargo final a los discípulos antes de Su partida. No sólo les prometió Su poder y presencia segura, sino que los envió con la gran comisión: «Por tanto, id y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado» (Mt 28.19).  ¡Extraña forma de obedecer Sus mandamientos si rechazamos el de bautizar que contiene esta misma frase!  El mismo mandamiento aparece al final del Evangelio de Marcos, donde Jesús dice: «Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura. El que crea y sea bautizado, será salvo; pero el que no crea, será condenado» (Mr 16.15).  Si afirmamos de alguna manera a Jesús como nuestro Señor, necesitamos ser bautizados en obediencia.

El sello de la iglesia

En segundo lugar, el bautismo es el sello de la comunidad cristiana. Con pocas excepciones, se ha practicado universalmente entre los cristianos desde siempre. En el Nuevo Testamento el bautismo se da por sentado. En el día de Pentecostés, tres mil personas oyeron, creyeron y fueron bautizadas, sumándose al Señor y a la comunidad naciente de la iglesia (Hch 2.38, 41, 47).  Así continuó durante todo el Nuevo Testamento. La conversión a Cristo les llevó a la comunidad de Cristo: la iglesia. Dicha comunidad tenía y tiene aún un solo sello de afiliación que es el bautismo. La iglesia neotestamentaria desconoce al creyente sin bautizar. Por supuesto que habrá extrañas excepciones, como la del ladrón moribundo que no tuvo tiempo ni oportunidad de ser bautizado. Pero no se puede uno refugiar en el argumento racionalista de «Soy justificado por la fe en Cristo, no tengo por qué bautizarme». El bautismo es el sacramento de la justificación por la fe.  A Romanos 5 -que habla de la justificación por la fe en Cristo- le sucede el capítulo 6, que trata de nuestra unión con Él en Su muerte y resurrección por el bautismo (6.1-4).  En Gálatas 3, versículos 24 al 27, la justificación por la fe, el llegar a ser «hijos de Dios» y el ser «bautizados en Cristo» se citan como descripciones alternativas e intercambiables de la iniciación cristiana. La misma idea surge en el clamor de Pablo a los corintios a favor de la unidad cristiana. ¿Cómo pueden ellos decir «Yo soy de Pablo» o «Yo de Apolos», cuando Cristo es quien fue crucificado por ellos, predicado a ellos y a quien ellos fueron incorporados por medio del bautismo? (1 Co 1.12ss)

El poder del sacramento

La tercera razón por la que el bautismo es necesario para el creyente es aún más poderosa: nos injerta tanto en Cristo como en la iglesia cristiana. Debemos resistir la tendencia, tan común entre los bautistas pero no limitada a ellos, de considerar el bautismo principalmente como un testimonio de la conversión. En el Nuevo Testamento éste se identifica con mayor claridad como un instrumento de la conversión. Uno no es cristiano hasta que se bautiza. Mirando a los tres mil del día de Pentecostés, la conversión de Pablo, la del eunuco etíope, aquella de los samaritanos, la de los doce efesios en Hechos 19, o la de Cornelio o el carcelero filipense, los casos son uniformes: el bautismo forma parte de la evangelización, no es un testimonio posterior de ella. Las iglesias neotestamentarias no tenían un período de prueba para los que quisieran obtener el bautismo. Se arrepentían, creían y se bautizaban. La iglesia ensancha sus fronteras mediante el bautismo. No se trata ni de un testimonio ni de un premio: es una iniciación, y en el Nuevo Testamento esta idea se enfatiza una y otra vez. Así los autores del Nuevo Testamento usaban un lenguaje fuertemente instrumental al hablar del bautismo: un lenguaje que incomoda bastante a muchos cristianos evangélicos enseñados para considerar el bautismo como un testimonio de la fe.  Pero miremos la fuerza de estas citas. Por el bautismo uno entra «en el nombre» de la Trinidad (Mt 28.19); por el bautismo uno nace de nuevo (Jn 3.5); por el bautismo uno es sepultado en la muerte de Cristo y resucita con Él (Ro 6.3ss; Col 2.12); por el bautismo uno se incorpora al Cuerpo de Cristo que es la iglesia (1 Co 12.13).  Varias de estas citas mencionan al Espíritu Santo (el agente divino) y la fe (el agente humano), pero hay un aspecto instrumental innegable en el bautismo con el que los católicos han estado más que contentos, pero que ha incomodado bastante a los evangélicos. ¡No hay por que incomodarse! El bautismo, la justificación por la fe, el llegar a ser hijos de Dios y la regeneración son distintos aspectos del comienzo de la vida cristiana, y su señal y sello es el bautismo. Que nadie lo menosprecie.
            Está claro que el bautismo no es invariablemente eficaz. No lo fue con Simón el mago (Hch 8.13, 21ss), ni con muchos de los corintios (1 Co 10.1-6).  Tampoco lo es hoy para muchas personas si ha perdido toda relación con el principio de la vida cristiana y se trata como un talismán o una conveniencia social. Hay condiciones para su eficacia: por nuestra parte el arrepentimiento y la fe; y el don del Espíritu Santo por parte de Dios. El bautismo es eficaz para incorporar a las personas a la iglesia cristiana y a Cristo, pero su eficacia no es incondicional. Esta enseñanza se ve claramente en el Nuevo Testamento. Por eso no se debe, ni dotar de poderes mágicos a este sacramento que Jesús nos dejó para señalar nuestra iniciación y afirmar nuestra afiliación, ni devaluarlo.  En los momentos en que nuestra fe se hunde entre dudas, podemos animarnos: Dios ha actuado de forma decisiva -y física- por nosotros en Cristo. Hemos sido bautizados en Él y le pertenecemos, por muy mal que nos sintamos en un momento dado.

El bautismo de los creyentes

Muy bien: el bautismo forma parte necesaria de la iniciación cristiana. Pero, ¿a quién debe bautizarse? En el Nuevo Testamento está claro que los creyentes adultos han de ser bautizados al llegar a la fe en Cristo, y hay buenas razones para hacerlo enseguida, a fin de que la instrumentalidad del bautismo no se pierda de vista convirtiéndose éste en el testimonio de alguna otra cosa. En Infant Baptism Under Cross-Examination (Un debate sobre el bautismo infantil), que es una discusión entre el bautista David Pawson y el anglicano Colin Buchanan, este último repite un argumento poderoso anteriormente planteado en el libro: «Las iglesias neotestamentarias no tenían catecumenado, ni un período de prueba, ni un cursillo que hacer antes de que los adultos fueran admitidos al bautismo; se los admitía en el momento de profesar la fe en Jesús como su Señor» (p. 20).  Esto es así en todos los casos citados en el Nuevo Testamento, y supone un principio muy importante. Da su lugar a la instrumentalidad del bautismo, y significa que los que han entrado en el pacto no tienen por que esperar para recibir su señal y sello.
            En nuestra congregación anglicana de Oxford se ven muchas conversiones de adultos cada año, y hay muchos bautismos. El nuevo converso se apunta enseguida a un grupo de discipulado, y es bautizado lo antes posible. Buchanan sugiere en su libro, en tono de broma, que Billy Graham debería alquilar, junto con el estadio de Wembley, la piscina Empire para sus cruzadas. No existe precedente bíblico alguno para hacer que la gente salga adelante al final de la predicación, ni para levantar la mano o recibir un folleto. Pero hay muchas evidencias bíblicas de que en la época apostólica la gente se bautizaba enseguida, lo cual nos ayuda a comprender el significado del lenguaje instrumental cuando se habla del bautismo. Se lo considera algo generalmente efectivo.
            Sin embargo, no lo es invariable ni incondicionalmente, como sugieren algunos sacramentalistas extremos. Resulta interesante que en la famosa disputa de Gorham con el obispo de Éxeter, a mediados del siglo XIX, en torno a la regeneración invariable de los niños en el bautismo, Gorham tomara como punto de partida el hecho de que no todos los adultos bautizados son regenerados, aunque pasen por el rito que dice efectuar tal cosa. A pesar de que la eficacia del bautismo no es automática, éste dista mucho de ser un mero testimonio o símbolo exterior. Normalmente se considera que efectúa lo que proclama: esto es, el nuevo nacimiento del candidato. Este lenguaje realista es más fácil de comprender porque el bautismo se solía administrar inmediatamente después de la profesión de fe. De manera que el arrepentimiento, la fe y el bautismo iban de la mano, y el candidato se convertía en miembro de la nueva sociedad: la iglesia.
            Por tanto no hay problema con el bautismo de adultos. Como Abraham, éstos responden a la gracia de Dios que se les ofrece en el Evangelio, y reciben el sello del pacto que les une al Señor. Más tarde la iglesia instituyó un período de prueba antes del bautismo y después de la profesión adulta de fe, y muchos discuten a favor y en contra de ello. Ya he expresado mi propia preferencia y práctica. Los demás pueden hacer como les parezca bien; no importa mucho.
            Lo que sí importa es saber si debemos permitir el bautismo de otras personas además de los creyentes adultos. ¿Es el bautismo de niños pequeños apropiado? Esto constituye un debate candente hoy en día, y en ciertos círculos lo ha sido desde la Reforma. Los niños pequeños no pueden arrepentirse ni creer; entonces, ¿cómo se justifica el bautismo infantil?

El bautismo infantil 
¿Debe bautizarse a los niños?

Para los bautistas, los hermanos abiertos y muchas de las «iglesias caseras» del Reino Unido, así como para el número cada vez mayor de iglesias independientes en otros países, no hay motivos adecuados para el bautismo infantil. Éste es un escándalo que da lugar a un nominalismo grosero y vacuna a la gente contra el evangelio; haciéndoles creer que son cristianos cuando tal vez no lo sean en absoluto.
            Por otra parte, la inmensa mayoría de las Iglesias cristianas sí bautizan a los hijos de los creyentes. Los católicos romanos y los ortodoxos; los presbiterianos, metodistas, anglicanos y hermanos cerrados; los luteranos y los calvinistas... todos ellos bautizan a los hijos de sus miembros. Puede que se equivoquen todos, pero deben tener alguna razón para hacerlo. ¿Cuál será?

            Hay por lo menos siete consideraciones que han persuadido a muchas Iglesias a lo largo de los siglos a bautizar a los hijos de los creyentes. Los argumentos son de distinto peso, pero en conjunto presentan un caso formidable. Ningún texto resulta decisivo. En la Biblia no se nos manda bautizar a los niños pequeños, como hacen la mayoría de iglesias, ni tampoco dedicarlos al Señor, como hacen los bautistas. Dejemos a un lado el prejuicio, y examinemos las evidencias que han llevado a la mayoría de Iglesias (aparte de los bautistas, que surgieron en el siglo XVI, los hermanos abiertos, que empezaron en el siglo XIX, y las «iglesias caseras», que tuvieron su origen a mediados del siglo XX) a extender el bautismo a los niños.

1.      1.      1.      En la iglesia del Antiguo Testamento se admitía a los niños.  Hemos visto que Dios hace pactos. Todos brotan de Su gracia, y deben ser asidos por la fe y la obediencia humanas. El pacto de Dios con Abraham se hizo normativo para todo el pueblo de Dios en el Antiguo Testamento. La respuesta adulta del patriarca a la gracia de Dios fue sellada con la circuncisión, la señal del pacto, como sucede también con el bautismo del creyente. Pero las cosas no se quedaron allí. Isaac nació en la comunidad del pacto, y recibió la señal de la circuncisión mucho antes de poder dar ninguna respuesta a la gracia divina: «Circuncidó Abraham a su hijo Isaac a los ocho días, como Dios le había mandado» (Gn 21.4). Esta circuncisión infantil no suponía ninguna aberración ocasional ni una excepción a la norma de la circuncisión de adultos. Formaba parte del propósito de Dios para la familia. Se trataba de un mandamiento específico, parte original y esencial del pacto que Dios había hecho con Abraham antes de nacer Isaac, el hijo de la promesa.

Este es mi pacto, que guardaréis entre mí y vosotros y tu descendencia después de ti: Todo varón de entre vosotros será circuncidado. Circuncidaréis la carne de vuestro prepucio, y será por señal del pacto entre mí y vosotros. A los ocho días de edad será circuncidado todo varón entre vosotros, de generación en generación, tanto el nacido en casa como el comprado por dinero a cualquier extranjero que no sea de tu linaje. Debe ser circuncidado el nacido en tu casa y el comprado por tu dinero, de modo que mi pacto esté en vuestra carne por pacto perpetuo. El incircunciso, aquel a quien no se le haya cortado la carne del prepucio, será eliminado de su pueblo por haber violado mi pacto. (Gn 17.10-14)

Esto es bastante fuerte.  Nos dice que el niño que nace en un hogar creyente tiene derecho a la señal de afiliación, aun cuando sea demasiado pequeño para cumplir con las condiciones del pacto original. Nos dice que, para los niños, esta posición forma parte de la voluntad expresa de Dios. Nos dice que la fe del cabeza de familia tiene gran significado para toda su casa y para los demás que, por una u otra razón, se han cobijado bajo su techo. Nos dice que negarse a otorgar la señal del pacto a los niños nacidos en ese pacto es una falta muy grave.

            Todo esto resulta muy pertinente para el bautismo de los niños y su recepción en la iglesia neotestamentaria. Aunque para Abraham la circuncisión fuera la señal o el sello de su fe (Ro 4.11), dicha señal o sello se aplicó, por mandamiento específico de Dios, a Isaac y otros como él nacidos en la casa de Abraham pero todavía incapaces de tener fe. Se los circuncidaba simplemente porque, dentro del plan y el propósito de la gracia de Dios, habían nacido en un hogar creyente. Por tanto no resulta sorprendente que Pedro, cuando exhorta a sus oyentes a bautizarse en el día de Pentecostés, diga: «Para vosotros es la promesa, y para vuestros hijos.» «Así que -sigue diciendo la Escritura-, los que recibieron su palabra fueron bautizados» (Hch 2.39ss).
           
En la iglesia del Antiguo Testamento se admitía a los niños. ¿Deben éstos excluirse de la del Nuevo? ¿Se ha vuelto Dios menos misericordioso con el paso de los años? ¿Deben los niños estar peor bajo en Nuevo Pacto que bajo el Antiguo? ¿Consta la iglesia sólo de adultos en edad de consentimiento? Podemos estar bastante seguros de una cosa: un judío que se hiciera cristiano, realizando así plenamente su judaísmo, se asombraría de oír que sus hijos no debían recibir la señal del pacto. Diría: «Si pueden recibir la circuncisión, ¿por qué no el bautismo? Si fueron acogidos en la iglesia del Antiguo Testamento, ¿por qué no en la del Nuevo?»

2.      2.      2.      Al convertirse al judaísmo toda la familia de los prosélitos era bautizada.  Cuando una familia de trasfondo pagano se convertía al judaísmo, ocurrían tres cosas: el cabeza de familia ofrecía sacrificios, los varones eran circuncidados, y todos -todos- se bautizaban. Se sentaban en un baño y eran bautizados, «lavando las impurezas gentiles». El bautismo de los prosélitos existía antes de la época cristiana. Se nos dice de los fariseos que recorrían «mar y tierra para hacer un prosélito» (Mt 23.15).  No cabe duda de que el bautismo de los prosélitos influyó en el bautismo cristiano, a pesar de las enormes diferencias que había entre ellos. El lenguaje que usaban los rabinos al hablar del prosélito recién bautizado resulta instructivo. Éste es «como un niño recién nacido», «una nueva creación», «levantado de entre los muertos», «renacido». Sus «pecados le son perdonados». Ahora es «santo para el Señor». El profesor Jeremias, que da detalles fascinantes de este asunto en su libro Infant Baptism in the First Four Centuries (El bautismo infantil en los primeros cuatro siglos), concluye su esmerada comparación del lenguaje utilizado pare el prosélito y en el bautismo cristiano con esta observación:

Es digno de notar que en estas correspondencias no sólo hay puntos de contacto individuales, sino que toda la terminología de la teología judía de la conversión en conexión con el bautismo de los prosélitos surge de nuevo en la teología primitiva del bautismo cristiano. Que sea mera casualidad resulta inconcebible; la única conclusión posible es que los ritos están tan relacionados como padre e hijo. (p. 36)

            Más adelante, el autor demuestra que no sólo en el lenguaje empleado sino también en los actos prescritos hay un vínculo muy estrecho entre el bautismo de los prosélitos y el bautismo cristiano. En ambos casos se prefería la inmersión; se hacía confesión de pecados si el candidato era de suficiente edad; e incluso ritos tales como que las mujeres se soltaran el cabello y dejaran los adornos a un lado, eran comunes tanto en el bautismo de los prosélitos como en el bautismo cristiano.  Esto no debe sorprendernos. El único modelo que tenían los primeros cristianos para la práctica del bautismo era el bautismo de los prosélitos, la cual conocían muy bien. Siendo así, ¿no sería impensable para ellos excluir a los niños del bautismo? Los más pequeños pasaban por el baño del prosélito, incluso a veces el mismo día de nacer. Y de hecho los niños eran admitidos al bautismo cuando uno solo de sus progenitores se convertía a la fe judía. Es difícil suponer que los bebés se vieran excluidos del bautismo cristiano, que tanto debía al bautismo de los prosélitos.

            Los judíos tenían gran estima por la familia. Tanto en el caso de la circuncisión como del bautismo de los prosélitos, el papel de la familia entera era bastante significativo. Estaba muy arraigado en su vida religiosa. Para frenarlo habría hecho falta un claro mandamiento de Jesús, y no podemos encontrar ninguno.

            Normalmente sospecho de los argumentos basados en el silencio; pero cuando Jesús -el cumplidor del judaísmo- vino a un pueblo que durante miles de años había admitido a los niños judíos al pacto por el mandamiento expreso de Dios a Abraham -su fundador-, y cuando durante mucho tiempo habían admitido a los hijos de los gentiles conversos, bautizándolos junto a toda la familia, entonces el argumento basado en el silencio se hace formidable. ¿Resulta coherente que si Jesús hubiera querido cambiar este procedimiento milenario, no hubiese dado algún indicio de que en el futuro a los niños debía tratárselos de forma diferente? ¿No habría dicho en la Gran Comisión: «Id y haced discípulos de todas las naciones, pero aseguraos de bautizar sólo a los creyentes adultos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo»?

3.      3.      3.      En la época neotestamentaria se bautizaba a familias enteras.  Leemos del bautismo de la familia de Lidia (Hch 16.15), de la casa del carcelero de Filipos (16.33), de la familia de Cornelio (11.4) y la de Estéfanas (1 Co 1.16). Estas citas, introducidas sin disimulo ni complejo alguno en la narrativa del Nuevo Testamento, a menudo crean incomodidad en círculos bautistas. ¡Éstos esperan que no hubiera niños pequeños en las familias en cuestión!  Pero eso sería dejar de dar el peso debido, no solamente a la práctica de la circuncisión infantil y del bautismo de los niños prosélitos, sino también a toda la solidaridad familiar en el mundo antiguo. Hoy en día estamos tan enamorados del individualismo que nos cuesta apreciar esta idea. Pero en el mundo antiguo, cuando actuaba el cabeza de familia, lo hacía en nombre de todos. Ellos le seguían adonde fuera. En toda la Biblia vemos como Dios trata con las familias: Abraham y su familia, Noé y su familia, etc. Tal vez sólo el cabeza de familia expresara su fe, pero toda la familia recibía el sello de afiliación. El carcelero de Filipos es un buen ejemplo de ello. Les pregunta a Pablo y Silas: «Señores, ¿qué debo hacer para ser salvo? Ellos dijeron: -Cree [singular] en el Señor Jesucristo, y serás [singular] salvo tú y tu casa... [Y] él, tomándolos en aquella misma hora de la noche, les lavó las heridas, y en seguida se bautizó con todos los suyos... y se regocijó con toda su casa de haber creído a Dios» (Hch 16.30, énfasis del autor). Tan fuerte es la solidaridad de la familia que la  conversión y el bautismo del padre dan pie para el bautismo de toda su casa. Dicha solidaridad los lleva a todos al pacto. Tal vez sea esto lo que significa ese versículo tan debatido de 1 Corintios 7.14; pero no pienso utilizarlo, porque en esa cita que declara «santos» a los hijos de los creyentes no se menciona el bautismo como tal.
4.     
Como en todo lo demás, la solidaridad de la familia en el bautismo es la consideración decisiva. Por supuesto que ello no significa que todos los miembros de la familia en cuestión fueron salvos. Ni la teología ni la experiencia sugiere tal cosa, pero sí significa que todos los miembros de la familia del creyente tenían el derecho al sello del pacto hasta decidirse por su cuenta a responder o no al Dios que había tomado la iniciativa y les tendía la rama de olivo de la reconciliación. Le honra a Kurt Aland, distinguido teólogo bautista, el admitir que «la casa se salva al salvarse el cabeza de familia» (Did the Early Church Baptise Infants? [¿Bautizaba a los niños la iglesia primitiva?], p. 91).

Esta evaluación positiva de los niños proviene de Jesús mismo. De ahí la cuarta consideración sobre el bautismo infantil.

5.      4.      4.      Jesús aceptaba y bendecía a los niños demasiado pequeños para responder. En Marcos 10.2-16 y paralelos encontramos un relato muy instructivo que demuestra la actitud de Jesús hacia los niños. Probablemente ocurrió la víspera del Día de la Expiación, porque en aquella tarde, según los rabinos (Sopherim 18.5), era costumbre que los judíos piadosos llevaran a sus hijos a los escribas para recibir la imposición de manos y una bendición, a fin de que algún día «alcanzaran el conocimiento de la Ley y las buenas obras». Aparentemente algunos padres acudieron a Jesús buscando Su bendición -tal vez porque esos padres consideraban a Jesús igual que los escribas-, y los discípulos les mandaron marcharse. Jesús entonces se indignó (la palabra griega eganaktesen es muy fuerte, y no se usa en ningún otro sitio para describir las reacciones de Jesús), y les dijo: «Dejad a los niños venir a mí, y no se lo impidáis, porque de los tales es el reino de Dios. De cierto os digo que el que no reciba el reino de Dios como un niño, no entrará en él. Y tomándolos en los brazos, ponía las manos sobre ellos y los bendecía» (Mr 10.14).
6.     
A primera vista esta cita no tiene nada que ver con el bautismo. Sin embargo a partir del siglo II se utilizó para justificar el bautismo infantil. Tertuliano demuestra que se interpretaba así en su época (De baptismo 18.5) y las Constituciones apostólicas (6.15) basan la práctica del bautismo infantil en las palabras «no se lo impidáis» (frase muy trillada en las discusiones del bautismo -«impedir» se convirtió en un sinónimo técnico de negar el bautismo). Sea como fuere, no hay una aplicación específica de estas palabras al bautismo infantil en el Evangelio. Ni era de esperar que así fuese. A fin de cuentas, el bautismo cristiano no había empezado en ese momento. Más importante es lo que la cita revela sobre la actitud de Jesús hacia los niños: nótese que se trataba de niños pequeños; los evangelistas enfatizan este hecho. Marcos usa la palabra paidion, diminutivo de la palabra «niño». Y Lucas utiliza brephos, término que originalmente significaba «embrión» y que llegó a usarse para hablar de un recién nacido. ¿Cómo actúo Jesús con estos pequeñitos?  Esta cita deja tres cosas bien claras.

Primero, que Jesús ama a los niños: los acoge y riñe a aquellos que quieren alejarlos de Él.

Segundo, que Jesús está dispuesto a bendecir a los niños incluso cuando son demasiado pequeños para poder comprender nada.

Tercero, que los niños pequeños pueden recibir la bendición de Jesús. ¿Acaso alguien duda de que cuando Él los bendecía, eran verdaderamente bendecidos?

Siendo así, si los niños eran objetos del amor de Jesús, si los llevaban a Él para recibir Su bendición cuando eran demasiado pequeñitos para comprender nada, y si podían recibirla, no resulta sorprendente que esta cita se aplicara más tarde al bautismo, y que se hiciera normal llevar a los niños al pacto de la gracia desde el principio mismo de su vida.

Antes de dejar este pasaje fascinante, notemos que Jesús no sólo bendijo a los niños, sino que los puso de modelo para todos los creyentes. Hay que volverse como un niño indefenso y confiado en los brazos de Jesús si uno quiere aprovechar el Día de la Expiación y entrar en el reino de Dios. ¡Lejos de ser excepciones a la membresía normal del Reino, los pequeñitos nos enseñan el camino!

7.      5.      5.      A lo largo de su historia la iglesia ha bautizado a los niños.  Resulta evidente que la práctica establecida de la iglesia subapostólica era bautizar a los niños de hogares cristianos. Sobre el 215 d.C., en un documento que lleva el significativo título de La tradición apostólica,  el teólogo romano Hipólito hace una referencia muy natural al bautismo infantil. De hecho lo menciona como una «regla incuestionada». «Primero -dice- se debe bautizar a los pequeños. Todos los que pueden hablar por sí mismos deben hablar. Pero por los que no pueden hablar, sus padres o algún otro miembro de su familia debe hacerlo.»  Luego se bautizaba a los varones adultos y después a las mujeres (La tradición apostólica, 21)  La liturgia establecida por Hipólito para el bautismo tuvo una amplia circulación, fue traducida a varios idiomas, y marcó la pauta durante más de mil años.

No disponemos de muchas evidencias explícitas anteriores a Hipólito; principalmente porque no se hacen muchas referencias al bautismo en la literatura que nos queda del siglo II, y las que hay no siempre especifican si se trata del bautismo infantil o de adultos.  Sin embargo, éstas parecen apoyar la aceptación incuestionada del bautismo infantil.  Policarpo mismo (c. 69-155 d.C.), que parece haber sido hijo de creyentes, declaró en el momento de su martirio: «He servido al Señor durante ochenta y seis años, y Él nunca me hizo ningún mal...» Esto nos llevaría al año 70 d.C., en el apogeo del avance de la joven iglesia todavía en vida de los apóstoles. Parece casi increíble que Policarpo quisiera dar a entender que había sido bautizado como creyente a los doce o catorce años, con edad suficiente para tomar una decisión adulta por Cristo. De haber sido así, habría muerto de cien años. En aquella época no muchas personas alcanzaban esa edad, y de conseguirlo, suponía un hecho sonado. No, casi con toda certeza Policarpo fue bautizado de pequeño: ochenta y seis años antes de su martirio.
El caso de Orígenes era parecido. Por tres veces menciona el bautismo infantil como una costumbre de la iglesia, y en su Comentario sobre Romanos 6.5-7 dice: «Por esta razón la iglesia recibió de los apóstoles la tradición de bautizar también a los niños». Padre erudito de la iglesia, Orígenes nació en 185 d.C., en el seno de una familia cristiana, y si opina que el bautismo infantil era una práctica apostólica, seguramente él también habría sido bautizado de pequeño. ¿De dónde habían sacado sus padres la idea? Esta clase de preguntas nos llevan al primer siglo cristiano.

            Otro gran maestro de la iglesia primitiva, Ireneo (130-200 d.C.), habla igual de clara y relajadamente de esta costumbre. Dice que Jesús vino para salvar a todos aquellos que por Él nacen de nuevo para Dios: bebés, niños, jóvenes y mayores. Pasó por todas las edades, haciéndose un bebé para los bebés, santificando así a los bebés, etc. (Adv. Haer. 2.22:4). Y Justino (100-165 d.C.), uno de los autores cristianos más antiguos que ha dejado una  literatura sustancial, menciona a «muchos hombres y mujeres de sesenta y setenta años de edad que fueron hechos discípulos de Cristo [nótese la voz pasiva, emathêteuthêsan] desde su niñez» (1 Apol. 15.6)  Esta es una clara alusión al bautismo a una edad muy temprana.
           
            Se trata de un cuadro claro y uniforme: los creyentes primitivos bautizaban a los niños, y consideraban esto una práctica apostólica. Creo que una sola voz se levanta contra esta práctica en los primeros 1.500 años de la historia de la iglesia: la de Tertuliano (160-200 d.C.). Por supuesto que ello no quiere decir que no existieran movimientos reformadores en la iglesia durante ese tiempo. Desde luego que sí. El montanismo en el siglo II, el donatismo en el IV, los franciscanos, husitas y seguidores de Wycliffe al final de la Edad Media, todos prepararon el camino de la Reforma. Y todos, de una u otra manera, atacaban los errores de la iglesia institucional; pero no cuestionaron la validez de bautizar a los hijos de los creyentes.
           
            Tertuliano sí lo hizo. Vivía en el norte de África, y en su tratado De baptismo, escrito en 205 d.C., expresó sus dudas sobre el bautismo infantil. Resulta muy interesante que no usa lo que sería un argumento contundente en contra: el hecho de que el bautismo infantil no se derivaba de los apóstoles. No puede hacerlo, porque bien sabe que no es una novedad en la iglesia. En su lugar, argumenta que el bautismo de los más pequeños, excepto en caso de grave necesidad, impone una responsabilidad excesiva a los padrinos; podrían morirse y así no ser capaces de cumplir con sus obligaciones, ¡o podrían aparecer algunas tendencias indeseables en los niños! Él recomienda posponer el bautismo. Y lo mismo aconseja para los jóvenes solteros y las viudas: que esperen «hasta casarse o decidirse a favor de la continencia».  Tertuliano no pone en tela de juicio la legitimidad del bautismo para ellos, sino su conveniencia. La conclusión a la que llega es Cunctatio baptismi utilior: demorar el bautismo resulta más beneficioso (op. cit., 18). Diez años después, al escribir De anima, Tertuliano acepta de buen grado el bautismo de los niños pequeños, incluso cuando uno de los progenitores no sea creyente, basándose en una combinación de 1 Corintios 7.14 y Juan 3.5 (op. cit., 39).
           
            Esta curiosa incoherencia en el trato del bautismo infantil tal vez se explique mejor por lo siguiente: Tertuliano parece aseverar la universalidad del bautismo infantil, pero en  De baptismo refleja la creciente tendencia a desear una «iglesia pura», la cual dio lugar a un largo catecumenado para adultos -¡quienes a menudo dejaban el bautismo para su lecho de muerte!-. Colin Buchanan observa con perspicacia: «Un catecumenado o largo período de prueba antes del bautismo de adultos conlleva una reacción en contra del bautismo infantil; y la forma apostólica de realizar el bautismo de adultos (esto es, inmediatamente después de la profesión de fe) acepta de buen grado el bautismo infantil.» En todo caso, esta incoherencia existe evidentemente en las obras de Tertuliano, pero él parece haber sido la única voz que se levantó en contra del bautismo infantil. Cualesquiera que fuesen las dudas que Tertuliano tenía sobre la conveniencia de bautizar a los más pequeños, las mujeres núbiles y las viudas antes de que probaran ser dignos de ello, estas dudas no hicieron mella alguna en la iglesia norteafricana a la que él pertenecía. Varios años después, en el Sínodo de Cartago, sesenta y siete obispos de toda el África cristiana decidieron unánimemente no posponer el bautismo hasta el octavo día de vida, como en el caso de la circuncisión, sino bautizar inmediatamente después del nacimiento; tan seguros estaban estos líderes primitivos de que el bautismo infantil reflejaba la voluntad de Dios expuesta en el Antiguo Testamento y en la actitud de Jesús.

            Antes de dejar el tema de la historia eclesiástica, hay otro asunto importante. Supongamos que la iglesia del siglo II hubiera cambiado las reglas, limitando el bautismo a los que están plenamente conscientes de sus actos; ¿no habríamos oído algo sobre ello?  Cuando a mediados del siglo I la iglesia gentil no vio la necesidad de insistir en la circuncisión y guardar la Ley como condiciones de entrada en la familia de Dios, hubo un debate tremendo que ha dejado huella no solamente en Hechos 15 sino en muchos otros lugares del Nuevo Testamento. El eco de dicho debate fue enorme. ¿Debemos suponer que un cambio de iguales -si no mayores- proporciones ocurrió al principio del siglo II sin que se haga referencia alguna a ello en la literatura que nos ha llegado? Esto sería forzar demasiado la credulidad. Las evidencias sugieren que la iglesia apostólica bautizaba a los hijos de sus miembros en su más tierna infancia, y que esta práctica continuó en todo el período de la iglesia unida hasta la protesta de los anabaptistas durante la Reforma.

6.      6.      6.      El bautismo infantil enfatiza la objetividad del evangelio.  El mismo señala el sólido logro de Cristo crucificado y resucitado, respondamos nosotros a él o no lo hagamos. El bautismo es el sacramento de nuestra adopción, absolución y justificación. No sacamos ningún provecho del mismo si no hacemos lo que éste presupone: esto es, arrepentirnos y creer. Pero constituye la demostración permanente de que la salvación no depende de nuestra fe personal tan falible, sino de lo que Dios ha hecho por nosotros. El bautismo infantil nos recuerda que no nos salvamos por nuestra fe, sino por el acto misericordioso de Dios a nuestro favor, el cual resiste venga lo que venga. Este es un énfasis muy importante. Martín Lutero, el gran abogado y casi descubridor de las bendiciones de la justificación por la fe, se veía acosado por terribles dudas; y en tales momentos no decía: «He creído.» -estaba demasiado inseguro de su fe para hacerlo-; sino que decía: «He sido bautizado» (¡y además, de pequeño!). El bautismo simbolizaba lo que Dios había hecho a su favor para que fuera acepto en el Amado. Era algo saludablemente objetivo. En nuestra época, en la que tan a menudo se toman equivocadamente los sentimientos como barómetro del bienestar espiritual, podemos muy bien aprender de Lutero.

7.      7.      7.      El bautismo infantil destaca la iniciativa de Dios en la salvación. Todos concuerdan en que el bautismo es el sello del pacto entre la gracia de Dios y nuestra respuesta, pero hay que administrar este sacramento en algún momento. ¿Debe acoplarse principalmente a la respuesta humana, o a la iniciativa divina? He aquí el meollo de la cuestión. Aquí es donde los paedobautistas (los que bautizan a los niños) y los bautistas se separan. La denominación bautista cree que uno no debe ser bautizado hasta que crea, porque asocian el sello del pacto principalmente a la respuesta humana. La postura de los paedobautistas, que ha sido la principal del pensamiento cristiano, es distinta. Sí, la respuesta es de vital importancia, y hay que dejar sitio para ella en algún acto sacramental como la confirmación. Pero el bautismo es la señal suprema del amor de Dios para con nosotros, anterior a nuestra respuesta y lo que la provoca. Para el bautista, el bautismo testifica principalmente de lo que hacemos en respuesta a la gracia de Dios. Para el paedobaptista, habla principalmente de lo que Dios ha hecho para que todo sea posible.

Una carta sobre el bautismo infantil: la teología

Hace poco recibí una carta de cierto miembro de mi congregación que sabía que estaba escribiendo este libro. Decía lo siguiente:

He llegado a comprender que el bautismo es la señal de lo que Dios ha hecho y hará, en lugar de lo que nosotros hacemos. Es principalmente un testimonio de las promesas de Dios en el evangelio, en vez de un testimonio de nuestra fe. Esto me ha ayudado a ver la unidad del bautismo cristiano sin importar la edad del candidato.

            Tengo la impresión de que los creyentes que aceptan el bautismo infantil sin comprender esto realmente lo consideran como algo distinto del bautismo de adultos, con el cual comparte sólo el nombre. Al aceptar la perspectiva bautista del bautismo de adultos como principalmente una profesión pública de fe y un acto de obediencia, les cuesta justificar el bautismo infantil (en lugar de la dedicación de los pequeños) excepto como simplemente parte de la tradición o un sacramentalismo extremo.

            Esta clase de paedobautista realmente está de acuerdo con sus hermanos bautistas en que lo que ocurre en los dos casos es esencialmente distinto por las obvias diferencias en los candidatos. Si uno nunca ha aprendido a considerar el bautismo en términos de lo que Dios hace en el rito, no resulta extraño que piense en la «declaración» únicamente en términos del creyente, o de los padres, o de la fe de la iglesia, en lugar de en la declaración que Dios hace de Su aceptación y justificación de los pecadores.

            Espero que su libro ayude a todos los creyentes a comprender mejor su propio bautismo. Espero que ayude tanto a los que aceptan el «bautismo de conversos» como el «bautismo de los hijos del pacto» (terminología propia) a entender que ambos declaran igualmente las promesas y la gracia de Dios en el evangelio (librándose así tanto de un enfoque esencialmente bautista del bautismo de adultos como de una idea sentimental o bien mágica del bautismo infantil). Espero que ayude a los creyentes bautistas a tener una idea más teocéntrica del bautismo (librándose así de una exposición del bautismo de creyentes centrada en el hombre y de su actitud crítica hacia el bautismo de los hijos de creyentes). Que el Señor le dé palabras claras y un espíritu conciliador.

            Me pareció una carta preciosa, aguda y cálida. Comprende muy bien que sólo hay un bautismo -sea cual fuere el candidato humano- y que es la señal y el sello de la obra de Dios en nosotros incluso más que de nuestra propia respuesta.

Una carta sobre el bautismo infantil: la experiencia

Termino este capítulo citando otra carta, de una buena amiga nuestra, que había pasado muchos traumas en su niñez.

Mi estado mental es infinitamente mejor al que he tenido desde hace años, en gran parte por la culminación de un largo proceso de curación. En septiembre había orado por mi sanidad interior y una barrera importante pareció levantarse. En agosto, mi madre me contó que a los tres meses de edad me hospitalizaron a causa de un cólico. Eso no sólo sucedió en una época en la que los padres no podían visitar a sus hijos ingresados, sino que también mi madre había tenido que salir entonces de la ciudad para atender a mi abuelo, el cual se estaba muriendo de una dolencia cardiaca. Esto fue claramente una de las raíces de mi temor al rechazo.
            Lo interesante es que al llegar al momento de imaginarme a Jesús entrando en escena, no fue aquello en absoluto lo que el Señor me hizo ver: en su lugar tuve una imagen vívida de mi bautismo -que sucedió poco después de mi enfermedad-. Vi al pastor sosteniéndome en sus brazos fuertes y seguros, y una luz rodeándome. Tuve la sensación de estar sumergida en una luz líquida que fluía en y a través de mí, llenando todos los huecos y sanando las heridas. Mi yo infantil sabía que Jesús me reclamaba como Suya, y que nunca me dejaría ni me abandonaría. Fue algo increíble. ¡Ese bautismo fue muy real!

La primera carta presenta un argumento a favor del bautismo infantil, la segunda una experiencia personal. Creo que lo que ha llevado a la mayoría de las iglesias cristianas a continuar la práctica veterotestamentaria de admitir a los pequeños a la comunidad de creyentes al igual que a los adultos que se arrepienten y creen, es una combinación de argumento -como los siete que hemos examinado más arriba- y experiencia. Sin embargo hay muchas objeciones a esta idea que permite el bautismo infantil, y vamos a examinarlas en el siguiente capítulo.


"Baptism: Its Purpose, Practice and Power" .Autor Michael Green
Publicado por Hodder Christian books 1987.
Traducido por M. Anne Crandell de Garrido

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