Anglocatólico

COMUNIDAD ECUMÉNICA MISIONERA LA ANUNCIACIÓN. CEMLA
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“Hay un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre de todos, que está sobre todos, actúa por todos y está en todos.” Ef 4,5s.

Creo en la Iglesia, que es una, santa, católica y apostólica.

+Gabriel Orellana.
Obispo Misionero
¡Ay de mí si no predico el Evangelio! 1 Co 9,16b.

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jueves, 12 de abril de 2012

V. BREVE HISTORIA DEL CONSEJO MUNDIAL DE IGLESIAS

V. BREVE HISTORIA DEL CONSEJO MUNDIAL DE IGLESIAS

1. La fundación del CMI estaba prevista para el año de 1941. Pero la Segunda Guerra Mundial forzó su aplazamiento. Solamente siete años más tarde, en 1948, en la ciudad de Amsterdam (Holanda), fue posible constituir lo que, desde entonces, es la más importante entidad ecuménica. Estuvieron representadas 147 Iglesias de todo el mundo, predominantemente protestantes. En la Asamblea Constituyente la Iglesia Católica no se hizo presente ni siquiera por medio de observadores. También la representación de las Iglesias Ortodoxas, por razones diversas, era pequeña, valiendo lo mismo para las Iglesias de África, Asia y América Latina. Así mismo, fue dado un paso de gran envergadura.

Las Iglesias cristianas reaccionaron al proceso de la mundialización mediante la creación de una estructura supra-eclesial. El Consejo Mundial de Iglesias ha sido, y sigue siendo, un órgano integrador de numerosas iniciativas ecuménicas hasta entonces aisladas, abrigándolas bajo el mismo techo y facilitándoles la cooperación. Además, las Iglesias tenían desde ese momento un instrumento de expresión internacional que siempre atraería la afiliación de mayor número de Iglesias. Prometía garantizarles una presencia sobresaliente en el escenario internacional, además de una mayor eficacia en el combate a los males de este mundo. Es sintomático el tema de la Asamblea Constituyente: “El desorden del mundo y el designio de Dios”. A este tema corresponde la visión de la “sociedad responsable” proclamada como meta a comprometer a los pueblos. La constitución del CMI se dio en una Europa terriblemente devastada y en un mundo polarizado por la Guerra Fría entre el Este y el Oeste.

2. La fundación del CMI es seguramente uno de los más notables eventos en la historia de la Iglesia de los últimos siglos. Aún así, para la debida comprensión de este órganismo es necesario considerar lo siguiente:

a. El CMI representa apenas una parte de la ecumene. No está afiliada a él la Iglesia Católica Romana; solamente la “Comisión Fe y Orden” cuenta con la participación plena de la misma. Se mantiene alejada también la mayoría de las Iglesias pentecostales y bautistas, entre otras. Las Iglesias ortodoxas, por su parte, no han actuado de forma unánime. Mientras algunas, desde luego, se comprometieron, otras contemplaron el ecumenismo con una actitud de escepticismo. Esto cambia en 1961, por ocasión de la III Asamblea General del CMI, en Nueva Delhi (India), cuando las Iglesias ortodoxas de varios países socialistas decidieron afiliarse. Así mismo, la colaboración de esas Iglesias ha estado marcada por la cautela y aún fuertes reservas hacia una apertura ecuménica más valiente.
b. El CMI no pretende ser una superiglesia. Se define a si mismo como una comunión de Iglesias “que, de acuerdo con la Sagrada Escritura, confiesan a Jesucristo Dios y Salvador y que, por ello, pretenden cumplir conjuntamente el mandato para el cual fueron llamadas, para la gloria de Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo.” Son estos los términos de la Constitución del CMI. No substituye a las Iglesias miembro en sus funciones. Quiere ser comprendido más bien como un foro de encuentros y de cooperación. No debe ser confundido con un órgano de “jurisdicción ecuménica”. Para la autocomprensión del CMI todavía permanece como fundamental la “Declaración de Toronto”, de 1950, elaborada por el Comité Central. Ella trae el título “La Iglesia, las Iglesias y el Consejo Mundial de Iglesias.” En ella se afirma que el CMI no relativiza las eclesiologías de sus Iglesias miembro, ni tampoco pretende imponerles una nueva. Quiere conjugar, no fusionar. Bajo tal óptica, el CMI sigue siendo un modelo de comunión eclesial, permitiendo a las Iglesias la preservación
de su identidad y, simultáneamente, hermanándolas en una gran familia. Pretende sumar los esfuerzos y ensayar pasos concretos rumbo a la unidad.
c. Los grandes movimientos que originaron el CMI siguen teniendo alguna vida propia dentro de él. La Constitución compromete a la entidad expresamente con la continuación de los trabajos de “Fe y Orden”, de “Vida y Acción”, del “Consejo Misionero Internacional” y del “Consejo Mundial de Educación Cristiana”. Ello a veces significa tensión. Basta con recordar que en 1925, en Estocolmo, el movimiento “Vida y Acción” había preconizado: “La doctrina divide, mientras que la acción une”. Ello no suena bien a los oídos de la Comisión “Fe y Orden”, integrada en el CMI, pero no extinta. Varios decenios después, la pregunta por el peso admisible a la cuestión doctrinal, de un lado, y a la praxis eclesial, de otro, sigue agitando los ánimos. Algo semejante vale para la conceptualización de la misión, tema sobre el cual de ninguna manera hay unanimidad. Si se consideran, por ejemplo, la confrontación de expectativas tan variadas como las que se hallan en las Iglesias del Norte y del Sur, provenientes de contextos y realidades sociales y culturales extremadamente diversos, se puede tener una noción de las dificultades a ser vencidas en el camino hacia una “comunión de Iglesias”.

3. En la estructura del CMI, cuya sede administrativa se encuentra en Ginebra (Suiza), se expresa nítidamente la vinculación eclesiástica. La autoridad máxima es la Asamblea General que, en períodos normales de 7 u 8 años, reúne a los representantes de las Iglesias miembro y define el rumbo de los trabajos. “El Presidente” es un Moderador que actúa en régimen de tiempo parcial. En los intervalos entre las Asambleas, el CMI es dirigido por un Comité Central y, en los intersticios de reuniones del mismo, es dirigido por un Comité Ejecutivo; ante estos dos cuerpos es responsable la Secretaría General. Figura destacada en la constitución del CMI ha sido el primer Secretario General, el holandés Willem Visser’t Hooft. Le siguieron en el cargo, Eugene Carson Blake, Philip Potter, Emilio Castro, Konrad Raiser, Samuel Kobia y, actualmente Olav Fykse Tveit, todos a su manera personajes distintos.

4. Los programas se agrupan alrededor de cinco bloques temáticos, en los que se reflejan los impulsos que están en el origen del CMI. Ellos son:

a. “Fe y Orden”. El trabajo busca la promoción de la unidad de la Iglesia mediante el fortalecimiento de la responsabilidad común en la teología, buscando consensos en asuntos polémicos.

b. “Misión y educación ecuménica”. Los programas de esa área proponen la (re) conceptualización de la misión y la evangelización en un mundo carente de sanidad y reconciliación, conectando la preocupación a la educación ecuménica de las personas.

c. “Justicia, paz e integridad de la creación”. En los horizontes del antiguo proceso conciliar merecen particular atención los efectos de la globalización de la economía, la meta de un desarrollo sostenible, el proyecto de una ética planetaria y otros.

d. “Asuntos internacionales, paz y seguridad humana”. La proliferación de la violencia, del terror y del odio exigen una estrategia “ecuménica” de “pacificación”, de desarme y de promoción de los derechos humanos.

e. “Diaconía y solidaridad”. Este programa busca incentivar los esfuerzos diaconales de las Iglesias en situación de emergencia y ante los flagelos que asolan la humanidad. La temática incluye el diálogo interreligioso.

Todos esos bloques tienen programas coordinados, pero con agenda propia.  Realizan encuentros y Conferencias Mundiales. Las dos últimas Conferencias sobre Misión, por ejemplo, se realizaron en (1) Salvador, Bahía (Brasil, 1996), bajo el tema: “Llamados a una sola esperanza – el evangelio en distintas culturas”; y (2) en Atenas (Grecia, 2005) bajo el tema: “Ven, Espíritu Santo, sana y reconcilia. En Cristo, llamados para una comunión reconciliadora y terapéutica.”

5. Hasta el momento se realizaron nueve Asambleas Generales, en diversos continentes y cada una con características específicas:
1. 1984 – Ámsterdam (Holanda) Tema: El desorden del mundo y el designio de Dios.
2. 1954 – Evanston (EUA) Tema: Jesucristo, la esperanza del mundo.
3. 1961 – Nueva Delhi (India) Tema: Jesucristo, la luz del mundo.
4. 1968 – Uppsala (Suecia) Tema: He aquí que hago nuevas todas las cosas.
5. 1975 – Nairobi (Kenia) Tema: Jesucristo une y libera.
6. 1983 – Vancouver (Canadá) Tema: Jesucristo, la vida del mundo.
7. 1991 – Camberra (Australia) Tema: Ven, Espíritu Santo, renueva la creación.
8. 1998 – Harare (Zimbabwe) Tema: Buscad a Dios en la alegría de la esperanza.
9. 2006 – Porto Alegre (Brasil) Tema: Dios, en tu gracia, transforma el mundo.
6. Los temas de las Asambleas transparentan para los énfasis específicos y las preocupaciones de sus tiempos. Son documentos de un período de la historia de la Iglesia, y merecerían un tratamiento aparte. El tema de la Asamblea de Uppsala, por ejemplo, es reflejo del “optimismo revolucionario” predominante en la década de 1960 a 1970. El tema de Nairobi demuestra el esfuerzo por reconciliar a los segmentos “conservadores” y “liberadores”. En Camberra se dirige la atención, por primera vez, hacia el Tercer Artículo de la fe; ello se da en un mundo progresivamente multicultural. Una de las asambleas más importantes ha sido, sin ninguna duda, la de Nueva Delhi, no solo por la adhesión de las Iglesias Ortodoxas de Rusia, Rumania y Polonia, sino también por la integración del Consejo Misionario Internacional, ocurrida en esa oportunidad. No menos importante fueron la adopción de una “Fórmula de Unidad” de irrestricta validez hasta ahora, así como la decisión de una mayor aproximación de la Iglesia al mundo. Se puede ver en ello un paralelo al proyecto del “aggiornamento” de la Iglesia Católica Romana, lanzado por el papa Juan XXXIII. Además, el tema “Cristo la luz del mundo” de cierta forma anticipa el inicio de la constitución dogmática del Concilio Vaticano II “Lumen gentium quod sit Jesus Christus” (= “La luz de los pueblos que es Jesucristo”).

Nueva Delhi incentivó la realización de una “Conferencia Mundial sobre Iglesia y Sociedad” que se dio en 1966, desencadenando una apasionada discusión acerca de la tarea de la Iglesia en el mundo. Todas las asambleas, a pesar de sus énfasis especiales, colocaron balizas, algo así como flechas indicadoras para la trayectoria del ecumenismo mundial. Se trata de deletrear y concretizar el significado de la “koinonia”, característica del ser de la Iglesia, como bien lo afirmó la Asamblea de Nueva Delhi y como lo recordó programáticamente la de Camberra.

7. El Consejo Mundial de Iglesias congrega hoy más de 340 Iglesias miembro, en cerca de 120 países, más del doble de 1948. Infelizmente hay también aquellas que se retiran. Inconformes con el curso que la discusión acerca de la misión estaba tomando en los años sesenta, después de Uppsala, se separaron los evangelicales del CMI. Convocaron, para el año 1974 un gran Congreso en Lausanne (Suiza), donde se celebró el “Pacto de Lausanne”. Como se decía, se separaron los “evangelicales” de los “ecuménicos”. Con el paso del tiempo, la polaridad amainó, aunque no fue eliminada del todo.

Un proyecto particularmente polémico ha sido el programa de combate al racismo. En 1969 el Comité Central decide crear un fondo de apoyo financiero a grupos en lucha contra el racismo y el apartheid. Aun cuando fue expresamente prohibido el uso de los presupuestos para la adquisición de armas y para fines militares, la decisión provocó alborozo. Pero, por otro lado, logró simpatías en las Iglesias negras, evidenciando que la condena del racismo por parte del CMI, como de costumbre, no se limitaba al discurso. El CMI sufrió muchas acusaciones. Se decía que estaría “ciego del ojo izquierdo” por criticar la explotación capitalista en términos más enérgicos que la violación de los derechos humanos en el comunismo. En la misma línea se acusaba al CMI de confundir el reino de Dios con un proyecto social. De modo general, se debe constatar que en el CMI se discutían las cuestiones sensibles dentro de las mismas Iglesias miembro. De hecho, el CMI ha desempeñado la función de una estación experimental del ecumenismo y de un laboratorio de respuestas valientes de la cristiandad hacia los problemas de un mundo en crisis. En su trayectoria, el barco ecuménico enfrentó muchas tempestades que amenazaron, no pocas veces, hundirlo.

8. A pesar de las polémicas, sin embargo, el CMI logró avanzar en muchas áreas cruciales y brindar valiosos impulsos a las Iglesias. Esto vale, en primer lugar, para el área social, mereciendo poner de relieve al “Proceso Conciliar de Mutuo Compromiso para la Justicia, Paz e Integridad de la Creación”, desencadenado en 1983 de acuerdo con las tradiciones de “Vida y Acción”. Movilizó las Iglesias alrededor de cuestiones vitales de la humanidad, conduciendo a la “Convocatoria Mundial de Seúl” (Corea), en 1990. El proceso de ninguna manera está concluido, ya que las amenazas a la justicia global, a la paz y al medio ambiente sufrieron un preocupante agravamiento, en un mundo victimizado por la obsesión del combate internacional al terror solamente por medios militares. Nuevas iniciativas fueron tomadas por el CMI, por ejemplo la “Década de la Solidaridad con las Mujeres” (1988-1998) y la “Década de la Superación de la Violencia”, proclamada en la VIII Asamblea en Harare. Los programas invitan a una demostración práctica del cristianismo, del compromiso ecuménico en cuestiones de vital interés de la humanidad y de voz profética en la sociedad. El CMI ha actuado como vanguardia en esos y otros asuntos.

9. Además de los esfuerzos por unir a las Iglesias por la acción, el CMI ha producido importantísimos documentos de reflexión y de consenso teológico, debidos principalmente al trabajo de la Comisión “Fe y Orden”. Tuvo fuerte repercusión el así llamado “Documento de Lima”, que trataba acerca del “Bautismo, Eucaristía y Ministerio” (BEM), una convergencia doctrinal elaborada en 1982, firmada también por la Iglesia Católica en su calidad de miembro oficial de la Comisión “Fe y Orden”. En aquel mismo año, el Comité Central aprobó un pronunciamiento con el título “Misión y Evangelización –una afirmación ecuménica.” Las Iglesias necesitan de unidad, y la humanidad también. Pero, ¿qué significa unidad en términos precisos y concretos? Desde la Asamblea de Camberra se prefiere hablar de “comunión” (koinonia); es un término dinámico, de calificado contenido teológico. Con él se ocupó intensamente la V Conferencia Mundial de “Fe y Orden”, en Santiago de Compostela (España, 1993). Lo que se pretende es comunión en la fe, en la
vivencia y en el testimonio. Y, a pesar de ello, el concepto de la comunión abre algún espacio para la diversidad. Ello no significa renuncia a la meta de la unidad, pues ella está implícita en la comunión. Consecuentemente son grandes los esfuerzos por construir una plataforma dogmática común, de la cual son ejemplos instructivos el proyecto “La Confesión de la Fe Apostólica –explicación ecuménica de la fe apostólica según el Credo Niceno-Constantinopolitano”, el estudio acerca de “Iglesia y Mundo – la unidad de la Iglesia y la renovación de la comunidad humana”, ambos de 1990, de autoría de “Fe y Orden”. El CMI, por su misma existencia, presenta a las Iglesias y a la sociedad global el imperativo de la convivencia “ecuménica”, en paz y mutualidad.

10. En sentido inverso, es un hecho que al mismo Consejo Mundial de iglesias, en este momento, le falta una visión precisa de lo que ello podría significar. Los modelos de unidad elaborados en el camino no lograron producir los deseados efectos estructurales. Falta la oficialización de la experiencia ecuménica por parte de las Iglesias. La Iglesia Católica Romana coopera en determinados asuntos, pero se resiste a la idea de la afiliación plena. No existe por ahora una concepción realmente consensuada de lo que sea una ética social ecuménica. Todavía no podemos comulgar juntos en la mesa del Señor. Las diferencias siguen impidiendo la comunión; esto no es sólo en las Iglesias. Se pregunta en términos generales: ¿Cómo convivir en un mundo cada vez más plural? Quizá sea una mera coincidencia que el CMI haya sido fundado en el mismo año de la Organización de las Naciones Unidas (ONU); ella también persigue la meta de la unidad, la reconciliación y la paz, aunque, evidentemente, en otro nivel y con otros participantes. Es una organización política, siendo por ello ilícito comparar al CMI y a la ONU, pero es típico que también la ONU se encuentra en crisis. ¿Cómo convivir en un mundo al mismo tiempo global y plural? es la interrogante crucial de la humanidad en este Tercer Milenio El conflicto entre las culturas, el renacimiento de los fundamentalismos religiosos, la concurrencia mortífera en la economía, las guerras étnicas, todo esto requiere una respuesta “ecuménica”. La cristiandad está llamada a dar el buen ejemplo.

11. A despecho de esas constataciones críticas, la trayectoria del CMI es motivo de gratitud. El ecumenismo condujo a las Iglesias a experiencias de fraternidad inimaginables a principios del siglo XX. Dio una nueva calidad a la convivencia cristiana. Ello se debe en buena medida a las fuerzas activas en la gestación y en la conducción del CMI. Es verdad que la meta todavía no fue alcanzada. Va a exigir nuevos esfuerzos en el futuro. Faltan respuestas unánimes para una serie de cuestiones. Citamos, entre otras:
a. la ordenación de mujeres;
b. la hermenéutica bíblica;
c. la homosexualidad;
d. la relación entre Iglesia y cultura;
e. el reconocimiento mutuo del ministerio.

Cabe respetar, entre tanto, el hecho que las líneas divisorias, más que en cualquier época, sobrepasan a las mismas instituciones eclesiásticas. Por ello, el ecumenismo hoy deberá iniciar “en la propia casa”, para lo cual el CMI ha dado y podrá dar una valiosa contribución. En el movimiento ecuménico se reflejan ejemplarmente los conflictos de las respectivas épocas. En él se da la oportunidad para el encuentro con el diferente y prepara para los consensos necesarios. El CMI recuerda enfáticamente la urgencia del ecumenismo en épocas de privatización y aislamiento, siendo por ello un instrumento indispensable en la vida de las iglesias.

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