Anglocatólico

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“Hay un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre de todos, que está sobre todos, actúa por todos y está en todos.” Ef 4,5s.

Creo en la Iglesia, que es una, santa, católica y apostólica.

+Gabriel Orellana.
Obispo Misionero
¡Ay de mí si no predico el Evangelio! 1 Co 9,16b.

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jueves, 27 de octubre de 2011

LUTERO, Martín (1483-1546)


Martín Lutero nació en Sajonia en 1483. Estudió derecho en las universidades de Eisenach y Erfurt (1501-1505). Entró en los agustinos eremitas en 1505 y fue ordenado en 1507. Al año siguiente fue enviado a la recién fundada universidad de Wittenberg para dar clases y continuar al mismo tiempo sus estudios. En 1512 se convirtió en doctor en teología y profesor de Escritura, puesto que mantuvo, con interrupciones, hasta su muerte en 1546.
Los historiadores católicos del pasado han presentado a Lutero como un demonio. Particularmente importantes para la visión católica de Lutero en el siglo XX fueron los estudios hostiles de H. Denifle (1904) y los seis volúmenes (1913-1917, con un volumen sumario en 1926) de H. Grisar. Un ensayo de S. Mekle publicado en 1929 habría de ser el comienzo de una visión de Lutero más abierta y comprensiva, que cristalizaría luego en la gran obra de J. Lortz. Siguieron luego serios estudios católicos sobre Lutero; sin dejar de ser críticos, han procurado ser justos con Lutero y su obra como líder de la Reforma alemana.
Los estudios sobre Lutero siguen multiplicándose, debido en gran parte al volumen de su obra y a la complejidad tanto de su personalidad como de la reforma por él emprendida. El quinto centenario de su nacimiento dio lugar a un gran número de estudios colectivos y biografías.
Hubo claramente dos circunstancias que transformaron al fraile Lutero en Lutero el reformador. Una fueron sus propias luchas espirituales internas, contemporáneas a sus lecciones sobre los Salmos (1513-1515) y la Carta a los romanos (1515-1516). En un momento determinado de este período, o antes de 1518, tuvo la famosa «experiencia de la torre», en la que comprendió claramente que sólo la fe justifica. La otra fue el estado de la Iglesia, simbolizado en el escándalo de las indulgencias con que Lutero se topó en la predicación de J. Tetzel en 1517. Parece claro en la actualidad que Lutero no clavó las tesis sobre las indulgencias en la puerta de la Iglesia de Wittenberg, acontecimiento referido por  Melanchthon sólo después de la muerte de Lutero. Lutero siguió los conductos normales para exponer su visión a los obispos (las tesis), y sólo cuando no halló respuesta las difundió en el círculo más amplio de la comunidad académica. Poco a poco la postura se fue haciendo cada vez más rígida en una serie de puntos que reclamaban reforma.
En 1520, tras una investigación por parte de la orden (1518) y la disputa con J. Eck (1519), su ruptura con la Iglesia medieval era completa, especialmente a través de la publicación aquel año de La cautividad babilónica de la Iglesia. En 1521 fue excomulgado. Puede decirse, en resumen, que Lutero rechazaba las mediaciones sacerdotales en favor de un encuentro salvífico personal con Dios a través de la fe, el Dios que lo había librado de sus tormentos espirituales. Por otro lado, su experiencia de la política de la Iglesia no le hacía tener mucha confianza en las instituciones, sobre todo en el papado. Para él, la única norma objetiva capaz de efectuar la reforma era la palabra de Dios; la posición de Lutero acerca de la sola Escritura se fue desarrollando progresivamente a medida que se iban planteando las cuestiones. La Reforma acabó convirtiéndose en una negación radical de todo desarrollo (Desarrollo doctrinal): todo lo que había surgido en la Iglesia después del Nuevo Testamento, especialmente en la época medieval, se fue rechazando gradualmente.
Al tratar de comprender la visión que tenía Lutero de la Iglesia, hay que tener en cuenta que aunque habló continuamente de ella nunca elaboró una eclesiología coherente, sino que fue respondiendo a las dificultades prácticas a medida que se presentaban. Nunca quiso fundar una nueva Iglesia, sino reformar la Iglesia verdadera. Cuando sus intentos de reforma fueron desdeñados y fue excomulgado, llegó a la conclusión de que la Iglesia que había hecho esto no era la Iglesia auténtica, la Iglesia de Cristo. Por otro lado, como muestran claramente los Artículos de Esmalcalda, escritos por Lutero en 1536, había en su programa naciente de reformas lo que hoy llamaríamos una «jerarquía de verdades»: había temas indiscutibles, como la Trinidad o la cristología; había temas en los que no admitía compromisos, como su visión sobre la expiación y la justificación, y su convicción de que la misa y el papado no eran instituciones divinas; había temas que podían discutirse con los teólogos, como el pecado, la penitencia, la confesión, los votos religiosos, etc. Luchaba además en muchos frentes. Se oponía no sólo a la Iglesia romana, sino también a los distintos movimientos espirituales que iban surgiendo, como los anabaptistas (a partir de 1525), los mennonitas (desde 1536) y los Schwürmer (fanáticos), así como otros reformadores, como TZwinglio, que tenía su propia visión de la Eucaristía.
En todo momento fue central en su eclesiología la predicación de la Palabra. A partir de ella esperaba que las instituciones y las estructuras se organizaran en congregaciones, que se produjera una transformación moral de los cristianos, que los sacramentos, especialmente el bautismo y la cena del Señor, se celebraran dignamente. Defendió vigorosamente el sacerdocio de los laicos. Partiendo de él, negó la existencia de un sacramento ministerial especial, pero insistió en que la comunidad había de llamar a algunos a administrar en su nombre la Palabra y los sacramentos. Tal era su visión hacia 1520-1523; después insistiría más en el orden eclesiástico, defendiendo incluso el papel de los obispos y de los ministros ordenados, sin conceder sin embargo que las órdenes fueran un sacramento.
Lutero defendió vigorosamente la comunión de los santos. Tendía a evitar la palabra «Iglesia», Kitche, que hacía derivar erróneamente de la palabra «curia», prefiriendo hablar de «pueblo cristiano» o usar otros sinónimos". En 1539, en su obra Sobre los concilios y la Iglesia, Lutero estableció las características generales del santo pueblo cristiano, enumerando siete notas o rasgos principales de la Iglesia: la santa palabra de Dios; el sacramento del bautismo; el santo sacramento del altar; el oficio de las llaves (confesión y absolución); la llamada o consagración de los ministros; oración, alabanza y culto a Dios; la cruz, porque la persecución es inevitable.
Dos años más tarde, en Contra Hanswurst, elabora aún más sus notas de la Iglesia: bautismo; la cena del Señor; el oficio de las llaves; el oficio de la predicación de la palabra de Dios; el credo de los apóstoles; la oración del Señor; el respeto al gobierno secular; la alabanza del matrimonio como creado por Dios y grato a él; el sufrimiento de la verdadera Iglesia; la disposición a sufrir persecución sin buscar venganza. Lutero se veía a sí mismo más como un predicador evangélico de la misericordia de Dios que como un reformador. De hecho buscó la reforma, pero era una reforma religiosa, teológica y pastoral, y no una reforma de lo meramente exterior, que él consideraba irrelevante.
Hay siempre un problema con el hecho de que Lutero afirmaba que la verdadera Iglesia es espiritual: una realidad oculta de pura fe enraizada en el evangelio y practicada sin signos visibles, o por detrás de ellos. No parece que afirme la existencia de dos Iglesias enfrentadas, una espiritual y otra externa o física (leiblich). N. A. Nissiotis está quizá en lo cierto cuando dice que para Lutero la Palabra era más que la Escritura o la predicación, e incluía una cristología y una pneumatología en la que Dios es activo y el hombre en gran medida pasivo. Esto afectaría al sentido de su frase, frecuentemente repetida, de que la Iglesia está allí donde se predica el evangelio en su pureza y se administran los sacramentos. El énfasis está más en la Palabra que en el sacramento: «La señal eterna e inequívoca de la Iglesia es, y ha sido siempre, la Palabra».
Así, en el Catecismo menor, al explicar la tercera parte del credo, «Sobre la santificación», afirma que, por nuestro poder, no podemos acercarnos a Dios: «El Espíritu Santo me llamó por el evangelio, me iluminó con sus dones, me santificó y me mantuvo en la recta fe, tal como suele llamar, reunir, iluminar y santificar a toda la Iglesia (totam ecclesiam/die ganze Christenheit auf Erden), y conservarla en Jesucristo por medio de la recta fe».
Un campo problemático de la investigación sobre Lutero es su doctrina sobre los dos reinos, calificada por E. Iserloh como «un laberinto»". Lutero no usó este término, que apareció sólo en 1922 para designar una serie de cuestiones relativas a lo secular y lo sagrado, y que, por consiguiente, van más allá de la potestad civil y eclesiástica. Lutero parece haber propuesto la independencia más que la autonomía del dominio de lo secular; el gobierno secular es necesario a causa del pecado. Lo secular y lo sagrado están sometidos a Dios, que actúa de manera oculta a través del gobierno secular. El gobierno secular existe primariamente para garantizar un ámbito de proclamación de la Palabra y de administración de los sacramentos.
Las Iglesias luteranas han heredado de su fundador la seriedad en relación con la doctrina y el comportamiento moral. La insistencia luterana en la conversión individual, que ha de vivirse dentro de una comunidad eclesial y secular, tiene su valor en el movimiento ecuménico, ya que él mismo experimenta la tensión entre lo secular y lo sagrado, entre lo horizontal y lo vertical. La concepción de la Iglesia como sacramento, debidamente entendida, puede llevar a un entendimiento entre católicos y luteranos. Los católicos en particular no pueden seguir contentándose con las parodias de Lutero; han de reconocer en él a un teólogo capital y a un escritor espiritual de gran vigor. El escándalo de las divisiones de la Iglesia ocasionadas por la Reforma se debe a un doble motivo: la negativa de la Iglesia oficial a escuchar a Lutero; la falta en Lutero de voluntad de entablar un verdadero diálogo, ya que el diálogo rara vez es posible en un ambiente de polémica y menos para alguien tan apasionado como era el joven Lutero.
http://www.mercaba.org/DicEC/L/lutero_martin.htm

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