Jean
DANIELOU
Hemos considerado hasta ahora la historia de
la salvación como historia de las
grandes maravillas de Dios. Pero esto no es más que un aspecto de la misma.
La historia de la salvación es, además, la historia del pecado. Por una parte
tenemos la historia tal como Dios la
realiza, con sus fines y por sus caminos. Por otra, la historia tal como los hombres quieren construirla, con fines humanos
y con medios también puramente humanos. Estas dos historias se encuentran
continuamente. El choque de ambas se expresa existencialmente en la oposición de las potencias del mundo,
que representan la historia del pecado, con los testigos de Dios,
representantes de la historia sagrada. La lucha entre los profetas y los
reyes del Antiguo Testamento, la pasión de Cristo, el martirio de los
cristianos, son otras tantas manifestaciones de este choque.
A este conflicto se le da
una importancia extraordinaria en las catequesis antiguas. Leemos en el De
catechizandis rudibus (·AGUSTIN-SAN) «Dos ciudades, la de los pecadores y la de los santos recorren la
historia, desde la creación de la humanidad hasta el fin de los siglos;
actualmente están mezcladas en cuanto al cuerpo, separadas en cuanto a las
voluntades; el día del juicio se separarán también corporalmente. Todos los
hombres que se complacen en el ansia de poder y en el espíritu de dominio, en
la gran ilusión del prestigio mundano, cuantos aman estas cosas y buscan su
propia gloria, sometiéndose a los hombres, forman una misma ciudad. Y aun
cuando luchen entre sí por estos mismos bienes, se precipitan en los mismos
abismos por el peso de la misma concupiscencia y se asemejan por la igualdad de
costumbres. Y, al contrario, todos aquellos que buscan humildemente la gloria
de Dios, pertenecen a una misma ciudad» (31).
Con estas palabras nos introduce Agustín en
las profundidades dramáticas de la historia de la salvación. Según este texto,
las dos ciudades se componen de ángeles y de hombres. El drama humano se
integra en un drama más profundo, en el
conflicto que opone las potencias espirituales que tienen a la humanidad
cautiva y a los ángeles de Dios, cuyo rey es Cristo. El conflicto humano es como la
manifestación visible de ese otro conflicto espiritual. Para Agustín, como
para todos los padres, hay una relación
íntima entre los ángeles malos y las idolatrías terrenas. El choque de las dos ciudades es la lucha
de los adoradores del verdadero Dios con los adoradores de los ídolos. Adoradores de los ídolos son todos aquellos
que convierten las realidades humanas en
algo absoluto. Los ángeles malos de las naciones siguen existiendo
siempre y reaparecen cuando una nación o una clase o una colectividad, sea cual
fuere, se toma a sí misma como fin. O, como caso extremo, cuando la humanidad
entera se convierte en ídolo de Si misma. HTSV/HT-HUMANA: Esto nos obliga a
tocar un punto esencial, el de la
relación entre la historia de la salvación y la historia política y económica.
Para san Agustín todo entra dentro de la historia de la salvación. No hay
historia profana con valor y consistencia propios. Nada hay fuera del designio único de Dios y del dominio único de Cristo.
¿Es que entonces la historia profana se identifica con la ciudad de Satanás?
Tal afirmación sería ajena totalmente al pensamiento cristiano. Las ciudades entran en la creación y son
buenas en sí mismas (Por esto "está mandado que todos obedezcan a los
poderes de este mundo hasta la liberación escatológica" (31). Figura de
ello la tenemos en la sumisión de Israel al rey de Babilonia). Pero en realidad la historia política se
convierte en la ciudad de Satanás cuando se toma por fin a sí misma. Y esto
ocurre con bastante frecuencia, hasta el punto de que los poderes temporales son
con frecuencia representativos de las potencias de la ciudad de Satanás,
perseguidora de la ciudad de Dios.
Sin embargo, los príncipes y los poderes de este mundo pueden entrar en la ciudad de
Dios cuando «los reyes mismos, dejando los ídolos, en cuyo nombre
perseguían a los cristianos, reconocen y adoran al verdadero Dios y al Señor
Jesús, y cuando dan la paz a la iglesia, aunque sea sólo una paz temporal, para
la edificación de sus moradas espirituales» (37).
No hay término medio entre las dos. No hay un
orden profano propio que pudiera entrar en el plan de Dios sin entrar en el
plan de Cristo y de la Iglesia. Todo lo que está fuera de esta línea, todo aquello que no reconoce la soberanía
de Dios, pertenece a la ciudad de Satanás, y a la historia carnal. La
frontera, sin embargo, como recuerda san Agustín, no se distingue visiblemente.
Se puede entrar visiblemente en la
Iglesia y pertenecer a la ciudad de Satanás, y viceversa.
Hay que advertir que esta visión de la
historia no es sólo una visión teológica, es la clave de la
historia aun desde un punto de vista puramente empírico. EI gran historiador
inglés Butterfield observa, en Christianity and History, que todas las interpretaciones de la historia
marxista o liberal, racista o personalista, han fracasado. Esto se debe, según él, a que son autojustificaciones. Nada hay peor que un idealismo
optimista que pretenda que su solución es la única válida. Aquí radica
precisamente la idolatría: «hay un principio esencial para el historiador,
el no creer en la naturaleza humana. No se comprende nada de la historia humana
si no se parte del principio del pecado universal» (p. 47). La historia humana es la historia del
pecado del hombre frente a Dios, de la fidelidad de Dios y de la infidelidad
del hombre.
Según esto la historia de la salvación comprende también la historia profana. La raíz profunda de esta historia, por
encima de las apariencias superficiales que parecen hacerla depender de los
conflictos nacionales o racistas, es una
raíz teológica. Pero esto no basta. Hay que ir más lejos aún. La historia sagrada comprende no sólo la
totalidad de la historia humana, sino la totalidad de la historia cósmica (Cirilo de Jerusalén: subraya esto: "Por
el espíritu de profecía (que es la inteligencia religiosa de la historia) el
hombre, a pesar de su pequeñez, ve el principio y el fin del cosmos y el centro
de los tiempos y conoce la sucesión de los imperios": PG 33,941
B). La historia santa no se sitúa sólo en el mundo de la naturaleza y en una
historia natural, en la que haya hecho irrupción, sino que abraza esta historia
de la que es incluso constitutiva. El
verbo redentor es el mismo que el verbo creador.
Por esto tenemos que hacer aquí una
advertencia importante, y es que, para nuestra catequesis la historia de la salvación no comienza con la elección de Abrahán,
sino con la creación. San Agustín lo repite frecuentemente. La "narratio plena" comienza con
«en
el principio creó Dios los cielos y la tierra». Y en esto la catequesis
no hace más que seguir a la misma Escritura, que es la verdadera historia. Lo mismo hace san Ireneo, con
especial empeño contra los gnósticos, que distinguían el demiurgo creador del
Dios redentor. La creación del universo
es el primer acto del plan de Dios que terminará con la creación de los cielos
nuevos y de la nueva tierra. La creación es una obra admirable de Dios.
Revela, por una parte, la radical dependencia de todo el universo en relación
con Dios. Pero, por otra, es una acción
histórica, un comienzo de los tiempos y, en este sentido, forma parte de la
historia de la salvación.
La historia de la
salvación,
como acabamos de notarlo, terminará
también con un acontecimiento cósmico, la resurrección de los cuerpos. En
realidad sería mejor designar esta resurrección como la creación del nuevo cosmos,
pues no se refiere sólo a los cuerpos, sino que se extiende a toda la creación.
Por consiguiente, la historia de la salvación se sitúa entre dos acciones de
alcance cósmico, que comprenden la totalidad del universo. San Agustín, por su
parte, relaciona expresamente ambas acciones. La esperanza de la resurrección
es la que encuentra más oposición entre los paganos: «¿Por qué no creer que existirás
después de haber existido, cuando sabes que existes después de no haber
existido? ¿Es difícil para Dios que te ha dado tu cuerpo cuando no existía,
rehacerlo una vez que ya ha existido?» (46).
Así pues, la
historia de la salvación se sitúa entre dos acciones cósmicas. Pero en el
cosmos no repercuten sólo estas dos acciones. La resurrección de Cristo,
situada en el centro de la historia, es también una acción creadora. El mismo Verbo de Dios, por quien todo ha
sido hecho, es el mismo que, al fin de los tiempos, vendrá a rehacerlo todo.
"Como
es el Verbo de Dios todopoderoso, cuya presencia invisible está en nosotros y
llena el universo, Él continúa su influjo en el mundo, en toda su longitud,
latitud, altura y profundidad; pues por el Verbo de Dios todo se halla
bajo el influjo de la economía redentora, y el Hijo de Dios fue crucificado
por todo, habiendo trazado el signo de la cruz sobre todas las cosas. Pues era justo
y necesario que aquel que se había hecho visible, llevase todas las cosas
visibles a participar en su cruz, y de esta manera, bajo una forma sensible, su
influjo propio se ha hecho sentir sobre las mismas cosas visibles. Pues Él es
quien ilumina las alturas, es decir, los cielos, es Él quien penetra las
profundidades de los infiernos, Él el que recorre la larga distancia del
oriente al occidente, Él el que une el inmenso espacio del norte al mediodía,
llamando al conocimiento de su Padre a todos los hombres de cualquier región»
(34).
Esto es importante para la catequesis. El hombre moderno tiene conciencia profunda
de su cautividad. Se inclina hacia movimientos que prometen sacarle de esa
esclavitud económica o psicológica, por la ciencia o por la revolución. Si se
le presenta un cristianismo idealista que prescinde de la miseria social y
física del hombre, si se le ofrecen consuelos puramente espirituales, el
cristianismo no le interesa. Pero al mismo tiempo hay que hacerle ver que las
soluciones humanas no le liberan auténticamente, ni siquiera de esa misma
miseria humana; que la aspiración última de la ciencia, la prolongación
indefinida de la vida humana, sería el peor infierno; que sólo Jesucristo ha bajado hasta los abismos de la miseria humana, ha
vencido la muerte y ha liberado al hombre plenamente de su cautividad. De
aquí la importancia del aspecto
cósmico de la redención, la afirmación de la resurrección, es decir,
de la victoria de Cristo sobre todas las formas de la muerte.
También es importante esto desde otro punto de
vista. El hombre moderno está habituado
a considerar el mundo como fruto de una evolución cósmica. Si no se le hace
ver que el orden cósmico está dominado por la cruz de Cristo, sometido a su
acción soberana, hay peligro de que la historia sagrada se pierda en la
historia natural, que Cristo se disuelva en el devenir cósmico. Ciertas
visiones cristianas de la evolución no escapan a este peligro. Hay que hacerle
ver que no se trata de una evolución inmanente, sino de acciones creadoras del
Verbo. El mundo del cosmos, visto desde
la perspectiva de la historia de la salvación, es el teatro de la acción del
Verbo creador, que lo ha puesto en la existencia, que no cesa de sostenerlo y
que, caído en poder de las tinieblas, ha venido, no a destruirlo, sino a
liberarlo y transfigurarlo.
* * *
La "narratio plena" comienza con la
creación del cielo y de la tierra. Se extiende, nos dice san Agustín,
"usque ad praesentia tempora". Esto es importantísimo. La historia
santa no es sólo la de los dos Testamentos. Dicha historia se continúa en medio de nosotros. Vivimos en plena historia santa. Dios
continúa realizando sus acciones, la conversión, la santificación de las almas
(Todo lo que hemos leído que se cumplió en el pasado lo vemos ahora cumplirse
en el presente.45). La teología
protestante tiende a identificar la historia santa con la que la Escritura nos
narra, y a no ver en la Iglesia la
continuación de la actuación de Dios, que se manifiesta infaliblemente por
el magisterio e irresistiblemente por la acción sacramental. Nuestra teología
católica de la Iglesia, por su parte, considera demasiado a ésta como una
jerarquía institucional inmóvil y no como una
historia viva. Y, a la inversa, la historia católica de la Iglesia no se
preocupa de descubrir la teología de la
historia. Finalmente, los
cristianos en general miran superficialmente la historia, ven sólo su realidad
exterior sin pensar en penetrar, con la mirada de la fe, en sus profundidades
sobrenaturales.
San Agustín precisa el contenido de esta historia presente. Se la puede considerar bajo
dos aspectos fundamentales: por una parte, el contenido presente de la historia es la misión, es decir, la
extensión a la humanidad entera de la gracia capital de Cristo. El
retraso de la parusía es para permitir que la predicación llegue a todo el
mundo: «El reino de la Iglesia, que los profetas y Cristo habían anunciado que
abarcaría a todas las naciones, extiende sus fértiles ramas» (44). Se
trata principalmente de una extensión en
el espacio, obrada por el Espíritu Santo por medio de los apóstoles. Se realiza por la predicación y por los sacramentos. De aquí se deriva
toda una teología de las misiones, todavía sin desarrollar, que debería
mostrar cómo la misión prolonga el
misterio de la muerte y de la resurrección de Cristo, ya que es a la vez
ruptura y transfiguración, que se realiza en la conversión.
La teología sacramental deberá ser
cuidadosamente presentada dentro de esta perspectiva histórica, como
lo ha mostrado el P. Chenu. Los sacramentos son a la vez memorial,
presencia y profecía. Son la continuación de las grandes obras de Dios
en el Antiguo y en el Nuevo Testamento. De aquí la importancia de la tipología.
En el bautismo se realiza una obra análoga al paso del mar Rojo: «El pueblo de
Dios, al salir de Egipto, pasó a través de las aguas en las que perecieron sus
enemigos. Aquí tenemos una figura del bautismo por el que los fieles pasan a
una vida nueva, mientras sus pecados son destruidos y mueren como enemigos. Más
claramente aún fue prefigurada la pasión de Cristo en este pueblo cuando
recibió la orden de comer el cordero y de ungir con su sangre las puertas. Con
la señal de esta pasión y de esta cruz vas a ser tú señalado hoy en la frente,
como ellos en sus puertas, y como lo han sido todos los cristianos».
En este último caso notamos la relación entre
la señal de la sangre sobre las puertas de los primogénitos de los judíos y la
señal de la cruz sobre la frente del cristiano. Con este signo de la
cruz era marcado en la frente el cristiano, según el uso antiguo. La
relación con el Antiguo Testamento liga este gesto a toda la historia de la
salvación y le da todo su alcance. Los sacramentos aparecen, pues, como ha
dicho Cullmann, como los Wunder, los "mirabilia" del tiempo de la
Iglesia, continuadores de las grandes obras de Dios en el Antiguo
Testamento. Por el bautismo el fiel se
inserta en esta historia. En el diluvio, dice san Justino, «se cumplió el
misterio de nuestra salvación» (JUSTINO, Diálogo con Trifón, 138,1: Padres
Apologistas Griegos. BAC, Madrid 1954). También ahora, aquel que ha sido sellado con la "sphragis" de Cristo escapa
al juicio venidero, lo mismo que los primogénitos de los judíos fueron
salvados del ángel exterminador. Pero si la vida presente continúa las
grandes obras de Dios, choca también con el mundo del pecado. Las potencias del mal, aunque vencidas ya
por la cruz de Cristo, conservan un poder aparente hasta la parusía. La
Iglesia de Cristo, lo mismo que Israel, se enfrenta con la historia del pecado.
San Agustín distingue aquí dos aspectos. El primero es la oposición externa que sufre la Iglesia, que culmina en el martirio
«Tanto
más se extiende la Iglesia cuanto más empapada está por la sangre de los
mártires» (44).
Aquí se descubre una teología del martirio que forma parte de la teología cristiana como
expresión de la lucha entre la historia santa y la profana. El martirio
aparecería como la forma extrema de la lucha contra las potencias del mal, como
la cima de la santidad cristiana conseguida por la transformación en Cristo,
como la promulgación oficial del evangelio ante los representantes oficiales de
la ciudad terrena.
El segundo es el de las divisiones internas, ya que la acción del demonio no se deja sentir
sólo en las persecuciones exteriores: «Era necesario, escribe san Agustín, que esta
viña, como fue anunciado por el Señor, sea probada, y que los sarmientos
estériles sean podados. Por esto han surgido cismas y herejías suscitadas por
hombres que no buscaban la gloria de Dios sino su propia gloria» (44).
Aquí habría que insertar una teología
de la separación de las iglesias y de su reunificación, como la está
haciendo ya el P. Congar. Con ella podría pensarse teológicamente la historia
triste de las herejías, descubriendo
su verdadero sentido. Y al mismo tiempo dicha teología permitiría plantear
también el problema de la herejía en el mundo actual y de las formas en que
puede presentarse.
* * *
Hemos llegado ya al último punto de nuestra
exposición. Hemos notado que, para san
Agustín, la narratio plena comprende desde el exordium temporis hasta los
tempora praesentia. Con éstos termina propiamente la historia de la
salvación. Pero no por eso ha terminado ya la catequesis, pues ésta exige
terminar con una exposición del hecho de la resurrección.
Ya en Egeria vimos que la catequesis prebautismal terminaba con dicha exposición. También
Cirilo de Jerusalén termina con una catequesis sobre la resurrección, después
de haber expuesto todo el plan de la salvación. San Agustín también. Es, pues,
la forma ordinaria de la catequesis. La
catequesis sobre la resurrección, sin embargo, ya es parte distinta, pues
ya no nos encontramos en la narratio sino en la expectatio.
Aunque, al mismo tiempo, es su conclusión,
pues toda la narratio tiene por objeto fundamentar la expectatio, la
narración de las grandes obras de Dios en el pasado se ordena a fundar la
esperanza en las grandes obras de Dios en el futuro.
En esto pone especial empeño san Agustín «Los primeros cristianos que no habían visto
aún realizado lo que nosotros vemos, se sentían inclinados a creer por las
grandes obras realizadas ya por Dios. Así también nosotros, que no sólo vemos
realizadas ya todas las cosas que habían sido anunciadas en los libros santos,
escritas mucho tiempo antes de su cumplimiento, sino que las vemos realizándose
aún continuamente en nosotros, nos sentimos inclinados a creer también la
realización de las cosas que faltan aún, perseverando en la paciencia en el
Señor. Pues aquel que se dignó venir en la humildad de la carne, vendrá también
en el estado de poder» (45). Aquí tenemos una perspectiva fundamental
dentro de la teología bíblica. El
pensamiento bíblico es esencialmente escatológico, proyectado hacia el futuro.
Las grandes obras de Dios en el pasado son recordadas para fundar la fe en
las que Dios cumplirá en el futuro.
Es éste el último aspecto de la historia de la
salvación en la catequesis, ya que ésta
tiende a asegurar la esperanza escatológica, y ésta es tanto más fuerte
cuanto más se apoye en esta inmensa realidad que es toda la historia santa
pasada. El que cree en la alianza con Abrahán, en la resurrección de
Jesucristo, en la efusión del Espíritu Santo, el que contempla el testimonio de
las primitivas comunidades cristianas, el que se ha encontrado con los santos,
éste creerá que Dios puede resucitarle
en el futuro. Aquí está el fundamento auténtico de la esperanza
cristiana, que se apoya esencialmente en
el dato histórico. La fe en las grandes obras de Dios en el pasado
es el principio de la esperanza en sus grandes obras futuras:
"Quidquid narras, ita narra ut ille cui loqueris, audiendo credat,
credendo speret, sperando amet" (8).
* * *
La historia sagrada no es un objeto que deje
indiferente al hombre. Es la historia en
la que todo hombre está personalmente implicado. El hombre no existe más que comprometiéndose en dicha historia.
Esto lo han visto perfectamente los modernos. Se existe comprometiéndose en la historia.
El cristiano es aquel que se compromete en la única historia auténtica. La historia de la salvación es, pues, al mismo tiempo, el fundamento de la ética cristiana, que es
vocación, llamada de Dios a un compromiso hic et nunc en la historia santa,
participación del alma en la liberación espiritual de la humanidad entera.
Este debe dirigir toda la exposición catequística, que no es especulación pura,
sino vida. Se advertirá que no hay
exposición de la moral. Pero la moral se
deriva de la simple consideración de la historia de la salvación. La contemplación de las grandes maravillas
de Dios debe provocar la admiración y despertar la generosidad.
J. DANIELOU
HISTORIA DE LA SALVACION Y
LITURGIA
SIGUEME. Salamanca 1965.Págs. 20-32
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